FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMISTOSO
(UNA
POLEMICA SOBRE DERECHO Y LITERATURA)
“(...) se trataba en suma de comprender (o de describir) cómo una sociedad
produce estereotipos, es decir, colmos del artificio que consume enseguida como
unos sentidos innatos, o sea, colmos de naturaleza. La semiología (mi
semiología al menos) nació de una intolerancia ante esa mezcolanza de mala fe y
de buena conciencia que caracteriza a la moralidad general y que al atacarla
Brecht llamo Gran Uso” (ROLAND BARTHES, “El placer del texto”).
Por:
JUAN CARLOS VALDIVIA CANO
Con motivo de la
presentación de “La pluma y
Sin embargo,
quizá por lo compleja y nueva en nuestro medio regional, creo que en
esta discusión no están claramente establecidos
los “puntos controvertidos”, como
se dice en el juzgado. Eso es lo
primero que se tendría que hacer para que la
discusión sea más fructífera, hasta que ese entrecomillado sea claro y
distinto. Eso implica que uno quiere
opinar sin malicia o dolo, pero también sin temor a las consecuencias que puede
ocasionar la propia opinión, que siempre podrá ser contestada, replicada y
duplicada. Si hay buena fe,
todo debe poder decirse.
Por lo demás,
es poco inteligente hacerse de
enemigos gratuitamente haciendo críticas malévolas. Al revés: la polémica evita el uso de la fuerza
bruta, es condición de la paz
porque hace innecesaria la violencia.
Polemizan las ideas, más que los amigos. Y ahora al grano.
En su
artículo “Contra las lecturas jurídicas de las novelas” (Revista DERECHO
UNSA, 7, Arequipa) Willard Díaz se
ocupa específicamente del uso no
literario de las novelas. Y como es el único que en nuestro medio lo ha hecho,
hasta donde sé, me atengo a su
artículo que, además, está pulcramente escrito.
Ha cumplido con promover la
discusión iniciándola. En ese artículo nos habla de un cierto “afán imperialista de la teoría
literaria”, que “amenaza arruinar las
vías abiertas a la práctica interdisciplinaria“. Eso ocurrirá, según él, si es que “se abandona el requisito
epistemológico mínimo de la ciencia que
demanda coherencia entre objeto, teoría, método y casuística”.
Sin embargo, no define, ni describe exhaustivamente ese “afán imperialista de la teoría” y no señala en que consiste exactamente la
incoherencia que insinúa: ¿se trata de incoherencia
lógico formal? ¿de consistencia argumentativa?
¿ninguna de ellas? Las
respuestas se dan por supuestas o se
invita tácitamente a que el lector las extraiga del contexto. Willard no
señala con precisión (aunque luego
lo haga en general) por qué y cómo ese afán denunciado “amenaza arruinar las vías
abiertas a la práctica interdisciplinaria”: ¿cómo las arruinaría? ¿qué hace para arruinarlas? ¿las bloquea? ¿las combate?
¿las niega?
Aunque puedo
equivocarme, siento que la denuncia no
está muy clara o es algo genérica (se limita
a señalar la confusión ente ficción y realidad, en general). Por eso tengo más preguntas que respuestas. Y a eso me voy
a cuasi limitar en este cuasi interrogatorio. No insinúo que no
exista esa confusión, ni mucho menos. Ni
que mi punto de vista sea neutro: todos opinamos a partir de una perspectiva
(situada y condicionada) no a
partir de “la verdad” o, más
exactamente, de la mentira de “la
verdad”. Aunque en esta ocasión nos ocupamos especialmente de “la verdad de la mentira”: la ficción literaria.
Otra
interrogante que plantean estas
primeras aseveraciones de Willard Díaz
tiene que ver con el estatuto de la “teoría literaria”. Lo que entiendo es que
la teoría literaria tiene por objeto la literatura: el estudio, la
interpretación y juicio crítico de las obras literarias: novela, cuento, poesía
y tal vez ensayo (y también del respectivo discurso crítico). Su objeto es, en
consecuencia, un objeto artístico: la literatura. Su función básica es valorativa, estimativa, tanto en el que crea
como en el que critica; no explicativa,
representativa o “reflejo” de la realidad. Los signos y los símbolos no
reflejan nada, no tienen sentido sin interpretación subjetiva, no es concebible sin intérprete.
Pero además, la
literatura no puede prescindir del lector y el lector puede leer por distintas
razones válidas, algunas más acá o más allá
de la teoría literaria, siendo la principal el goce o el placer de leer.
Y como se trata en particular de la
novela, “el corazón de la expresión literaria moderna” (en el corazón de nuestros problemas post
modernos) vamos a empezar directamente y sin preámbulo con su función,
finalidad o sentido: es decir, el
sentido de la literatura y en especial de
la novela: “Todas las novelas se
orientan hacia el enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un
personaje, se enfrenta uno automáticamente a la pregunta siguiente: ¿Qué es el
yo? ¿Mediante qué puede aprenderse el yo? (…)
Husserl creía ver el origen de la crisis en el carácter unilateral de
las ciencias europeas que habían reducido el mundo a un simple objeto de explicación técnica y
matemática y habían excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida, die lebenswelt, como decía él (…) El desarrollo de las ciencias llevó al hombre hacia los túneles de las
disciplinas especializadas. Cuanto más avanzaba
en su conocimiento, más perdía de
vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose así en lo que Heidegger, discípulo de
Husserl, llamaba, con una expresión hermosa y casi mágica: el olvido del ser”.
Milan Kundera dixit
Lo que no se puede negar es la relación de la
literatura con la vida social. El ser no es sólo la persona, el ser sólo es
concebible en relación con otros y en contexto, en un lugar y tiempo determinados y determinables.
