Reviata Morelia

Tercera y cantó . . .

A la memoria del M. I. Señor Canónigo Don José María Villaseñor, fundador de la Escuela Superior de Música Sagrada de Morelia, que tanto lustre dio a esta ciudad y a toda la República Mexicana.
Al salir de la vecindad donde vivía el niño Marcelo, miró a su alrededor y comprobando que nadie lo miraba, al pasar por el pasillo cortó la más hermosa azaleha para llevarle a la Virgen, como era costumbre de su abuela cuando cultivaba sus flores y junto con el niño las llevaba a Catedral a la Virgen de la Soledad. Ahora, su abuela estaba cansada de lavar tantos pisos, y ya no tenían flores sus macetas, por eso Marcelo tomó una flor ajena y salió a toda prisa para dirigirse a catedral, pues ya habían dado la segunda de la Misa de nueve, ya que le hizo la promesa a su abuelita que todos los días de esas vacaciones de verano asistiría para pedir por su salud, para después ir a vender periódico por esas calles morelianas.
Llegó a catedral admirando el templo, llevó hasta el piso del altar de mamá Cholita, como le decía su anciana abuela a la Virgen de la Soledad v en secreto así le habló:
Virgencita, ya ves que estoy solo, mi mamá, que se fue en busca de mi padre a un lugar que le llaman las Californias hace ya mucho tiempo, no viene, ni escribe; mi abuelita se enfermó y yo ya no tengo zapatos, haber cómo le haces para ayudarme -así se dirigió a la imagen con toda la franqueza y frescura propias de su edad y con seguridad de que era escuchado-.
El pequeño contaba con siete años, apenas había aprendido a leer. A1 oír que la Misa comenzaba, se dirigió al altar mayor; ese día le llamó la atención el inicio de la solemne Misa de Coro, ya que nunca había visto una procesión precedida de la Cruz alta y en seguida varios niños como de su edad revestidos con sotanas y cotas que cantaban a la entrada de la Misa acompañados del soberbio órgano mayor, cuyas notas el espíritu elevaba a Dios. Dieron la bendición y salió pensando en la impresión que le causó esa Misa tan solemne; se dirigió a su trabajo, que le proporcionaba escasa comida a su abuela y a él.
Y otro día, antes que llamaran la segunda, llegó a catedral y su sorpresa fue mayor, la Misa no comenzaba todavía y escuchó cantos de plegarias que a su oído llegaban como voces celestiales, buscó de dónde provenían, pues en el altar no vio a nadie, pero a medida que se acercaba al altar de la Milagrosísima imagen del Señor de la Sacristía, vio en una silleria que nunca había visto a varios sacerdotes rezando quienes, alternaban sus oraciones con cantos de los mismos niños que al igual que el día anterior con sus sotanas rojas, sus cotas y con sus cantos hacían lucir la Iglesia más hermosa. Se sentó sobre los escalones que conducen al coro y el chiquillo quedó arrobado contemplando aquel conjunto; cuando terminaron los que estaban rezando, siguió la Santa Misa, al terminar decidió esperar a que los niños salieran, ya sin sus uniformes; por el atrio vio que rodeaban a un anciano moreno y robusto, risueño a más no poder; a todos los niños que se le acercaban les decía palabras amables y les daba el trato de hijos. Marcelo alcanzó a uno que se desprendió del grupo y le preguntó:
-¿Niño, qué es lo quee cantan?.
-El Oficio Divino.
-¿Y porqué?
- Porque somos niños cantores, somoos del Coro de Infantes. - ¿Y eso qué es?
- Nos enseñan a cantar a papáe; Dios. Y ya me voy que mi mamá me espera.
Quedó todavía más confundido cuando el niño aquel se despidió, pero vio que el sacerdote a quien los niños había rodeado en medio de risas y aprecio se disponía a atravesar el atrio, el niño Marcelo se le acercó y sin saludar le dijo:
- Padre me puedes decir qué es el OOficio Divino?
