20 días en Madagascar - Madagasikara - Mayo/junio 2006
Durante el paseo por cualquier lugar de la isla te encontrarás, además de paisajes especta-
culares e islas paradisíacas y sobre todo en las atestadas calles de sus ciudades, gallos y
gallinas con su ristra de polluelos atravesando de forma suicida los caminos. Patos, gansos
y gatos bebiendo de charcos con líquidos de dudosa procedencia; cabras, pavos, y perros
famelicos hurgando entre la abundante basura; carretas de cebús y hasta algún que otro
cerdo. Los niños se te pegarán pidiéndote "l’estiló" (bolígrafo), bombones o dinero,
mientras los mendigos, con una sonrisa y un "bonjour" en sus labios, extenderán delante de
tí su sombrero de paja para que dejes caer algún billete. Vendedores ambulantes de cualquier
cosa te mostrarán, asediándote, sus productos, mientras los Pousse-Pousse y los taxistas te
ofrecerán sus servicios; y algunos, que aseguran ser "guías oficiales" intentarán colocarte
tal o cual maravillosa excursión. Aunque en este diario no lo veas reflejado asiduamente,
para no aburrir, estas situaciones han sido, son y serán una constante durante todo el
viaje. Si piensas realizarlo acostúmbrate a ello.
El vazáha (pronúnciese vasssáa) ese oscuro objeto de deseo
20-05-06 Barcelona - París - Tananarive
Todo ha ido demasiado bien, incluso el avión de Air Madagascar ha llegado a las cuatro de la
mañana, con 40 minutos de adelanto. No hemos solicitado el visado en el consulado de Barce-
lona ya que nos pedían 40 euros y nos habían contado que aquí es más barato. Tras una cola
en el control de pasaportes de unos 30 minutos pagamos 12 por él. Estamos en un aeropuerto
apagado, de luces mortecinas, que guarda únicamente una cinta de maletas. En ella me espera
el desastre... mi mochila no ha llegado ¿me quedo con camiseta, pantalón y sandalias como
única vestimenta durante 20 días? Para más desespero no viene otro vuelo de París hasta el
lunes veintidós... o sea que nos vamos a quedar un día más de lo previsto en Tananarive, la
ciudad que tantas veces nos han dicho que debemos abandonar rápidamente.
"Amablemente" una persona que parece empleada del aeropuerto nos lleva las maletas en un
carrito hasta el taxi que nos ha puesto el hotel Sakamanga. Nos pide una moneda de euro de
propina... Después nos enteramos que con esa cantidad se puede comer razonablemente bien en
la isla. El taxista se llama Albert y no es tal. En realidad es el propietario de una mini
agencia de viajes... nos lleva por el camino más largo a la ciudad, tratando, en vano, de
ganar tiempo y colocarnos un par de excursiones guiadas.
Es aún de noche, una de esas noches que uno puede encontrar en una ciudad del África negra,
oscura, sin casi una luz que ilumine nada. La carretera está a rebosar de gente que trapi-
chea o se dirige a cualquier lugar con prisa y un número bastante elevado de deportistas
corriendo, actividad bastante peligrosa por los inexistentes arcenes y los coches que
circulan a toda velocidad.
Las 6:30 a.m. y plantados en el hotel. Evidentemente nuestras habitaciones no están prepara-
das. Nos guardan las mochilas en un cuarto mientras salimos a la calle a tratar de descubrir
esa ciudad de la que nos han hablado tan mal. Extraño país este en que, en invierno, ya es
de día a estas horas y anochece sobres las 5:30 de la tarde. Albert nos ha prevenido contra
los ladrones, que tengamos cuidado con las cámaras, móviles o similares. Es habitual el robo
al tirón y hace poco atracaron a un cliente suyo con tiro al aire incluido.
La primera impresión es bastante negativa. A pesar del sol radiante, una espesa neblina lo
cubre todo, una neblina tóxica causada por la contaminación de miles de tubos de escape sin
ningún control, vehículos viejos que no pasan ningún tipo de revisión. La segunda impresión
también es mala, pases por donde pases y te cruces con quien te cruces, te mirará insisten-
temente ya que tu eres una especie extraña, un vazáha, un hombre blanco.
No han tardado mucho en pedirnos dinero... uns par de niños nos siguen durante centenares de
metros... vazáha "atans" ( attends ), vazáha "aryan" ( argent ), vazáha "bombom", vazáha
"biscuit". Al principio te dan pena, niños de 5 ó 6 años con otro de 2 ó 3 en la espalda,
descalzos, vestidos solo con un pantalón destrozado y sucio. Veinte días después a los más
insistentes casi los llegarás a aborrecer, para avergonzarte de esos sentimientos cuando ya
estés de regreso en casa y compares tus comodidades con las de ellos. Las guías que hemos
leído sobre este país nos hablan de esos niños, dicen que sus padres acostumbran a enviarlos
para conseguir dinero, sacándolos de la escuela y así limitando sus futuras posibilidades...
otros no tienen siquiera padres, están solos ¿Cómo puedes llegar a distinguir unos de otros?
Tana, diminutivo de la ciudad, es un lugar que el Ministerio de Asuntos Exteriores francés,
las guías como la Lonely Planet, las agencias de viajes, sus habitantes y el instinto, te
recomiendan no pasear por ella de noche. Ni una sola farola ilumina la oscuridad más abso-
luta. Tras una pequeña reunión decidimos no salir a esas horas.
Hemos conseguido cambio en la agencia de Albert. Hoy es sábado y los bancos no abren. Nos ha
dado por 600 euros 1.590.000 ariari. O sea a 2.650 ar por euro. Un gran fajo de billetes nos
corresponde a cada uno, no sabemos donde guardarlos. Toda una fortuna. Nos hemos interesado
por los precios de sus servicios de guía; uno de ellos me parece interesante, el recorrido
de la RN7, la mejor carretera del país que atraviesa de centro a sur toda la isla, nos sale
por 133 euros por persona; teniendo a nuestra disposición un vehículo y un guía/conductor
que cumplirá todas nuestras indicaciones, parándose donde le digamos, llevándonos donde que-
ramos, asesorándonos a donde ir y no ir... Diez días a nuestra disposición sin costarnos ni
un solo céntimo más ya que, en esos 133 euros, están incluidos sus hoteles, sus comidas y
los gastos de gasolina o de cualquier otro tipo que pueda generar el guía/conductor. No
todos los componetes del grupo están de acuerdo en organizar un poco el viaje, nos lo plan-
tearemos más tarde.
