La esquiva felicidad - marcos aguinis

Una perpetua búsqueda

MARCOS AGUINIS

- DENVER, Colorado

HE LEIDO en la prestigiosa revista American Psychologist un artículo de Mihaly Csikszentmihalyi titulado "Si somos tan ricos, ¿por qué no somos felices?". Sus reflexiones y el interesante aporte final me parecieron oportunos para comentar. Desde siempre el hombre busca ese maravilloso estado que se llama felicidad. Y también desde siempre la felicidad escamotea sus secretos. Aunque a menudo arde en el centro de las ambiciones humanas, no devela su estructura de una forma que permita atraparla y reproducirla según nuestra voluntad. Tampoco se la ha estudiado en forma sistemática, como si su esencia fuera un tema frívolo. En realidad, creo que no se sabe por dónde abordarlo y de qué manera penetrar en sus honduras.

Aristóteles reconoció que se tiene en alta estima la salud, la fama y las posesiones porque sustentan la felicidad; pero a menudo ninguna de estas condiciones, ni todas juntas, alcanzan para garantizarla. Pensadores como Gianbattista Vico, David Hume y Montesqúieu afirmaron que depende de una alianza entre la motivación individual y el bienestar social (es obvio que no es fácílser feliz en medio del dolor y la miseria). John Locke fue más allá y expresó su conocida advertencia sobre la confusión entre felicidad imaginaria y felicidad reaL Los filósofos utílitaristas que lo siguieron, entre ellos Jeremy Bentham, insistieron en que una sociedad sólo es feliz cuando ese estado alcanza al mayor número de miembros.

De ahí en adelante creció la certeza de que la abundancia de bienes proveería la suprema y tan esquiva bendición.

Riqueza versus dicha

La -relación entre opulencia material y bienestar subjetivo, sin embargo, muestra que otras cosas no son tan simples. Basta viajar un poco para advertir que los ciudadanos de las naciones ricas del globo viven mejor, pero no muestran más alegría que generaciones pasadas, sometidas a la pobreza y el esfuerzo. En muchas de esas sociedades aumenta la insatisfacción permanente, la violencia gratuita, las enfermedades psicosomáticas, las rupturas familiares y la adicción a fármacos que hacen dormir, que despiertan, que adelgazan, que eliminan el aburrimiento o calman la depresión. La curva de soledad y suicidios prosigue su ascenso. Paises como Alemania y Japón, cuyo producto bruto es el doble que el de Irlánda, por ejemplo, reportan un nivel de félicidad más bajo que este último. ¿Cómo se explica?

Un equipo de investigadores pue estudió una serie de personas que ganaron la lotería. Llegaron a la conclusión de que tras el impacto inicial, e incluso las modificaciones impresas en su estilo de vida, en pocos meses retornaron al nivel primitivo de h sufrimiento anímico. En otro trabajo de Milialy Csikszentmibalyi pude corroborar que el mayor monto de felicidad se encuentra entre los niños de estratos socioeconómicos pobres, y el menor, entre los chicos de la alEn ta clase media. Se pregunta el autor si estos últimos son de veras menos dichosos o si las normas de su clase prescriben que deban presentarse así.

No obstante las evidencias, una encuesta realizada por la versidad de Michigan sobre qué brindaría mayor felicidad obtuvo la previsible abrumadora respuesta: "Más dinero".

La frustración al acecho

Las recompensas materiales, especialmente en las regiones con más pobres, tienen una magia arrolladora. Es obvio que el ser humano precisa satisfacer necesidades primarias y otras de mayor sofisticación. Integro la legión de quienes lo reclaman para todos los hombres y mujeres del planeta. Pero la felicidad es otra cosa.

En la Antigüedad surgió la leyenda del rey Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Esa virtud le permitía acceder a una infiníta opulencia, y la opulencia le dejaría apropiarse de la felicidad. Pero esa presunta virtud fue su condena. Seres de nuestro tiempo que emulan a Midas repiten el drama: brincan de entusiasmo al llenarse de oro, pero pronto se habitúan a lo que tienen y desean más. Para colmo, en vez de comparar su flamante situación con la pasada, lo hacen con la de los vecinos a cuyo lado se han puesto y se sienten tristes cuando no logran superarlos. Un vasto patrimonio no significa automática riqueza interna, ni buenas relaciones familiares, ni amistades sólidas, ni sonrisa en el corazón.

Ese callejón sin salida fortifícó la alternativa espiritual. Hasta el mismo Epicuro, injustamente deformado por sus detractores, sostenía en su Carta a Meneceo (Sobre la felicidad) que "es imposible gozar de la existencio sí no se mantiene la sabiduría, la virtud y la justicia. Debes vivir -recomendaba- como un dios entre los hombres".

Alternativa psicológica

Los bienes materiales, por cierto, ayudan a la felicidad. Pero no alcanzan para generarla en forma automática. Su genuino manantial reside en la mente. Y es ésta la que determina su presencia y expansión, cualquiera que sea el clima externo. Basta recordar a los mártires para entender que la dicha aparece en cualquier situación o condición, incluso la más horrible.

El anhelo por conseguir el maravilloso estado condujo a recursos de doble fílo como los psicofármacos, alucinógenos, alcohol y también las arcaicas brujerías. Pero también se han expandido otras técnicas, tanto orientales como occidentales, que proveen cierta paz o armonía. Los tratamientos con base científIca procuran desterrat los conflictos que atizan insatisfacciones y, al mismo tiempo, generar percepcione:í, actitudes y experiencias que nutran el bienestar espiritual.

Mihaly Csikszentmihalyí ha desarrollado la técnica del flow (flujo) o experiencia autotélica. Se refiere'a la capacidad de dislutar intensamente los momentos en que podemos hacer cosas que nos airaen: la creación artística, el ritual religioso, los deportes, el baile, los juegos, el trabajo, la actividad solídaria, etcétera. Por cierto que existen consideraciones extrínsecas e intrínsecas: un músico puede,componer para vender su canción, pero sólo accederá alflow si compone con placer. Lo mismo se aplica a cualquier trabajo. Es necesario aprender a gozar de lo que se hace e incluso de lo que se tiene obligatoriamente que hacer. Cuando uno se sumerge en algo que lo hace vibrar, pierde noción del tiempo y se despega de ansiedades que a menudo carcomen sin sentido; ocurre una liberación espiritual y la energía que se posee en latencia brota a chorros.

Pero e1 flow -también tiene sus dificultades, porque se debe ejercer cierto control sobre lo que se hace y, al mismo tiempo, permitir que las cosas se desarrollen con libertad. Cuanto mayores sean las habilidades aprendidas, más fácil será conseguir el goce. Esto se aplica a cualquier manifestación humana, desde el deporte hasta la mística.

Es claro que esta saludable corriente de bienestar puede confundirse con la huida: hacer cosas para aturdirse (trabajo obsesivo y excluyente, drogas, exigencias estériles, otras adicciones). El flow no es lo mismo. Con la fuga sólo se consigue una tregua o una anestesia. La felicidad, en cambio, requiere que se vigorice la disposición a sentirse contento y libre, casi en éxtasis, con aquello y aquellos que uno ama.

La felicidad no es ni será nunca un estado permanente, porque entonces equivaldría a una satisfacción eterna. Se parece a una onda que sube y baja. Sigue las vicisitudes del deseo, que motoriza la existencia. No es definitiva su cumbre, pero sus valles estimulan la repetición del ascenso. Quienes más tiempo transitan por las alturas logran llevar una sonrisa en el corazón.

0 LA NACION La última novela de Marcos Aguinis es La matriz del infierno.
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