Eso no niega el principium individuationis, si se permite la pedantería.
Barthes recuerda con Benveniste que la lingüística es “lo social mismo”. Y
Tynianov, formalista ruso, se pregunta:
“¿cómo y en qué entra la vida social
en correlación con la literatura?” Y responde: “La vida social, tiene diversos componentes y fases, y es sólo la
función de estas fases lo que es específico en
ella. La vida social entra en
correlación con la literatura antes que todo por su aspecto verbal (...) Esta
correlación entre la serie literaria y la serie social se establece a
través de la actividad lingüística, la literatura tiene una función
verbal en relación a la vida social”. Y la vida jurídica es, básicamente, expresión escrita u oral a
través del lenguaje: “función verbal”. Esta es una de tantas relaciones.
Luego de todo lo
dicho anteriormente, la diferenciación
entre realidad social, historia, derecho y literatura no
puede ser absoluta, aunque se reconozca
que cada una tiene sus propias funciones, estructuras y demás especificidades
(pero tampoco “relativa” en el sentido del relativismo). Y lo mismo puede decirse de la literatura moderna
en relación al derecho moderno. Un ejemplo paradigmático, que también evoca Kundera, nos
ilustra al respecto: según Kundera “la vida moderna empieza con el
Quijote y no solo con Descartes”. En el
Quijote se presenta un valor fundamental
que es también principio fundamental en
el derecho: la justicia, como ya ha sido observado varias veces. El Quijote ha salido de la casa a la aventura, dejando la seguridad y la paz doméstica, con una finalidad esencial: “desfacer entuertos”, hacer justicia: valor literario y jurídico a la vez.
Muchos saben que la literatura no explica, ni refleja la realidad
(que por extendida convención se llama “real”) ni pretende hacerlo, salvo que lo necesite para hacer más
verosímil la ficción y generar con éxito
las impresiones que quiere provocar. La
literatura no refleja o reproduce lo real si no que lo simboliza y lo significa integralmente. En vista
de ello, suponiendo se acepte la hipótesis anterior, puedo
preguntar: ¿por qué el método científico
es el más adecuado o “coherente” en literatura, como se insinúa?
Si queremos ser “coherentes” con ese objeto literario no sé por qué puede convenir un método “científico” (especializado) y no uno coherente y adecuado al objeto artístico
literario, que es imposible encerrar con una especialidad y que además es de carácter interpretativo o hermenéutico, valorativo y
no cognoscente o cognoscitivo, como la ciencia.
¿O la literatura también es una ciencia?
Lo que es evidente es la función
interpretativa básica, común al derecho
y la literatura.
Si la literatura tiene sentido es precisamente para recuperar ese ser que
por principio se escapa a las “ciencias especializadas”. ¿Como podría ser la
literatura objeto de una especialidad
científica? ¿Por qué habría que aplicar el método científico a un objeto o actividad no científica, a una actividad artística?
En todo caso,
habría que definir lo que es ciencia, suponiendo que haya algo semejante
a “la ciencia” y no las ciencias siempre especializadas.
No se niega que el objeto literario deba estudiarse en sí mismo, en su inmanencia, la
obra por la obra misma; pero también
creo que eso no es posible sin “salirse” de la obra. Sin Fenomenología, sin Psicoanálisis, sin Surrealismo, sin
Vanguardia, etc, no hay teoría literaria. Esto sin contar con la “fragilidad”
de las ciencias humanas, que percibía el elegante y lúcido Barthes: “La
fragilidad de las ciencias humanas
posiblemente se deba a que son
ciencias de la imprevisión (de donde provienen los sinsabores y el malestar
taxonómico de la economía), lo cual
altera inmediatamente la idea de ciencia”. Y eso también se puede decir de
Tal vez sean mis lagunas las
que me llevan a preguntar: ¿qué
tiene que hacer la ciencia aquí? Y ante todo
¿que se entiende por ciencia? Con
un concepto suficientemente extenso
de ciencia (porque hay múltiples, como
se sabe) hasta el comercio de salchi papas sería científico (disciplina que
tiene sus propios métodos, objetos y fines).
Es verdad que se llama así
(ciencia) a la teoría literaria o a la lingüística desde la época de los
formalistas rusos, cuando menos. Pero pocos han
aclarado por qué llamarla “científica” y no simplemente estudio crítico
o interpretación literaria. ¿Y que tiene
eso en común con la biología, para utilizar el mismo nombre genérico de
“ciencia”?
En los
formalistas se entiende el rezago
positivista (el afán cientificista),
dada la época en que escribieron. Con respecto a nosotros, creo que
el abandono del afán cientificista (tan claramente denunciado por
Ernesto Sábato en “Hombres y engranajes”) en
la teoría literaria, haría más consistente la posición sobre la inmanencia de los estudios
literarios, los haría más plásticos o
adecuados. Nunca dejó de ser una actividad
estimativa, retórica,
interpretativa y argumentativa: eso implica
determinación de sentido,
ponderación subjetiva,
valoración de signos, interpretación de
símbolos, sin que esto sea
peyorativo o inferior a lo “científico”.
Sólo es distinto. Aquí no se trata de “conocimiento de la realidad” sino
de interpretación de signos y aplicación
de valores; toma de posición o
punto de vista.
De ser ciencia la
teoría literaria tendría que serlo en un sentido a precisar necesariamente, para evitar
malentendidos o falsas discrepancias. Lo digo porque Willard habla de “requisitos epistemológicos de la
ciencia” aludiendo a
Aquí nos limitamos a preguntar, como habíamos
anunciado. Lo que es seguro es que ese
problema, que parte del vínculo entre derecho y literatura, es apasionante por
todo lo que implica y complica. Particularmente para un profesor de metodología
de investigación, que quiere la literatura tanto como el derecho cuando alcanza una expresión literariamente
valiosa, (como el Code Napoleón para Sthendal). Y volvamos al grano.
