No era la más grande de las múltiples manifestaciones que habían transcurido esos últimos meses. Los 10,000 estudiantes, amas de casa, ferrocarrileros, madres, niños, clamaban contra los usurpadores de la revolución de Zapata y Villa en el mismo lugar donde un lugarteniente de Zapata le enseño a Villa a leer mientras compartían la misma celda (1912); en el mismo lugar donde Cuauhtémoc fue derrotado por Cortés (1521); en el mismo lugar donde los hijos del valle de México mantuvieron su mercado durante siglos antes y después del arribo de los europeos. Los estudiantes pedían libertad para los presos políticos, un alto a la ocupación militar de sus universidades y amenazaban con avergonzar al gobierno durante los juegos olímpicos que solo faltaban diez días para empezar.
A las cinco y media de la tarde la muchedumbre ya se había reunido en la plaza de las Tres Culturas, y los francotiradores gubernamentales ya se habían colocado en el edificio residencial que queda al lado de la plaza. Desde un helicóptero las luces de bengala dieron la seña y comenzó ``el fuego intenso [que] duro 29 minutos.'' Venía de los miles de soldados que habían cercado a los manifestantes. Venía de los francotiradores. Venía de los helicópteros. Se ``podría reconocer al hombre que iba disparando desde el helicóptero de lo cerca que pasó''. Mientras tanto la policía, vestida de civil, cazaba a la gente. Tenían como contraseña un pañuelo blanco en la mano derecha. ``El fuego sobre el [edificio] alcanzó tan gran magnitud que, cerca de las 19 horas comenzó a incendiarse gran parte del edificio.'' ``Se inicia una descarga más intensa que cualesquiera de las otras, que se prolonga más, más y más. Sesenta y dos minutos de fuego nutrido hasta que los soldados no soportan el calor de los aceros enrojecidos.'' Mientras los cadáveres se amontonaban en la plaza, las puertas del convento continuaban cerradas para los que desesperadamente intentaban entrar.
``A las cero horas dejaron de escucharse disparos en el área de Tlatelolco.'' Durante la noche soldados y policias buscaban y cazaban a los que se escodían en los edificios y departamentos. Familias enteras fueron obligadas a abandonar sus viviendas después de un riguroso exámen y registro. Murieron más de 300 personas. Miles y miles más yacían heridos. A los sobrevivientes los ``golpean como si estuvieran quebrando piñata''. ``A un muchacho lo hincaron y le trozaron mechones con la bayoneta.''
El encabezado del Excélsior del jueves 3 de octubre 1968 lee: ``Recio Combate al Dispersar el Ejército un mítin de Huelguistas. 20 Muertos, 75 Heridos, 400 Presos''. El dirigente de la operación, general Jose Hernández Toledo, quien recibio un balazo en el tórax fue presentado como prueba de la agresión estudiantil. ``Creo que si se quería derramamiento de sangre ya es más que suficiente con la que yo ya he derramado'' declara el señor general.
Oscar Hernández
Todas las citaciones fueron tomadas de testimonios colectados en el libro ``La noche de Tlatelolco'' por Elena Poniatowska.
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