EL SIGNIFICADO DE DEMOCRACIA EN LA CONSTITUCIÓN
Por: Ramiro VALDIVIA CANO.
Profesor de la UCSM (Arequipa) y de
la UNIFÉ (Universidad del Sagrado Corazón, Lima)
El Art. 43° de
la Constitución de 1993 define la
República del Perú como democrática, social, independiente y soberana.
Concordantemente, el inciso 17 del artículo 2°, y los artículos 31° y el 35° de
esa Carta reconocen que toda persona tiene derecho de ser elegida y de elegir a
sus representantes y a participar en la vida política del país en forma
individual o a través de organizaciones políticas. Idealmente, democracia,
implica participación individual en la toma de decisiones que afectan la vida
de todos. John Dewey, --el educador que transformó la visión negativa del
liberalismo en una visión positiva del Estado, como impulsor de la
libertad-- concibe la democracia como
una forma de vida y escribió que la piedra de toque de la democracia es la
necesidad de la participación de todos en la formación de los valores que
regulan la vida en comunidad. (DEWEY,
John. “Democracy and Educational Administration," en la revista School and Society, Abril,, 3 de 1937)
En la teoría clásica de
la democracia, la participación popular es percibida como una oportunidad para
el desarrollo individual: la responsabilidad del gobierno de la propia conducta
desarrolla la personalidad, la autoestima, la inteligencia, el criterio moral
–en una palabra, la propia dignidad. Aún en el caso que un déspota benévolo
pudiese gobernar en función del interés público, ese gobernante es rechazado por
el demócrata clásico, por que el despotismo rechaza la participación ciudadana.
Y no es superfluo preguntarse con John S. Mill sobre las repercusiones que
puede tener la participación en psicología y en las facultades y conducta del
ciudadano.
El argumento a favor de
la participación ciudadana en los asuntos públicos no se basa en los resultados
que alcance esa participación en democracia sino en un hecho trascendental: el
involucrarse es esencial para el desarrollo integral de las capacidades
humanas. Mill sostiene que el individuo puede conocer la verdad solamente
descubriéndola por sí mismo.
Desde el punto de vista
procesal, la participación popular es lograda a través del gobierno de la
mayoría y el respeto por los derechos de las minorías. Auto – desarrollo
implica auto-gobierno. Y sólo puede lograrse el auto – gobierno estimulando la
contribución de cada individuo al desarrollo de las políticas públicas y
resolviendo los conflictos políticos con la aplicación de las reglas aceptadas
por la mayoría. Las minorías que tuvieron la oportunidad de influir en la
política, pero cuyos puntos de vista no han logrado el apoyo de la mayoría,
aceptan las decisiones de las mayorías. En reciprocidad, las mayorías permiten
a las minorías intentar abiertamente ganar para sus puntos de vista el apoyo de
la mayoría. Las libertades de información y de prensa, las libertades de disentir y la de formar
partidos de oposición u otras organizaciones son esenciales para garantizar la
participación individual. La libertad de expresión es también necesaria para establecer
cuáles son en realidad los puntos de vista de la mayoría.
La dignidad humana es,
por lo tanto, el valor subyacente de la democracia. La persona humana -- en virtud de su existencia desde el
momento de la concepción-- tiene el
derecho a la vida, la libertad y la propiedad. El derecho natural que garantiza
a cada individuo el goce de estos derechos es superior a cualquier otra norma
humana. John Locke sostenía que aún en una comunidad en “estado natural” –es
decir, en un mundo en el cual no hay gobierno-- un individuo posee derechos inalienables a la vida, la libertad y
a la propiedad. Locke quería decir que estos derechos son independientes de cualquier
gobierno; no son otorgados al individuo por la constitución o por el Estado; y
ningún Estado puede, legítimamente, arrebatárselos. (MILL, John Stuart, REPRESENTATIVE GOVERNMENT –
Dutton , Everyman’s Library. New York, 1979. Pág. 203)
Locke creía que el
propósito básico del Estado es proteger la libertad individual. Los hombres conciertan
un “contrato social” para establecer un gobierno que proteja sus derechos. Tácitamente,
aceptan la existencia de un gobierno que los defienda de los ataques contra la
vida, la libertad y la propiedad. Implícito en el contrato social y en la
noción democrática de libertad es la afirmación que el gobierno y el control
social sobre el individuo deben ser mantenidos en su nivel mínimo. Esta
aceptación requiere la remoción de cualquier restricción externa, control y
regulación de la conducta del individuo que no fuesen indispensables para
asegurar la libertad de los otros ciudadanos. La libertad individual sólo
termina en el punto en el que comienza la libertad de los demás.
