FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMISTOSO

(UNA POLEMICA SOBRE DERECHO Y LITERATURA)

 

 

                                                 “(...) se trataba en suma de comprender (o de describir) cómo una sociedad produce estereotipos, es decir, colmos del artificio que consume enseguida como unos sentidos innatos, o sea, colmos de naturaleza. La semiología (mi semiología al menos) nació de una intolerancia ante esa mezcolanza de mala fe y de buena conciencia que caracteriza a la moralidad general y que al atacarla Brecht llamo Gran Uso”   (ROLAND  BARTHES, “El placer del texto”).

 

Por: JUAN CARLOS VALDIVIA CANO

 

Con motivo de la presentación de “La pluma y la Ley”,  último gran libro de Carlos Ramos Núñez, se reavivó  una polémica sobre derecho y literatura a partir de unos comentarios  muy interesantes y agresivos (en el mejor sentido)   de parte de Willard Díaz. Al respecto sólo  quiero hacer  algunas preguntas por ahora (hay muchas más por hacer).   El problema del lenguaje es más importante de lo que  parece a la mayoría. En buena parte  el problema de la educación, tantas veces declarado fundamental,  es un problema de lenguaje. Esto es evidente  en lo que se refiere a la literatura y al derecho, que están hechos de lenguaje y son inconcebibles sin él. 

 

Sin embargo, quizá  por lo compleja y  nueva en nuestro medio regional, creo que en esta discusión no  están claramente  establecidos  los “puntos  controvertidos”, como se dice en el juzgado.   Eso es lo primero que se tendría  que hacer  para que la  discusión sea más fructífera, hasta que ese entrecomillado sea claro y distinto.  Eso implica que uno quiere opinar sin malicia o dolo, pero también sin temor a las consecuencias que puede ocasionar la propia opinión, que siempre podrá ser contestada, replicada y duplicada. Si  hay  buena fe,  todo debe poder decirse.

 

 Por lo demás,  es poco  inteligente hacerse de enemigos gratuitamente haciendo críticas malévolas. Al  revés: la polémica evita el uso de la fuerza bruta, es condición  de la paz porque  hace innecesaria la violencia. Polemizan las ideas, más que los amigos. Y ahora al grano.

 

En su artículo  “Contra las lecturas  jurídicas de las novelas” (Revista DERECHO UNSA, 7, Arequipa)   Willard Díaz se ocupa  específicamente del uso no literario de las novelas. Y como es el único que en nuestro medio lo ha hecho, hasta donde sé,   me atengo a su artículo  que,  además, está pulcramente  escrito.  Ha cumplido con  promover la discusión iniciándola. En ese artículo nos habla de un  cierto “afán imperialista de la teoría literaria”,  que “amenaza arruinar las vías abiertas a la práctica interdisciplinaria“. Eso ocurrirá, según él,  si es que “se abandona el requisito epistemológico  mínimo de la ciencia que demanda coherencia entre objeto, teoría, método y casuística”.

 

 Sin embargo, no define, ni describe  exhaustivamente ese  “afán imperialista de la teoría”  y no señala en que consiste exactamente la incoherencia que insinúa:   ¿se trata de incoherencia lógico formal? ¿de consistencia argumentativa?  ¿ninguna de ellas?   Las respuestas se dan  por supuestas  o se  invita tácitamente a que el lector las extraiga del contexto. Willard no señala con precisión  (aunque luego lo  haga en  general) por qué y cómo ese   afán denunciado “amenaza arruinar las vías abiertas a la práctica interdisciplinaria”:  ¿cómo las arruinaría? ¿qué hace  para arruinarlas? ¿las bloquea? ¿las combate? ¿las niega?

 

Aunque puedo equivocarme, siento que la denuncia  no está muy  clara o es algo genérica (se limita a señalar la confusión ente ficción y realidad, en general). Por eso tengo  más preguntas que respuestas. Y a eso me voy a cuasi limitar en este cuasi interrogatorio. No insinúo que no exista esa confusión, ni mucho menos.  Ni que mi punto de vista sea neutro: todos opinamos a partir de una perspectiva (situada y condicionada)  no a partir   de “la verdad” o, más exactamente, de   la mentira de “la verdad”. Aunque en esta ocasión nos ocupamos especialmente de  “la verdad de la mentira”: la ficción literaria. 

 

   Otra  interrogante que  plantean estas primeras aseveraciones de Willard    Díaz tiene que ver con el estatuto de la “teoría literaria”. Lo que entiendo es que la teoría literaria tiene por objeto la literatura: el estudio, la interpretación y juicio crítico de las obras literarias: novela, cuento, poesía y tal vez ensayo (y también del respectivo discurso crítico). Su objeto es, en consecuencia, un objeto artístico: la literatura. Su función básica es  valorativa, estimativa, tanto en el que crea como en el que critica;   no explicativa, representativa o “reflejo” de la realidad. Los signos y los símbolos no reflejan nada, no tienen sentido sin interpretación subjetiva,  no es concebible sin intérprete.

 

Pero además, la literatura no puede prescindir del lector y el lector puede leer por distintas razones válidas, algunas más acá o más allá  de la teoría literaria, siendo la principal el goce o el placer de leer. Y como se trata en particular  de la novela,  “el corazón  de la expresión literaria moderna”  (en el corazón de nuestros problemas post modernos) vamos a empezar directamente y sin preámbulo con su función, finalidad o sentido:   es decir, el sentido de la literatura y en especial de  la novela: “Todas las novelas  se orientan hacia el enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un personaje, se enfrenta uno automáticamente a la pregunta siguiente: ¿Qué es el yo? ¿Mediante qué puede aprenderse el yo? (…)  Husserl creía ver el origen de la crisis en el carácter unilateral de las ciencias europeas que habían reducido el mundo  a un simple objeto de explicación técnica y matemática y habían excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida, die lebenswelt, como decía  él (…) El desarrollo de las ciencias  llevó al hombre hacia los túneles de las disciplinas especializadas. Cuanto más avanzaba  en  su conocimiento, más perdía de vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose  así en lo que Heidegger, discípulo de Husserl, llamaba, con una expresión hermosa y casi mágica: el olvido del ser”. Milan Kundera dixit

 

 Lo que no se puede negar es la relación de la literatura con la vida social. El ser no es sólo la persona, el ser sólo es concebible en relación con otros y en  contexto,   en un lugar y tiempo determinados y determinables. Eso no niega el principium individuationis, si se permite la pedantería. Barthes recuerda con Benveniste que la lingüística es “lo social mismo”.   Y  Tynianov, formalista ruso, se pregunta:   “¿cómo y en qué entra la vida social  en correlación con la literatura?”  Y responde: “La vida social, tiene  diversos componentes y fases, y es sólo la función de estas fases lo que es específico en  ella.   La vida social entra en correlación con la literatura antes que todo por su aspecto verbal (...) Esta correlación entre la serie literaria y la serie social se establece a través  de la actividad  lingüística, la literatura tiene una función verbal en relación a la vida social”. Y la vida jurídica es,  básicamente, expresión escrita u oral a través del lenguaje: “función verbal”.  Esta es una de tantas relaciones.

