UN PRECURSOR DE LOS DERECHOS HUMANOS
Lima se aprestaba lánguidamente a gozar del derroche y las fastuosidades del oncenio de Leguía y la belle époque. Desde Arequipa, un joven de brillante sindéresis jurídica, Rogelio Valdivia Chipoco, causaba admiración con unas tesis inusitadas: La Igualdad de Derechos del Varón y la Mujer; y sobre La Influencia Jurídica de la Familia, trabajos con los que optó, en forma brillante, el grado de Doctor en Jurisprudencia, que le fue conferido por la UNSA el 10 de febrero de 1919. Estas tesis, aún en el s. XXI, siguen sobresaltando a quienes se niegan a aceptar que los intereses y la dignidad del ser humano no deben estar sometidos jamás a los parámetros de la factibilidad, la utilidad o la productividad.
La comunidad política se tomó 30 años para asimilar las tesis del Dr. Rogelio de Valdivia: En 1948 las acogió la ONU; en 1955 el Perú reconocería la igualdad de derechos políticos a la mujer.
En este ímprobo batallar por el respeto a los Derechos Humanos también se aprecia otro trabajo desarrollado por el Dr. Valdivia en el campo académico -los trabajos relativos a El Origen del Derecho y, en el campo procesal, sobre El Incidente de Recusación.
La historia es más antigua aún. El 15 de setiembre de 1856 se creó la Corte Superior de Justicia de Tacna y Moquegua, por gestión de don Idelfonso de Zavala, Prefecto de Tacna, siendo Presidente de la República el Mariscal Ramón Castilla. La Corte se instaló el 13 de junio del año 1857, designándose como su primer Presidente a Don José Chipoco Rivero y como Vocales a los magistrados Pedro Carbajal, Miguel Tudela y Felipe Osorio. De esa estirpe de don José Chipoco nació la señora Margarita Chipoco quien, al llegar a la juventud, se casó con el sureño don Ambrosio de Valdivia. De esta unión nacieron el doctor Rogelio Valdivia Chipoco, en el año de 1878 en la Provincia Litoral de Moquegua; y sus hermanos Ramón, Francisco, María y Sara.
El Juez don Rogelio Valdivia cursó sus estudios primarios en la Escuela de la Villa de Torata y, luego, fue enviado por sus padres a Arequipa para continuar su educación. Su padre, don Ambrosio, le pidió a su amigo y apoderado don Uladislao Salguero, residente en la Blanca Ciudad, que haga la tutoría del niño Rogelio. Aceptó el encargo don Uladislao y presentó al padre y al hijo ante el eminente y querido maestro de Arequipa, el Padre Lazarista Hipólito Duhamel. De esta forma consiguieron matrícula en el renombrado colegio de San Vicente de Paul que era dirigido por el Padre Duhamel, líder de la educación peruana del s. XIX. El joven Rogelio, desde el primer momento, destacó por la claridad de su juicio y ocupaba siempre el primer lugar entre sus condiscípulos, en las asignaturas de letras como en las de ciencias. También conquistó el afecto y respeto de sus profesores, entre quienes destacaba el Obispo Monseñor Valentín Ampuero, el Obispo de Chachapoyas, Monseñor Emilio Lissón de destacada actuación en la historia nacional y cuyos restos fueron repatriados de España al Perú al iniciarse el s. XXI.
El joven Rogelio terminó sus estudios con los máximos honores en San Vicente de Paul y en 1892 pasó al Colegio de la Independencia Americana. Le cupo la satisfacción de ser alumno del prestigioso Colegio, bajo la dirección del Dr. Belisario Calle y, después, del Dr. Emilio Lizárraga. También en La Independencia culminó sus estudios con las mejores evaluaciones, siendo considerado uno de los alumnos más brillantes.
Llegado el momento de escoger su profesión, optó por seguir los pasos del abuelo y postuló en 1897 a la Facultad de Derecho de la Universidad del Gran Padre San Agustín (UNSA). El concurso de admisión comprendía exámenes escritos y orales ante un Jurado de catedráticos titulares. Obtuvo la nota de 18, standard histórico que mantuvo a través de toda su carrera universitaria. Según reza el diploma que se le otorgó, el 24 de agosto de 1902, optó el título de Abogado luego de las previas orales que rindió ante la Academia Lauretana y el Superior Tribunal de Justicia de Arequipa, bajo la presidencia del Dr. Daniel Rossel y Salas.
Hizo ejercicio liberal de la Abogacía hasta 1907, año en que ingresó a la Magistratura para desempeñarse como Juez y luego como Vocal Superior hasta jubilarse en 1938. En tan extenso lapso, destacó como Juez integérrimo. Es así rechazó todas las ofertas que le fueron hechas por los poderes políticos de la época –Leguía, Sánchez Cerro- para asumir una Vocalía Suprema, por considerarlas incompatibles con la autonomía del Poder Judicial. Así llegó, sin riquezas materiales, a una venerada ancianidad que transcurrió en su casa de la Quinta Romaña, rodeado de su esposa doña Aurora Camassio y sus hijos Zoila, Augusto, Lucila, Lelia (cuñada del gran César “Atahualpa” Rodríguez) y de sus nietos.
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