La acusación
que Willard Díaz hace a los
lectores jurídicos de novelas es que
“proponen la lectura de novelas como si
fueran casos judiciales, y de problemas literarios como si fueran temas para la
justicia, cual si el paso entre la ficción y la realidad hubiera sido
franqueado gracias al postmodernismo y hoy fueran suficientes curiosidad, buena
voluntad o ganas”. Aquí está clara en general la acusación (confusión de ámbitos, por tanto
funciones, etc). Pero
no está claro a quién se refiere
específicamente, porque no se refiere a
ningún caso concreto, la denuncia en general. Y esto genera dudas. ¿Se podría
aplicar esa crítica a “La pluma y la
ley” de Carlos Ramos?
Sería mucho más
fácil si se diera el ejemplo particular
en cada caso de confusión, extrapolación o impertinencia epistemológica —si así
se les puede llamar. ¿Por qué no se
deben leer novelas como si fueran
casos judiciales? ¿Por qué no se debe ver problemas literarios como si
fueran temas para la justicia? O tal vez la pregunta debiera ser: ¿en
que casos sí y en que casos no se pueden hacer esas vinculaciones? ¿Por qué?
Aquí creo que estamos de acuerdo en que sólo los muy despistados confundirían
los hechos literarios con los datos
históricos objetivos, y a los personajes de ficción con seres vivientes. Pero ¿es esa ingenuidad todo el blanco de las
críticas? ¿O también incluye otras confusiones menos ingenuas de los
profesionales, como parece por momentos?
El problema es
que esas diferenciaciones conceptuales o epistemológicas no son muy claras
cuando uno se acerca a examinarlas; todo
lo contrario. Y eso se debe a que la ficción y las ciencias tienen el mismo objeto:
“dar cuenta de la realidad”, sólo que desde diferente perspectiva, criterios e
instrumentos. Por eso Fernando de Trazegnies, narrador, jurista e historiador, sostiene que “la novela no parece aportarnos
una pura ficción, de la misma manera como
La ingenuidad (cuando es tal) tal vez tiene que ver con el “olvido” del
lenguaje, no de su función comunicante
sino de su naturaleza simbólica y significativa, que se escapa por el hecho de estar demasiado próxima e íntimamente ligada a la práctica social constante de todos. No hay tal vez la suficiente toma de distancia frente a su carácter y
complejidad, dos de cuyos componentes son la polisemia y la sinonimia, por
ejemplo. Nada de esto niega, sin embargo, que
haya más de una relación entre derecho y literatura, entre ficción y realidad, etc.
Por otra parte,
la teoría literaria nunca ha sido una
metodología hecha y derecha, debido a su
dinamicidad y a su carácter abierto,
plural y heterogéneo Al respecto,
B. Eikhenbaum, cita a A.P. de
Candolle: “El peor, a mi modo de ver, es el que presenta la ciencia como hecha”
(La teoría del “método formal”, “Theoríe
de la litterature”, textos reunidos por Todorov, Pág. 31. Collection Tel Quel.
Seuil). Y Barthes dice algo semejante
en “El placer del texto” (Siglo XXI, Pág.142): “Posiblemente haya
llegado el tiempo de distinguir lo
metalinguístico —que es una marca como
cualquier otra— de lo científico, cuyos criterios son otros (quizás, dicho sea
de paso, lo propiamente científico resida en destruir la ciencia precedente)”.
El mismo reproche de cita anterior dirige Willard Díaz, en general,
“a profesores que hablan de personajes literarios como si de seres humanos se hubiese tratado, que explican y analizan
cuentos y novelas como muestras de
acontecimientos reales, que toman por ejemplos historias literarias para ilustrar fenómenos políticos o sociales”. Otra vez aquí no sabemos con la precisión
debida a quien y en qué caso concreto ocurre esto que se denuncia en general. Cita unos nombres ( Rosa Núñez, Chávez y Chávez, Cornejo Polar,
Víctor Vich, Nelson Manrique) pero no señala específicamente cuáles o en qué consisten sus pecados
epistemológicos respectivos.
Más
preguntas ingenuas: ¿por qué no se puede hablar de personajes cómo si de seres humanos se tratara? ¿en todos los casos? ¿Qué hay de malo o problemático en la
relación que Rosa Núñez establece entre “El extranjero” y el derecho penal,
aunque ella no se limite
a eso? Ella no “propone” ese
vínculo, lo pone en acción, que es distinto. No dice que es el único, ni el principal,
ni se postula como ejemplo.
(Algún abogado
podría alegar que el derecho con el que se juzga a Mersault no es el mismo que
el del sistema peruano. La respuesta es que existe el “derecho comparado” precisamente por eso. Se
pueden vincular dos sistemas jurídicos nacionales distintos, en este caso pertenecientes a la misma familia romana
germánica a la que en ese momento pertenecía la ex colonia francesa de Argel,
común al sistema peruano).
El tema
era, además, fundamentalmente
ético jurídico, por tanto más amplio y comprensivo. Si la literatura es capaz de revelar cosas
que otras disciplinas no pueden, ¿por
qué no utilizar ese poder de la ficción con objetivos extra literarios, por
ejemplo en vinculación con el derecho?