 

Luego de todo lo dicho anteriormente, la diferenciación  entre  realidad   social, historia, derecho y literatura no puede ser absoluta,  aunque se reconozca que cada una tiene sus propias funciones, estructuras y demás especificidades (pero tampoco “relativa” en el sentido del relativismo).  Y lo mismo puede decirse de la literatura  moderna   en relación al derecho moderno. Un ejemplo paradigmático,  que también evoca Kundera,    nos  ilustra al respecto: según Kundera “la vida moderna empieza con el Quijote y no solo con Descartes”.  En el Quijote se presenta un valor  fundamental que es también principio fundamental  en el derecho: la justicia, como ya ha sido observado varias veces. El Quijote  ha salido de la casa  a la aventura,  dejando la seguridad  y la paz doméstica,  con una finalidad esencial:  “desfacer entuertos”, hacer justicia:   valor literario y jurídico a la vez.

 

 Muchos saben que  la literatura no explica, ni refleja la realidad (que por extendida convención se llama “real”) ni pretende hacerlo,  salvo que lo necesite para hacer más verosímil  la ficción y generar con éxito las impresiones que quiere provocar. La  literatura no refleja o reproduce lo real si no que lo  simboliza y lo significa integralmente.  En vista  de ello, suponiendo se acepte la hipótesis anterior, puedo preguntar:  ¿por qué el método científico es el más  adecuado o “coherente”  en literatura, como se   insinúa?  Si queremos ser “coherentes” con ese objeto literario  no sé por qué puede  convenir un método “científico”  (especializado) y no  uno  coherente y adecuado al objeto artístico literario, que es imposible encerrar con una especialidad y  que además es de carácter   interpretativo o hermenéutico, valorativo y no cognoscente o cognoscitivo, como la ciencia.  ¿O la literatura también es una ciencia?   Lo que es evidente es la función interpretativa básica, común al  derecho y la literatura.

 

 Si la literatura tiene sentido  es precisamente para recuperar ese ser que por principio se escapa a las “ciencias especializadas”. ¿Como podría ser la literatura objeto de una  especialidad científica? ¿Por qué habría que aplicar el método científico a un objeto o  actividad no científica, a una actividad artística?   En todo caso,  habría que definir lo que es ciencia, suponiendo que haya algo semejante a “la ciencia” y no las ciencias siempre especializadas.   

 

 No se niega que el objeto  literario deba  estudiarse en sí mismo, en su inmanencia, la obra por la obra misma;  pero también creo que eso no es posible sin “salirse” de la obra. Sin Fenomenología,   sin Psicoanálisis, sin Surrealismo, sin Vanguardia, etc, no hay teoría literaria. Esto sin contar con la “fragilidad” de las ciencias humanas, que percibía el elegante y lúcido Barthes: “La fragilidad de las ciencias humanas  posiblemente se deba a  que son ciencias de la imprevisión (de donde provienen los sinsabores y el malestar taxonómico de la economía), lo cual  altera inmediatamente la idea de ciencia”.  Y eso también se puede decir de la Teoría Literaria y el Derecho. Sólo lo humano es  imprevisible, en acto y potencia.

 

Tal vez sean mis   lagunas las  que me llevan a preguntar:  ¿qué tiene que hacer la ciencia aquí? Y ante todo  ¿que se entiende por ciencia?  Con un concepto suficientemente  extenso de  ciencia (porque hay múltiples, como se sabe) hasta el comercio de salchi papas sería científico (disciplina que tiene sus propios métodos, objetos y fines).   Es verdad que se llama así  (ciencia) a la teoría literaria o a la lingüística desde la época de los formalistas rusos, cuando menos. Pero pocos han  aclarado por qué llamarla “científica” y no simplemente estudio crítico o interpretación literaria.  ¿Y que tiene eso  en común con la biología,  para utilizar el mismo nombre genérico de “ciencia”?

 

En los formalistas  se entiende el rezago positivista  (el afán cientificista), dada la época en que escribieron. Con respecto a nosotros,  creo que  el abandono del afán cientificista (tan claramente denunciado por Ernesto Sábato en “Hombres y engranajes”) en  la teoría literaria, haría más consistente la posición sobre  la inmanencia de los estudios literarios,  los haría más plásticos o adecuados. Nunca dejó de ser una actividad  estimativa,  retórica, interpretativa y argumentativa: eso implica  determinación de sentido,   ponderación subjetiva,   valoración de signos, interpretación de  símbolos,  sin que esto sea peyorativo o inferior a lo “científico”.   Sólo es distinto. Aquí no se trata de “conocimiento de la realidad” sino de interpretación de signos y aplicación  de  valores; toma de posición o punto de vista.

 

De ser ciencia la teoría literaria tendría que serlo en un sentido  a precisar necesariamente, para evitar malentendidos o falsas discrepancias. Lo digo porque Willard  habla de “requisitos epistemológicos de la ciencia” aludiendo a la Teoría de la Literatura. ¿Quién los determina o  establece?  (suponiendo que  sea una ciencia)  ¿Quién tiene la potestad para crear “requisitos científicos”?  ¿Le vamos a exigir a la teoría literaria lo que le exigimos a la biología? ¿Hay un método científico general para todas las ciencias, incluida la teoría literaria?

 

  Aquí nos limitamos a preguntar, como habíamos anunciado.  Lo que es seguro es que ese problema, que parte del vínculo entre derecho y literatura, es apasionante por todo lo que implica y complica. Particularmente para un profesor de metodología de investigación, que quiere la literatura tanto como el derecho  cuando alcanza una expresión literariamente valiosa, (como el Code Napoleón para Sthendal). Y  volvamos al grano.