Con la nariz y los ojos irritados seguimos visitando esta ciudad de casas bajitas y, muchas
de ellas, destartaladas; casi unifamiliares y con sus calles repletas de gentío. Descendemos
por la calle "Russie" en dirección al lago Anosy y a la avenida "Ho Chi Ming". Los nombres
de las calles nos muestran un país que antiguamente se había alineado con la extinta URSS.
Ni un solo semáforo en todo el recorrido y, aunque parezca mentira, pocas veces nos hemos
visto amenazados por los conductores... conducen en un caos controlado, donde unos y otros
se cruzan sin ningún orden, pero con una precisión calculada al milímetro.
Nos adentramos en lo que parece un mercadillo... centenares de puestos en el suelo con sus
productos encima de mantas. Venden de todo, cachivaches en su mayoría. Tuercas, recambios
usados de bicicleta, ruedas recauchutadas, ropa usada procedente de los envíos caritativos
occidentales y una espesa sopa de fideos que mantienen en barreños y van dando a los compra-
dores en un mismo plato una y otra vez. Las calles negras, grasientas y repletas, como
siempre, de un gentío que no para de mirarte insistentemente mientras los niños observan tu
cámara cuando la sacas, si es digital o no y te piden dinero... aunque, he de sincerarme,
muchos otros con los que nos cruzamos nos saludan con un educado "bonjour vazáha"
Allí vemos nuestros primeros Puss-Puss (Empuja-Empuja), medio de transporte muy común en la
isla. Se trata de un carro de dos ruedas tirado por un ser humano que habitualmente va des-
calzo. Se acerca a ti a ofrecerte sus servicios, le indicas donde quieres ir, regateas un
precio por ello... unos 1.000 ar (0,38 eur) es la cantidad que acostumbran a cobrar a los
"guiris". Los nacionales pagan menos. Subes tu mochila y te subes tú. Al principio camina
para poder arrastrar el peso, luego, cuando coge velocidad, te lleva al trote la mayor parte
del viaje... denigrante ¿verdad? Al llegar a esta isla has de cambiar el chip y tratar de
endurecer tu corazón, la mayoría de la población vive en la miseria ¿no subirías jamás en un
Puss-Puss? Ellos te lo piden, viven de eso y las matemáticas son muy sencillas... si no
subes no comen.
Unos pasos más allá aparece un agujero en el suelo por el que circula, a una velocidad
endiablada, una especie de torrente/cloaca subterráneo. Cuatro mujeres se agolpan sobre él y
lavan ropa.
Podría estarme horas contando mil y una anécdotas de esta ciudad, como el de una pequeña
mujer, que después de hablar con nosotros más de diez minutos en un francés exquisito, acabó
pidiéndonos dinero y, ante nuestra negativa, cerró la conversación diciéndonos muy dignamen-
te: "Je travaille". O sobre esos franceses sesentones, obesos y obscenos que se sientan a
cenar en el restaurant del hotel Sakamanga siempre acompañados por muchachas de 18 ó 20
años, de mirada huidiza, casi avergonzadas por lo duro que es ganarse la vida. O sobre esa
curiosa estación de tren en la cabecera de la Avda. de la Independance... que la están
reformando y nadie sabe para que, ya que hace años que no circula tren alguno hacia o desde
la capital. Pero convertiría este relato en un largo e infumable mamotreto.
22-05-06 Toliara (Toulear) - Anakao
Nos han confirmado en el aeropuerto que la mochila llegará en el vuelo de las 4:40 a.m. El
taxista ha cogido la ruta corta para llevarnos a él; a las 5:00 a.m. tiene otros clientes.
Precio del taxi tras regateo 20.000 ar (7,55 eur). Mientras esperamos compramos los billetes
del vuelo interior que nos llevará a Toulear y a la paradisíaca playa de Anakao, en la otra
punta de la isla. Precio 206.000 ar (77,74 eur) por persona tras el descuento del 40% por
haber llegado al país en vuelo internacional de Air Madagascar.
Con la mochila ya en la mano embarcamos en un flamante bimotor. Haremos escala en la pobla-
ción de Morondava, conocida internacionalmente por tener en sus alrededores la famosa
"Avenue des Baobabs". Se trata de una pista forestal con sus márgenes repletas de esos
gigantescos, extraños e impresionantes árboles, que parecen tener sus raíces en la copa. Un
par de horas después tras el espectáculo de la vista aérea de los baobabs y del río Tsiribi-
hina, una de nuestras próximas excursiones, llegamos a Toulear, donde de nuevo nos las hemos
de ver con los taxistas, que piden 10.000 ar por llevarnos a la ciudad.
A duras penas caben las mochilas en el 4L (casi todos los taxis del país son de esa marca)
pero por 6.000 ar ¿qué más quieres?. El taxista nos come el "coco" durante casi todo el
camino, quiere que le contratemos más veces durante nuestra estancia en la ciudad, le pedi-
mos su número de teléfono para que nos deje en paz. Cuando vamos a descender del taxi nos
planta un muchacho, un enorme machete por la ventanilla, nos lo quiere vender... ¡Que acojo-
ne! dice la compañera... Joder que país, digo yo.
Intentamos cambiar más ariari y vamos preguntando por un banco. Un simpático y alocado cana-
diense nos dice que "banks are the worst of Madagascar" (los bancos son de lo peor de
Madagascar) mientras, haciendo aspavientos, nos lleva a una casa de cambio. Nos dan 2.670 ar
por cada euro. Nos dice que no tengamos miedo de la gente de Toulear, que son muy buenos y
se va, para volver unos segundos después e indicarnos que es tratante de piedras preciosas y
que si estamos interesados nos vendería algunas, faltaría más.
Llegamos al puerto, donde pretendemos contratar una embarcación que nos lleve hasta Anakao.
Todo lo que vemos por ese deprimente lugar nos entristece. Ristras y más ristras de ennegre-
cidas barracas pegadas unas a otras y criaturas desnudas chapoteando en las cloacas al aire
libre que discurren por el medio de la calle. Las mejores barracas son las que se dedican a
la venta de viajes y plazas hoteleras. A las 14:30 sale un 4 x 4, de la Compañía do Sud (la
recomendada por la guía Lonely Planet) que nos lleva a Saint Agustín, un poblado de chozas,
para pillar allí una lancha hasta Anakao... todo un lujazo, somos los únicos turistas del
día. Precio de los dos medios de locomoción juntos: 70.000 ar (26,42 eur) por persona. Ya en
el poblado, una cuadrilla de chiquillos nos siguen hasta la lancha cantando y brincando...