Más aún, desde que los
gobiernos son establecidos por consentimiento de los gobernados para proteger
la libertad individual, lógicamente se sigue que los gobiernos no pueden violar
los derechos cuya protección es la razón de la existencia del Estado. Su
autoridad es limitada. El último instrumento de Locke para la protección de la
dignidad individual contra los abusos del poder es el derecho a la rebelión.
Según Locke, cuando quiera que los gobiernos violan los derechos naturales de
los gobernados, deslegitiman la autoridad de la que fueron investidos bajo los
términos del contrato social.
Otro aspecto vital de la
democracia clásica es la creencia en la igualdad de todos. Ya en la Declaración
de Independencia de los EE. UU. se expresa la convicción en que todos los hombres son creados iguales; la
igualdad de todos ante la ley, no obstante las circunstancias de cada sujeto.
Nadie puede ser discriminado por su
posición social, económica, credo o raza. Muchos pioneros de la democracia
creyeron también en la igualdad política: la igualdad de oportunidades de los
individuos para influir en la política pública. La igualdad política es
expresada en el concepto de un hombre, un
voto. Con el correr del tiempo, la noción de igualdad ha venido a incluir
la igualdad de oportunidades en todos los aspectos de la vida: social,
educativo y económico, tanto como en el político.
Roland Pennock afirma que el objetivo de la igualdad no es el mero
reconocimiento de la dignidad de cada persona como tal, sino el de dotarla de
la oportunidad --igual a la que se le
garantiza a todos los demás -- para
proteger y promover sus intereses y para desarrollar sus poderes y su
personalidad. (Citado en CHAMBERS William, DEMOCRACY TODAY. Dodd, Mead, New York,1962; pp 126-27)
Así, la noción de
igualdad de oportunidades se ha extendido más allá de la vida política para
incluir la educación, el empleo, la vivienda, la recreación y el acceso a las estructuras
públicas. Cada persona tiene igual oportunidad para desarrollar sus capacidades
individuales hasta donde lo permitan sus limitaciones naturales.
Hay que tener en cuenta,
además, que el tradicional credo democrático siempre enfatizó la igualdad de
oportunidades a la educación, a la riqueza y status y no a una igualdad
absoluta. Thomas Jefferson reconoció una natural
aristocracia del talento, la ambición y la industria; y los demócratas
liberales al igual que Jefferson han aceptado siempre la existencia de
desigualdades que son producto del mérito y el trabajo individuales. La
igualdad absoluta, o nivelación, no es parte de la teoría democrática liberal
La retórica actual
enfatiza como componentes de la democracia la función que cumplen la
participación ciudadana en la toma de decisiones, el gobierno de las mayorías,
la protección de las minorías, los derechos individuales y la igualdad de
oportunidades. Con todo, no hay académico o político que haya afirmado que todas
esas condiciones se hayan dado en algún sistema político. No obstante, el
pluralismo moderno busca reafirmar que las sociedades son democráticas en
cuanto los individuos pueden influir en la política escogiendo entre élites que
compiten en los procesos electorales. Las elecciones y los partidos permiten a
los individuos seleccionar a sus líderes y evaluar su acción.
Mario Fernández Baeza,
en el DICCIONARIO ELECTORAL, de Capel (IIDH), atribuye al concepto de
pluralismo una doble acepción:
-
La
verificación empírica de la existencia dentro de la sociedad de diversos
intereses, organizaciones, estructuras sociales, valores y comportamientos que
confluyen en el juego del poder político con distintas capacidades; y
-
Una
visión normativa tolerante de esa realidad social que le otorga un carácter
democrático, en la medida en que la vida en comunidad resulta de la confluencia
regulada de diversas visiones sobre ella.
Por lo que, pluralismo
es la afirmación del concepto que sostiene que los valores de la democracia
pueden ser preservados en un sistema de múltiples élites que compiten entre sí.
Éstas determinan las política mediante un proceso de propuestas, negociación y compromisos en los cuales los electores
ejercitan su derecho a discernir en procesos electorales. Mientras que nuevas
élites tienen la posibilidad de tentar y de asumir el poder político.