 

 La acusación  que Willard  Díaz hace a los lectores jurídicos de novelas es  que “proponen  la lectura de novelas como si fueran casos judiciales, y de problemas literarios como si fueran temas para la justicia, cual si el paso entre la ficción y la realidad hubiera sido franqueado gracias al postmodernismo y hoy fueran suficientes curiosidad, buena voluntad o ganas”. Aquí está clara en general la acusación  (confusión de ámbitos, por tanto funciones,  etc).  Pero  no está claro  a quién se refiere específicamente,   porque no se refiere a ningún caso concreto, la denuncia en general. Y esto genera dudas. ¿Se podría aplicar  esa crítica a “La pluma y la ley” de Carlos Ramos?

 

Sería mucho más fácil  si se diera el ejemplo particular en cada caso de confusión, extrapolación o impertinencia epistemológica —si así se les puede llamar.  ¿Por qué  no se  deben  leer novelas como si fueran casos judiciales? ¿Por qué no se debe ver problemas literarios como si fueran  temas para la justicia?  O tal vez la pregunta debiera ser:  tal vez la pegunta debieraz ser:O  ¿en que casos sí y en que casos no se pueden hacer esas vinculaciones?  ¿Por qué?   Aquí creo que estamos de acuerdo en que sólo los muy despistados confundirían  los hechos literarios con los datos históricos objetivos, y a los personajes de ficción  con seres vivientes.  Pero ¿es esa ingenuidad todo el blanco de las críticas?  ¿O también incluye  otras confusiones menos ingenuas de   los  profesionales, como parece por momentos?

 

El problema es que esas diferenciaciones conceptuales o epistemológicas no son muy claras cuando uno se acerca a examinarlas;  todo lo contrario. Y eso se debe a que la ficción y las ciencias tienen el mismo objeto: “dar cuenta de la realidad”, sólo que desde diferente perspectiva, criterios e instrumentos. Por eso Fernando de Trazegnies, narrador,  jurista e historiador,  sostiene que “la novela no parece aportarnos una pura ficción, de la misma manera como la Historia no parece tampoco aportarnos una pura realidad. De alguna forma la novela  contribuye también a develarnos una realidad que resulta imperceptible para la ciencia moderna. (...) No se trata de que la novela deba ser “realista” en el sentido de describir científicamente la sociedad. Esto lo hará la Historia o la Sociología con sus propios métodos; y lo harán mejor. Más bien se trata de describir artísticamente, y eso quiere decir descubrir  perspectivas de la realidad que no había manera  de ver de otra forma, utilizar un método que nos muestre lo que ningún otro método puede mostrarnos (...) la ciencia analiza, el arte sintetiza” (Fernando de Trazegnies, “La verdad ficta”). 

 

La  ingenuidad (cuando es tal)  tal vez tiene que ver con el “olvido” del lenguaje,  no de su función comunicante sino de su  naturaleza  simbólica y significativa, que se escapa  por el hecho de estar  demasiado próxima e  íntimamente ligada  a la práctica social  constante de todos.  No hay tal vez la suficiente  toma de distancia frente a su carácter y complejidad, dos de cuyos componentes son la polisemia y la sinonimia, por ejemplo. Nada de esto niega, sin embargo, que  haya más de una relación entre derecho y literatura,  entre ficción y realidad, etc.

 

Por otra parte, la teoría literaria  nunca ha sido una metodología hecha y derecha,  debido a su dinamicidad y a su carácter abierto,  plural y heterogéneo Al respecto,   B. Eikhenbaum, cita a  A.P. de Candolle: “El peor, a mi modo de ver, es el que presenta la ciencia como hecha” (La teoría del “método formal”,  “Theoríe de la litterature”, textos reunidos por Todorov, Pág. 31. Collection Tel Quel. Seuil).  Y Barthes dice algo semejante en  “El placer del texto”  (Siglo XXI, Pág.142): “Posiblemente haya llegado  el tiempo de distinguir lo metalinguístico  —que es una marca como cualquier otra— de lo científico, cuyos criterios son otros (quizás, dicho sea de paso, lo propiamente científico resida en destruir  la ciencia precedente)”. 

 

 El mismo reproche de cita anterior dirige  Willard Díaz,   en general,   “a profesores que hablan de personajes literarios  como si de seres humanos se  hubiese tratado, que explican y analizan cuentos y novelas  como muestras de acontecimientos reales, que toman por ejemplos historias literarias  para ilustrar fenómenos políticos  o sociales”.    Otra vez aquí no sabemos con la precisión debida a quien y en qué caso concreto ocurre esto que se  denuncia en general.  Cita unos nombres (   Rosa Núñez, Chávez y Chávez, Cornejo Polar, Víctor Vich, Nelson Manrique) pero no señala específicamente  cuáles o en qué consisten sus pecados epistemológicos respectivos.

 

Más preguntas  ingenuas:  ¿por qué no se puede  hablar de personajes  cómo si de seres humanos se tratara?  ¿en todos los casos?  ¿Qué hay de malo o problemático en la relación que Rosa Núñez establece entre “El extranjero” y el derecho penal, aunque  ella  no se limite  a eso?  Ella no “propone” ese vínculo, lo pone en acción, que es distinto. No dice que es el único, ni el principal, ni se postula como ejemplo.

 

(Algún abogado podría alegar que el derecho con el que se juzga a Mersault no es el mismo que el del sistema peruano. La respuesta es que existe el  “derecho comparado” precisamente por eso. Se pueden vincular dos sistemas jurídicos nacionales distintos, en este caso  pertenecientes a la misma familia romana germánica a la que en ese momento pertenecía la ex colonia francesa de Argel, común al sistema peruano).

 

 El tema  era, además,  fundamentalmente ético jurídico, por tanto más amplio y comprensivo.  Si la literatura es capaz de revelar cosas que otras disciplinas no pueden,  ¿por qué no utilizar ese poder de la ficción con objetivos extra literarios, por ejemplo en  vinculación con el derecho?