Y también se puede dar la misma situación en
otro tipo de ficción: el cine. Aunque se
tenga claro que “Filadelfia” es ficción cinematográfica y no la realidad, cualquiera
puede adoptar una posición frente al conflicto jurídico que es el tema del film (los derechos del
sidoso) “como si fuera real”, porque este aspecto del film esta tomado de la
realidad jurídica anglosajona, tal cual es, ni más ni menos, con todo su
inseparable contexto ético existencial, etc. Y si queremos hablar o describir
la familia jurídica anglosajona (una de las dos más importantes en occidente)
esa película es muy adecuada (no la única) por su concreción ficta, por así
llamarla. Una vez más, la ficción se apodera de lo real para darle verosimilitud. Eso no la hace menos ficticia.
Parece valido como recurso artístico y además muy útil para
los estudiantes de derecho, como recurso pedagógico. Aunque no tenga valor
crítico cinematográfico, no niega la crítica y la consideración integral de la obra. Filadelfia como un caso de
derechos constitucionales, en un
contexto tan concreto como la vida norteamericana. ¿O es malo
considerar los casos de ficción
como si fueran reales siempre? Además,
con un caso jurídico de estos (el de los derechos del sidoso) llegamos también, como quiere Kundera,
al fondo mismo desde donde es posible la “recuperación del ser”. El asunto tiene que ver directamente con el
sentido de la existencia y pone en
cuestión el derecho mismo en su núcleo ético sustancial. ¿No depende esa
relación de los fines que cada uno se propone al vincular la literatura con otra actividad?
Porque de poderse, se puede.
No creo que
alguien sostenga que la literatura deba
ser sólo para literatos, escritores o
profesores de literatura, (aunque en el país haya algo de eso debido a la
miserable escasez de lectura). Los fines o funciones de la literatura no sólo son teórico-académicos, lúdicos o gozosos; la literatura es también
poderoso medio de conocimiento. Ese “cómo si de seres humano se
tratara” debe aclararse. ¿Se insinúa que los profesores
aludidos no perciben las sacro santas diferencias epistemológicas? ¿Son éstos los que hacen
con los personajes literarios
“como si de seres humanos se tratara”?
¿Por qué no se puede “explicar y
analizar cuentos y novelas como muestras de acontecimientos reales? ¿Sólo hay una lectura válida posible?
¿Las demás son incorrectas, inadmisibles, fraudulentas, nulas,
anulables, ineficaces, improcedentes, como se dice en el juzgado? ¿No
habría que preguntarle primero al deseo y al goce? ¿Las finalidades de la literatura, y de la
teoría que se ocupa de ella, son sólo
literarias?
Antes de ver aquí
utilitarismo, habría que examinar y discutir esas cuestiones. La literatura
suele ser en la educación mucho más
eficaz que los manuales de sociología; sobre todo cuando uno quiere referirse a la
realidad integral, evocada a través de la inevitable mediación semi visible del lenguaje. De la
realidad hecha metáfora, asunto
lingüístico, signo y símbolo, cuando las abstracciones científicas son
insuficientes. La vargasllosiana verdad de la mentira existe: es real; tanto como la mentira de “la verdad”. Veamos un poco de la relación con
Historia, se
dice, es el recuento o la descripción de los hechos del pasado. Nada más lejos
de la ficción. Sin embargo, el historiador también interpreta por intermedio
del lenguaje, por lo tanto también en su
obra hay creación o producción como en
la obra literaria, hay punto de vista La
ficción no es radicalmente distinta a la historia, ni la realidad a la novela:
son eventos de lenguaje. ”No hay
historia a partir de los hechos sino creación de la historia a través
del lenguaje” (Barthes). Por eso no hay
historia sin imaginación, sin creatividad. No es posible negar dichas relaciones,
aunque se puedan criticar sus
confusiones si esa crítica es precisa y clara. La condición para hacer
vinculaciones o fusiones es, claro está, que en cada caso se pueda ver la necesidad
del recurso literario. Para un buen lector, sin embargo, basta con el placer que obtiene leyendo.
Alguna vez
hablando de la religión en Einstein, Leopoldo Chiappo citó “Subida al Monte Carmelo”, del poeta místico hispano
San Juan de
¿Todo vínculo
inter disciplinario es confuso per se? Creo que no es necesario conocer a los
futuristas rusos o a los
estructuralistas franceses, para hacer un uso válido de la literatura que puede ser distinto al de la crítica
literaria. Y si hay extrapolaciones naifs hay que señalarlas. Mientras tanto, sólo
tenemos más preguntas todavía: ¿Por qué
no tomar como ejemplo “historias literarias para ilustrar fenómenos político
sociales”? Quizá ello no vale tanto como crítica literaria especializada, pero puede valer como buena
clase de filosofía política. ¿Acaso el discurso de Willard está dirigido sólo a
los profesores de literatura? (algún exaltado marxista leninista podría ver allí “elitismo”).
El problema central está, según él, en la
confusión entre literatura y derecho;
más específicamente, entre ficción y prosa realista, confusión que
Willard denuncia y cuyo contenido
polémico el suscrito todavía no se aclara con precisión (por lo que pide especificaciones
y disculpas) : “Mi argumento en este ensayo sostiene que no es posible tomar
novelas como si fueran documentos
teóricos , históricos económicos, jurídicos o sociológicos sin suprimir la
diferencia mínima entre textos descriptivos del mundo real y textos
narrativos literarios (...)”. Estamos de
acuerdo en que esa confusión es pueril. Por supuesto que solamente alguien muy ingenuo
puede llegar a confundir la ficción
novelesca con la realidad y no ser
conciente de ello. Sólo pido
que se den ejemplos específicos (de la “vida real”) de esa confusión, in situ.
Ese es un caso; pero ¿qué ocurre con el que sí está avisado y sin
embargo apetece hacer alguna relación entre esas disciplinas sabedor de sus diferencias?
