Gerardo Estrada Rodríguez
—¿Cómo llegaste al Movimiento Estudiantil-Popular de 1968?Gerardo Estrada Rodríguez es licenciado en sociología, con título obtenido en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en 1969, diplomado equivalente a maestría en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París en 1976 y candidato a doctor por este mismo plantel en 1982. Fue director de Radio Educación (1977), agregado cultural de México en Chicago (1981), director de la Casa de México en París (1983-87), director del Instituto Mexicano de la Radio (1988-91) y director del Programa Cultural de las Fronteras del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (1991-92). Actualmente es director general del Instituto Nacional de Bellas Artes y profesor de la FCPS y de introducción a la sociología del arte en Casa Lamm. Ha colaborado en periódicos y revistas y es autor de varias publicaciones entre otras Los movimientos estudiantiles en la UNAM (Deslinde, 51, UNAM) y Las elecciones de julio de 1988 (Ciencia Política, democracia y desarrollo, UNAM, 1989).
—En esos años yo estaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) de la UNAM. Siempre había simpatizado con los grupos de izquierda de la facultad, que tenían una característica muy especial. Y era que vivíamos con partidos políticos en lugar de planillas en las sociedades de alumnos. Había el Partido Estudiantil Socialista (PES), el Partido Revolucionario Estudiantil (PRE), que obviamente obedecía al centro, y luego el Partido Auténtico Universitario (PAU), que era conservador. Como simpatizante de esos grupos estuve en la manifestación del 26 de julio que tradicionalmente se efectuaba con motivo del aniversario de la Revolución Cubana. Y estando ahí, de repente llegó un grupo y nos dijo que estaban golpeando a los estudiantes del Politécnico que protestaban por la represión de los granaderos a los estudiantes de la Vocacional 3 ocurrida el 23 de julio en la Ciudadela. Iba caminando con mi novia, Susana Hernández Michel, y Guillermo Boels, que en ese tiempo era cantautor, y al llegar al Zócalo sobre la calle de Madero nos encontramos una pila de zapatos que los muchachos habían extraviado en la persecución. Esto me impresionó mucho. Sentí rabia. Y la impotencia fue tal que tomé un ladrillo y se lo aventé a un camión de granaderos que iba pasando. Afortunadamente tengo mala puntería, y no le di. Si no hubiera sido por Guillermo, un granadero me hubiera dado un golpe por detrás. Corrimos. Y a partir de ahí, me quedé en el Movimiento. Participé en todo, contra la intervención del Ejército en la toma del Poli, de la Universidad, etcétera. Me salvé de todo por azar. Muchos no estuvimos en la cárcel por lo mismo. Aparte de que, como yo no era militante del Partido Comunista Mexicano (PCM), no estaba inscrito en ninguna lista. La primera reacción de la policía fue detener a los miembros del PCM. Fui representante de mi grupo en la escuela y participaba en todas las discusiones. Después detuvieron al líder de la facultad, Romeo Medrano, en Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre. Entonces yo asumí la representación de la FCPS, junto con José González Sierra, Margarita Susan y Mario Solórzano, ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Estuve el 2 de octubre en Tlatelolco. Y Roberto Escudero, representante de la Facultad de Filosofía y Letras ante el CNH, y yo, firmamos el manifiesto con el que se levantó la huelga.
—¿Qué utopías cruzaban al Movimiento Estudiantil?
—Había una ideología libertaria. Creo que fue un movimiento cultural y social, más que político. Y eso es algo que cuesta trabajo entender. En Francia ha quedado claro. Pero aquí en México, por los intereses conservadores e intereses ligados al gobierno, insisten en verlo como un movimiento ideológico. Creo que la participación del PCM —que sería el grupo más estructurado en ese momento— dentro del Movimiento fue mínima. En realidad, creo que el Movimiento fue espontáneo en muchos sentidos. Había muchas cosas que inquietaban a los hombres de aquél entonces: la amenaza del desempleo, la pérdida del estatus profesional, la inseguridad económica, el autoritarismo del sistema político. Estábamos muy permeados de esas revoluciones personales que cada uno vivía. Creo que fuimos la primera generación en que nuestras compañeras tomaron la píldora anticonceptiva y fue la revolución sexual por excelencia: la revolución femenina. Teníamos la idea de la imaginación al poder, venida de Francia, pero muy cierta. Estábamos impregnados de las ideas de Herbert Marcuse, frente al capitalismo como al socialismo. Y todo ese clima de libertad que vivíamos, desde el nivel personal hasta el nivel político-social, fue muy importante. A mí me conmovió mucho la manifestación del ingeniero Javier Barros Sierra. Primero, que el propio rector de la UNAM la encabezara. Es decir, las autoridades se unían a los estudiantes. Y eso fue un cambio contra un régimen burocrático regimentado. El bazucazo del Ejército contra el portón de la Escuela Nacional Preparatoria 2 en San Ildefonso, el 30 de julio, fue una acción innecesaria. Estuve afuera del plantel y mis compañeros adentro. Vi la puerta y, sí, fue un bazucazo. Algo curioso fue que los compañeros de la FCPS —que nos sentíamos revolucionarios, los que cambiábamos al mundo—, estábamos codo con codo con la gente para nosotros más conservadora como los de Odontología, los de Medicina y los de Comercio. Y creo que esa parte para mí es decisiva. Había mucha inquietud. La reivindicación de la juventud fue vital. Vino la música de Los Beatles, y se produjeron experiencias diferentes.
—En el exterior, ¿qué ideologías, qué factores estaban incidiendo? Porque parece ser que era un magma que iba por todo el mundo, por Praga, por París, y llegó a México.
—Creo que la única internacional verdadera que ha vivido el mundo fue el Movimiento Estudiantil de 1968. Por primera vez coincidieron los jóvenes en todas partes con distintos problemas —la Guerra de Vietnam, la Primavera de Praga, la lucha contra el socialismo autoritario— y todas esas cosas creo que tenían un punto en común: la utopía de la libertad y de la imaginación, el "no" al autoritarismo, el sueño de que la vida podría ser distinta. Por un lado, acudiendo a la vieja tradición de izquierda, creo que fue la primer internacionalización de un conflicto civil. Y por otro, recordando a Marshall McLuhan, un año antes había sido la primera transmisión global por televisión. Esto, que parecía muy simple, reflejaba muchas cosas que sentía la gente de entonces. Creo que la fraternidad y la solidaridad por primera vez se dieron a nivel mundial.
—¿Entonces no hubo una conjura internacional, no hubo una línea dictada por Moscú o por cualquier otro centro de poder?
—No. Creo que tan sorprendido estaba el presidente Gustavo Díaz Ordaz como el PCM porque las fuerzas de izquierda se montaron. Hay algo que el poder nunca ha entendido y es que puede haber explosiones sociales espontáneas. Es decir, la manifestación política espontánea nunca la crea el poder, y éste siempre tiene que recurrir a la paranoia de algún enemigo externo, de alguien ajeno. Y eso no es cierto. Creo que 1968 fue el triunfo de la espontaneidad. (CP)