Reino e Iglesia
(de una carta mia del otoño del 95
a Ramon Alaix)
 

Otra cita que en toda reunión de eclesiásticos progres e izquierdosos sale es esta: "Jesús anunció el Reino y salió la Iglesia". Normalmente se recuerda esta frase con un tono de tristeza: "¡Qué pena que ahora tengamos una Iglesia! ¡Qué bien estaríamos si ahora siguiéramos anunciando el Reino". 

Aproveché para hacer ver el "Sitz in Leben"La situación vital de donde surge de esta frase y la intención original de su inventor. 

Es del año 1902, primera edición de "L'Évangile et l'Église" d'Alfred Loisy, un libro que, retirado al principio de las librerías y durante mucho tiempo prohibida su lectura a los fieles apor las autoridades eclesiásticas, quería ser una defensa del catolicismo contra las teorías y críticas del famoso protestante liberal Harnack. 

          Tenía miedo que la frase pudiera remontarse a un autor más antiguo, pero ayer (19 de octubre del 95), leyendo un libro de Joseph Blank, autor citado repetidas veces por Käsemann, que robé de la biblioteca particular de Raimon Negre, encontré la confirmación: "El autor francés Alfred Loisy (1857-1940) introdujo en este asunto una fórmula de mucho efecto: Jésus annonçait le royaume et c'est l'Église qui est venue" (Jesús de Nazaret: Historia y mensaje. Ed. Cristiandad, 1973, pág 140) . Piemso que todas estas indicaciones te ayudarán a mantenerte como hasta ahora como el número 1 de los profesores de Cochabamba.
El libro L'Évangile et l'Église era -según su mismo autor- un "testimonio del movimiento llamado modernista en los principios de su corta historia y pretendía, además de instruir al clero católico sobre el estado real del problema de los orígenes cristianos, demostrar que la Iglesia hacía su aparición como un desarrollo necesario y legítimo del Evangelio" 

Veintisiete años más tarde, en la quinta edición (que es la que yo tengo gracias al Mingo Melero), el autor recuerda -a la vez que confiesa que ya ha perdido buena parte de su buena voluntad primera del 1902- sus discretos esfuerzos para que el catolicismo oficial ("intransigente, encerrado en las fórmulas de los últimos concilios i encíclicas papales, encarnado en la curia romana, gran máquina política por la cual el papado administra los negocios de la religión") comprendiera la necesidad de una reforma indispensable de las "doctrinas absolutas del catolicismo oficial": la revelación, la autoridad histórica de los evangelios, la divinidad de Jesucristo, la institución divina de la Iglesia y de los sacramentos 

Veintisiete años más tarde reconoce que fue un "intento absurdo" de un hombre que no pretendía otra cosa que mantenerse lo más cercano posible del catolicismo tradicional.

 
La fortune de ce livre aura été singulière. Publié pour la première fois en octobre 1902 comme une apologie du catholicisme contre les théories et les critiques d'un savant protestantAdolf von Harnack (Dorpat 1851 - Heidelberg 1930), il a été l'origine de condamnations successives qui ont finalement conduit son auteur hors de l'Église catholique. Ecrit sans prétention littéraire et sans prévision de la tempête qu'il allait soulever, un moment retiré du commerce et depuis longtemps interdit aux fidèles par les autorités ecclésiastiques, il n'en a pas moins eu quatre éditions et la quatrième est épuisée. 

Puisque l'ouvrage continue d'être demandé, c'est que beaucoup n'ont pas cessé d'y voir un témoin du mouvement dit moderniste au début de sa courte histoire. Ce témoin toujours réclamé, l'auteur ne se croit pas en droit de le supprimer... ainsi le lecteur retrouvera le document qu'il cherche et il sera par ailleurs averti que ce document ne représente point la pensée actuelle de celui qui le rédigea il y a vingt-sept ans. 

