—Después del 2 de octubre en Tlatelolco, ¿El Movimiento Estudiantil ya no recobró la calle?Roberto Escudero Castellanos fue representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH) del Movimiento Estudiantil-Popular de México en 1968. Después de la matanza de Tlatelolco formó con Marcelino Perelló, Federico Emery y Angel Verdugo el núcleo central de dirección del CNH ante el resto de sus compañeros en prisión. Suscribió con Gerardo Estrada, entonces representante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM ante el CNH, el Manifiesto a la Nación 2 de Octubre con el que formalmente se levantó la huelga el 17 de octubre de ese año. Estuvo exiliado en Chile. Después fue director de la revista Punto Crítico (1972-75), director de la revista Territorios de la UAM-Xochimilco (1976-82). Actualmente es profesor de tiempo completo en este plantel y profesor por asignatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
—No, ya no recobró la calle. Para finales de noviembre todavía hicimos un intento de salir de Ciudad Universitaria pero ya estaban ahí pecho en tierra los soldados en el pasto de CU. Entonces a nosotros, a mí al menos, me llegaron muy al fondo de la conciencia las palabras que nos dirigió a un grupo de estudiantes el rector Javier Barros Sierra, quien concretamente dijo: "Amigos, ustedes tienen derecho a jugar con las vidas de ustedes mismos, pero a lo que no tienen derecho es a jugar con las vidas de los demás. El Movimiento llegó a un punto en el que de continuar será nuevamente reprimido. Y si los reprimen, ustedes son conscientes de que puede ser. Pero si reprimen a los demás, a eso si ustedes no tienen derecho". Entonces decidimos democráticamente —porque lo consultamos en las asambleas— levantar la huelga. Se nombró una comisión encabezada por Gerardo Estrada y yo para levantar el Movimiento de una manera digna. Y junto con varios compañeros Gerardo y yo redactamos el Manifiesto a la Nación 2 de Octubre, una caracterización del Estado mexicano, del gobierno, mostrando su índole represiva y cada vez más antipopular, en la que hacíamos ver que a una explosión de entusiasmo democrático y de actualización de los derechos constitucionales en las calles se había respondido con una violencia inusitada propia de regímenes profundamente antidemocráticos. En 1968, sin duda, todos padecimos en México una tiranía atroz.
—Y había que levantar el Movimiento con la dignidad que tuvo siempre.
—Sí, con la dignidad que tuvo siempre. Hasta el final las asambleas dieron su apoyo incondicional al CNH. Y ahí decimos que el Movimiento en esa primera etapa había llegado a su fin y que de lo que viniera después cada uno se hacía responsable. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz nunca ejercitó medidas de carácter político. Respondió siempre con la violencia y pretendió que esa violencia era legal. Nosotros insistimos en el Manifiesto que la razón estaba de nuestro lado, que las leyes estaban de nuestro lado y que el gobierno había destapado fuerzas de las que había que hacerse responsables.
—Además de los Juegos Olímpicos, que el gobierno pretextó para reprimir, el ambiente político en 1968 estaba signado por los presos políticos. Un antecedente inmediato había sido el movimiento ferrocarrilero a finales de los cincuenta. Y la sociedad permanecía totalmente cerrada en los canales de expresión pública. Creo que la revista Política estaba ya condenada a cerrar por su apoyo a los movimientos obreros y campesinos y su confrontación con el Presidente. ¿Precisamente en ese año había un clima muy represivo?
—Sí. El clima era muy represivo. El movimiento inmediatamente anterior, el de los médicos, fue totalmente justificado. Pedían, porque no tenían derecho a nada, que no se les pagara con becas y se les diera un sueldo honorable, ya que el que obtenían era raquítico. Y efectivamente, a finales de la década de los cincuenta —1958-59— se generó el movimiento de ferrocarrileros. Poco después los movimientos de telegrafistas, electricistas, petroleros, etcétera. Todos fuimos testigos de las palizas que les daban a los obreros que mostraban signos vitalísimos de insurgencia. Me parece que el 68 mostró el principio del agotamiento de un sistema opresivo, autoritario —como bien tú lo señalas— de falta de libertades y de abuso ilegítimo del poder por parte del gobierno. Esto es muy importante señalarlo porque digamos que la legalidad —y lo podemos decir a ciencia cierta 30 años después— estaba de parte nuestra. El gobierno con estos actos represivos, abusivos, cobardes, desproporcionados, se había colocado en la ilegalidad. Entonces tú no te explicas sino en ese sentido el enorme apoyo popular que tuvimos, las muestras de simpatía que despertamos desde la marcha que encabezó el rector Javier Barros Sierra el 31 de agosto. Yo recuerdo que cuando pasamos por el Multifamiliar Miguel Alemán, la gente salió a las ventanas y como estaba lloviznando nos proveyó de periódicos para que nos protegiéramos del agua. Los periódicos poco nos sirvieron, pero nos dimos cuenta de que esa simpatía incipiente era formidable. Y desde luego que el Movimiento fue estudiantil pero también fue popular. Es una necedad pensar que no lo fue, por que si no, ¿de dónde salía la gente que nos apoyaba y que engrosaba las marchas a las que todo mundo fue?