Pero además, ante este argumento sigo preguntando: ¿cómo y por qué es mala esa
supresión de diferencias? ¿qué pasa si
se suprime la “diferencia mínima”? Eso se puede hacer por ingenuidad o inconciencia, como hemos visto, pero también con alguna otra intención
conciente, que pueda ser valida en algún
sentido ¿o no? Cuando se afirma que “no es posible”
¿se quiere decir exactamente eso?
¿o quizá se quiso decir que “no
se debe”? Descartamos la primera
alternativa porque está demostrado, por la
denuncia general de confusión que hace el mismo Willard, que eso es posible,
a pesar de su literalidad (“no es
posible”).
Y queda la
segunda posibilidad: “no se debe”. En este caso se tendría
que aclarar de todas maneras por
qué. Y también por qué mantener los
cotos cerrados disciplinarios o académicos en ciencias sociales y humanidades
como un deber. No niego a priori esa
necesidad taxonómica. Pero ¿no se
requiere a veces la ambigüedad epistemológica o artística para expresarse? ¿No decía Barthes que la ambigüedad es una
riqueza? “El texto tiene necesidad de
su sombra: esta sombra es un poco de ideología, un poco de representación, un
poco de sujeto: aspectos, trazos, rastros, nubes necesarias: la subversión debe
producir su propio claroscuro”. Ese “no
se debe” podría ser demasiado moralista, demasiado policiaco.
Más adelante
Willard aclara su comentario crítico :
“Si bien todos hemos sido educados en la tradición occidental que
distingue entre cuentos y novelas de una parte, y de otra los textos
científicos o históricos —gracias a
categorías como verdadero o falso, imaginario, real— y
estamos dispuestos además a sostener que Blanca Nieves, Pinocho o
Terminator son personajes ficticios ;
muy pocos adoptamos la misma actitud
cuando se trata de novelas realistas (...) En particular la literatura nacional
o regional nos evocan las vivencias del medio y es fácil por ello hacer comparaciones entre la obra y
la vida común; pero igual de simple suele ser para un médico comparar los casos
clínicos literarios y los de su experiencia personal, y para un abogado leer
sobre juicios o sentencias en mundos literarios como si le hablaran de una
corte lejana pero existente (...)”. ¿Como
la legislación franco argelina para Rosa Nuñez?
No es, pues,
necesario considerar “existente” un dato o un hecho que aparece en un contexto
ficcional, como denuncia Willard, para
percibir —y utilizar— sus relaciones con lo real histórico, para hacer
comparaciones. Yo creo que no hay que
pretender que esa lectura “fácil” es crítica literaria; pero es una lectura admisible (y no sólo posible) con la
condición de que no nos den gato por liebre,
claro está y que responda a una necesidad. Si
no hay la intención de hacer critica literaria o hacer pasar por tal lo
que no es ¿qué se reprocha? Señala Willard que “son muchos los que no
hacen la distinción entre verdadero-falso, imaginario-real, ficción
literaria-prosa descriptiva, etc.”. Pero, como estudiante de literatura, yo pediría ejemplos”, específicos de eso que
se denuncia en general y la razón de la incorrección. Esos dualismos binarios,
por otra parte, son producto de la
abstracción y nada más. En la realidad concreta las diferenciaciones y
distinciones son mucho más complicadas (ambiguas y contradictorias).
Por momentos no parece referirse a los profesores y escritores mencionados, cuando señala que “la confusión,
en lo fundamental, se debe a la pobreza de
nuestra cultura humanística o a falta de hábitos de lectura (...)” No
creo que alguno de ellos esté en ese caso, ni mucho menos. Si alguien lee y hace leer entre nosotros son
los escritores y los buenos profesores de literatura (es fácil reconocerlos porque son lectores
obsesivos). Pero entonces ¿a quiénes se
refiere? Sólo quedan como alternativa los muchos
que no leen a Todorov, Jakobson o
Bactín, y que leen una novela sin hacer
la más mínima o remota distinción entre realidad y ficción, etcétera, es decir, que
leen ingenuamente.
Y aquí también necesito preguntar: ¿es malo o
tiene menos valor que un niño de trece años lea Crimen y Castigo
ingenuamente, aunque esa novela a la larga defina su destino? ¿qué niño cristiano no ha sido Raskolnikov al confundir ficción rusa y
realidad íntima? Todo lo cual llevó, en su momento, a las viejas preguntas: ¿qué es literatura? ¿tiene funciones? ¿finalidades? ¿son sólo literarias? .
Sabemos por lo
menos lo que no es. La literatura
no es un remedo, una copia o reflejo de la realidad sino sus posibilidades
infinitas, la vida tal como podría ser, bajo ciertas condiciones
posibles. La literatura está vinculada a
ella aunque es inconfundible con
ella. Es su metáfora, su simbolización,
su significación existencial: no su
espejo ni su representante. Pero la
literatura no se explica por sí misma:
está hecha de distintos saberes y sabores.
Por eso cuando le preguntaron si se puede enseñar literatura, Barthes respondió que “sólo hay que enseñar
literatura porque ella encierra todos los saberes”. La literatura y su crítica no pueden estar
totalmente escindidas de la
realidad ni siquiera en la ficción pura.
No insinúo que Willard lo vea así. Al contrario, planteo algunos presupuestos en los que tal
vez haya cierto consenso. El que literatura y realidad sean
inseparables en concreto, no impide
que sean distinguibles en
abstracto.
