Entrevista


Mario Nuñez Mariel

Treinta Años de lucha irrenunciable



 
Mario Nuñez Mariel es licenciado en sociología egresado de la UNAM. Fue representante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en el Consejo Nacional de Huelga de mediados de agosto al 14 de diciembre de 1968, día en el que se levanta la huelga estudiantil. Vivió por ese motivo en el exilio de diciembre de 1968 a finales de 1973 en Francia, Italia, Dinamarca, Suecia, Suiza, España, Rumania, Inglaterra y Estados Unidos. Milita Europa y Estados Unidos en los movimientos consejistas obreros ligados a la tradición antileninista y crítica de la Unión soviética. A su regreso a México se incorpora en el movimiento obrero y participa en las huelgas de la General Electric y Spicer, y en el movimiento electricista de la Tendencia Democrática de Rafael Galván. Posteriormente colabora con el gobierno sandinista durante un corto período para después incorporarse al servicio exterior mexicano fungiendo como consejero político en las embajadas de México en la India y Francia; jefe de cancillería en Checoslovaquia y Uruguay y Cónsul Adscrito en Los Angeles, a lo largo de doce años de servicios. Actualmente es Coordinador de Asesores en la Delegación de Coyoacán del Gobierno del Distrito Federal.

 
—¿Cuáles son las impresiones más significativas que te quedaron del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 y qué significado le atribuyes treinta años después?

—Sin duda con el tiempo se deslavan los recuerdos, los personajes tienden a olvidarse o confundirse y las anécdotas cobran significados distintos. Aunque quedan las huellas imborrables de los momentos luminosos y oscuros de ese movimiento que marcó de modo irreversible nuestra historia en sus dimensiones mundial, nacional y personal. Pero más allá del recuento anecdótico de lo que sucedió en 1968, mismo que hemos hecho en innumerables ocasiones a lo largo de treinta años, cabría concentrarse en algunos de los significados profundos de ese movimiento en relación a la coyuntura por la que atraviesa el país en estos momentos, con vista a la necesidad colectiva de una cierta prospectiva y no tanto del recuerdo un tanto neurótico y obsesivo.

En 1968 dimos la lucha por las libertades democráticas, la libertad de los presos políticos, el fin de la represión autoritaria de un régimen oligárquico, y a favor de la revolución política y social que condujera al advenimiento de una democracia igualitaria y popular. Hoy día, treinta años después, continuamos la mayor parte de quienes participamos en aquel movimiento oscuro y luminoso de estudiantes radicales (con la excepción de seis o siete bultos al modo de la película de Retes), en la lucha a favor del respeto irrestricto de los derechos humanos, de la igualdad entre géneros, de la consolidación de la democracia en México y a favor de la reforma integral del Estado que elimine, de una buena vez y para siempre, todo vestigio del presidencialismo autoritario de los priístas amafiados.

Luchamos ahora, con todo lo que se encuentra a nuestro alcance, a favor de una paz justa y digna en Chiapas y nos reconocemos como aliados naturales del movimiento indígena de los zapatistas chiapanecos, apreciamos el trabajo del EZLN en términos críticos sin dejar de ser solidarios, y sin la menor duda quisiéramos una solución pacífica y negociada en ese estado hermano, junto con el reconocimiento definitivo de los derechos de autonomía de las comunidades indígenas en todo el país.

En igual jerarquía nos preocupa la constitución de un verdadero Estado de derecho, la reconstrucción del poder judicial y de las policías, la lucha contra la corrupción y la impunidad, y con la misma intensidad quisiéramos un verdadero arreglo de cuentas con los atracadores de cuello blanco que se beneficiaron ilegalmente del Fobaproa, y con los asaltantes del erario público, de antes y de ahora, bajo estricto retorno de los bienes y capitales usurpados como precondición de una verdadera estabilidad política, estatal y financiera que sirva como base de un nuevo pacto político y social.

El movimiento de 1968 fue anticapitalista y muchos de sus partícipes se orientaban por el deseo del socialismo como sistema alternativo. Hoy día, después de desaparecida la Unión Soviética y cuando China desarrolla su "socialismo de mercado", la posición de casi todos ha cambiado en relación a la futura sociedad sin por ello abandonar el espíritu crítico frente al capitalismo tardío en su vertiente neoliberal y salvaje.

Torpes seríamos si abandonáramos ahora nuestra reflexión radical frente a la sociedad del capital cuando la crisis económica y financiera mundial ejerce su infinita capacidad destructiva en todos los confines de la Tierra, recobrando en México la forma de pesadilla de la gran mayoría de los mexicanos y en especial de los más jodidos. Sería absurdo dejar de pensar radicalmente cuando en el actual mundo globalizado la fácil movilidad de los calzones del presidente Clinton condiciona la baja en las bolsas de valores de todo el mundo. Pero también cuando el alcoholismo del presidente Yeltsin hizo que la reconversión de Rusia a una economía de mercado se convirtiera en un caos anárquico y mafioso —que también traería consigo la cauda de estremecimientos compulsivos del mercado mundial de la especulación de valores—.

Atrás quedaron las previsiones de Fukuyama de un mundo sin historia, el delirio neoliberal con pretensiones de pensamiento único se desvanece ante una crisis mundial sin precedente en su dimensión planetaria globalizada. Un nuevo ciclo de la lucha de clases internacional se abre y no deberá sorprendernos si todavía tenemos la oportunidad de incidir en el proceso de cambio global y nacional hacia una sociedad más productiva, menos destructiva en términos planetarios, sustentable, distributiva, autogestionaria, con niveles óptimos de socialización, menos corporativa y respetuosa de la dimensión individual sin por ello asumir como fatal el individualismo extremo del pretendido narcisismo postmoderno. Donde la infinita miseria de tantos sea del concernimiento general, donde el gasto social no se sacrifique en aras de la especulación y la acumulación de megamasas de capital financiero inutilizables en términos sociales, donde se asuma que la democracia política es fundamental, pero considerando que es sólo una parte del problema de la liberación social y económica dentro de una perspectiva igualitaria, y por tanto verdaderamente democrática.

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