Il existe un catholicisme officiel, intransigeant, consigné dans les formulaires des derniers conciles, des encycliques pontificales, incarné dans la curie romaine, grande machine politique par laquelle la papauté gère les affaires de la religion. De ce catholicisme-là, l'auteur ne se proposait aucunement d'établir la légitimité. Il avait plutôt l'intention d'en signaler discrètement les défauts et les dangers. 
Ou plutôt le double objet qu'il avait en vue était d'instruire sans fracas le clergé catholique sur l'état réel du problème des origines chrétiennes, tout en démontrant contre la critique protestanteEn 1900 se publica Das Wesen des Christentums (La esencia del cristianismo)  que cet état ne rendait point impossible l'apologie du catholicisme; que l'Église y apparaissait, au contraire, comme un développement nécessaire et légitime de l'Évangile. 
L'exposé critique ruinait incontestablement les doctrines absolues du catholicisme officiel: aussi les théologiens orthodoxes prirent-ils une peine assez superflue en essayant de prouver que le livre contredisait leurs idées touchant la révélation, l'autorité historique des Évangiles, la divinité de Jésus-Christ, l'institution divine de l'Église et des sacrements. 
Si l'auteur s'abstenait de réfuter cet enseignement, c'est qu'il n'avait pas l'intention de le combattre, mais d'en suggérer la réforme, qu'il voyait indispensable, dans l'intérêt même de l'Église catholique.  
La réalisation d'une telle réforme n'appartenait qu'à l'Église elle-même, et il s'efforçait, avec tous les ménagements et les précautions possibles, de lui en faire comprendre la nécessité. Effort absurde, s'il n'avait aucune chance de succès, mais moralement honnête et loyal, quoiqu'on ait pu dire. 
Car l'Église a toujours su, dans le besoin, écarter ou négliger les vieilles formules qui étaient devenues par trop compromettantes, et on ne lui demandait pas autre chose que d'examiner s'il ne se trouverait pas un certain nombre de telles formules dans son répertoire actuel. 

L'auteur croyait encore pouvoir maintenir la valeur substantielle de l'enseignement chrétien, et il remettait à l'Église elle-même, c'est-à-dire à ses représentants les plus autorisés par leur situation et leurs lumières, le soin d'orienter son enseignement dans le sens que paraissaient exiger les circonstances. 

L'auteur entendait rester le plus près possible du catholicisme traditionnel,afin de n'en sacrifier que ce qui semblait irrémédiablement condamné. 
 

Alfred Loisy
L'Évangile et l'Église
(Prólogo a la quinta edición)
Este libro tuvo una historia singular. Publicado por primera vez en en octubre de 1902 como una defensa del catolicismo contra las teorías y críticas de un sabio protestanteAdolf von Harnack (Dorpat 1851 - Heidelberg 1930), fue el principio de una cadena de condenas que condujeron al final a su autor fuera de la Iglesia católica. Escrito sin ninguna pretensión literaria y sin poder prever la tempestad que levantaría, retirado durante un tiempo de las librerías y prohibida su lectura durante mucho tiempo a los fieles por las autoridades eclesiásticas, tuvo a pesar de todo cuatro ediciones habiéndose agotado también esta última. 
Si la obra sigue siendo solicitada, es que muchos no han dejado de ver en ella un testimonio del movimiento llamado modernista en los principios de su corta historia. El autor no cree tener derecho alguno para suprimir este testimonio, durante tanto tiempo reclamado, pero advierte al lector que, si bien encontrará el documento buscado, su contenido no representa ya el pensamiento actual de quien lo escribió hace ya veintisiete años. 
Existe, es cierto, un catolicismo oficial, intransigente, encerrado en las fórmulas de los últimos concilios i encíclicas papales, encarnado en la curia romana, gran máquina política por la cual el papado administra los negocios de la religión. De este catolicismo el autor no se proponía de ninguna manera establecer su legitimidad. Más bien tenía la intención de señalar sus defectos y sus peligros. 

La doble finalidad que tenía era, por un lado, instruir sin rupturas al clero católico sobre el estado real del problema de los orígenes cristianos, demostrando contra la crítica protestanteEn 1900 se publica Das Wesen des Christentums (La esencia del cristianismo) que este estado no imposibilitaba una apología del catolicismo; que la Iglesia aparecía como un desarrollo necesario y legítimo del Evangelio. 

Sin duda que la exposición crítica derrumbaba las doctrinas absolutas del catolicismo oficial y no pocos teólogos ortodoxos se tomaron la molestia -bastante superflua- de intentar probar que el libro contradecía sus ideas sobre la revelación, la autoridad histórica de los evangelios, la divinidad de Jesucristo, la institución divina de la Iglesia y de los sacramentos 

Si el autor se abstenía entonces de refutar estas enseñanzas es porque él no tenía la intención de combatirlo, sino sólo de sugerir su reforma, que él consideraba indispensable, en el propio interés de la Iglesia católica. 
La realización de esta reforma era obra exclusiva de la Iglesia, y él sólo se esforzaba, con todos los cuidados y precauciones posibles, de hacerle comprender esta necesidad. Esfuerzo absurdo -no había ninguna posibilidad de éxito-, pero moralmente honesto y leal, digan lo que quieran. 
La Iglesia siempre ha sabido, cuando ha sido necesario, retirar u olvidar a su tiempo las fórmulas caducas que se habían ido convirtiendo en demasiado comprometedoras. Ahora no se le pedía otra cosa que examinar si en su repertorio actual no existían un cierto número de fórmulas semejantes. 
El autor creía poder mantener el valor substancial de la enseñanza cristiana y dejaba a la Iglesia, esto es, a sus representantes más autorizados, ya sea por su situación o por sus luces, la responsabilidad de orientar su enseñanza en la dirección que las circunstancias parecían exigir. 
El autor pretendía mantenerse lo más cercano posible al catolicismo tradicional y no sacrificar de él sino aquello que parecía irremediablemente condenado. 
 