El pluralismo es
motivado por la dificultad conceptual de armonizar lo unívoco del poder
político y lo diverso de sus componentes, de sus ciudadanos. Pero, pluralismo
no es un concepto equivalente al de democracia en su acepción clásica. En
primer lugar, la noción pluralista de toma de decisiones por interacción de
élites no es el mismo que el de la democracia ideal que conlleva la directa
participación del ciudadano. Los pluralistas reconocen que en una sociedad
industrial, compleja y urbana la participación individual en la toma de
decisiones no es factible y que, inevitable y necesariamente, ha tenido que darse curso a la
interacción --negociación, ubicación y
compromiso-- entre los dirigentes de
las instituciones de la sociedad. Los individuos están representados en el
sistema político solamente en cuanto sean miembros de instituciones cuyos
dirigentes sí participan directamente en la construcción de la política. El
gobierno es evaluado no por el ciudadano individualmente considerado sino por
los dirigentes de las instituciones, grupos de interés organizados y partidos
políticos. Los actores principales son los dirigentes de las corporaciones e
instituciones financieras, los funcionarios públicos elegidos o nombrados, los
altos mandos de las fuerzas armadas, los cuadros burocráticos, y los dirigentes
de las grandes organizaciones laborales, de la producción y gremios
profesionales.
Más aún, la toma de
decisiones por la interacción de las élites
--al margen de si protegen o no al individuo -- está lejos de contribuir al crecimiento y
al desarrollo individuales. En este aspecto, el pluralismo moderno se aleja
notablemente de la democracia clásica. Ésta enfatiza como valor básico el
desarrollo personal que resultaría de la participación activa en la toma de
decisiones que afectan la vida del individuo.
El pluralismo enfatiza
que el poder se halla disperso a lo largo y ancho del tejido social; y que la
opinión pública y las elecciones influyen en la conducta de las élites. Pero
esta fragmentación del poder no es idéntica al ideal democrático de igualdad
política. Es más: No es el gobierno por el pueblo. Mientras que la influencia
ciudadana puede ser sentida a través de los dirigentes que se anticipan a la
reacción de los ciudadanos, la toma de decisiones está todavía en las manos de
las dirigencias –las élites. Según los pluralistas, una multiplicidad de élites
decide las políticas públicas, cada una en su propia área de interés.
La teoría de la
democracia tradicional concibe la política como una selección racional que
realizan los individuos que integran el grupo social, todos los cuales tienen igual influencia, que evalúan sus
necesidades y llegan a una decisión que respeta el derecho de los demás. Esta
teoría tradicional no ve la política pública como un producto de la interacción
de élites o de la presión de grupos de interés. En realidad, los grupos de
interés y aún los partidos fueron vistos en las teorías de la democracia
clásica como intrusos en un espectro individualista de ciudadanía y política.
Hay otros varios
problemas en la aceptación del pluralismo como heredero legítimo de la teoría
de la democracia clásica. En primer lugar, hay que preguntarse si el pluralismo
asegura que la afiliación a organizaciones y corporaciones es una forma
efectiva de participación individual en la toma de decisiones. Robert Presthus arguye que las
organizaciones, en las cuales se fundamentan los pluralistas, se convierten en
oligárquicas y restrictivas en cuanto monopolizan el acceso al poder y limitan
la participación individual. (PRESTHUS, Robert, MEN AT THE TOP. Oxford University Press. New York 1964. Pág. 20) Por su parte, Henry Kariel sostiene que las
organizaciones voluntarias o las asociaciones, --consideradas por los teóricos
del pluralismo fundamentales para la
defensa del individuo contra un omnipotente gobierno unificado-- han devenido en jerarquías gobernadas
oligárquicamente. ( KARIEL, Henry, THE DECLINE OF AMERICAN PLURALISM. Stanford University Press. Stanford, California, 1961. Pág. 64).
Los individuos pueden
aportar fuerza numérica a sus organizaciones. Está por verse qué tipo de
influencia ejerce cada uno en su dirigencia. No es frecuente encontrar
mecanismos efectivos de democracia en el interior de las corporaciones,
sindicatos, fuerzas armadas, iglesias, universidades, gremios profesionales. No
todos sus afiliados participan en sus asambleas ni en sus procesos electorales
o dejan sentir su influencia en el seno de la agrupación.