 

 Y también se puede dar la misma situación en otro tipo de ficción:  el cine. Aunque se tenga claro  que  “Filadelfia” es ficción  cinematográfica y no la realidad, cualquiera puede adoptar una posición frente al conflicto jurídico  que es el tema del film (los derechos del sidoso) “como si fuera real”, porque este aspecto del film esta tomado de la realidad jurídica anglosajona, tal cual es, ni más ni menos, con todo su inseparable contexto ético existencial, etc. Y si queremos hablar o describir la familia jurídica anglosajona (una de las dos más importantes en occidente) esa película es muy adecuada (no la única) por su concreción ficta, por así llamarla. Una vez más, la ficción se apodera de lo real  para darle verosimilitud.  Eso no la hace menos ficticia.

 

 

Parece valido  como recurso artístico y además muy útil para los estudiantes de derecho, como recurso pedagógico. Aunque no tenga valor crítico cinematográfico, no niega la crítica y la consideración integral  de la obra. Filadelfia como un caso de derechos constitucionales,  en un contexto tan concreto como la vida norteamericana.  ¿O es malo   considerar los casos  de ficción como si fueran reales  siempre?   Además,  con un caso jurídico de estos (el de los derechos del  sidoso) llegamos también, como quiere Kundera, al fondo mismo desde donde es posible la “recuperación del ser”.   El asunto tiene que ver directamente con el sentido de la existencia   y pone en cuestión el derecho mismo en su núcleo ético sustancial. ¿No depende esa relación de los fines  que cada  uno se propone al vincular  la literatura con otra  actividad?  Porque de poderse, se puede.

 

No creo que alguien sostenga que la literatura  deba ser  sólo para literatos, escritores o profesores de literatura, (aunque en el país haya algo de eso debido a  la  miserable escasez de lectura). Los fines o funciones  de la literatura no sólo son teórico-académicos,    lúdicos o gozosos; la literatura es también  poderoso medio de conocimiento.   Ese “cómo si de seres humano se tratara”  debe aclararse.  ¿Se insinúa que los  profesores  aludidos no perciben las sacro santas diferencias epistemológicas?  ¿Son éstos los que   hacen   con los personajes literarios  “como si de seres humanos se tratara”?   ¿Por qué no se puede “explicar  y analizar cuentos y novelas como muestras de acontecimientos reales?  ¿Sólo hay una lectura válida  posible?  ¿Las demás son incorrectas, inadmisibles, fraudulentas, nulas, anulables, ineficaces, improcedentes, como se dice en el juzgado?  ¿No  habría que preguntarle primero al deseo y al goce?   ¿Las finalidades de la literatura, y de la teoría que se ocupa de ella,  son sólo literarias?

 

Antes de ver aquí utilitarismo, habría que examinar y discutir esas cuestiones. La literatura suele ser en la educación  mucho más eficaz que los manuales de sociología; sobre todo   cuando uno quiere referirse a la realidad  integral, evocada a   través de la inevitable  mediación semi  visible del lenguaje. De  la   realidad  hecha metáfora, asunto lingüístico, signo y símbolo, cuando las abstracciones científicas son insuficientes. La vargasllosiana verdad de la mentira existe:  es real;  tanto como la mentira de “la verdad”.  Veamos un poco de la relación  con la Historia.

 

Historia, se dice, es el recuento o la descripción de los hechos del pasado. Nada más lejos de la ficción. Sin embargo, el historiador también interpreta por intermedio del  lenguaje, por lo tanto también en su obra hay creación o producción  como en la obra literaria,  hay punto de vista La ficción no es radicalmente distinta a la historia, ni la realidad a la novela: son eventos de lenguaje. ”No hay  historia a partir de los hechos sino creación de la historia a través del lenguaje” (Barthes). Por eso  no hay historia sin imaginación, sin creatividad. No  es posible negar dichas  relaciones,  aunque  se puedan criticar sus confusiones si esa crítica es precisa y clara. La condición para hacer vinculaciones o fusiones es, claro está, que en cada caso se pueda ver la  necesidad  del recurso  literario.  Para un buen lector, sin embargo,   basta con el placer que obtiene leyendo.

 

Alguna vez hablando de la religión en Einstein, Leopoldo Chiappo citó   “Subida al Monte Carmelo”,  del poeta místico  hispano  San Juan de la Cruz (“Mi amado  las montañas/ Los valles solitarios nemorosos/  Las ínsulas extrañas/ los ríos sonorosos…”),  y  puso en estado de exaltación  al auditorio de una municipalidad limeña (incluido el agnóstico paisano que entonces tenía 30 años y pasaba por la capital).  ¿No es muy saludable más bien que se pongan de manifiesto este tipo de vínculos  con la literatura?   En este caso con la poesía mística y la  filosofía,  en el sugestivo  discurso de  Leopoldo Chiappo.  Lo que quiero decir es  que en este caso  hay una relación que parece  válida y loable entre literatura y algo que no es literatura, pero que se hace más precisa,  integral y más bella con la literatura, adquiere un valor  agregado, (lo que no niega la posibilidad de la confusión). Ese valor agregado no vale menos, por ser agregado,  sino más por ser íntegro y concreto, aunque sea ficto.

 

¿Todo vínculo inter disciplinario es confuso per se?  Creo que no es necesario conocer a los futuristas rusos o a los  estructuralistas franceses, para hacer un uso válido de la literatura  que puede ser distinto al de la crítica literaria. Y si hay extrapolaciones naifs  hay que señalarlas. Mientras tanto, sólo tenemos más preguntas todavía:  ¿Por qué no tomar como ejemplo “historias literarias para ilustrar fenómenos político sociales”?  Quizá ello  no vale tanto como crítica literaria   especializada, pero puede valer como buena clase de filosofía política. ¿Acaso el discurso de Willard está dirigido sólo a los profesores de literatura? (algún exaltado marxista leninista  podría ver allí  “elitismo”).

 

 El problema central está, según él, en la confusión entre literatura y derecho;  más específicamente, entre ficción y prosa realista, confusión que Willard  denuncia y cuyo contenido polémico el suscrito todavía no se aclara  con precisión (por lo que pide especificaciones y disculpas) : “Mi argumento en este ensayo sostiene que no es posible tomar novelas como si  fueran documentos teóricos , históricos económicos, jurídicos o sociológicos sin suprimir la diferencia  mínima  entre textos descriptivos del mundo real y textos narrativos literarios (...)”.  Estamos de acuerdo en que esa confusión es pueril.   Por supuesto que solamente alguien muy ingenuo puede llegar a confundir  la ficción novelesca  con la realidad y no ser conciente de ello.  Sólo  pido  que se den ejemplos específicos (de la “vida real”) de esa confusión, in situ.  Ese es un  caso;   pero  ¿qué ocurre con el que sí está avisado y sin embargo apetece hacer alguna relación entre esas  disciplinas sabedor  de sus diferencias? 