Luego, la función
última de la literatura no es, por eso, literaria sino vital: recuperar el ser
olvidado, como sostiene Milan
Kundera: “En efecto, para mi el creador de
No dice Kundera
que con el Quijote se creo la novela moderna (lo que es redundante) sino la
modernidad misma: “(...) todos los grandes temas existenciales que Heidegger
analiza en Ser y Tiempo, y que a su juicio han sido dejados de lado por toda la filosofía europea anterior,
fueron revelados, expuestos, iluminados
por cuatro siglos de novela (...)” Es
algo digno de tenerse en cuenta, sobre todo cuando se trabaja en teoría o crítica literaria.
Revelación, exposición, iluminación de
la realidad son funciones de la novela. La
ficción y la metáfora son el medio, el instrumento, ( aunque no sólo instrumento). Podríamos decir en suma que la ficción
literaria es un medio para conocer de manera más profunda y más integral eso
que se llama, a partir de una
abstracción pre socrática, “el ser”.
La
ficción tiene “su verdad” ataviada de
verosimilitud y es más profunda y real que aquella que se hace pasar por tal,
como la verdad en general o la verdad analítico abstracta de las
ciencias. La verosimilitud ya supone una relación, un fuerte
vínculo con la realidad, pero no
la relación del espejo o la
representación. La verosimilitud es lo que alguien puede buscar más allá de la literatura y gracias a
ella. El fin es expresar lo indecible, lo inefable, lo “imposible” (Foucault).
Eso que necesita ser revelado, iluminado,
expuesto por algo capaz de hacerlo: una
novela, un cuento, un poema…tal vez un ensayo. Si la literatura existe es por
su carácter insustituible. Hay cosas que
sólo pueden expresarse mediante la
literatura y nada más que por ella. Y ocurre que, a veces, en otras actividades
humanistas necesitamos expresarnos literariamente para realizar nuestros
objetivos extra literarios. En ciertos
casos puede ser la mejor manera de hacerlo.
Aquí no se toma una parte; se toma el todo de la obra, sólo que para
fines particulares (otra obra, a veces).
No es sólo un medio adecuado sino la única manera de hacerlo. Es función del arte. Si esas cosas se pudieran decir de cualquier otra forma la literatura sería
un adorno, como muchos la creen en efecto. Pero no es un adorno. Está lejos de
ser un adorno…o un vargasllosiano medio
de evasión.
Se alega, por
otra parte, que “es fácil hacer comparaciones entre la obra y la vida
común”, dando por supuesto, por el tono peyorativo, que eso es incorrecto en algún sentido. Pero
no se dice cual y por qué.
¿ por qué negativas? ¿por ser
fáciles? En todo caso, el que sea
fácil hacer algo no demuestra su
corrección o incorrección. Y si no es sólo el facilismo lo que se reprocha,
entonces ¿qué es lo que se reprocha en este caso? ¿hacer comparaciones entre
la obra y la vida común ? ¿por qué no,
si la literatura está hecha para
el común y viene del común, de algún lugar de
Willard cita a
Aristóteles para hacer notar que si bien
el Estagirita sostuvo que el arte imita
a la vida, la mimetiza, eso no significa para él que
el artista reproduce lo real, sino que es “la construcción o poiesis de una
apariencia de realidad”. En eso creo que hay consenso, teniendo en cuenta, además, que el
lenguaje y la realidad son heterogéneos. “Lo real no es representable” como decía
Barthes. Entre la realidad y el lenguaje hay una “inadecuación fundamental”. Por so mathesis
y semiosis también participan, no
sólo mimesis. Willard agrega correctamente que lo esencial
es la verosimilitud y no “la representación aún
más verdadera y documental de
dicha realidad”. Que la literatura se diferencia porque posee “un discurso
ficcional y una estructura estética”. En
esto también hay consenso probablemente.
Agregaría
que las
formas no sólo son formas en la literatura: son formas-contenido. Y por eso hay que ir a la obra misma. Ficción
y verosimilitud serían rasgos esenciales.
Sólo que en cuanto a la
ficción, Willard reconoce que no es
“específico” de la literatura. Y en
cuanto a la “estructura estética”, a mi modo ver, hay que tener en cuenta que se trata de valores y valoraciones. Eso no quiere decir bonito o feo, bello o no
bello solamente, sino que implica también otros valores; como también sostiene Kundera: “Investigar un valor estético quiere decir:
tratar de delimitar y denominar los descubrimientos, las innovaciones, la nueva
luz que arroja una obra sobre el mundo
humano”.
Acudiendo
a Todorov Willard agrega : “que si bien
no es exclusivo de la literatura, lo es que la obra se presenta al
lector anunciándole que es un discurso ficticio, no lo oculta, da claros signos
de cómo debe ser leído el cuento o la novela que tomamos entre las manos”. Sin
embargo, sin negar las diferencias, yo replico: si están tan claros los signos de cómo debe ser leído un cuento o una
novela, ¿cómo es que incluso los profesores
de literatura los malinterpretan o los
“confunden” con la realidad? ¿o
interpreto mal la denuncia de Willard ? Quizás
hay que buscar otras respuestas además de la falta de
lectura y de los vacíos humanistas. No
para encontrar las causas de la
confusión sino para ver cuando y por qué sería incorrecto y en qué sentido.
Creo
que hay que distinguir los usos literarios y los diversos lectores y lecturas.
Hay diferencia entre el lector ingenuo y el crítico literario o el profesor de
literatura, pero no es de jerarquía sino de
objetivos, perspectivas, intereses, etc. Lo que se pide al crítico
literario es que debe atenerse principalmente a su objeto: la
obra misma, “poner la obra en el centro de las preocupaciones (...) las
calidades intrínsecas del arte literario (...)”, como dice Todorov. Su
inmanencia. Pero lo de las “calidades intrínsecas” puede ser entendido de distintas formas.
