Etica Pública y Privada
¿Podemos llevar vidas separadas entre lo privado y lo público? ¿Ha de ser igual la valoración ética de una y otra? ¿Dónde está el fundamento de una y de otra ética? ¿Puedo vivir "al margen" de los asuntos que conciernen al orden público, sólo ocupado de mi familia, amigos y trabajo? ¿Tiene derecho un político a proponer o imponer sus principios éticos, o sea su moral, a todos sus gobernados?
Estas son algunas preguntas que en algún momento u otro nos toparemos en nuestra vida y me parece interesante darnos un momento para reflexionar sobre ellas. Lo que intento es facilitar algunas herramientas para que podamos estar más conscientes de nuestro caminar en la vida, pues al fin y al cabo sólo tenemos una vida y si caminamos como "sombis" por ella no podremos disfrutar de tantas y tan grandes bellezas que ésta nos ofrece. Espero que este tema les sirva a tomar decisiones más encaminadas hacia su felicidad y hacia la justicia que nuestra sociedad necesita.
Tomado del artículo: Victoria Camps, Moral Pública, en Conceptos
Fundamentales
de Etica Teológica, Marciano Vidal (comp), Ed. Trotta. Pp. 623-634
Breves datos históricos
Aristóteles
La ética aristotélica es incomprensible al margen dela política. Su tesis es que todo, en esta vida, tiene un fin; por lo tanto, el del hombre es la felicidad. Pero por encima de la felicidad del individuo está la felicidad del todo, o sea de la Polis (ciudad). Para Aristóteles, la excelencia del ser humano se alcanzaba cuando se desarrollaban aquellas virtudes que contribuían a fortalecer la comunidad política. Para él, era inconcebible una felicidad individual, una vida privada, que no hiciera referencia a la comunidad. Esa vida privada, Aristóteles sólo la entendía en las mujeres, las cuales no tenían acceso a los foros públicos; y por lo tanto, que un hombre renunciara a sus obligaciones comunitarias era para él algo inconcebible, era como si se renunciara al privilegio de ser superiores.
Valoración: Ver al individuo sólo como ciudadano sería un retroceso sobre la conquista moderna de los derechos individuales.
Maquiavelo
Para Maquiavelo la político no tiene nada que ver con los juicios morales. La política tiene sus propios fines y debe perseguirlos a cualquier precio. La causa política por antonomasia es la perpetuación del príncipe, el mantenimiento del poder que está en sus manos. Para lo cual, es preciso un arte que no es precisamente el del tirano, pero tampoco el del hombre bueno, porque la bondad no siempre se compagina bine con los fines políticos. La virtud del político está en la fortaleza que ayuda a sortear la mala fortuna para mantenerse en el poder. En cuanto a las cualidades morales reconocidas - liberalidad, cumplimiento de la palabra dada -, el príncipe debe respetarlas sólo en la medida en que le ayudan a alcanzar sus objetivos políticos. En la concepción de Maquiavelo, ideas como el bien común o la justicia carecen de lugar.
Valoración: Esta visión es antiética; la vida pública parece guiarse sólo por un sólo principio que es "la perpetuación del príncipe". Aquí no parece haber un espacio para la moral
Immanuel Kant
Kant defiende una ética de principios, dónde el criterio ético será la universalidad y la publicidad. Es decir, si lo que yo haga puede ser hecho por todos, entonces es bueno. Pero si aceptamos este principio pocas veces podríamos actuar bien. Por lo tanto, parece que Kant pone el listón de lo ético tan alto, que no le queda otro remedio que mostrarse como un pesimista moral. La convergencia entre moral y política nunca se dará.
Valoración: Esta parece ser un moral tan excelsa como inalcanzable. Kant no desciende a los terrenos concretos. Sus fórmulas siguen siendo válidas, pero el problema moral está más acá de ellas, cuando la aplicación del criterio no nos resuelve automáticamente el conflicto.
Max Weber
Weber presenta una distinción muy importante. Dice él, el político, el hombre de acción, no puede regirse sólo por una ética de principios. Debe, además, atender a las consecuencias de sus acciones y decisiones. Así, es fácil que el político no pueda ser un pacifista a ultranza ni un fiel servidor de los principios de una moral específica; sino que tiene que responder de lo que hace ante los gobernados. Sus principios, que debe tenerlos, tendrán que ser flexibles, no unos principios rígidos e indestructibles sean cuales sean las consecuencias de su aplicación. Esto no quiere decir que el político abandone sus principios sino que cuando se vea obligado a actuar en contra de sus principios sepa retirarse. Así, Weber parece mostrar que a veces la política es incompatible con la ética.