 

Pero además,  ante este argumento sigo  preguntando: ¿cómo y por qué es mala esa supresión de diferencias?  ¿qué pasa si se suprime la “diferencia mínima”? Eso se puede hacer por ingenuidad o  inconciencia, como hemos visto,  pero también con alguna otra intención conciente,  que pueda ser valida en algún sentido  ¿o no?  Cuando se afirma que “no es  posible”  ¿se quiere decir exactamente eso?  ¿o quizá   se quiso decir que “no se debe”?  Descartamos la primera alternativa porque  está demostrado,  por  la denuncia general  de confusión  que hace el mismo Willard, que eso es posible,  a pesar de su literalidad (“no es posible”).  

 

Y queda la segunda posibilidad: “no se debe”. En este caso se  tendría  que aclarar  de todas maneras por qué. Y también  por qué mantener los cotos cerrados disciplinarios o académicos en ciencias sociales y humanidades como un deber.  No niego a priori esa necesidad taxonómica. Pero  ¿no se requiere a veces la ambigüedad epistemológica o artística   para expresarse?    ¿No decía Barthes que la ambigüedad es una riqueza?   “El texto tiene necesidad de su sombra: esta sombra es un poco de ideología, un poco de representación, un poco de sujeto: aspectos, trazos, rastros, nubes necesarias: la subversión debe producir su propio claroscuro”.  Ese “no se debe” podría ser demasiado moralista, demasiado policiaco.

 

Más adelante Willard aclara  su comentario crítico : “Si bien todos hemos sido educados en la tradición occidental que distingue  entre cuentos y   novelas de una parte, y de otra los textos científicos o históricos  —gracias a categorías como verdadero o falso, imaginario, real—  y  estamos dispuestos además a sostener que Blanca Nieves, Pinocho o Terminator  son personajes ficticios ; muy pocos  adoptamos la misma actitud cuando se trata de novelas realistas (...) En particular la literatura nacional o regional nos evocan las vivencias del medio y es fácil  por ello hacer comparaciones entre la obra y la vida común; pero igual de simple suele ser para un médico comparar los casos clínicos literarios y los de su experiencia personal, y para un abogado leer sobre juicios o sentencias en mundos literarios como si le hablaran de una corte lejana pero existente (...)”.  ¿Como la legislación franco argelina para Rosa Nuñez?   

 

No todas las comparaciones son confusiones. La confusión entre ámbitos puede ser tan ingenua como la exagerada desvinculación entre ficción  e historia. Fernando de Trazegnies, recordando a Braudel, Collingwood, Mircea Eliade,  Umberto Eco, nos recuerda la necesidad de la imaginación y de  las mentiras o ficciones en los trabajos históricos, generalmente demasiados abstractos o demasiado monumentales, o militarizados o politizados como para fijarse en los detalles de la vida cotidiana de los seres humanos  —es decir, en su vida concreta—  que también son historia y que los historiadores han descuidado  tradicionalmente. Me remito a los diáfanos  argumentos y atinadas citas   de su  ensayo  “La verdad ficta”,  cuya idea central tal vez se pueda resumir en esta frase suya :  “es preferible falsear la verdad y utilizar  la ficción  que dejar escapar la verdad  en aras de la abstracción científica”  

 

No es, pues, necesario considerar “existente” un dato o un hecho que aparece en un contexto ficcional, como denuncia Willard,  para percibir  —y utilizar—  sus relaciones con lo real histórico, para hacer comparaciones. Yo creo que no hay que  pretender que esa lectura “fácil” es crítica literaria;  pero es una lectura  admisible (y no sólo posible) con la condición de  que no nos den gato por liebre, claro está y que responda a una necesidad. Si  no hay la intención de hacer critica literaria o hacer pasar por tal lo que no es  ¿qué se reprocha?  Señala Willard que “son muchos los que no hacen la distinción entre verdadero-falso, imaginario-real, ficción literaria-prosa descriptiva, etc.”.  Pero, como estudiante de literatura,   yo pediría ejemplos”, específicos de eso que se denuncia en general y la razón de la incorrección. Esos dualismos binarios, por otra parte,  son producto de la abstracción y nada más. En la realidad concreta las diferenciaciones y distinciones son mucho más complicadas (ambiguas y contradictorias). 

 

 Por momentos no parece  referirse a los profesores y escritores   mencionados, cuando señala que “la confusión, en lo fundamental, se debe a la pobreza de   nuestra cultura humanística o a falta de hábitos de lectura (...)” No creo que alguno de ellos esté en ese caso, ni mucho menos. Si   alguien lee y hace leer entre nosotros son los escritores  y  los buenos profesores de literatura (es  fácil reconocerlos porque son lectores obsesivos). Pero entonces  ¿a quiénes se refiere? Sólo  quedan como alternativa  los muchos  que no leen a Todorov,  Jakobson o Bactín,  y que leen una novela sin hacer la más mínima o remota distinción entre realidad y ficción, etcétera,  es decir, que  leen  ingenuamente.

 

 Y aquí también necesito preguntar: ¿es malo o tiene menos valor que un niño de trece años lea Crimen y Castigo ingenuamente,  aunque esa novela a  la larga defina su destino?  ¿qué niño cristiano no ha sido  Raskolnikov al confundir ficción rusa y realidad íntima?   Todo lo cual  llevó, en su momento,  a las    viejas preguntas: ¿qué es literatura?  ¿tiene funciones? ¿finalidades?  ¿son sólo literarias? .

 

Sabemos por lo menos lo que no es.  La literatura no  es un remedo, una copia o  reflejo de la realidad sino sus posibilidades infinitas,  la vida  tal como podría ser, bajo ciertas condiciones posibles.  La literatura está vinculada a ella aunque  es inconfundible con ella.  Es su metáfora, su simbolización, su significación existencial:  no su espejo ni su representante.  Pero la literatura no se  explica por sí misma: está hecha de distintos saberes y sabores.  Por eso cuando le preguntaron si se puede  enseñar literatura,  Barthes respondió que “sólo hay que enseñar literatura porque ella encierra todos los saberes”. La  literatura y su crítica no pueden estar totalmente escindidas  de la realidad  ni siquiera en la  ficción pura.  No insinúo que Willard lo vea así. Al contrario,  planteo algunos presupuestos en los que tal vez haya  cierto consenso.   El que literatura y realidad sean inseparables  en concreto, no  impide  que  sean distinguibles en abstracto.     