Alfred Loisy
L'Évangile et l'Église
(Prólogo a la quinta edición)
 
Prescindamos ahora de esta historia, vivida tantas veces por tantos hombres y mujeres, de la imposibilidad de poder compaginar "honestidad personal" y "catolicismo", y vayamos ya a hacer un "copy" del texto:
 
Reprocher à l'Église catholique tout le développement de sa constitution, c'est donc lui reprocher d'avoir vécu, ce qui pourtant ne laissait pas d'être indispensable à l'Évangile même.Nulle part, dans son histoire, il n'y a solution decontinuité, création absolue d'un régime nouveau; mais chaque progrès se déduit de ce qui a précédé, de telle sorte que l'on peut remonter du régime actuel de la papauté jusqu'au régime évangélique autour de Jésus, si differentes qu'ils soient l'un de l'autre, sans rencontrer de révolution qui ait changé avec violence le gouvernement de la société chrétienne. 

En même temps, chaque pogrès s'explique par une nécessité de fait qui s'accompagne de nécessités logiques, en sorte que l'historien ne peut pas dire que l'ensemble de ce mouvement soit en dehors de l'Évangile. Le fait est qu'il en procède et qu'il le continue. 

Des objections qui peuvent sembler très graves, au point de vue d'une certaine théologie, n'ont presque pas de signification pour l'historien. 

Il est certain, par exemple, que Jésus n'avait pas réglé d'avance la constitution de l'Église comme celle d'un gouvernement établi sur la terre et destiné à s'y perpétuer pendant une longue série de siècles. Mais il y a quelque chose de bien plus étranger encore à sa pensée et à son enseignement authentique, c'est l'idée d'une société invisible, formée à perpétuité par ceux qui auraient foi dans leur coeur à la bonté de Dieu.  

On a vu que l'Évangile de Jésus avait déjà un rudiment d'organisation sociale, et que le royaume aussi devait avoir forme de société. Jésus annonçait le royaume, et c'est l'Église qui est venue. Elle est venue en élargissant la forme de l'Évangile, qui était impossible à garder telle quelle, dès que le ministère de Jésus eut été clos par la passion. 

Il n'est aucune institution sur la terre ni dans l'histoire des hommes dont on ne puisse contester la légitimité et la valeur, si l'on pose en principe que rien n'a droit d'être que dans son état originel. Ce principe est contraire à la loi de la vie, laquelle est un mouvement et un effort continuel d'adaptation à des conditions perpétuellement variables et nouvelles. Le christianisme n'a pas échappé à cette loi, et il ne faut pas le blâmer de s'y être soumis. Il ne pouvait pas faire autrement. 

La conservation de son état primitif était impossible, et la restauration de cet état l'est également, parce que les conditions dans lesquelles s'est produit l'Évangile ont à jamais disparu. L'histoire montre l'évolution des éléments qui le constituaient. 

Ces éléments ont subi et ne pouvaient manquer de subir beaucoup de transformations; mais ils sont toujours reconnaissables, et il est aisé de voir ce qui représente maintenant, dans l'Église catholique, l'idée du royaume céleste, l'idée du Messie agent du royaume, l'idée de l'apostolat ou de la prédication du royaume, c'est-à-.dire les trois éléments essentiels de l'Évangile vivant, devenus ce qu'ils ont eu besoin d'être pour subsister. 
 

La perspective du royaume s'est élargie et modifiée, celle de son avènement définitf a reculé, mais le but de l'Évangile est resté le but de l'Eglise. 

Alfred Loisy 
L'Évangile et l'Église 
pag 152ss 

Reprochar a la Iglesia católica todo el desarrollo de su constitución es lo mismo que reprocharle el haber vivido, algo que no dejaba de ser indispensable al mismo Evangelio. En ningún momento, en su historia, hay una ruptura en su continuidad, una creación absoluta de un régimen nuevo; sino que cada progreso se deduce de lo que le precede y así podemos ir remontando sin encontrar revolución alguna que haya cambiado con violencia el gobierno de la sociedad cristiana -del régimen actual del papado hasta el régimen evangélico centrado en Jesús-, por muy diferentes que sean el uno del otro. 

