La humanidad confronta un desafío inédito. Además de sus propios problemas, los ciudadanos del mundo tendrán que enfrentar las sinrazones de la política internacional con que amanece un nuevo milenio; al margen (o en contra) del ukase de los funcionarios de la organización internacional. Hay ya antecedentes de problemas positivamente resueltos de esa forma (El Cairo, 1994); y la necesidad de insistir en las razones por las cuales La Carta de las Naciones Unidas empieza con este vocativo fundamental: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos ha reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre…”
El detonante será otra vez el tratamiento del problema del desarrollo de los pueblos. Ya se sabe que el gran drama del Tercer Mundo no es el exceso de población (Latinoamérica ha descendido su tasa de crecimiento demográfico de 2.6 a 1.8% y apenas aporta un 8% de la población mundial) sino el relativismo ético, las malas políticas, la falta de solidaridad y la corrupción.
Pero la desinformación sobre ése y otros problemas es cada vez mayor… mientras crece la inversión que sustenta la civilización de la muerte que es rica en recursos, en estrategias y poder. Peor aún, en los últimos avatares del siglo XX, la batalla contra la cultura de la vida ha contado con el apoyo del organismo que durante sus primeros 50 años es la esperanza de la hermandad, de la justicia y de la paz entre las naciones; convertido ahora en el primer comprador de condones del mundo.
Las generaciones venideras verán con horror que la ONU encargó el diseño de sus políticas sobre población y desarrollo mundial a tres caracterizados pro aborcionistas. Ellos son: Hafdan Mahler, es Secretario General de IPPF (la próspera y tenebrosa IPPF dedicada a la promoción mundial de la interrupción del embarazo; y organismo padrino de sórdidas ONGs que medran del Perú su probreza). Doña Nafis Sadik antigua funcionaria de la misma IPPF y nombrada directora ejecutiva del Fondo de la ONU para la población y Desarrollo, ¡Nada menos!; y Billie A. Miller, ex presidente regional de la IPPF para el Hemisferio Occidental. ¿Qué podía esperarse de estos tres líderes de la civilización de la muerte? Según sus dictados, desde el primer borrador de la conferencia “Cuestiones de Población” (marzo de 1994), la ONU se proponía “… realizar acciones concertadas a escala nacional e internacional para poner al alcance de todas las mujeres servicios de salud de calidad, incluido el aborto”. Para dorar la píldora, el documento de 113 páginas dedica 07 de ellas al problema del desarrollo.
Uno de los momentos más lamentables de la historia de la ONU, resultó el del mensaje del Secretario General Butros Ghali cuando, en la misma ocasión –echando por tierra 49 años de defensa de los principios fundamentales de la humanidad- sentenció desafiante: “No es posible aceptar que una creencia o concepción filosófica pueda oponerse al progreso de la humanidad”. Nadie ignora qué significa “progreso” para la civilización de la muerte.
Pero la humanidad tiene que rendir nuevo tributo a Juan Pablo II, quien luchando heroicamente con sólo el arma de la verdad salvó a la ONU de adoptar el acuerdo que convertía el crimen del aborto en una “bondadosa” cuestión de desarrollo. Gracias a esos esfuerzos, los pueblos del mundo se percataron de la trampa y quisieron demostrar que la ONU no es un club de embajadores y jefes de Estado, sino que es –tal como reza la Carta de las Naciones Unidas- la misma humanidad resuelta a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en el derecho a la vida, en la dignidad y en el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de varones y mujeres ¡desde el momento de la concepción!
Por eso, la humanidad puede aprestarse a iniciar
el nuevo milenio habiendo reafirmado que lo que haga o deje de hacer, lo
que sea o deje de ser la ONU es tarea y responsabilidad de todos los hombres
de buena voluntad.