 

Luego, la función última de la literatura no es, por eso,  literaria sino vital: recuperar el ser olvidado,  como sostiene Milan Kundera:  “En efecto,   para mi el creador de la Edad Moderna  no es sólo Descartes, sino también Cervantes (...) si es cierto que la filosofía y las ciencias han  olvidado el ser del hombre, aún más evidente resulta que con Cervantes se ha creado un gran arte europeo que no es otra cosa que la exploración de este ser olvidado (...)”  Y la “exploración del ser olvidado” no es una finalidad literaria.   Pero es muy importante para todos los que, aunque no conozcan la teoría literaria, estén verdaderamente interesados en ese “ser olvidado”, el de carne y hueso.

 

No dice Kundera que con el Quijote se creo la novela moderna (lo que es redundante) sino la modernidad misma: “(...) todos los grandes temas existenciales que Heidegger analiza en Ser y Tiempo, y que a su juicio han sido dejados de lado  por toda la filosofía europea anterior, fueron  revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela (...)”  Es algo digno de tenerse en cuenta, sobre todo  cuando se trabaja en teoría o crítica literaria. Revelación, exposición, iluminación  de la realidad son  funciones de la novela.     La ficción y la metáfora son  el medio,  el instrumento,  ( aunque no sólo instrumento).  Podríamos decir en suma que la ficción literaria es un medio para conocer de manera más profunda y más integral eso que se  llama, a partir de una abstracción pre socrática, “el ser”.

 

  La ficción tiene “su verdad”  ataviada de verosimilitud y es más profunda y real que aquella que se hace pasar por tal, como  la verdad en general o  la verdad analítico abstracta de las ciencias.   La  verosimilitud ya supone  una relación, un  fuerte  vínculo con la realidad,  pero no la relación del  espejo o la representación. La verosimilitud es lo que alguien puede buscar  más allá de la literatura y gracias a ella.  El fin es expresar lo  indecible, lo inefable, lo  “imposible” (Foucault).

 

 Eso que necesita ser revelado, iluminado, expuesto por algo  capaz de hacerlo: una novela, un cuento, un poema…tal vez un ensayo. Si la literatura existe es por su carácter  insustituible. Hay cosas que sólo pueden expresarse mediante  la literatura  y  nada más que por ella.  Y ocurre que, a veces, en otras actividades humanistas necesitamos expresarnos literariamente para realizar nuestros objetivos extra literarios.  En ciertos casos puede ser la mejor manera de hacerlo.  Aquí no se toma una parte; se toma el todo de la obra, sólo que para fines particulares (otra obra, a veces).  No es sólo un medio adecuado sino la única manera de hacerlo.  Es función del arte.  Si esas cosas se pudieran decir  de cualquier otra forma la literatura sería un adorno, como muchos la creen en efecto. Pero no es un adorno. Está lejos de ser un adorno…o un vargasllosiano  medio de evasión.

 

Se alega, por otra parte,  que “es fácil  hacer comparaciones entre la obra y la vida común”, dando por supuesto, por el tono peyorativo,  que eso es incorrecto en algún sentido. Pero no se dice  cual  y por qué.  ¿ por qué negativas?  ¿por ser fáciles?  En todo caso, el que sea fácil  hacer algo no demuestra su corrección o incorrección.   Y si  no es sólo el facilismo lo que se reprocha, entonces ¿qué es lo que se reprocha en este caso? ¿hacer comparaciones entre la  obra y la vida común ?  ¿por qué no,  si la literatura  está hecha para el común y viene del común, de algún lugar de la Mancha del que Cervantes no quiso acordarse?

 

Willard cita a Aristóteles  para hacer notar que si bien el  Estagirita sostuvo que el arte imita a la vida, la mimetiza, eso no significa para él   que  el artista reproduce lo real,  sino que es “la construcción o poiesis de una apariencia de realidad”. En eso creo que hay consenso,  teniendo en cuenta, además,  que  el lenguaje y la realidad son heterogéneos. “Lo real no es representable” como decía Barthes. Entre la realidad y el lenguaje hay una “inadecuación fundamental”.  Por so mathesis y semiosis también participan, no sólo mimesis.  Willard agrega correctamente que lo esencial es la verosimilitud y no “la representación aún  más verdadera y documental  de dicha realidad”. Que la literatura se diferencia porque posee “un discurso ficcional  y una estructura estética”. En esto también hay consenso  probablemente.

 

Agregaría que  las  formas no sólo son formas en la literatura: son formas-contenido.  Y por eso hay que ir a la obra misma. Ficción y verosimilitud serían rasgos esenciales.  Sólo que en  cuanto a la ficción,  Willard reconoce que no es “específico” de la literatura.  Y en cuanto a la “estructura estética”, a mi modo ver,   hay que tener en cuenta  que se trata de valores y valoraciones.  Eso no quiere decir bonito o feo, bello o no bello solamente,  sino que implica  también otros valores;  como también sostiene Kundera:  “Investigar un valor estético quiere decir: tratar de delimitar y denominar los descubrimientos, las innovaciones, la nueva luz que arroja una obra sobre el mundo  humano”.

 

Acudiendo a Todorov  Willard agrega :  “que si bien  no es exclusivo de la literatura, lo es que la obra se presenta al lector anunciándole que es un discurso ficticio, no lo oculta, da claros signos de cómo debe ser leído el cuento o la novela que tomamos entre las manos”. Sin embargo, sin negar las diferencias, yo replico:   si están tan claros los signos  de cómo debe ser leído un cuento o una novela, ¿cómo es que incluso los profesores  de literatura los malinterpretan o los  “confunden” con la realidad?  ¿o interpreto mal la denuncia de Willard ?  Quizás hay  que buscar  otras respuestas además de la falta de lectura y de los vacíos humanistas.  No para encontrar  las causas de la confusión sino para ver cuando y por qué sería incorrecto y en qué sentido.

