El escritor Julián Pérez (Ayacucho, 1954) acaba de
publicar una atractiva novela: Fuego y Ocaso (1998).
Antes, el mismo autor había dado a conocer dos libros de
cuentos: Transeúntes (1984; seg.ed., 1990) y Tikanka (1989).
En 1995 fue ganador del concurso de narrativa que
auspicia la Asociación Peruana Japonesa, por su libro
Los dominios del fuego. Y guarda inédita, desde hace
tiempo, la novela Turbias bajan las aguas (1989).
La presente obra viene a sumarse a una importante serie
de novelas que hacen de la vida y la historia del país
el eje de la ficción narrativa, desde una perspectiva de
conjunto y en estilo épico. A ella pertenecen La
violencia del tiempo (1991) de Miguel Gutiérrez, El
hombre de la gabardina (1996) de Marcos Yauri Montero, Pálido
pero sereno (1998) de Carlos Eduardo Zavaleta y Rosa
cuchillo (1998) de Oscar Colchado.
Fuego y ocaso ofrece una imagen literaria de la realidad
social del país en los últimos años, donde se reúnen
la fuerza de la historia y la historia de la intimidad.
El protagonista de la novela -maestro y escritor- quiere
presentar un cuadro veraz de los hechos que conmueven a
la sociedad, articulando para ello el relato de los
grandes sucesos con la vida secreta de los sentimientos (el
tormento interior que se apodera de la conciencia de los
hombres en medio de la lucha), conjugando sueños y
derrotas, alegrías y sufrimientos, y alternando el vuelo
épico con la emoción lírica. Por las páginas de la
novela desfilan -a manera de recuerdos y evocaciones-
desde pequeños detalles de la vida cotidiana en la aldea
(el pastoreo, la labor agraria y el arrierraje) hasta la
lucha política y el estallido de la guerra que arrastra
y envuelve a unos y otros en su remolino. A la vez que
valiosos testimonio, es una soberbia construcción
narrativa, donde se confunden las fronteras de la
realidad y la ficción.
La novela destaca por la amplitud de su horizonte. El
autor enfoca el mundo de manera distanciada, a través de
varios ángulos de visión: los reportajes imaginarios
del frustrado periodista, las conversaciones entre éste
y el viejo guardián del establo, la novela misma, a cuyo
proceso de elaboración asistimos, y los comentarios que
hacen sobre ella los propios actores. A diferencia de la
novela tradicional que suele enfocar los hechos desde una
perspectiva omnisciente pero unilineal y en tono dramático,
el autor adopta aqui la forma polifónica y un ingenioso
procedimiento de composición no extento de humor. Cada
sector social y cada personaje aporta un punto de vista.
Además, se entremezclan sueños, pesadillas y espejismo.
La vida está mostrada por todos sus lados, combinando fábula
y verdad, ilusión y realidad. Por su riqueza verbal es
una propuesta sumamente moderna y renovadora. Escrita con
premeditado artificio, sin capítulos ni apartados, el
relato se organiza en varios planos ópticos y en
distintos tiempos. Aparte del valor testimonial, la obra
tiene pues la gran virtud de cautivar y embelesar al
lector. Lo que la aproxima también a la escritura lú-dica
cortazariana, que practican igualmente otros autores jóvenes
en el Perú.
El primer plano de la novela (expuesto por momentos en
presente histórico) lo ocupan las andanzas del reportero
en pos de información, los incidentes que le ocurre en
el trayecto, el encuentro con el guardián del establo,
las conversaciones que sostiene con éste y las
comunicaciones telefónicas con su esposa. El segundo
plano (descrito en pasado) contiene los supuestos
reportajes en los que se refiere la historia de Faustino
Melgar. El tercer plano (que pasa casi inadvertido para
el lector, por la fuerza avasalladora de los dos primeros)
corresponde al presente y tiene que ver con la peripecia
personal del aspirante a escritor.
Este es el plano más inmediato, en tanto que los otros
dos se refieren a períodos anteriores y lugares alejados.