Una sonrisa iluminó el rostro del sacerdote y contestó:
- Cuando tu mamá te pide con palabrras bonitas que le ayudes; ¿verdad que lo haces?
- No tengo ya mamá, se fue a buscarr a mi papá, de quien no me acuerdo, pero cuando mi abuelita me manda a traerle tortillas y me dice con palabras que me gustan, voy con gusto y, pronto.
- Sí niño, el Oficio Divino es una serie de palabras que al mundo dicen las maravillas de Dios y sus santos. Y que todos los sacerdotes estamos obligados a rezar por ti, por tu mamá, abuelita y por todo el pueblo del Señor.
- Pero todos esos niños que se vistten de acólitos y llevan libros y que cantan como si fueran cientos de gorriones y canarios de los que tiene la dueña de la vecindad donde yo vivo, ¿porqué cantan?, me dijo uno que era niño cantor de los infantes. ¿Qué son esos?
- ¡Oh! ¿Te gusta como cantan??
- Sí, porque así deben cantaar en el cielo los ángeles.
- Tenlo por seguro, esos niños van a la escuela como todos a aprender a leer y a escribir, pero ahí en esa escuela que se le da el nombre de Colegio de Infantes, de una manera especial les enseñan a cantar, para que junto con sus oraciones y las nuestras tratar de agradar a nuestro Señor Dios. Y tienen también que asistir y cantar todos los días durante la Santa Misa que es lo más grande de nosotros los católicos y que nos hace recordar cómo el Hijo de Dios Cristo Jesús se quedó con nosotros en la Hostia Inmaculada después de sufrir para salvamos en la cruz . . .
- Sí, cuando Mamá Virgen Choolita, quien está a la entrada de esta Iglesia se quedó sólita y muy triste.
- Si es la imagen de ella cuando sufri&oaccute;, ahora ya no esta así. En el cielo está gozando de la gloria de Dios y feliz, recuerda que Cristo resucitó glorioso venciendo a la muerte, abriéndonos las puertas de la salvación y la vida eterna. María Santísima, nuestra Madre, ahora pide por nosotros.
-Padrecito, ya me voy. Tengo que trabajar;; pídale a la Virgencita que yo pueda cantarle como esos niños.
- Ven mañana y veremos si puedes caantar, pero antes dime ¿en qué trabajas?
- Vendo "La Voz de Michoacán&qquot;.
- No dejes de venir mañana.
Otro día después de la Misa de coro, en el atrio, el niño Marcelo estaba esperando, salió el padre y corrió el niño a su encuentro.
- ¿Padre me enseñará a cantar como los infantes'?
- ¡Buenos días amiguito! Clarro que sí, cuando entren a clases, por ahora irás a la iglesia de Señor San José. ¿La conoces?
- Sí padre, por ese hermoso barrio vivo.
- Bueno, hoy en la tarde iras a san Jos&eaacute; a buscar al maestro cantor Nacho Magaña y le entregarás esta tarjetita, pero antes que te vaya ven conmigo a la vuelta de catedral.
Salieron del atrio y cuando se encontraban a un costado, el pequeño dijo:
- Padre, estas canteras que forman los murros de nuestro templo grande son muy bonitas y las torres son tan altas que parece que al cielo quieren llegar. ¿Quiénes las hicieron'?
- Almas generosas que tuvieron fe, y que ssu devoción los llevó a manifestar la Gloria de Dios en la tierra construyendo tan hermoso templo. Pero entremos a esa zapatería, tu calzado ya no sirve, traes amarrado un zapato con un cordel y· el otro con un alambre, por lo tanto tienes que ponerte unos zapatos nuevos.
- Padre, yo no traigo dinero, ¡no teengo con qué comprarlos! -Mamá Virgen te los regala, Ella mee pidió lo hiciera en su lugar, así que escoge los que te gusten.
Contento salió Marcelo con sus zapatos nuevos prometiendo ir a buscar al maestro cantor.