 

Creo que hay que distinguir los usos literarios y los diversos lectores y lecturas. Hay diferencia entre el lector ingenuo y el crítico literario o el profesor de literatura, pero no es de jerarquía sino de  objetivos, perspectivas, intereses, etc. Lo que se pide al crítico literario  es que  debe atenerse principalmente a su objeto: la obra misma, “poner la obra en el centro de las preocupaciones (...) las calidades intrínsecas del arte literario (...)”, como dice Todorov. Su inmanencia. Pero lo de las “calidades intrínsecas”  puede ser entendido de distintas formas.

 

Esa exigencia fue  un acierto y un avance en relación al pasado y aún lo es. Pero se equivocaron quienes  creyeron  que el acierto  trae aparejado el desprecio o abandono por la aproximación sicológica, filosófica, sociológica, jurídica, etc, de la literatura:  la idea de especialización fue extrapolada más allá de la naturaleza:  la crítica literaria como ciencia. Sin embargo, no se pueden negar  los fines o usos literarios de esas disciplinas, ni los fines extra literarios de la literatura, que para otros puede ser lo más importante.

 

No son excluyentes los distintos abordajes  y relaciones y la literatura está vinculada de muchas formas a la realidad social  y a varias disciplinas humanistas. Aquel que pueda manejar, actualizado, todo ese bagaje para intentar una visión integral de la existencia, me imagino que hará mejor critica literaria;  porque para “hacer” literatura eso parece  indispensable  Hay muchas posibles lecturas, pero, por supuesto, no hay que llamarle “crítica literaria”  a lo que es  sólo un manejo real o aparentemente utilitario,  válido o no , de la  literatura.  No es crítica literaria,  pero no creo que deba anatematizarse, o que signifique que ese trabajo es inútil u ocioso o incorrecto. Y si lo es hay que demostrarlo claramente.  

 

 Es verdad que “no se puede explicar la obra a partir de la biografía del escritor ni a partir del análisis de la vida social contemporánea”, como decían algunos formalistas, y lo recuerda Todorov en los años 60. Pero eso no significa que la biografía del autor y la vida social  contemporánea no tengan nada que ver con la obra. Debiera decirse que la “biografía del autor y la vida social contemporánea” no son suficientes para explicar la obra, pero sí muy  necesarias.    No hay literatura pura y sin mancha y la misma crítica literaria nació como Teoría de la Literatura vinculada al Psicoanálisis, a la Fenomenología, la Antropología,   al arte de vanguardia, etc. Y la palabra “teoría” también tuvo implicancias y también estuvo en cuestión. Aunque los mismos formalistas, (“positivistas ingenuos” les decía Todorov),   creyeran que la pureza de su “ciencia” descartaba toda teoría,  ellos también  tenían una.    Sin embargo tuvieron el genio de ir cambiando esa teoría a medida que la investigación, la discusión y la realidad se los exigía. Por eso “la Semiología” no es para Barthes ni siquiera una disciplina. Menos podría ser una ciencia. 

 

Willard Díaz nos dice que la lectura más rica de la obra es “la que la toma como un todo (...) Y eso significa considerar la obra como una estructura artística que en que cada parte es íntima y sólida, unida al resto”. ¿Eso quiere decir que hay una lectura menos rica también?  ¿Y cual sería ésta?  Una lectura puede ser la del experto que se detiene en la estructura de la obra y en sus rasgos formales: una experiencia intelectual. Pero también  está la experiencia  del que goza la obra sin ser conciente de la estructura y sin pensar en la obra como una obra,  simplemente sintiéndola,  entendiéndola con el corazón, el sentimiento y la intuición, “leal a sus convicciones y a sus emociones” (Borges).  

 

Quiero decir que no creo que una lectura sea más o menos rica en abstracto, eso dependerá de la sensibilidad del lector.  La buena preparación en teoría  literaria es una ventaja para desconstruir la estructura y demás características particulares de la obra literaria, pero eso no es todo y no impide otras lecturas (en el sentido de otras perspectivas y en el sentido de que  puede haber quien no lea crítica literaria, pero sea un gran lector de novelas y cuentos) y   que se pueda vincular de muchas formas, por ejemplo, literatura,  derecho, historia, etc. 

 

Para eso la eficacia es esencial (no tiene que estar sólo relacionada con eficacia empresarial). Comentando El Quijote, Borges señalaba algo sobre ella cuando aludía a cierta “superstición del estilo” que descuida la propia emoción, la propia convicción:  “Los que adolecen de esta superstición, no entienden por estilo la eficacia o ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo escrito  tiene el derecho o no de agradarles”.  (“Cervantes y el Quijote”, EMECE, Pág. 23)

 

 Más adelante Willard  sostiene que “las piezas de la estructura artística no permite los significados parciales, es decir, no se puede analizar independientemente de la totalidad, no se puede llevarlas al laboratorio del sociólogo o jurista  a examinar.” Con respecto al jurista hay que tener en cuenta que no tiene laboratorio, no es un científico, más bien es un interpretador, como el crítico literario. No veo por qué en este caso no es lícito aislar un asunto jurídico  tomado de la obra literaria,  para examinarlo desde el punto de vista jurídico; así como se estudian casos hipotéticos o especulativos que no tienen porque existir realmente para ser examinados y discutidos jurídicamente. Esto no significa  sólo “legalmente” sino mucho más que eso, porque el derecho es complejo y heterogéneo o mixto: lo legal es uno de sus elementos. A un buen jurista  le importa el caso jurídico íntegro, en su contexto, y la literatura se lo puede ofrecer, con ella puede  “recuperar el ser” cuando  lo requiere. 

 

Es cierto que no es posible ser indiferente al conjunto de la obra para hacer  esa operación jurídico-literaria. Pero alguien se puede ocupar de un asunto específico de la obra teniendo en cuenta tácitamente esa mirada global, “la perspectiva del águila”. Lejos de despreciar o soslayar esa perspectiva  integral es justo lo que le interesa y por eso  parte de ahí, del conjunto, al elegir esa obra como ejemplo y no otra. Y también se puede analizar el caso jurídico como caso jurídico... para mejor entender el conjunto de la obra ¿o no?. [1]

 

