De todos los “ismos” ideológicos que compitieron por el favor de los estudiantes de París en los vertiginosos días de mayo - junio de 1998, ninguno fue más difundido que el situacionismo con sus dos nociones mimadas: Dérive y subversión.
La de dérive (vagar) incursiona esencialmente en los predios de la teoría del paisaje urbano. Un artista danés, Asger Jorn, llegó a proponer el rediseño de las ciudades para que ellas gocen de diferentes áreas (que él, las llama: peculiar, feliz, siniestra, trágica, útil, etc.) entre las cuales todos los citadinos pudieran vagar libremente.
Dérive informa el estilo de Panegíricos, la obra autobiográfica de Guy Debord, en cuyo rededor circuló el frágil movimiento situacionista. La obra se remonta a la juventud parisina de Debord, a comienzos de los años 1950, en la compañía de artistas, poetas, rebeldes y el extraño asesino. Nacido en 1931, había heredado una renta de su padre y nunca tuvo un empleo. En sus esquemas, la sola idea de trabajo le era repulsiva. Mayormente vivió a costa de colegas situacionistas tales como Gérad Lebovici, publicista francés que fue misteriosamente asesinado en 1984.
En 1952, Debord provocó un escándalo con su film “Hurlements en faveur de Sade”; pero él era esencialmente un teórico, un prolífico escritor y conferencista. Algunos de sus lemas fueron difundidos después de su suicidio en 1994 por algunos escritores franceses de la extrema derecha y cantantes británicos que fungían de situacionistas.
Pero la hora punta de Debord fue mayo - junio de 1968, en las calles de París cuando, por unos agitados días, su filosofía encajó perfectamente con la situación. Fueron los días en que el maoísmo y el trotskismo eran la moda en el Barrio Latino; el anarquismo hedonista prevalecía en la novísima Universidad de Nanterre en la que Daniel Cohn Bendit y su grupo de enragés arrojaron tomates a prominentes profesores izquierdistas. Aún sin saberlo, aquellos eran “situacionistas”, es decir, intelectuales o artistas comprometidos en la construcción de situaciones.
Aquellos fueron los días en que los estudiantes abrazaban el situacionismo y convertían el boulevard de Saint Michel en un salón de conferencias e invitaron a los trabajadores a la Sorbona para establecer los Consejos de Trabajadores. Las inscripciones en las paredes de la Sorbona no se hicieron esperar y reinaban aquellas que proclamaban “NO al trabajo” o la clásica “Prohibido prohibir”.
Como alguien lo dijo, los situacionistas eran graciosos, provocadores, irreverentes. Ofrecían un refrescante contraste con los izquierdistas, tan pagados de su suerte. El movimiento situacionista emergió a mediados de la década de 1950 para declinar después de 1968. Sus raíces artísticas se hunden en el surrealismo y las filosóficas en el existencialismo; aunque Debord se mofaba de ambas. Tenía poca paciencia con J. P. Sartre y otros intelectuales, “la prole de Mao y Coca Cola”, que adoptaban poses anti-establishment sin dejar de gozar de los gajes de la fortuna y la fama.
El otro imán situacionista para atraer a los jóvenes de
1968, fue la idea de la subversión. Todo podía ser subvertido:
la autoridad y sus representantes en el hogar, la política, los
sindicatos, las doctrinas, y, por supuesto, las formas de conducta y del
arte. Así lo muestra L´Internationale situationiste, el periódico
escrito por Debord entre 1958 y 1969.