Por la tarde, antes de comenzar el rezo del Santo Rosario en San José preguntó por el cantor, le llevaron al coro, le dijeron que el señor de lentes obscuros era el profesor a quien buscaba, se acercó y saludándole entregó la tarjeta que enviaba el padre de catedral; el maestro le dijo:
- Está bien niño, antes que comience el Rosario me harás el favor de tratar de repetir cuando toque el órgano lo mismo que yo cante, primero yo y después tu; escucha la música e iniciamos.
Y comenzó a cantar:
- Oh Virgen santa Madre de Dios -cant&oacuute; el cantor con una voz clara y agradable-.
- Ahora tú trata de hacerlo, vamos..
Se oyó el órgano dar las notas de introducción y el niño dejó escuchar su voz la cual era opacada y desagradable.
-No niño así no, escucha unaa vez más.
Y volvió a cantar el maestro lo mismo.
Ahora nuevamente tu.
Lo hizo otra vez y más mal cantó, el cantor con su voz áspera le dijo: -No niño, nunca podrás cantar si así lo haces.
Ante situación tan lastimosa para el niño que quería cantar, cuando las lágrimas asomaron a sus ojos y se le hizo un nudo en la garganta, bajó corriendo por las escaleras de caracol. E1 cantor apenado le dio alcance y con palabras suaves le dijo:
- Mira niño no es para tanto que tee pongas así. Entre los dos haremos la lucha para que puedas cantar, como tú me has dicho que te gustaría ser niño cantor para vestirte de infante, yo te enseñaré lo que ellos rezan y cantan para que algún día puedas ir con ellos. Ven desde mañana y comenzaremos.
Otro día le comentó al padre lo que había ocurrido la tarde anterior.
- Ve hijo todos los días a que te eenseñe el profesor lo que cantan estos niños y sigue viniendo a la misa que aquí se celebra para que se te acostumbre el oído a la música Sacra, que así se llama la que a Dios se dirige.
Todos los días se le veía a Marcelo viendo a los señores canónigos rezar el Oficio Divino, sentadito sobre las gradas de mármol y estar en la Misa con devoción.
Una mañana al Padre su amigo no vio a Marcelo, pasó un día más y el niño no regresaba, el sacerdote fue a preguntar al maestro cantor de San José por el joven, te dijo que no sabía del él, ya que también tenía dos tardes que no llegaba a sus estudio. Indagaron por ese rumbo si lo conocían, alguien les indicó dónde vivía, se dirigieron al lugar, era una humedad, inundada de malos olores, preguntó el Padre por la habitación del niño,
- Está enfrente de ella Padre. Ah&iiacute; está y está muy enfermo le indicaron-.
-¿Pero qué tiene el ni&ntildde;o?
- Pase
Entraron y ¡oh que cuadro tan triste contemplaron!, la abuela postrada en un catre y el niño sobre un petate; aquel piso de ladrillo que la humedad no dejaba secar, el agua sobre los muros se filtraba a manera de lágrimas que brotaban ante aquella escena.
- De inmediato Nacho, vaya por el doctor FFernando Díaz, él curará a estos enfermos, vaya y no vuelva sin el médico. Y ustedes señoras tomen este dinero y vayan al mercado de San Juan a comprar pollo, verduras y frutas para que coman estos inocentes, porque veo que sólo tienen como alimento atole y pan de sal y está duro. Señora ¿cómo se siente?
- Muy débil, usted debe ser el padrrecito que tanto mienta el niño; tiene dos días ya con fiebres muy fuertes, yo no puedo hacer nada por él, porque también estoy muy enferma; cuando la fiebre le sube; delira y dice que quiere verlo a usted, que quiere cantarle a la Virgencita y que quiere ser cantor. Ya despierta, mire qué amarillo está, tose mucho, háblele para que se alivie.
- Marcelo, hijo ¿cómo est&aaacute;s? Vine a verte y a curarte.