Valoración: Weber ve con excesiva lucidez que el conflicto entre los principios morales y sus consecuencias políticas llega a ser el problema moral básico. De ahí que mantenga una distancia casi insalvable entre la ética y la política, que en su opinión nunca podrá evitar "ensuciarse las manos". Para él la disyuntiva es: abandonar la ética o abandonar la política. Tampoco creo que nos resuelva el problema, aunque es de alabar el reconocimiento que hace de ambas éticas (privada y pública), su necesaria relación y la importancia de ver las consecuencias en la ética pública.
Desarrollo del tema
Nadie convencido de que la ética es algo sensato, es decir, algo de lo que se puede hablar con sentido, nadie que crea en la ética, pues, defenderá la tesis de una doble moral o de la neutralidad ética de la política. El sujeto del comportamiento público o privado es el mismo ser humano. No se justifica desde ningún punto de vista que sus directrices y valores últimos tengan que ser distintos o antitéticos inclusive. La diferencia entre la moral privada o la pública no radica en que los criterios o los valores de la una y la otra sean distintos. Radica , más bien, en que determinados valores se hacen más patentes en las relaciones privadas, en tanto otros son m´s necesarios para la pública convivencia.
Aceptado estas diferencias podemos decir que en el comportamiento privado, valen más los actos en sí mismos, incluso las intenciones; mientras en las decisiones y acciones públicas los actos no son valorables al margen de sus resultados. En ambos casos la meta es una: el respeto a la dignidad de cada individuo. Pero en la vida privada se busca la felicidad de cada uno, y en la vida pública se busca la felicidad de la sociedad, o sea la justicia, la cual sólo se puede llegar a definir por un consenso en qué significa para la mayoría ésto. (El problema está en que muchas veces el concepto de justicia social que poseen los que gobiernan no concuerda con las expectativas de los gobernados, es ahí cuando se producen las inconformidades sociales.)
Pero no podemos relegar la moral pública a los gobernantes, pues nadie puede ser feliz sin considerar a quienes les rodean; por lo tanto mi vida privada afecta directamente de manera positiva o negativa la vida pública de la sociedad donde vivo. Nadie puede acercarse ala felicidad en solitario, eso es un hecho innegable. Analicemos la moral pública del ciudadano y del gobernante:
Ciudadano. La vida familiar impone unas obligaciones si uno quiere conservarla. Tener hijos implica ocuparse de ellos. La convivencia exige una serie de fidelidades, actitudes de entrega y de respeto. Y lo mismo hay que decir de los trabajos profesionales que exigen el cultivo de ciertas cualidades y la sumisión a una disciplina más o menos dura. Si, además, profesamos alguna religión, a éstos deberes se sumarán los compromisos impuestos por tal confesión. Agregado a esto están las obligaciones como ciudadano de una democracia: impuestos, votar, respetar las leyes, criticarlas o desobedecerlas si su consciencia se lo exige. El criterio para todas estas obligaciones es la justicia o el respeto al otro. Las leyes existentes no legitiman, por sí mismas, la obligación de los ciudadanos de acatarlas. No sólo es lícito, sino un deber ético, cuestionar, poner en duda, la justicia del Derecho positivo. Ante la obligación ética, el individuo debe actuar siempre autónomamente, no movido por el miedo o la coacción, sino por voluntad de obedecer o desobedecer las normas establecidas. Es el individuo quien debe decidir si las obligaciones públicas le obligan a él moralmente. Por eso no es contradictorio que la moral pública incluya entre sus actos la objeción de conciencia, la desobediencia civil, la insumisión o la revolución.
Gobernante. Tal parece que la idea de moral pública va más ligada a los deberes y actitudes del hombre público, del político, que a los deberes del ciudadano. Es el político el que actúa y decide en nombre de la colectividad. El más que nadie debe ser sensible, pues, a los valores y principios que han de dirigir la moral pública. Pero tal parece, que en la vida política es realmente difícil el equilibrio entre los intereses privados y los públicos o del bien común. Kant, se inclina por afirmar la necesidad de un orden ideal; Weber cae en el pesimismo afirmando la imposibilidad de equilibrar ambos intereses. Pero el hecho es que si aceptamos una moral pública ésta ha de ser la continua búsqueda del equilibrio entre estas dos realidades. Ahora, otro factor que ha de influir serían los resultados. El fin de todo acto político debe de ir encaminado hacia la implantación de la justicia en la sociedad; aunque nunca con medios que pisen la libertad o ignoren la igualdad de los ciudadanos. Otros fines como el orden, la eficacia, el crecimiento económico, el desarrollo deberían ser siempre subsidiarios de este fin último de la justicia.
Como problema a resolver quedaría: ¿cómo o quiénes definen qué entiende por justicia una sociedad? En este ámbito es que encontramos los distintos sistemas sociales, dónde cada uno intenta defender su percepción de la justicia.