Igualmente, cada progreso se explica por una necesidad de hecho que viene acompañada de necesidades lógicas, y así el historiador no puede afirmar que el conjunto de este movimiento esté al margen del Evangelio. Procede de él y lo continua. 

Algunas objeciones que, según el punto de vista de una cierta teología, pueden parecer muy graves, no tienen casi significación alguna para un historiador. 

Es cierto, por ejemplo, que Jesús no había previsto ni reglamentado ninguna constitución de la Iglesia, como si debiera ser un gobierno establecido sobre la tierra y destinado a perpetuarse durante una larga serie de años. Pero hay algo más extraño todavía a su manera de pensar y a su enseñanza: la idea de una sociedad invisible, formada a perpetuidad por aquellos que tendrían fe en su corazón en la bondad de Dios. 

Hemos visto que el Evangelio de Jesús tenía ya un principio rudimentario de organización social y que el reino también debía tener forma de sociedad. Jesús anunciaba el reino y es la Iglesia la que ha venido.. Ha venido ampliando y desarrollando la forma del Evangelio, que no podía ser conservado manteniéndose siempre igual, una vez que el ministerio de Jesús hubiera concluido por la pasión. 
No hay institución alguna sobre al tierra o en la historia humana cuya legitimidad y valor no podamos cuestionar, si partimos del principio que nada tiene derecho a existir si no es en su estado original. Este principio es contrario a la ley de la vida, la cual es un movimiento y un esfuerzo continuo de adaptación a unas condiciones perpetuamente variables y nuevas. El cristianismo no ha escapado a esta ley, y no es necesario criticarlo por haberse sometido a ella. No podía hacer otra cosa. 
Conservar su estado primitivo era imposible y restaurarlo también lo es, ya que las condiciones en las cuales el Evangelio ha surgido han desaparecido ya para siempre. La historia muestra la evolución de los elementos que lo constituían.  

Estos elementos han sufrido -y no podía ser de ninguna otra manera- muchas transformaciones, pero son siempre reconocibles, y no es nada difícil ver qué es lo que representa hoy día, en la Iglesia católica, la idea del reino celestial, la idea del Mesías promotor del reino, la idea del apostolado o de la predicación del reino, los tres elementos esenciales del Evangelio vivo, convertidos hoy día en aquello a lo que se han visto obligados para poder seguir subsistiendo. 

La perspectiva del Reino se ha desarrollado y se ha modificado, la de su venida definitiva ha reculado, pero el fin del Evangelio ha permanecido como el fin de la Iglesia. 
 

Alfred Loisy
L'Évangile et l'Église
pag 152ss
 
Quizás los repetidores de esta frase no se dan cuenta que, cuando la dicen como la dicen (muy alejados de la intención de su autor), están participando del principio de que "rien n'a droit d'être que dans son état originel" y se olvidan -ellos que suelen querer ser tan vivenciales- que la vida es "un effort continuel d'adaptation à des conditions perpétuellement variables et nouvelles". Las condiciones que hicieron posible e inteligible una expresión como Reino de Dios "ont disparu à jamais". Hoy día proclamar el Reino de Dios puede ser -para algunos- defender la reforma laboral de socialistas y convergentes: ¿quién no recuerda el Exultate profético de Miquel Roca en el Parlamento de Madrid: "Alegraos, padres, porque hoy vuestro hijo ha encontrado trabajo!!" Y no me extrañaría nada que algún jesuita del área de marginación viera en esta reforma laboral una auténtica aproximación del Reino de dios que da faena a un marginado y se la quita a un obrero de toda la vida (el cual ya ha ganado bastante en su vida). Y para otros proclamar tozudamente el Reino de Dios sería ponerse en huelga indefinida  en contra de estas leyes de la reforma laboral. 

Acabo ya, viernes 20. Estos días, entre el 12 (fiesta nacional de España; se ve que ahora oficialmente no quieren hablar de la Fiesta de la Hispanidad) y el 18, los repartí entre visitas a Barcelona y tres días por Andorra y el Pirineo de Vallferrera y Cardós..... Creo que estuve en el mismo sitio en donde hace años estuvimos en nuestra excursión con Ignacio Anzizu desde Andorra a la Pica d'Estats: de Comapedrosa al refugio de Vallferrera pasaríamos por el circo y llanos de Baiau. Fue un momento para meditar sobre la fugacidad de la vida: la vida se nos escapa; ya no seríamos capaces de hacer lo que hicimos hace unos años. No sólo la vida y las fuerzas físicas de subir y bajar montañas, sino la fuerza del espíritu para meternos por lugares que no sabíamos demasiado bien a dónde irían a parar.

 
 
 
 
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