- No Padre, no me curaré, ya que noo podré cantar como los niños cantores.
-Si, mira ya viene el doctor te daráe; medicina.
El docto médico auscultó al niño v con autoridad habló:
- Padre, la humedad lo está matandoo, deben de salir de este cuarto inmediatamente los enfermos, el niño está a punto de sufrir una tremenda pulmonía.
El padre, solicitando ayuda de sus amigos, sacó a los enfermos de aquella insalubre habitación, les atendieron y el niño, a pesar de los graves temores de médico tan prominente, con los cuidados recibidos, recuperó la salud. Ya aliviado empezó a llegar en tiempo de clases a la escuela de Infantes en el sin par ex-Convento de Las Rosas. Como consecuencia de su enfermedad le quedó una afonía al parecer crónica, que preocupaba al padre, a sus maestros y sobre todo al mismo Marcelo, pues toda su alegría y objeto de vivir era querer cantar como los jilgueros. Su protector un día le pidió le acompañara a dar gracias a la Virgen de Guadalupe por haber ya recuperado casi cabalmente su salud.
Y por la Calzada de Guadalupe el niño, y el sacerdote iban, el primero orgulloso de acompañar a quien le hacía el bien y el digno canónigo con su paso lento por su figura pesada de tanta bondad y enternecido de ver en el corazón del niño tanta candidez; llegaron al Santuario contemplando la muchedumbre que acudía a ese bello templo.
- Padre ¡viene mucha gente!- S&iacutte; niño, hoy es el gran día de fiesta en que el pueblo de México celebra con toda solemnidad el santo de nuestra madre Santa María de Guadalupe, que el mismo gran señor Cura Morelos en un documento ordenó que se celebrará con regocijo y religiosidad.
- Qué bonita fiesta, todos vienen rrezando y por la calzada venden cacahuetes, cañas y mandarinas y se ven venir las cantado con devoción. Mire hasta el caballito de Morelos como que quiere bailar con la música y las danzas que alegran este lugar.
- Sí niño, todo es fiesta, mmúsica y color, pero ya es hora de entrar a rezarle a nuestra madrecita de Guadalupe, no olvides pedirle que ruegue a Papá Dios por tus padres, por tu abuelita y por ti.
- Si y le pediré también quee ruegue a Papá Dios por que pueda yo cantar como un pajarito.

Siguieron los días pasando, el niño en el Coro sólo podía rezar, no podía cantar, su voz no le favorecía. Llego la Navidad ante el regocijo y la alegría de todos. La catedral, decorada con los adornos navideños, el órgano a todo fuelle parecía que se venía abajo bombardeando con alegres notas las naves de catedral. Dio comienzo la Misa Conventual de Navidad, llegó la hora del Ofertorio y antes que el imponente instrumento tocara, una deliciosa voz se le adelantó, que a sacerdotes y fieles al instante embelesó.
- ¿Qué ruiseñor es ell que canta así, quién es el que con el Ave María que canta nuestro corazón hace vibrar?
Era el niño Marcelo que se le despejó su pecho al ver entrar por la nave principal a su abuelita acompañada de una señora y un caballero, la abuela venía tomada de sus manos por sus acompañantes y venía llorando, al instante cl niño comprendió que eran sus padres y por eso cantó de alegría ante el asombro de todos. Cuando la abuelita llegó al pie del altar, el niño al terminar su canto bajó, algo le dijo a su oído la anciana y en seguida estrechó y besó a su madre quien lloraba de emoción; y el santo sacerdote que presidía la Misa, se quitó sus lentes después de escuchar aquel sin par canto y de presenciar aquel encuentro, su protector secando sus morenas mejillas de la redentora humedad de enternecedoras y furtivas lágrimas, guardó su blanquísimos pañuelo y prosiguió la celebración, la que el Ilustre Señor Canónigo Don José María Villaseñor aplicó por su protegido, dando gracias a Dios así, porque el niño Cantó.

Miguel Bedolla Herrera

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