Nos ven una bolsa de naranjas que hemos comprado en el mercado, les damos una a cada uno. Me
está cogiendo complejo de bwana.
Ante nosotros aparece una pequeña bahía, casi cerrada por una lengua de arena que ha ido
formando la desembocadura del río. La lancha la encontramos fondeada cerca de la lengua de
tierra. Los críos nos siguen hasta ella (no deben haber muchas diversiones en este pequeño
lugar) y nos saludan con gritos y brazos en alto cuando embarcamos.
Una hora de lancha parece demasiado tiempo, pero no como para aburrirnos. Ya en mar abierto
nos encontramos constantemente con pequeñas piraguas de vela parecidas a las latinas, desde
las que los pescadores lanzan minúsculas redes. Y, aunque parezca mentira, gentes caminando
por encima del agua... eso parece a primera vista. La lancha va zigzagueando tratando de
esquivar los múltiples bancos de arena que se encuentran solo un palmo bajo el mar. La
orilla está a cientos de metros de distancia, pero los habitantes de esta zona aprovechan
esos bancos para adentrarse en el mar y coger moluscos y otros animales... Vazáha, vazáha
oimos a lo lejos una y otra vez.
Anakao es un poblado un poco más grande que Saint Agustín y construido casi en su totalidad
de barracas de madera y chozas de paja. La lancha pasa de largo para llevarnos a la playa
del Hotel la Reserve. Un hotel restaurant compuesto por seis bungalows y rodeado de dunas
donde, dicen, podemos encontrar enormes huevos fosilizados, del tamaño de una calabaza; son
de aepyornis, el pájaro elefante extinguido a finales del siglo XIX, parecido al avestruz
pero mucho más grande ya que llegaba a pesar 500 kgs. Está prohibido llevarse esos huevos.
Saltamos a la arena en medio de una playa espectacular y desierta, el sol empieza a ponerse
tiñendo de ocre algunas nubes. La recepcionista del restaurant nos acompaña a nuestros bun-
galows. Se encuentran a una docena de metros de la orilla del mar. Completamente de madera,
guardan en su interior una enorme cama con una mosquitera que la cubre en su totalidad. Los
lavabos, si los podemos llamar así, son "manuales". Has de lanzar cubos de agua para que las
heces desaparezcan por el retrete. Para la ducha has de utilizar un sistema parecido, cazos
de agua que te vas lanzando hasta aclararte. Evidentemente no hay luz ¡Pero que más da! No
hay nadie en el lugar, somos los únicos turistas en una playa de más de mil metros de largo
y hemos dejado atrás la ruidosa, contaminada y saturada ciudad, repleta de humanidad, llama-
da Tananarive.
La cena en el restaurant deliciosa, cocinada solo para tres comensales... nosotros. Nos han
preparado una ensalada de gambas peladas con una salsa verdaderamente exquisita mientras una
especie de gran graza, que se guarece todas las noches en el entoldado de cañas que cubre el
comedor, va devorando los enormes insectos que revoletean cerca de las tres luces que nos
iluminan, las únicas en kilómetros a la redonda. Las provisiones son diarias; sale una pi-
ragua al amanecer para regresar antes de ponerse el sol, repleta de todo tipo de peces y ma-
risco.
A la mañana siguiente salimos a pasear por la playa en dirección a Anakao. Los cazadores de
vazáhas se han apostado en las cercanías. La lancha no pasó desapercibida ayer, nuestra tez
clara ha sido detectada y se aprestan a vendernos cualquier cosa. Cuatro jóvenes, dos de
ellas con una máscara de barro pintarrojeada en la cara, nos tientan con diferentes ofertas.
Nati acepta hacerse diez o doce trenzas por 8.000 ar, tras el regateo. A mi me sonríen con
un cariñoso ¿masàxe vazáha? ¡que tentación!
Un tipo extraño se nos acerca. Negro como el betún, luce una camiseta de Bob Marley y unas
enormes gafas espejo... el pelo, como es lógico, a lo rasta. Su nombre Clement o Clovis y su
apodo, evidentemente "le rasta". Unos minutos antes no hemos "desembarazado" de un par que
nos ofrecían varias rutas por el desierto espinoso y la visita a la isla de "Nosy Ve",
redundancia ya que nosy es isla en malgache. No sabemos por qué, pero seguimos a este. Nos
adentramos en las dunas, donde aparecen las primeras chozas. En los alrededores de todas
ellas se apilan enormes montañas de blancas caracolas de mar, grandes como puños. La mayoría
de esta gente es pescadora y las caracolas, que las encuentran en la isla, son una parte
importante de su dieta. Unos minutos después ya estamos en Anakao. El mar está cerca. Nos
muestra su "restaurant", cuatro maderas apiladas en forma de cabaña y sus cinco piraguas
preparadas, según dice, para hacer varias rutas... Las piscinas naturales, los mangroves y
la visita a la isla. Contratamos con él la ruta de las piscinas naturales. Nos hemos de
presentar mañana por la mañana a las 6:30 en Anakao, saldremos en piragua poco después.
Paseamos por la playa de Anakao... los niños, con tablones, practican surf y quieren que les
fotografiemos constantemente. Ni un solo turista por los alrededores. Se nos acercan los
que habíamos rechazado antes, nos dicen que "le rasta" fuma porros y está zumbado. Hablan
poco francés, no logramos entendernos muy bien. El rasta se acerca y ellos dejan de hablar.
De vuelta en la Reserva nos los volvemos a encontrar, nos preguntan que hemos contratado con
el Rasta, les indicamos que la visita a las piscinas naturales y nos dicen que el rasta solo
tiene piraguas sin motor, que la visita con ellas a las piscinas es imposible ya que están a
más de tres horas y es peligrosa la vuelta por el cambio de sentido del viento. Consiguen
preocuparnos un poco. Les comentamos que si lo que dicen es cierto iremos con ellos, a las
15 h. de mañana, al bosque espinoso, al cementerio y a los baobabs.
Cierto, el rasta está zumbado. Nos lo confirma la recepcionista de La Reserve. Además fuma
porros (no necesariamente los causantes de su trastorno) y, cuando le hago el gesto interna-
cional de la locura a la recepcionista, me mira con una sonrisa y calla. Desconcertados no
sabemos que hacer. No estaremos mucho en este lugar y aun no hemos visto nada. Al final, por
30.000 ar., nos llevarán los de La Reserve en piragua con vela a Nosy Ve.
24-05-06 Un desayuno fuerte y nos colocamos en la piragua, que debe medir unos cuatro metros
y medio de eslora... dos simpáticos malgaches harán todo lo posible para que no zozobremos.
