Miguel Yoldi Marín es egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Cursó un posgrado en administración de empresas en París, así como de alta dirección de empresas en el Instituto para la Administración de Empresas (IPADE). Actualmente es director general de Operaciones Financieras en Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria (ASERCA) de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural (SAGAR). Hasta junio de 1995 fue presidente de la empresa Bombardier Concarril (México), fabricante de transporte colectivo.
—¿Cómo te tomó el 68?
—Primero, con la noticia del enfrentamiento de los estudiantes con la policía y después con la toma de la Escuela Nacional Preparatoria Nº 1 que creo que fue un gran motor de inconformidad y participación en la Universidad y en particular en mi facultad. En la Facultad de Química (FQ) se dio la participación de estudiantes y de padres de estudiantes, cosa que en otras facultades no ocurrió. Y una de las razones fue la pelea que habían dado los padres de algunos compañeros en tiempos de la autonomía universitaria. Sin embargo, el Movimiento nos tomó por sorpresa. E irritados por la violación de la autonomía universitaria poco a poco fuimos descubriendo muchas cosas que en nuestra facultad —a diferencia de otras facultades— no era discusión de todos los días: por ejemplo, hablar acerca de que en México había presos políticos. Fue una sorpresa. Fuimos descubriendo sorpresivamente algunas cosas que sucedían en este país. Así nos tomó el 68.
—¿Los partidos políticos y los grupos de izquierda influían en la definición de la línea política?
—No. La participación de la FQ quizá fue atípica. En lo que acostumbrábamos llamar el aula técnica no había grupos políticos. No había grupos ni de extrema derecha —como en otras facultades— ni grupos politizados de militancia como maoístas, comunistas, trotskistas y otros.
—¿Esto quiere decir que la conjura comunista de dentro y fuera para alentar al Movimiento y desestabilizar al gobierno y al país es una falacia?
—Creo que sí. Pensar que no había políticos que intentaran tener injerencia en un Movimiento como el del 68 sería infantil. Y que la CIA y los grupos de izquierda también, es seguro. Pero había asimismo la participación espontánea que no tenía militancia anterior y que por lo tanto era —entre comillas— más virginal. Los menos marcados por lo bueno y lo malo fueron los que acabaron llevando la mayoría en la toma de las decisiones y la participación. Creo que eso es claro en algunas de las manifestaciones. Pienso que la Manifestación del Silencio no se hubiera podido dar si solamente hubiera sido por consigna o por ideología. El grupo que participó lo hizo de manera espontánea y cada quien por razones diferentes. Lo que sucedió en 1968 fue que los grupos muy marcados ideológicamente se fueron separando. A los que les costaba ponerse de acuerdo era a ellos, no a los que no teníamos una militancia. Y acabamos —algunos— siendo intermediarios de cosas inverosímiles. Veíamos por ejemplo cómo se ponían de acuerdo con otros compañeros y tratamos de decirles que había cosas comunes para todos. Con todo no podemos pensar que el Movimiento Estudiantil de 1968 estuvo marcado por un complot de la izquierda internacional.
—¿Aparte de los puntos esenciales del Movimiento veían intransigencia por parte del sistema, que en este caso sería el Presidente?
—Parte de las cosas que fueron cerrando filas entre los participantes del Movimiento fue la intransigencia. Intransigencia que al final del día encontrábamos reflejada en la figura del señor Presidente (Gustavo Díaz Ordaz). Sentíamos que no estaba dispuesto a ceder y cada vez que había una posibilidad de negociación lo que encontrábamos enfrente era la negativa. La actitud del Poder era en el sentido de que eran capaces pero no estaban dispuestos a conceder. Esa pequeña diferencia de matiz significaba muchas cosas. Y conceder para nosotros, si bien implicaba negociar, también implicaba claudicar. Y el Movimiento no estaba dispuesto a eso. El Movimiento quería que el gobierno cediera por lo menos en puntos esenciales y reconociera que no debería de haber presos políticos, que las cosas se deberían de dialogar públicamente con transparencia. En este sentido lo que encontramos fue la intransigencia, la confusión de la autoridad con la infalibilidad del ejercicio del poder. Resultaba claro en la personalidad del Presidente Gustavo Díaz Ordaz que él era de la corriente de la intransigencia. Eso, sumado a que, efectivamente, había una gran concentración de poder en el Presidente —o al menos se percibía así— con una gran cantidad de control político y de decisión en la figura del Presidente de la República.
—¿Entonces, el Movimiento tiene también proyección hacia a una crítica a un sistema vertical, burocratizado y regimentado?
—Yo creo que nadie en el 68 pensaba que parte de las decisiones importantes podían tomarse en la Secretaría de Gobernación sin que hubiera un acuerdo presidencial. Para nosotros era claro que la pelea había que darla a nivel del titular del Ejecutivo, no de sus secretarios, y creo que efectivamente fue así. Independientemente de que la historia nos vaya demostrando que pudiera ser que una parte de las decisiones las hubiera tomado solamente el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, o el subsecretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quienes hubieran manejado la información para tomar una decisión con la que se sintieron más cómodos que el propio presidente. Pero eso nos lo tendrán que decir los historiadores. (CP)