Otra tarea pendiente es
la de averiguar si el pluralismo realmente asume que la dignidad de la persona
queda protegida en el marco de la competencia entre élites. Desde que el
pluralismo sostiene que los diferentes grupos de dirigentes toman decisiones en
diferentes áreas, no sería lógico suponer que ellos compiten entre sí. Parece
sensato afirmar que cada grupo de dirigentes permite a los demás gobernar sus
propias esferas de influencia, sin interferirse entre ellos. El estilo
prevalente de interacción entre las élites sería el de la ubicación adecuada y
la negociación que evite la competencia.
El pluralismo pretende
responder a la expectativa que el poder, diversificado en la pluralidad de
organizaciones sociales, quedará
balanceado y que así se evitará la monopolización del poder. El
pluralismo asegura que no es posible que un solo interés pueda convertirse en
el único vencedor en la competencia política. No obstante, en la realidad es
muy frecuente la desigualdad del poder que ostentan las diversas
organizaciones. Son notorios los casos de pequeños grupos organizados que
alcanzan sus metas a expensas de públicos muy amplios pero desorganizados. Más
aún, los productores, entrelazados por intereses comunes, usualmente dominan a
los grupos menos organizados y menos poderosos de consumidores y a los grupos
basados en intereses no-económicos.
Finalmente, el
pluralismo aún no explica cómo lograr que las élites privadas,
no-gubernamentales favorezcan siempre a las mayorías; aún si, efectivamente,
las élites gubernamentales pueden ser evaluadas a través de los procesos
electorales. El pluralismo usualmente evade este importante tema dirigiendo su
atención fundamentalmente al proceso de toma de decisiones públicas de las
élites gobernantes; e ignorando el
proceso de toma de decisiones en la esfera privada de las élites
no-gubernamentales.
El pluralismo se
concentra en las normas dictadas por el Estado; mientras que las vidas de los
ciudadanos y sus familias son afectadas en gran medida por las decisiones
tomadas por organizaciones y entes privados – corporaciones, gremios, bancos,
universidades, sindicatos, medios de comunicación social, entre otros. En una
democracia ideal, los individuos deberían participar en la toma de todas las
decisiones que afecten significativamente sus vidas; pero el pluralismo los
excluye argumentando que esas decisiones son de naturaleza privada y que no
están sujetas al escrutinio público.
Se suele confundir
pluralismo con elitismo. Los pluralistas afirman que el sistema que ellos
proponen es una reafirmación de la teoría de la democracia en una sociedad
industrial, post-moderna y urbana. Ofrecen el pluralismo como una solución
pragmática al problema de la realización de los ideales democráticos en un
sistema social inmenso y complejo en el cual la participación individual
directa es simplemente imposible. Pero muchos críticos del pluralismo aseveran
que éste es una forma disfrazada de elitismo
-que los pluralistas están más cercanos al elitismo que a la tradición
democrática que ellos dicen venerar. Peter Bachrach describe el pluralismo como
“elitismo democrático” y sostiene que, hasta hace poco, las teorías democrática
y elitista eran consideradas incompatibles; que si en sus formas primigenias
fueron consideradas contradictorias, en el pensamiento político contemporáneo
hay una fuerte, si no dominante, corriente que incorpora principios básicos del
elitismo en la teoría democrática. (BACHRACH, Peter. THE THEORY OF DEMOCRATIC ELITISM: A CRITIQUE.
Little, Brown. Boston, 1967.)
BIBLIOGRAFÍA
BACHRACH, Peter. THE THEORY OF
DEMOCRATIC ELITISM: A CRITIQUE. Little, Brown. Boston, 1967.
CHAMBERS William, DEMOCRACY TODAY. Dodd,
Mead, New York,1962.
DEWEY, John. “Democracy and
Educational Administration," en School and Society, 1937
INSTITUTO INTERAMERICANO DE DERECHOS
HUMANOS (IIDH), DICCIONARIO ELECTORAL. Centro de Asesoría y Promoción Electoral
(CAPEL). San José de Costa Rica. 2000.
KARIEL, Henry, THE DECLINE OF
AMERICAN PLURALISM. Stanford
University Press. Stanford, California, 1961.
MILL, John Stuart, REPRESENTATIVE GOVERNMENT – Dutton,
Everyman’s Library. New York, 1979.
PRESTHUS, Robert, MEN AT THE TOP.
Oxford University Press. New York 1964.
VALDIVIA CANO, Ramiro. DERECHOS CIUDADANOS. Editorial Horizonte.
Lima, 1996.