Hoy he visto a mi hada madrina justo en el momento que ella bajaba de un taxi, la redonda se dirigía a realizar unos trámites en la municipalidad de Lima. Su carro frenó de repente y por poco le choco con el mío. No se percató de mi presencia porque apenas la ví me escondí, como si estuviera besándole apasionadamente a mi timón. Un transeúnte me dijo: ¡buena, tío, el amor aveces nos hace confundir  a los árboles con la amada.

¿Arboles? Me acordé que antes de ver a mi sebosa madrina noté en un árbol de la Plaza Mayor a un picaflor multicolor. Estaba llorando, sin ganas de volar. Juan, el picaflor, miraba hacia la catedral con desesperación y angustia. Seguí su mirada y comprendí la razón de sus suspendidas lágrimas y por qué estaba perdiendo su color. Allá, por el cielo humo de Lima volaban en tiempo de vals dos picaflores cual hijos del arco iris. Se besaban sin importarle el grito de los manifestantes que ya duermen varios días en la Plaza Mayor. Lloré dos lágrimas que logré conservar en mi blanco pañuelo. Las conservo porque quiero mostrárselas a Juan como símbolo de mi solidaridad. ¡En el dolor del engaño, hermanos!


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