Esa
exigencia fue un acierto y un avance en
relación al pasado y aún lo es. Pero se equivocaron quienes creyeron
que el acierto trae aparejado el
desprecio o abandono por la aproximación sicológica, filosófica, sociológica,
jurídica, etc, de la literatura: la idea
de especialización fue extrapolada más allá de la naturaleza: la crítica literaria como ciencia. Sin
embargo, no se pueden negar los fines o
usos literarios de esas disciplinas, ni los fines extra literarios de la
literatura, que para otros puede ser lo más importante.
No
son excluyentes los distintos abordajes
y relaciones y la literatura está vinculada de muchas formas a la
realidad social y a varias disciplinas
humanistas. Aquel que pueda manejar, actualizado, todo ese bagaje para intentar
una visión integral de la existencia, me imagino que hará mejor critica
literaria; porque para “hacer”
literatura eso parece indispensable Hay muchas posibles lecturas, pero, por
supuesto, no hay que llamarle “crítica literaria” a lo que es
sólo un manejo real o aparentemente utilitario, válido o no , de la literatura.
No es crítica literaria, pero no
creo que deba anatematizarse, o que signifique que ese trabajo es inútil u
ocioso o incorrecto. Y si lo es hay que demostrarlo claramente.
Es verdad que “no se puede explicar la obra a
partir de la biografía del escritor ni a partir del análisis de la vida social
contemporánea”, como decían algunos formalistas, y lo recuerda Todorov en los
años 60. Pero eso no significa que la biografía del autor y la vida social contemporánea no tengan nada que ver con la
obra. Debiera decirse que la “biografía del autor y la vida social
contemporánea” no son suficientes para explicar la obra, pero sí muy necesarias.
No hay literatura pura y sin mancha y la misma crítica literaria nació
como Teoría de
Willard Díaz nos dice que la lectura más rica
de la obra es “la que la toma como un todo (...) Y eso significa considerar la
obra como una estructura artística que en que cada parte es íntima y sólida,
unida al resto”. ¿Eso quiere decir que hay una lectura menos rica también? ¿Y cual sería ésta? Una lectura puede ser la del experto que se
detiene en la estructura de la obra y en sus rasgos formales: una experiencia
intelectual. Pero también está la
experiencia del que goza la obra sin ser
conciente de la estructura y sin pensar en la obra como una obra, simplemente sintiéndola, entendiéndola con el corazón, el sentimiento
y la intuición, “leal a sus convicciones y a sus emociones” (Borges).
Quiero decir que no creo que una lectura sea
más o menos rica en abstracto, eso dependerá de la sensibilidad del
lector. La buena preparación en
teoría literaria es una ventaja para
desconstruir la estructura y demás características particulares de la obra
literaria, pero eso no es todo y no impide otras lecturas (en el sentido de
otras perspectivas y en el sentido de que
puede haber quien no lea crítica literaria, pero sea un gran lector de
novelas y cuentos) y que se pueda
vincular de muchas formas, por ejemplo, literatura, derecho, historia, etc.
Para eso la eficacia es esencial (no tiene que
estar sólo relacionada con eficacia empresarial). Comentando El Quijote, Borges
señalaba algo sobre ella cuando aludía a cierta “superstición del estilo” que
descuida la propia emoción, la propia convicción: “Los que adolecen de esta superstición, no
entienden por estilo la eficacia o ineficacia de una página, sino las
habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios
de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o
propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que
les informarán si lo escrito tiene el
derecho o no de agradarles”. (“Cervantes
y el Quijote”, EMECE, Pág. 23)
Más
adelante Willard sostiene que “las
piezas de la estructura artística no permite los significados parciales, es
decir, no se puede analizar independientemente de la totalidad, no se puede
llevarlas al laboratorio del sociólogo o jurista a examinar.” Con respecto al jurista hay que
tener en cuenta que no tiene laboratorio, no es un científico, más bien es un
interpretador, como el crítico literario. No veo por qué en este caso no es
lícito aislar un asunto jurídico tomado
de la obra literaria, para examinarlo
desde el punto de vista jurídico; así como se estudian casos hipotéticos o
especulativos que no tienen porque existir realmente para ser examinados y
discutidos jurídicamente. Esto no significa
sólo “legalmente” sino mucho más que eso, porque el derecho es complejo
y heterogéneo o mixto: lo legal es uno de sus elementos. A un buen jurista le importa el caso jurídico íntegro, en su
contexto, y la literatura se lo puede ofrecer, con ella puede “recuperar el ser” cuando lo requiere.