Los tres planos se desarrollan en forma simultánea,
interpene-trándose y confundiéndose en la escritura. Lo
único que los diferencia es la tipografía.
El novelista escamotea la identidad de los personajes. El
más interesante, extraño y enigmático es el viejo
guardián del establo, a quien acude el periodista en
busca de información. El cuenta la historia de Faustino
Melgar. Lo curioso es que el narrador no dice nada sobre
el guardián ni éste tampoco habla sobre sí mismo.
Parece un personaje accidental y secundario. Todo lo que
se nos refiere es que es un hombre «prematuramente
envejecido» (p.32), muy afable y hospitalario. Y que
vive acompañado de un perro llamado Rinti. En el curso
del relato se deslizan detalles sueltos que hacen
sospechar al lector que Medina no es otro que Faustino
Melgar. Hasta el final, el narrador deja sin aclarar el
enigma. El verdadero protagonista de la historia sería
pues el viejo guardián. El es el jefe de la Oficina de
Correos y Telégrafos que abandona el pueblo arrasado de
Pumaranra; el que sufrió el maltrato de los soldados; el
que tuvo dos hijos que se enrolaron en la guerra. La
clave final lo dará el perrito Rinti, fiel acompañante
de Víctor y que a la postre será también uno de los
personajes principales de la novela. «Si él hablara -le
dice Medina al reportero- qué de cosas no le contaría....
El conoce el fragor que reina de en los campos de batalla»
(p.32). Como en la famosa obra de Ciro Alegría, se
cuenta aquí su tierna historia: cómo llegó a la casa
de Faustino, cómo creció al lado de las vacas y cómo
fue uno los actores de la guerra. De donde resulta que
Rinti es cholo, ya envejecidos como su amo.
Faustino Melgar es «el testigo de excepción de la
violencia» (p.38). En su mocedad fue arriero y como tal
«aprendió a conocer y valorar lo que es nuestra patria»
(p. 84). Su vida es intensamente dramática, rica en
sentimientos de matices sicológicos. Una vida que
ilustra los cambios y transformaciones que el crisol de
los combates puede producir en un ser humano. No fue, por
cierto, un santo. De joven tuvo muchas mujeres y trató
con rigor a sus peones. Por eso, cuando se inicia la
guerra, él se sentirá culpable y aguardará con temor
la llegada de los insurrectos al pueblo «En la
desesperación astringente que rasgaba sus entrañas,
recordó a cada una de las mujeres en quienes procreó
muchos hijos del viento... Nos cuenta también que recordó
súbitamente los agravios que inflingió a los peones que
trabajaban sus chacras....» (p.45). Los abusos que ve en
el campo y el hecho de ser él mismo víctima injusta de
maltratos, lo llevarán a tomar conciencia del problemas
y a adherise a la causa de los rebeldes.
El escritor de la novela viene a ser el contrapar de
Faustino. En su juventud había sentido afición por el
periodismo. Quería escribir sobre los acontecimientos
del país. Pero el diario donde trabaja no le publica sus
reportajes. Esto hace que se entregue totalmente a la
docencia, sin que su vocación de escritor amaine. No
obstante las vicisitudes materiales de su hogar, se
dedica a escribir con gran pasión una novela. En cierto
momento, pone en tela de juicio su propia vida e ironiza
sobre sí mismo. La novela viene a ser pues una especie
de confrontación entre lo observado y el observador. O
bien, la novela del escritor que se mira escribir. Las
frecuentes autorreferencias hacen de ella una novela del
narrador y del proceso de la escritura.
Como se puede advertir, Fuego y ocaso es una creación
que asimila todos los avances y experimentos de la
narrativa contemporánea (las técnicas de composición,
el juego del tiempo, los diversos puntos de vista, el
humor, la mezcla de ficción y realidad) para mostrar el
complejo rostro de la sociedad, lo «que nos lleva a
repensar el Perú», como bien opina el poeta Washington
Delgado en la presentación.
|