RAZÓN DE AMOR (1936)

[7]

Antes vivías por el aire, el agua,
ligera, sin dolor, vivir de ala,
de quilla, de canción, gustos sin rastros.
Pero has vivido un día
todo el gran peso de la vida en mí.
Y ahora,
sobre la eternidad blanda del tiempo
- contorno irrevocable, lo que hiciste -
marcada está la seña de tu ser,
cuando encontró su dicha.
Y tu huella te sigue;
es huella de un vivir todo transido
de querer vivir más como fue ella.
No se está quieta, no, no se conforma
con su sino de ser señal de vida
que vivió y ya no vive.
Corre tras ti, anhelosa
de existir otra vez, siente la trágica
fatalidad de ser no más que marca
de un cuerpo que se huyó, busca su cuerpo.
Sabes que ya no eres,
hoy, aquí, en tu presente
sino el recuerdo de tu planta un día
sobre la arena que llamamos tiempo.
Tú misma, que la hiciste,
eres hoy sólo huella de tu huella,
de aquella que marcaste entre mis brazos.
Ya nuestra realidad, los cuerpos estos,
son menos de verdad que lo que hicieron
aquel día, y si viven
sólo es para esperar que les retorne
el don de imprimir marcas sobre el mundo.
Su anhelado futuro
tiene la forma exacta de una huella.

[8]

¡Sensación de retorno!
Pero ¿de dónde, dónde?
Allí estuvimos, sí,
juntos. Para encontrarnos
este día tan claro
las presencias de siempre
no bastaban. Los besos
se quedaban a medio
vivir de sus destinos:
no sabían volar
de su ser en las bocas
hacia su pleno más.
Mi mirada, mirándote,
sentía paraísos
guardados más allá,
virginales jardines
de ti, donde con esta
luz de que disponíamos
no se podía entrar.

Por eso nos marchamos.
Se deshizo el abrazo,
se apartaron los ojos,
dejaron de mirarse
para buscar el mundo
donde nos encontráramos.
Y ha sido allí, sí, allí.
Nos hemos encontrado
allí. ¿Cómo, el encuentro?

¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos
con las manos, buscándonos
a tientas, con los gritos,
clamando, con las bocas
que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia
y materia, combate
de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos
se convirtió en victoria
gozosa de los dos,
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser
enteros?
¿O tan sencillo fue,
tan sin esfuerzo, como
una luz que se encuentra
con otra luz, y queda
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?
Ninguno lo sabemos.
Ni el dónde. Aquí en las manos,
como las cicatrices,
allí, dentro del alma,
como un alma del alma,
pervive el prodigioso
saber que nos hallamos,
y que su dónde está
para siempre cerrado.
Ha sido tan hermoso
que no sufre memoria,
como sufren las fechas
los nombres o las líneas.
Nada en ese milagro
podría ser recuerdo:
porque el recuerdo es
la pena de sí mismo,
el dolor del tamaño,
del tiempo, y todo fue
eternidad: relámpago.
Si quieres recordarlo
no sirve el recordar.
Sólo vale vivir
de cara hacia ese dónde,
queriéndolo, buscándolo.

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