Uno, inocentemente, al saber que somos españoles, me pregunta si conozco a "Toni de España".
La decepción se dibuja en su rostro cuando le informo que, posiblemente, hayan más de
200.000 Tonis en nuestro país. La piragua parece un pequeño catamarán. Dos rígidos brazos
salen en perpendicular de su popa y proa y sostienen un tronco de árbol que da estabilidad
a toda la nave. El ingenuo, durante la ida y vuelta y con un fuerte viento de popa, hará
virguerías durante más de 30 minutos, en equilibrio sobre el brazo de proa, para apoyar esa
estabilidad.
Llegamos a la isla. Hemos hecho decenas fotos de postal, la barrera coralina, los surfistas,
los pescadores... pero nada comparado con lo que encontramos en ella. Decenas de estrellas
de mar campan por unas playas de arena blanca y reluciente. Unas conchas cónicas, para
nuestro horror, se ocultan bajo esa arena, ya que, según nos ha comentado un francés al
vernos con una de ellas del tamaño de un puño en la mano, lanzan un aguijón venenoso por la
punta del cono, mortal en solo cinco minutos. Recorremos toda la costa de la isla, ida y
vuelta, recogiendo y viendo conchas, crustáceos, estrellas de mar e infinidad de otros ani-
males. Nos bañamos, por primera vez en las cristalinas aguas del canal de Mozambique, océano
Índico. Y nos dejamos caer en la blanca y deslumbrante arena, que está repleta de millones
de diminutas gambas. Quizá sea krill, ese alimento tan importante para las ballenas.
De vuelta a la piragua nos llevan cerca de Anakao, es imposible regresar a La Reserve por el
cambio de sentido del viento. El ingenuo baja de la embarcación y, con el agua hasta el
cuello, la arrastra los últimos metros hacia la playa para que no nos mojemos. Deambulando
por esa playa nos topamos, en medio de un pequeño bosquecillo, con una de las atracciones de
Madagascar, sus cementerios. Nos sentimos como verdaderos intrusos ya que, según las guía e
informaciones recogidas ya en la isla, solo se pueden visitar estos lugares tras conseguir
el permiso del jefe de la tribu y pasarle bajo mano una botella de ron... en caso contrario
puedes caer en uno de los "fadi" (yuyu, mal de ojo, maleficio o como quieras llamarle) más
mortales de los que nos han hablado. Este cementerio pertenece al grupo étnico de los "bezo"
que, al igual que los "baras" del interior de la isla, construyen unas tumbas cúbicas, de
un metro de altura más o menos, como pequeños panteones, que adornan con altas tallas de
madera, habitualmente representaciones eróticas, denominadas Aloalo. También colocan encima
de la tumba o en sus alrededores los utensilios que más caracterizaban al difunto, como los
remos de las embarcaciones y hasta la misma embarcación. En caso de que el fallecido sea el
jefe de la tribu los ornamentos suelen ser los cuernos de cebús. La mayor o menor cantidad
de cuernos muestra la riqueza del difunto. Los Aloalo, por desgracia, han desaparecido en su
mayoría por el expolio al que han sometido los turistas a los cementerios. Ya solo se ven
como elemento ornamental y guardados en lugares como hoteles, museos, etc.
Son las 15:00 y estamos esperando en el restaurant la carreta de cebús que nos llevará a los
baobabs por el bosque espinoso; interesante y veloz medio de transporte de esta isla, ya que
alcanza los tres kms por hora. Media hora después y desilusionados por su ausencia, siempre
falla algo en Madagascar, iniciamos por nuestra cuenta un paseo por el bosque. Algún cemen-
terio aquí o allá, no tan grande como el de la playa, entretuvo el paseo por una pista fo-
restal rodeada constantemente de espinos. Poco después regresábamos al hotel. Allí nos
informaron que los de la carreta de cebús se habían retrasado al haber sufrido, esta mañana,
una avería en la embarcación en la que llevaban a otros turistas a la isla.
25-06-06 Nuestra visita a Anakao llega a su fin. Veinte días en Madagascar parecen muchos
días pero esta isla es tan grande o más que España y queremos ver tantos lugares que es
imposible permanecer mucho en ellos. A las ocho de la mañana nos espera la embarcación a
motor que nos trajo aquí.
Hay un personaje nuevo en el hotel, un empleado regordete y bajito, de caja torácica cuadra-
da. Del mismo color que muchos malgaches pero, no se, le notamos algo extraño. Habla en
malgache y con cierta autoridad a los empleados de La Reserve. Nos oye comentar en castella-
no sobre como llegaron los malgaches a esta isla, en canoa atravesando el Índico desde
Borneo en Asia. Nos pregunta, en un castellano con acento centroamericano, si somos españo-
les. Se llama Gómez y tiene una curiosa historia que contarnos, como casi todos los extran-
jeros residentes en esta isla. Mientras embarcamos nos dice que nació en Nicaragua, que era
un producto de la revolución socialista que llevaron a cabo los sandinistas en ese país. En
los años ochenta consiguió una beca del gobierno para estudiar en una universidad de Moscú.
Allí se marchó durante dos años, tiempo suficiente para que en su país se llevaran a cabo
unas votaciones democráticas que "botaron" a los sandinistas. De vuelta a su patria se
encontró sin empleo y con un bonito título soviético que nadie quería ni de nada le servía.
Azuzado por el paro recordó que había dejado embarazada a una malgache que también estudiaba
en Moscú y ¡voilá! aquí lo tenemos felizmente casado, adaptado totalmente a esta tierra y
trabajando como encargado para La Reserve. Tiene la lengua fácil y nos habla con cierto
rencor de los franceses residentes en esta isla, de lo bruscos y autoritarios que son, como
si aun fueran los propietarios del país, de cómo se aprovechan de la curiosa sumisión que
muchos malgaches muestran a los blancos.
Una hora más tarde volvemos a estar en el pueblo de chozas llamado Saint Agustín. Los mismos
críos corretean a nuestro alrededor, la misma furgoneta nos espera para llevarnos a Toulear.
Una vez en esta última población intentamos, Nati y yo, conseguir una agencia que nos lleve
por la carretera RN7. Nos dirigimos a un hotel donde suelen acabar muchos guías esa ruta (no
recuerdo su nombre) pero no logramos contactar con ninguno. Nos va a tocar viajar en taxi-
brousse, el medio de transporte habitual del país... El mes de mayo no es uno de los más
abundantes en turistas aunque, curiosamente y a pesar de ser pocos, en este hotel no queda
ni una habitación libre.