Es cierto que no es posible ser indiferente al
conjunto de la obra para hacer esa
operación jurídico-literaria. Pero alguien se puede ocupar de un asunto específico
de la obra teniendo en cuenta tácitamente esa mirada global, “la perspectiva
del águila”. Lejos de despreciar o soslayar esa perspectiva integral es justo lo que le interesa y por
eso parte de ahí, del conjunto, al
elegir esa obra como ejemplo y no otra. Y también se puede analizar el caso
jurídico como caso jurídico... para mejor entender el conjunto de la obra ¿o
no?. [1]
Esta lectura estructural, totalizante, en la que cada parte esta unida al
resto, es para Willard Díaz la más rica
de la obra. Aquí dependerá de lo que se entiende por más rica. Si por rica se
entiende más concreta o menos abstracta, probablemente la lectura más rica sea
la más profunda o intensa, o la más
sentida y vivida. Poner al alcance de
todo ser humano, que no sea un tonto, la
“recuperación del ser”, aunque ignore todo lo referente a la teoría literaria y
a la “recuperación del ser” (como asunto teórico-filosófico) es un acto
democrático. Pero también puede darse el problema inverso: confundir la
totalidad estructural con las
“tecniquerías” ( no aludo a nadie sino
al peligro de que se asuma así la crítica de Willard) y dejar de lado la emoción y la convicción
unamuniana. Y en esta perspectiva, la
lectura menos rica sería la más preocupada por las “tecniquerías”. Unamuno dixit: “Pascal se indignaba de las
pequeñas discusiones de los jesuitas, de sus
distingos y mezquindades. ¡Y que no son chicas¡ Como el demonio, como Satanás a los pies de San
Miguel Arcángel. Y Satanás el ángel
rebelde tenía en la mano...¡un microscopio¡ es el símbolo del hiperanálisis” (“La agonía
del cristianismo”)
Es verdad que para gozar intelectualmente con
la reflexión sobre la construcción y expresión modal de la obra (que le da un
plus al goce literario) hay que estar preparado intelectualmente y aquí sí es
indispensable Todorov, los formalistas, los estructuralistas,
Lo que hace
importante a la novela es el hecho de ser leída. El cómo leerla e interpretarla debe
entenderse bajo el principio de libertad,
teniendo en cuenta la
motivación, objetivos, intereses y
deseos del lector. Otra vez Barthes: “en el texto de placer las fuerzas
contrarias no están en estado de
representación sino en devenir: nada es
verdaderamente antagonista, todo es plural”. En esto último también creo que
hay consenso. El placer y el goce de la lectura no son sólo para los ricos.
Creo
que es importante tener en cuenta la
borgesiana observación crítica: concentrarse en “la eficacia del
mecanismo” no en la “disposición de sus partes”. Borges cree que algunos “subordinan la emoción a la ética, a una
etiqueta indiscutida más bien. Se ha generalizado tanto esta inhibición que ya
no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales”
(Id). Una “etiqueta indiscutida” es una moral, la enemiga de
CONCLUSIONES PROVISIONALES
No estoy seguro de haber entendido a Willard, por eso no
descarto la posibilidad de malentendidos y tergiversaciones, pero esto también
servirá de pregunta si de lo que se trata es de aclararnos los problemas y no de vencer o morir. Tal vez todo el asunto esté resumido en estas
aseveraciones de Willard, con su migaja de ironía: “(...) Además, si una novela
puede ser leída como caso jurídico, por la misma razón un caso jurídico puede
ser leído como novela, e iríamos a la librería a comprar una copia del
expediente del último crimen pasional en Arequipa”. Luego, Willard no niega
la posibilidad de que esas dos cosas ocurran (leer una novela como caso
judicial y un caso judicial como
novela). Sólo que considera que eso no es correcto en algún sentido, pero no
está claro cuál. Yo creo que hay
muchas lecturas y relaciones
posibles y algunas podrán justificarse y
otras no tanto, pero siempre hay que dar razones. ¿No se puede leer El Proceso como caso jurídico?
El que asume un caso jurídico no
debe entenderlo como asunto meramente legal, si de verdad lo asume ¿No son los
crímenes pasionales que llegan al juzgado verdaderas novelas listas para que,
exagerando un poco, el artista les de
una forma y las firme? Podemos y debemos criticar (clara y distintamente) y discutir, pero no desautorizar la expresión de algunos atrevidos que se sienten autorizados por sus deseos o
necesidades a hacer mil y una
relaciones. Y peor los que no
han leído a Todorov.
Creo que en el
texto de Willard parecen haber sólo dos alternativas en cuanto a la función de
la novela: ser documento de la realidad por un lado y, por otro, ser mentira o
ficción pura sin vínculo con la realidad (o lo que se llama como tal). Y sin
embargo la novela está más profundamente vinculada a la realidad que los datos
abstractos de las ciencias, por ejemplo. Y la teoría literaria, habíamos dicho, ni siquiera es una disciplina. Barthes encore:
“el texto destruye hasta el fin, hasta la contradicción su propia
categoría discursiva, su referencia sociolingüística (su ´género´)”.
Frente
a esas dos alternativas existe otra que no concibe la novela ni como
documento científico ni como ficción pura. En ella se toma en cuenta esa
realidad para crear la ficción y
se crea la ficción para penetrar más profundamente en la realidad. ¿Cómo
desvincularlas?.
Sin embargo, que los problemas tratados no son nada
simples, lo demuestra Fernando de Trazegnies en el texto citado. Con su
acostumbrada perspicacia ha podido notar en Mario Vargas Llosa una clara
ambigüedad en cuanto a la función que atribuye a la literatura: medio
privilegiado de conocimiento de la realidad y evasión de la misma
simultáneamente. Tal vez debamos
resolver primero esta ambigüedad, si no
lo hemos hecho ya.
© 2008. JUAN CARLOS VALDIVIA CANO
[1] Como ejemplo de uso extra literario de la
novela se me ocurre la hiper realista
descripción de armas cortas de todo tipo, calibre, dimensión, potencia,
funcionalidad, utilidad, presentación, etc, que hace Bond en la novela de Ian Fleming, en la que nos
ofrece, además de sus andanzas, la
mortífera sabiduría del 007. No se trataba de leer esos datos confundiéndolos
con la realidad sino de tomar un trozo armamentístico para la
construcción de la ficción,
metamorfoseado por el lenguaje
para fines novelescos. Y de tomar ese trozo novelesco para hablar del tema
favorito (las armas). En la literatura, sabemos, lo que importa
es el efecto esperado. Y nosotros podemos hablar de armas,
si nos interesa ese asunto, a través o a
partir de la cátedra de Bond.
Y lo mismo se puede decir de los vinos, en lo que el 007 es un eximio.
¿Estoy confundiendo planos?