3 poemas inéditos
Por: Juan Cristóbal
(historia del perú)
desde el nacimiento mismo de la lluvia y aun antes
desde las viejas heridas atravesadas de los dioses
cuando las blasfemias y los niños
y las mujeres altivas de blancas cabelleras
eran tumbas apagadas en la noche
estrellas petrificadas en los bosques
rostros fantasmales en las alas rencorosas de los
trigos
desde esos mismos minutos imperturbables de la tierra
cuando los días se reventaban como huesos
desmemoriados
en la boca
cuando las palabras de los extranjeros se alzaban en
el cielo
como estatuas cagadas por pájaros misteriosos en el
alba
el corazón es hoy nuevamente ejecutado en las hogueras
del olvido
en las ventanas silenciosas y destrozadas del delirio
mientras el pan y las almendras apolilladas en los
techos
enloquecidos de la ira
velan
con sus ojos triturados
las arañas devastadas en las lenguas putrefactas del
vacío
(uchuraccay)
el infierno no es la muerte
creciendo como una herida entre los muros
el infierno es la espantosa soledad
despedazada de los tiempos
donde unos hombres por culpa de otros
de inconfesables miserias
fueron animales y pasto de pavorosas matanzas
en los secretos desenterrados del día
mientras la lluvia atolondrada del cielo
crecía en el rencor de los musgos
como carne viva de toda sospecha
pues en uchuraccay «donde todos somos culpables»
-según los innumerables y misteriosos testigos-
nadie reclama a los muertos/ a los nuestros
enterrados una mañana como frutas podridas
al pie de la soledad y los ríos
(1987)
el sol en la carne inflamada de los sueños
el aire incapaz de agitar el corazón y envolverlo
en el estremecimiento increíble de los ciegos
nadie siente la soledad de los eucaliptos y llora
o se retuerce entre las habas frescas o malhumoradas
del invierno
ni recoge las estrellas ensangrentadas en las celdas
para hacer de ellas el rostro más puro e inagotable de
los sueños
ya en la inmundicia vasta de los tedios
ora en la serpiente duradera y ensangrentada de los
tiempos
o bien en la flor amarilla y vieja y sin posibilidades
del deseo
porque sólo así podrá ser cómplice enredadera la
presencia
ilusionada del silencio
el fluir jadeante de la piedra en los ojos viscosos de
los niños
consumiendo el cardo y la pulpa amontonada del anhelo
para que nuestra propia piel crezca y se acostumbre
nuevamente
a los olores brutales de los muros y nos recuerde
-cautamente (días más/días menos
en la quebrazón de los fracasos) que los veranos
fueron
eternamente caracoles transparentes en el patio
y a pesar de aquellas sombras amanecidas en las llaves
oxidadas del despojo
el rumor oscuro de la hojas crece invariablemente
entre los molles verdes de las cuevas devorando
primaveras y relámpagos
de girasoles escondidos en el sueño
agitando la oscuridad y el estremecimiento increíble
de los
huesos en el techo
* Juan Cristóbal (Lima, 1941) Ha
publicado numerosos poemarios y merecido diversas distinciones. Próximamente entregará
la versión íntegra de Los rostros ebrios de la noche.