Nuestra Lonely Planet, editada hace un par de años, nos habla de un hotel en construcción
llamado Tropical. Es de suponer que las obras hayan concluido ya. Una fachada totalmente
descarnada nos espera; ni una sola ventana tiene vidrios o cortinas. Aun y así nos atrevemos
a entrar por un hueco en la pared donde debiera haber una puerta y a atravesar un patio que
nos lleva hasta una escalera. Al pié de esa escalera está sentado un individuo que dice ser
el portero del hotel. Una pequeña mesita hace las veces de mostrador de recepción. ¡Si! El
hotel, a pesar de estar las obras paralizadas y la mayoría de las habitaciones sin enyesar,
cuenta con unas cuantas en condiciones, que nos ofrece a un módico precio. Sorpresa y pla-
cer, es cierto que están en condiciones y nuevecitas, con una agradable ducha con agua
caliente y todo.
Paseamos por la ciudad y nos decidimos a cenar en un restaurante italiano llamado "Corto
Maltés" El nombre lo toma de un personaje de cómic muy popular en este país. Evidentemente
venden camisetas con el dibujo representativo de ese tipo, evidentemente compramos algunas
como recuerdo.
26-05-06 De madrugada nos dirigimos hacia la estación de taxi-brousses de la ciudad. Ayer
nos recomendó el portero del hotel no coger a estas horas los Pousse Pousse ya que "atacan"
a los turistas. En concreto nos habla de un par de muchachas rusas asaltadas por ellos.
Buscamos un taxi normal en la oscuridad... igual que en España, no aparecen cuando los ne-
cesitas. Un amable anciano nos indica el itinerario más corto para llegar a los taxi brous-
ses... descendemos por una calle, para que nos informe al rato otro amable anciano que ese
no es el camino, que hemos dado un rodeo. Veinte minutos después conseguimos llegar. Solo
hubiéramos necesitado cinco minutos si hubiésemos seguido recto por la calle donde se
encuentra el hotel, pero los amables viejecitos nos han hecho visitar de nuevo la ciudad.
El taxi-brousse, como ya he comentado, es el medio que utilizan habitualmente los malgaches
para desplazarse por la isla. Son furgonetas japonesas de más de veinte años, destartaladas
y, habitualmente, con el parabrisas roto... entre otras cosas; prácticamente de desguace.
Están adaptadas para contener doce asientos que ocupan, casi siempre, más de dieciséis
personas. El método es práctico y sencillo, se instalan dos en el asiento delantero y en los
bancos traseros, donde caben cuatro, se colocan cinco o más.
Un enorme barullo. Una treintena de esas furgonetas esperan para salir en cualquier direc-
ción. Cientos de persona deambulan por el lugar observando los vehículos y regateando para
conseguir una plaza. Otros nos salen al paso; al momento estamos rodeados por seis o siete
que, tras interesarse por nuestro destino, nos quieren mostrar las cualidades de su taxi-
brousse. Regateos y más regateos, 15, 14, 13.000 al fin lo conseguimos por 12.000 ariaris
por plaza. Salimos a las siete, dicen. Queremos llegar hoy a la población de Ranohira, en el
interior de la isla. Según las guías existe en ese lugar uno de los mejores parques naciona-
les del país.
08:00 El vehículo sale de la parada repleto de humanidad. A los pocos kilómetros encontramos
el primer control policial. Le piden la documentación al conductor y el pasaporte solo a
nosotros dos. Nos ocurrirá varias veces.
Las carreteras de Madagascar no son como las nuestras. Podríamos llegar a decir que son una
especie de "centro social" donde se reúnen, saludan y citan continuamente los habitantes del
lugar por el que pasa. A veces te preguntas de donde llega a salir tanta gente si casi no
atraviesas poblados y, los que ves, son solo una docena de chozas mal repartidas. Cuando
luce el sol las malgaches lavan la ropa en los torrentes y acequias que discurren por el
borde de la ruta para después colocar la ropa sobre el asfalto caliente para que se seque
rápidamente. Es un curioso espectáculo ver decenas de camisetas y otras prendas de multitud
y vivos colores, colocadas una al lado de la otra en el margen mientras quince o veinte
mujeres, también en hilera y con vestidos igual de vistosos, siguen lavando ropa arrodilla-
das de cara a la carretera.
Me sorprende el nombre del poblado por el que pasamos, no lo recuerdo bien pero tenía la
letra “Ñ” en medio... pensaba que únicamente el castellano y el gallego utilizaban esa letra
en todo el mundo. Un guía, unos días después, me confirma que una de las lenguas del país la
utiliza.
El taxi-brousse va a buen ritmo, en algún momento veo que alcanza los 100 kms/h. A esta
velocidad nos encontraremos en Ranohira a las 12... A falta de una docena de kilómetros para
llegar a nuestro destino, el vehículo se detiene en la población de Ilakaka. Las guías y
otras informaciones nos dicen que es un poblado de reciente creación, el "Far West" de Mada-
gascar. En los alrededores se encuentran gran cantidad de minas de piedras preciosas que
acostumbran a regentar barbudos pakistanís. Centenares de comercios lucen enormes letreros
anunciando la venta de esas joyas ya talladas y miles de habitantes deambulan, en abigarra-
da multitud, por lo que parece la única calle de la población donde, dicen, se solventan
muchas diferencias a golpe de machete o pistola. No detenerse en este lugar, publican esas
guías.
El conductor nos indica un cochambroso restaurante, pretende que comamos en él. El resto de
los pasajeros desaparecen en su interior. Nosotros solo nos atrevemos a tomar una Cocacola.
Pasada una hora vemos que han subido todos en el taxi-brousse. Salimos e intentamos hacer lo
mismo. El conductor ha cerrado los pestillos y nos dice que esperemos... arranca. Nuestras
mochilas lucen en lo alto del taxi, junto con decenas de bultos más. Enfila la carretera
para desviarse a la derecha una decena de metros después y tomar una callejuela que desembo-
ca en una pequeña plaza; nosotros vamos al trote detrás del vehículo temiéndonos lo peor. Da
la vuelta en ella y vuelve por el mismo camino a la carretera, para aparcar en el mismo
lugar que había dejado libre momentos antes... Hemos trotado doscientos metros con el susto
en el cuerpo. No entendimos ni entenderemos nunca que quiso hacer. Tampoco quiso darnos
ninguna explicación.
Son las 13:30 y, al fin, hemos llegado a Ranohira. 5:30 horas para recorrer unos 200 kms.
