Manuel Vicent
Tenía todos los números para haberse convertido en un cabrón burgués y arrogante y quizá lo sea, aunque su columna de palabras, esa que lees cada domingo en la página final (esa que primero miras) de El País, te haga pensar que quizá es un buen tipo.
Nació en Villavieja, ( Castellón, Mediterráneo) , en 1936, niño rico de papá que se viene a la capital a estudiar y vivir pero se hace un poco rojo y bastante anarquista ( ha estado un par de veces en un tris de ser excomulgado).
Un par de premios literarios ( Alfaguara, 1966 con Pascua y naranjas y Nadal, 1986 con Balada de Caín ) adornan su currículum.
Posee, junto a su mujer, una galería de arte en la calle Claudio Coello.
Sus novelas y relatos suelen ambientarse en ( y contar historias de ) dos mundos aparentemente opuestos: la costa mediterránea y sus recuerdos de juventud y la vida ( una vida medio oculta, entrevista ) del Madrid de hoy y de un cercano ayer.
"No pongas tus sucias manos sobre Mozart" y "Crónicas urbanas" un par de libros fáciles de encontrar y comprar ( menos de mil pelas cada uno ) pueden hacerte sonreír y cavilar sobre tiempos y lugares muy cercanos
La tripa del televisor sacaba yates, motocicletas náuticas, refrescos sorbidos al borde de la piscina por rubias empapadas, tapangos del Caribe en un crepúsculo de playa con palmeras y parejas de enamorados a contraluz que chupaban a medias un coco tropical, amas de casa con delantal y bigote ponderando un detergente a la prima Eustaquia y dulces esposas de tecnócrata junto a l fregadero usando esa crema que deja las manos suaves para la caricia nocturna. Entre el cadáver y el aparato se había establecido una corriente alterna. Los dos parecían excitarse mutuamente. Desde el sillón, la mirada fija de este ser inerme recibía imágenes con mensajes subliminales, que penetraban en su cerebro paralizado y allí dentro trataban de mover el último resorte de antiguo consumidor
Esta es la historia real de un terrorista sin facultades.
Tenía la orden de poner la bomba en el Valle de los Caídos y el terrorista estaba tomando un plato combinado en una cafetería de la Gran Vía .
este muchacho transparente, de mirada redonda como de oliva húmeda, cuando iba a depositar, como obsequio, la caja de puros, cebada con dinamita, bajo la guirnalda de mirto, antes de que le diera media vuelta a la llave para marcar el plazo al reloj, se sintió inundado de pronto por el acorde de Juan Sebastián Bach. Algo se estremeció dentro de sus costillas Un arpegio de ángeles le caía en cascada sobre su cogote. No había nada que hacer. Al terrorista le gustaba demasiado Bach. Era la cuarta vez que le pasaba lo mismo. En su primera salida de terrorista tenía que colocar una bomba en la central de un banco, pero en un salón de ese banco había una exposición de Solana. El joven amaba mucho a Solana y tuvo que desistir. Después se le encargó que dejara un paquete de plástico en la entrada de la Caja de Ahorros y dio la casualidad de que la portada del edificio era de Churriguera. Tampoco lo pudo soportar. Finalmente viajó a Valencia para atentar contra el transbordador Ibiza, pero en el malecón del puerto había jóvenes con guitarras tocando cosas de lo Beatles, esperando embarcar
Esta es la historia real de un terrorista sin facultades.