— Silvia González Marín nos decía que en la Manifestación del Silencio del 13 de septiembre, como no se oían voces, como nadie gritaba, entonces la gente se dedicaba a observar y que no solamente aplaudía al paso de la marcha, sino que se iba incorporando; y así, en medio de un silencio impresionante llegaron al Zócalo medio millón de personas que en mucho eran de un gran apoyo popular, que tú dices, tuvo el Movimiento Estudiantil.
—Sí. Esa marcha fue conmovedora.
Fue tal como tú la relatas. El silencio no podía ser más
elocuente. Hubo gente que conmovida lloró. Yo no asistí.
Ese día nació mi hijo y entonces no fui. Pero de vuelta a
Ciudad Universitaria, los compañeros del Consejo Nacional de Huelga
(CNH), entre ellos Roberta Avendaño La Tita, comentaron que
la gente se mostró conmovida ante nuestra disciplina. Previamente
hubo discusiones. Algunos dijimos que no nos íbamos a poder callar,
que iba a haber gente que se iba a indisciplinar. Pero los que argumentaron
a favor señalaron que sería una puesta a prueba de la disciplina
de los contingentes politécnicos, universitarios, normalistas, de
Chapingo, y realmente tuvieron razón: el silencio pesó mucho.
El silencio es, como decía André
Breton, condena, es ambiguo, puede condenar pero también puede mostrar,
como tú dices, una organización, una disciplina y la posibilidad
de tomar el poder.
—Silvia y Breton tienen absolutamente la razón. Ahora, esta posibilidad de tomar el poder realmente de manera inmediata no estaba contemplada. Lo que estaba contemplado era el inicio de transformaciones profundas en el país. Una puesta en escena colectiva de lo que podía ser en el futuro la democracia en México. Aunque —hay que decirlo, no debemos avergonzarnos de eso— los que pertenecíamos y militábamos en organizaciones de izquierda Marxista-leninistas sí teníamos esa toma del poder en perspectiva. Pero esa toma del poder —ahora me doy cuenta y varios compañeros también — era muy doctrinaria, muy ideológica en el sentido de que no se advertían por ningún lado condiciones revolucionarias.
—Yo me refiero a un cambio de correlación de fuerzas. Ahí tenía el Movimiento la hegemonía de esa correlación que era favorable por el respaldo popular y había una posibilidad si no de tomar el poder por lo menos de cambiarlo, de sacar adelante los derechos civiles y políticos que el Movimiento se estaba proponiendo. Incluso me contaba Federico Emery que había habido una discusión de incorporar nuevas cosas al pliego petitorio correspondientes a los sectores obreros y campesinos y que el Movimiento se quedó en Movimiento Estudiantil, que no se aceptó incrementar estas demandas porque tenía un carácter estudiantil.
—No estoy totalmente de acuerdo con esta aseveración por lo siguiente: si tú revisas las demandas del pliego petitorio ninguno de los objetivos era intramuros. Y no quisimos incluir demandas de otros sectores porque tenía una gran coherencia: desde la libertad de los presos políticos, hasta el deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios públicos, pasando por la destitución de los jefes policiacos, la indemnización a los familiares de los compañeros muertos, a los heridos, la derogación de los artículos 145 y 145 bis, instrumentos directos de la represión. La coherencia era en el sentido de, como dice Carlos Monsiváis, las ganas de no dejarnos. Y esto le daba un carácter profundamente democrático al Movimiento y una coherencia interna que tal vez no se notó bien. Yo me acuerdo que, al menos en Filosofía, los que plantearon —aunque después fueron también otros estudiantes— incluir demandas campesinas muy justas de ciertos sectores de Morelos fueron Elena Garro, la primera esposa de Octavio Paz, y Helenita Paz, su hija. Entonces les explicamos esto, y ellas, aunque eran muy simpáticas, muy agradables, se pusieron furiosas y le dijeron priísta a todo mundo, pero siguieron yendo. O sea, la composición del Movimiento sin duda era estudiantil, pero los objetivos eran, en el sentido en el que tú lo dices, libertario, siempre y cuando libertario no se confunda con la acepción anarquista. Enrique Krauze lo toma en el sentido en que tú lo tomas. Fue profundamente libertario. Nuestro tema, acuérdate, era el de las libertades democráticas.
—Sí, libertad presos políticos.
—El círculo rojo y negro encerraba una ele (L) y una de (D), que eran "Libertades Democráticas". Y los contingentes que participaban casi de una manera intuitiva sabían que los estudiantes estábamos encabezando una rebelión. Una rebelión, sí. Estábamos alzados, se puede decir cínicamente. La gente percibió que lo que queríamos era acabar con ese monólogo gubernamental y con ese autoritarismo y con ese populismo que tenía asfixiado al país; no solamente a los sectores a los que les tocaba directamente la represión, sino a las personas que se daban cuenta que la libertad de expresión era nula. Y en este sentido la revista Política cumplió un papel escencialísimo y me parece que por eso metieron a la cárcel a Manuel Marcué. Acuérdate de las dos portadas de Política contra Díaz Ordaz, terribles, pero absolutamente legales: una que decía "No será Presidente" y otra con una cita de Wall Street que vinculaba a Díaz Ordaz con los intereses económicos y eclesiásticos más conservadores. (CP)