Estamos en las puertas del parque nacional de Isalo. Un lugar donde pretendemos ver lemures
y bañarnos en sus famosas piscinas naturales. Se nos acerca un guía muy amable... Con las
manos a la espalda se dirige a nosotros con una flema "inglesa" que nos deja atónitos. Lás-
tima, tiene la mayoría de los días ocupados, quedándole solo libre el de mañana y nosotros
queremos una visita guiada por el parque de dos días, con acampada incluida. Nos acercamos
al Camping Mamotrek, que tan bien nos han hablado de él. Un enorme camaleón cruza la pista
delante nuesto. Tiene ese camping bungalows y ofrece dos días de estancia en el parque con
casi todo incluido: Guía, tienda, comida, porteador, cocinero y vehículos de aproximación...
por 120.000 ariaris por persona (45,28 eur). El precio de la entrada al parque, dos días,
35.000 por persona, va a parte. En total 310.000 ariaris que no nos acaban de convencer.
Preferimos contratarlo todo por nuestra cuenta.
Nos dirigimos a la recepción del parque acompañados por un guía llamado "Beaupage Mara" que
nos ofrece sus servicios. Se le puede entender en inglés y francés. Comprobamos en la recep-
ción que su nombre se encuentra en la lista de guías oficiales. Tras diversos regateos con-
seguimos los siguientes precios: Guía 45.000, porteador 20.000, 35.000 el coche, 5.000 el
alquiler de la tienda, 80.000 para gastos de comida y 70.000 la entrada que es oficial y no
negociable. En total 255.000 ariaris. Tras conseguir hotel (el Berny, un verdadero antro)
quedamos con el guía para mañana en la puerta del hotel a las 6:00 a.m.
Bueno y barato dice la Lonely Planet, destartalado y caro comprobamos nosotros al entrar en
el hotel. La ducha y los retretes forman un todo sin ninguna pared que los separe. El agua
de la ducha circula por el suelo del lavabo ensuciándolo todo. Eso si, a la hora de comer,
en el exterior, un simpático lemur va saltando de hombro en hombro entre los comensales, con
la intención de pillar cualquier cosa que llevarse a la boca.
Salimos a pasear por la única calle del destartalado poblado. Vemos a Beaupage con una bolsa
en la mano y suponemos que está comprando nuestra comida. Le hemos dicho que no queremos
carne ni pollo. El paisaje de este lugar es precioso.
27-05-06 Son las 6:30 de la mañana y hace treinta minutos que esperamos la llegada del guía.
El Peugeot que hemos contratado hace rato que también espera. Unos minutos después nuestras
protestas consiguen reunir a media docena de malgaches a nuestro alrededor. Uno de ellos
habla inglés. Nos dice que Beaupage está enfermo ¿y los 85.000 ariaris que le hemos adelan-
tado por la comida y la tienda? Vamos a la recepción a protestar. Al final conseguimos
saber que está tan borracho que es incapaz de levantarse. El empleado de recepción nos
comenta que ya lo ha hecho otras veces. El que sabe inglés va en su busca para que nos
devuelva el dinero. Consigue 37.000 ariaris y la comida que había comprado, que no vale ni
20.000. Reclamamos en el parque, es un guía oficial y amenazamos con denunciarlo a la
policía. Al final llegamos a un acuerdo, nos ofrecen un guía gratis como ompensación... el
único del país que habla castellano. Reducimos la estancia a este parque a un solo día,
estamos escarmentados, aunque escogemos la ruta más larga para visitarlo; el cañón de los
makis (nombre de una raza de lemures), subir a una pequeña montaña con vistas panorámicas y
atravesar una zona desértica para acabar bañándonos en el oasis de las piscinas naturales.
En total 22 kilómetros.
Nos han llevado al inicio del recorrido con el peugeot que, como casi todo lo que se mueve a
motor en Madagascar, está para el desguace. He tenido que empujar para que arrancara. Bruno,
que así se llama el guía, entiende nuestra lengua y se hace entender. Sin el coche ya, le
seguimos por la espesura atravesando un río y remontando un pequeño sendero donde encontra-
mos un niño con una rama en la mano. Del final de la rama se aferra desesperadamente un
camaleón de unos 10 cms. Foto, la propina esperada, y seguimos el camino. Unos metros des-
pués nos encontramos con un nutrido grupo de italianos. Están observando a tres o cuatro
lemures makis, grises y de larga cola anillada, que se encuentran a tan solo dos metros de
distancia. Son descarados y no les importa nuestra presencia. Se acercan para que les demos
fruta. Una vez conseguido el objetivo se marchan saltando de rama en rama de esa forma tan
sorprendente que tienen estos animales, de lado. Seguimos de nuevo a Bruno. Nos lleva a otro
lugar donde encontramos nuevos lemures, esta vez sifakas, de cuerpo completamente blanco y
cara negra. Mucho más miedosos que los anteriores, nos miran desde las alturas.
Se ha acabado la visita a los lemures. Ahora toca ascender, bajo un sol de justicia, hasta
la cima de una montaña por senderos desprovistos de vegetación. Por el camino nos va
mostrando algunas plantas extrañas, entre los que se encuentran las "patas de elefante"
arbustos similares a las bombonas de butano de los infernillos y, más o menos, de su mismo
tamaño. Casi redondos, tienen unas pocas ramas en la parte superior de la planta. Su forma,
nos comenta, se debe a que acumulan todo el agua posible en la temporada de lluvias para
soportar el árido clima de este lugar.
Poco después llegamos a la "cima" de la montaña, en total una hora para ascender a mil
metros de altura. La vista, eso si, maravillosa para quienes gocen con las zonas desérticas.
Seguimos la marcha durante unas cuantas horas. Tanto tiempo y tan poco que mostrarnos desata
la lengua de Bruno. No es verdaderamente un guía oficial, sino que trabaja para el parque
desde hace años. Se lo conoce como la palma de la mano y, lo juro, también el nombre de
todas las clases de plantas que vemos. Licenciado en matemáticas por la universidad de
Antsirabe, ha acabado trabajando aquí aburrido de estar encerrado entre cuatro paredes.
Sigue con estudios de biología y aprovecha el tiempo libre estudiando castellano. Su come-
tido principal, encargado por el Jefe del parque, es que obtengamos una visita lo más agra-
dable posible como reparación al engaño sufrido . Una parada para comer parte de los alimen-
tos comprados por Beaupage da para que nos informe que será sancionado. Que le retirarán el
título de guía oficial durante tres meses.