Esta lectura estructural, totalizante, en la que cada parte esta unida al resto,  es para Willard Díaz la más rica de la obra. Aquí dependerá de lo que se entiende por más rica. Si por rica se entiende más concreta o menos abstracta, probablemente la lectura más rica sea la más  profunda o intensa, o la más sentida y vivida.  Poner al alcance de todo ser humano, que no sea un tonto,  la “recuperación del ser”, aunque ignore todo lo referente a la teoría literaria y a la “recuperación del ser” (como asunto teórico-filosófico) es un acto democrático. Pero también puede darse el problema inverso: confundir la totalidad  estructural con las “tecniquerías” ( no aludo a  nadie sino al peligro de que se asuma así la crítica de Willard)  y dejar de lado la emoción y la convicción unamuniana.  Y en esta perspectiva, la lectura menos rica sería la más preocupada por las “tecniquerías”.  Unamuno dixit: “Pascal se indignaba de las pequeñas discusiones  de  los jesuitas, de  sus  distingos y mezquindades. ¡Y que no son chicas¡  Como el demonio, como Satanás a los pies de San Miguel Arcángel.  Y Satanás el ángel rebelde tenía  en la mano...¡un microscopio¡  es el símbolo del hiperanálisis” (“La agonía del cristianismo”)

 

Es verdad que para gozar intelectualmente con la reflexión sobre la construcción y expresión modal de la obra (que le da un plus al goce literario) hay que estar preparado intelectualmente y aquí sí es indispensable Todorov, los formalistas, los estructuralistas, la Escuela de Praga, el New Criticism, etc. Pero hay que  considerar a los que sólo gozan con la obra sin hacer ese laborioso trabajo y  la entienden plenamente. No son lectores de segunda o tercera categoría. Lo que hay son más bien lectores y no lectores de novelas.

 

Lo que hace  importante a la novela es el hecho de ser  leída. El cómo leerla e interpretarla debe entenderse bajo el principio de libertad,  teniendo en  cuenta la motivación,  objetivos, intereses y deseos del lector. Otra vez Barthes: “en el texto de placer las fuerzas contrarias  no están en estado de representación sino en  devenir: nada es verdaderamente antagonista, todo es plural”. En esto último también creo que hay consenso. El placer y el goce de la lectura no son sólo para los ricos.

 

 Creo que es importante  tener en cuenta  la  borgesiana observación crítica: concentrarse en  la eficacia del mecanismo” no en la “disposición de sus partes”. Borges cree que algunos  “subordinan la emoción a la ética, a una etiqueta indiscutida más bien. Se ha generalizado tanto esta inhibición que ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra,  sino que todos son críticos potenciales” (Id). Una “etiqueta indiscutida” es una moral, la enemiga de la Semiología para Barthes, el fino escritor francés que murió como un niño: atropellado por imprudencia e indocumentado, saliendo del Colegio…de Francia.  Este artículo es un homenaje a su memoria, a su inteligencia y a su espíritu hecho elegante y refinado  verbo.

 

CONCLUSIONES  PROVISIONALES

 

No estoy seguro de haber entendido a Willard, por eso no descarto la posibilidad de malentendidos y tergiversaciones, pero esto también servirá de pregunta si de lo que se trata es de aclararnos los problemas   y no de vencer o morir.  Tal vez todo el asunto esté resumido en estas aseveraciones de Willard, con su migaja de ironía: “(...) Además, si una novela puede ser leída como caso jurídico, por la misma razón un caso jurídico puede ser leído como novela, e iríamos a la librería a comprar una copia del expediente del último crimen pasional en Arequipa”. Luego, Willard no  niega  la posibilidad de que esas dos cosas ocurran (leer una novela como caso judicial y un  caso judicial como novela). Sólo que considera que eso no es correcto en algún sentido, pero no está claro cuál.  Yo creo que hay muchas  lecturas y relaciones posibles  y algunas podrán justificarse y otras no tanto, pero siempre hay que dar razones.   ¿No se puede leer El Proceso como caso jurídico?  

 

El que asume un caso jurídico no debe entenderlo como asunto meramente legal, si de verdad lo asume ¿No son los crímenes pasionales que llegan al juzgado verdaderas novelas listas para que, exagerando un  poco, el artista les de una forma y las firme?  Podemos  y debemos criticar (clara y distintamente)  y discutir, pero no desautorizar  la expresión de algunos atrevidos que  se sienten autorizados por sus deseos o necesidades a hacer  mil y una relaciones.  Y peor  los que no  han leído a Todorov.

 

Creo que en el texto de Willard parecen haber sólo dos alternativas en cuanto a la función de la novela: ser documento de la realidad por un lado y, por otro, ser mentira o ficción pura sin vínculo con la realidad (o lo que se llama como tal). Y sin embargo la novela está más profundamente vinculada a la realidad que los datos abstractos de las ciencias, por ejemplo. Y la teoría literaria, habíamos  dicho, ni siquiera  es una disciplina. Barthes encore:  “el texto destruye hasta el fin, hasta la contradicción su propia categoría discursiva, su referencia sociolingüística (su ´género´)”.

 

  Frente  a esas dos alternativas existe otra que no concibe la novela ni como documento científico ni como ficción pura. En ella se toma en cuenta  esa  realidad  para crear la ficción y se crea la ficción para penetrar más profundamente en la realidad. ¿Cómo desvincularlas?.

 

Sin embargo, que los problemas tratados no son nada simples, lo demuestra Fernando de Trazegnies en el texto citado. Con su acostumbrada perspicacia ha podido notar en Mario Vargas Llosa una clara ambigüedad en cuanto a la función que atribuye a la literatura: medio privilegiado de conocimiento de la realidad y evasión de la misma simultáneamente.   Tal vez debamos resolver primero esta ambigüedad,  si no lo hemos hecho ya.

 

© 2008. JUAN CARLOS VALDIVIA CANO



[1] Como ejemplo de uso extra literario de la novela se me ocurre la hiper realista  descripción de armas cortas de todo tipo, calibre, dimensión, potencia, funcionalidad, utilidad, presentación, etc, que hace Bond  en la novela de Ian Fleming, en la que nos ofrece, además de  sus andanzas, la mortífera sabiduría del 007. No se trataba de leer esos datos confundiéndolos con  la realidad  sino de tomar un trozo armamentístico para la construcción de la ficción,  metamorfoseado  por el lenguaje para fines novelescos. Y de tomar ese trozo novelesco para hablar del tema favorito (las armas). En la literatura, sabemos, lo que  importa  es   el efecto  esperado. Y nosotros podemos hablar de armas, si nos interesa ese asunto, a través  o a partir de  la cátedra  de Bond.  Y lo mismo se puede decir de los vinos, en lo que el 007 es un eximio. ¿Estoy confundiendo planos?

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