Y ellos, ¿también celebran la Navidad?
La Navidad del 2005, la fiesta de los niños, de la Natalidad, del Nacimiento, está signada por la aceptación global de la píldora abortiva llamada Mifeprex o RU 486; pese a que se va haciendo evidente que sus consumidoras se hacen vulnerables a la mortal bacteria Clostridium sordellii; y por la tozudez de quienes defienden, la legalización de la píldora del día siguiente (AOE) y, por consiguiente, del aborto. Aunque los productores ya han admitido que la AOE es abortiva, sus efectos a mediano y largo plazo no han sido aún determinados. La prisa con que ha salido al mercado no tiene otra explicación que el apoyo de sus poderosos padrinos. La historia da vueltas. En la década de 1950, la compañía farmacéutica alemana Chemie Grumenthal desarrolló la Thalidomide en la búsqueda de un método más sencillo de producir antibióticos. Pero la Thalidomide resultó un fracaso pues no elimina bacterias ni cualquier otro micro organismo. En cambio, en un esfuerzo de “marketing,” la compañía presentó su nuevo producto como sedante y como alternativa de los barbitúricos. Alrededor de 1960, la Thalidomide ya estaba en venta en 46 países. Aunque nunca se llegó al delirio de presionar para que los Estados adquieran toneladas del novedoso producto para que ellos hagan la propaganda y lo “obsequien” a los pobres; todo pagado con el dinero de los contribuyentes.
Pero Grumenthal, que era muy “cuidadosa” en cuestiones de “marketing,” no lo era tanto en cuanto a rigor científico. Es así que, por extraña mala suerte, omitió realizar cruciales exámenes y experimentos clínicos en animales o en pequeños grupos de personas antes de lanzar su producto a un mercado que desconocía de estas graves omisiones y que sí actuaba de buena fe.
La crisis sobreviene cuando Grumenthal omite verificar si la Thalidomide afecta a las embarazadas, asumiendo que sus moléculas no podrían traspasar la placenta desde la madre hacia el niño. Es entonces que los funcionarios de la compañía acumulan engaño a su incompetencia. Se resistieron a aceptar una creciente evidencia: la Thalidomide era la causa de una sorpresiva ola mundial de nacimiento de niños monstruos, con un defecto llamado phocomelia, que se manifiesta en que los niños nacen con órganos internos o extremidades gravemente defectuosos. Muchas de las consumidoras no siquiera se habían dado cuenta que estaban embarazadas al momento de tomar este producto. ¡Tal fue la desprevención y la confianza en el producto que la propaganda a su favor había provocado!
El caso de la Thalidomide, es una muestra de los extremos monstruosos a que puede llegar la ambición materialista, el afán de lucro, el sufrimiento innecesariamente producido y la cruel ironía. No obstante, la lucha contra la Thalidomide también tiene su lado de nobleza y coraje: La labor altruista de los científicos alemanes y australianos que llevaron adelante la investigación internacional, --en una era que aún no conocía la comunicación globalizada en tiempo real-- para impedir que la droga siga destruyendo la vida de los niños por nacer.
También es digna de admiración la labor de Frances Kelsey, quien, como funcionaria responsable de la Oficina (Ministerio) de Alimentación y Drogas de los EE. UU, se opuso tenazmente a la autorización de expendio de la Thalidomide en ese país; sin dejarse doblegar por las presiones de los productores o de sus padrinos. La tenacidad, coherencia y transparencia de su veto a la droga impidieron que la crisis se convirtiera en una catástrofe apocalíptica en los EE.UU.
Más remarcable aún es el coraje de los 5 mil niños sobrevivientes, afectados por la Thalidomide, quienes siguen luchando, pese a sus malformaciones pre-natales, tras 50 navidades de indescriptible sufrimiento físico y emocional.
El sarcasmo y el cinismo no tienen límites; pero… las autoridades, productores y propagandistas de estas drogas y políticas contra la vida de los niños por nacer, ¿también celebrarán la Navidad? ¿O, más coherentemente, el Día de los Santos Inocentes arrasados por Herodes?
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