Seguimos caminando por el desierto, poblado de enormes termiteros, sin casi encontrar un
alma viviente. Sobre las 14:40 llegamos a una profunda brecha en el paisaje donde se refu-
gian una cantidad enorme de especies vegetales. Un riachuelo, que no se sabe de donde viene
ni a donde va, aparece como por arte de magia serpenteando entre la espesura y saltando es-
calones. Uno de esos saltos ha formado una gran piscina. La encontramos repleta de los
mismos turistas italianos que hemos visto esta mañana. Ellos han decidido ahorrarse la cami-
nata y han pillado diferentes vehículos que los han llevado por el exterior del parque hasta
aquí. Un baño, unas fotos, vuelta a comer y a eso de las 15:30 la emprendemos de nuevo para
visitar las tumbas de las tribus Baras, que acostumbran a enterrar a sus difuntos, tras una
fiesta, en cuevas por esta zona. A los doce años aproximadamente exhuman los cadáveres, ce-
lebran de nuevo una fiesta y los vuelven a enterrar, esta vez en cuevas situadas a más
altura. Aseguran así que se encontrarán más cerca del cielo ¡Ah, por cierto! Está prohibido
señalar con el dedo cualquier lugar de este parque bajo sentencia de horribles sufrimientos
causados por otro de los "fadi" más importantes de la isla. Nosotros nos lo tomamos a broma,
pero todos, absolutamente todos los naturales del país que encontramos, a la hora de señalar
algo, lo hacen únicamente con el puño extendido y con todos los dedos recogidos... los di-
funtos les castigarían si, por error, señalaran una tumba con el dedo. En total vemos dos
enterramientos, uno de ellos ya vacío pues fue trasladado hace poco hacia las "alturas".
Son las 16:15 y ya estamos esperando el Peugeot en la salida del parque. Nos lleva en direc-
ción al pueblo pero, antes de llegar a sus primeras casas, a unos doscientos metros de un
control policial, abandona la carretera tomando un sendero repleto de maleza que rodea la
población. Bruno, al ver nuestra sorpresa, nos informa que el conductor tiene algunos
"problemas" con la policía local y trata de eludirlos.
Nos hemos cambiado al hotel "La orquídea de Isalo", mucho mejor que el Berny y más barato
también, aunque con algún que otro pequeño insecto. Como curiosidad comentar que, encima de
todas las mesitas de noche encontramos una Biblia por si queremos orar. Toca cenar. Mientras
lo hacemos aparece de nuevo Bruno. Durante la visita al parque ha oído que hablábamos de
Internet, de que yo poseía una página donde contaba las anécdotas de los viajes. Lo ha
comentado en la dirección del parque y se han preocupado. Le envían para que convencerme de
no publicar nada del engaño de Beaupage Mara pues tienen miedo de perder turismo. También
nos habla de no ir a la policía, pues la denuncia sentaría un mal precedente. Incluso llega
a afirmarme que, si no consigue convencernos, perderá su puesto de trabajo. Me lo tomo a
coña, se que es la típica añagaza para afectar al pagano, que soy yo. Solo le aseguro que no
haremos ninguna denuncia. Se despide un poco aliviado.
28-06-06 Son aproximadamente las ocho de la mañana y ya estamos de nuevo en un taxi-brousse.
Arranca y empieza a dar vueltas por el poblado en busca de clientes. El ayudante del conduc-
tor grita ofreciendo el viaje a todo aquel que mira el vehículo. Un momento después y arran-
cando una carcajada general de todos los pasajeros, larga en guasa un "monsieur le police"
mientras saluda de forma militar a un soldado con un Kalasnikov cruzado en la espalda. El
último en subir es un hombre con dos gallinas asidas por las patas, le hacemos sitio donde
podemos.
Nuestro nuevo destino es la población de Ranomafana, puerta principal de uno de los parques
nacionales más frondosos del país. El taxi-brousse no llega hasta ella, solo hasta Fiana-
rantsoa, una de las ciudades más importantes. Desde allí habremos de pillar otro hasta esa
población. El trayecto discurre como siempre, a golpe de claxon para anunciar plazas libres
o para que los viandantes se aparten. Multitudes van circulando fuera y dentro del taxi, con
sus olores a gallina, sudor, comida y sus ropas de vistosos colores. En el asiento de al
lado una muchacha, de no más de dieciséis años, está dando el pecho a una bonita cría de
poco más de dos.
Fianarantsoa no me gusta. Es una población de más de 100.000 habitantes, con las casas des-
perdigadas por las laderas de unas lomas. El taxi-brousse nos deja en la parada de taxis de
la población. Cientos de vehículos esperan poder salir en dirección a cualquier destino. Nos
acercamos a los que parten hacia Ranomafana (en malgache rano es agua y mafana caliente) y
nos piden 40.000 ariaris por las dos plazas... "beaucoup d'argent" le contesto mientras les
damos la espalda y empezamos a buscar otro vehículo. Una malgache que estaba sentada al lado
del conductor salta del asiento y nos grita: ¿españoles? Aun falta bastante para que el taxi
salga y nos da tiempo para iniciar una pequeña "amistad" con esta mujer. Es profesora de
castellano y hace años que no habla nuestra lengua con alguien que no sean sus alumnos. Es
más, nos dice, solo es la segunda vez que lo hace. Negocia con el conductor mientras nos
dice que nos cobrarán el precio para los "malgaches". El trayecto nos sale por 8.000 ariaris
por las dos plazas.
Paseando un poco por la ciudad nos enteramos que vendrá con nosotros en el taxi. Ha de visi-
tar a su hermano en Ranomafana que, casualmente, es uno de los guías del parque... Casi nos
vemos obligados a contratarle aunque Nati le pregunta si sabe hablar inglés, condición para
ella indispensable. Se llama Rodhen y no hay problema, sabe hablar inglés y francés. Des-
pués, ya en Barcelona, nos damos cuenta que es el mismo guía que aparece en el documental
televisivo sobre Madagascar emitido por Lonely Planet.
El trayecto es corto, pero la carretera está totalmente deshecha. Creo haber hablado ya de
los periódicos ciclones que asolan esta isla. Los malgaches construyen las carreteras, para
que los ciclones las destruyan, para que ellos las vuelvan a reconstruir. Nos esperan unos
25 kilómetros de continuo traqueteo por una pista llena de minúsculas piedras que hacen que
el taxi patine sobre ellas.
Al llegar al poblado nos presenta a su hermano, que nos acompaña por los diferentes hoteles
hasta dar con uno que tenga habitaciones libres con ducha incluida. En el tercero, en el
Ihary Hotel, conseguimos bungalows con ducha por 33.000 ariaris/día (12,45 eur). Nos despe-
dimos del guía tras quedar en vernos a las ocho de la mañana en la entrada del parque y nos
acercamos al mercado. Evidentemente la carne ni nos la miramos, la tienen colgada de unos
hierros completamente repleta de moscas verdes. Compramos medio kilo de plátanos y un kilo
de manzanas, que nos cuestan la friolera de 200 y 600 ariaris (0,07 y 0,22 euros) La cena
del hotel buena y con sorpresa incorporada... en la tele estan dando una película rodada en
Alemania, doblada al francés, cuyo artista principal es Imanol Arias.
29-05-06 Las 6:30 de la mañana. Hemos quedado con Rodhen, el hermanísimo, a las ocho en
punto en la entrada del parque, que está a siete kilómetros de nuestro hotel. La hora y
cuarto que empleamos en llegar la gastamos en realizar unas fotos fantásticas. Esta es una
de las zonas más boscosas de la isla, donde encontramos, a cada momento, multitud de pláta-
nos y otros frutos colgando de pequeños árboles, en los márgenes de la carretera. Unos
muchachos nos siguen en bicicleta y andando, les hace gracia ver a unos vazáha acercarse al
parque caminando (la mayoría lo hacen en 4 x 4 o en taxi). La entrada nos cuesta 25.000 ar.
por persona. El precio del guía asciende a 60.000 ar (22,64 eur) por una visita de ocho
horas.
Siguiendo los pasos de Rodhen nos adentramos en una de las selvas más curiosas que he visi-
tado jamás. Varios camaleones minimizados en las ramas, de apenas tres centímetros de largo,
y una docena de lemures amenizaran este interesante recorrido...El guía nos pregunta por los
calcetines, que curiosidad más tonta ¿verdad? Pero tiene un fin, el lleva sus pantalones
remetidos en ellos; de esta manera se defiende de la multitud de sanguijuelas que infestan
estos andurriales. De apenas tres centímetros de largo y como un hilo de coser de grueso, se
esconden entre la hojarasca en descomposición del suelo, para aferrarse a tus botas y reptar
hacia lo más alto en busca de cualquier trozo de carne libre para engordar como cerdos y a
nuestra costa. No las ves, pero están ahí... para detectarlas tras el escozor que sigue a su
picotazo. Nuestros cortos calcetines, evidentemente, no pudieron evitar una veintena de esos
pequeños monstruos, que por mucho que los arrancáramos de nuestra piel, por mucho que los
estrujáramos con rabia entre nuestros dedos, continuaban vivos cuando los abrías para
conocer el resultado de ese impulso asesino. Prácticamente indestructibles, continuaban
moviéndose cuando las lanzabas al suelo para pisotearlas en un último intento de acabar con
sus vidas.
A unos veinte minutos del final del recorrido nos empieza a diluviar. Una de esas lluvias
torrenciales que te demuestran como es una selva tropical. A duras penas conseguimos llegar
al hotel. Completamente empapados invitamos a Rodhen a unas cervezas. Está empezando a ano-
checer y hoy no nos hemos alimentado muy bien... un par de Three Horse Beer, de 3/4 de litro
harán el resto. Con ojos vidriosos, mirada melancólica y voz que ya empieza a ser pastosa
nos habla de sus hijos. Ahí descubrimos que un habitante del tercer mundo tiene sentimien-
tos. No me malinterpretéis pero el peor defecto de casi todos los habitantes del primer
mundo es la indiferencia, el suponer que "los otros" no sienten como nosotros, no les afec-
tan de igual manera las dificultades. Siempre creemos que ellos son más felices a pesar de
tener mucho menos, que los palos de la vida no les hacen tanto daño. Durante esos minutos
descubrimos a un Rodhen con nuestras mismas inquietudes, miedos y pesadillas... En Madagas-
car no existe el empleo seguro, nunca sabe si podrá ganar lo suficiente para alimentarlos y,
aun consiguiendo esto, él que tiene ya 38 años, podrá aguantar en este trabaja, como mucho,
veinte años más... ¿y después que? ¿serán ellos quienes le habrán de alimentar?. Descubrimos
los miedos de una de las personas que creíamos de las mejor pagadas del país. Sesenta mil
ariaris difícilmente los cobra un malgache en una semana. Nos habla de cómo aprendió inglés,
de cómo, en una salida con dieciséis americanos el traductor malgache se quedó con los 2.000
ariaris que cada uno de esos americanos le pagaba por sus servicios… y él, impotente, gesti-
culando y tratando de hacerse entender sin que los yankees comprendieran que quería decir.
Horas y horas por las noches empollando libros para que no le volviera a ocurrir algo simi-
lar. Ahora está aprendiendo italiano.
30-05-06 La vida sigue y el taxi-brousse nos espera de nuevo. Llegamos a la estación central
de Fianarantsoa sobre las once de la mañana. Encontramos otra vez el caos por todos lados,
cientos de personas deambulando de un lado a otro, subiendo y bajando de los vehículos.
Decenas de "vendedores" nos rodean ofreciendo llevarnos a Tana, Toulear, Antsirabe o Ambosi-
tra. Hacia Antsirabe, nuestro siguiente destino, solo sale uno con trece plazas ya reserva-
das que, más nuestras dos plazas, hace que solo faltan ya tres más. Nos han cedido amable-
mente el asiento de al lado del conductor para los dos.
Mientras esperamos fuera del vehículo se me acerca una harapienta mujer. Me extiende la
mano, se la choco por educación, me la aferra y no la suelta. Con un gesto pretende conven-
cerme para que la siga hacia no se que lugar. Con un movimiento brusco suelto la mano y le
doy la espalda para deshacerme de ella. Parece marcharse algo mosqueada, para volver al ins-
tante y darme una tremenda palmada en medio de la espalda, que me dolerá durante horas. El
conductor me dice con mucha educación: Monsieur, ne se préoccupe pas, elle est fou (señor,
no se preocupe, está loca).
Nos aseguran que el vehículo aun tardará una hora en salir. Nos damos un pequeño paseo por
esta fea y sucia ciudad, rodeados de esa multitud que inunda las calles y que, ya he comen-
tado, te observa sin parar. Llegamos hasta la central de correos donde compramos unas posta-
les y sellos para enviar a los amigos. Estas estafetas suelen tener servicio de Interner.
Nuestro ya olvidado modem de 56 k. es el rey del lugar.
Nunca confíes en un malgache cuando te habla de cuanto tiempo falta o cuantos kilómetros
quedan para llegar a tal o cual lugar. A las 13:30 aun siguen esas tres plazas sin ocupar y
no lo conseguirán hasta las 3 de la tarde... algo que me inquieta ya que el viaje que nos
espera, dicen, dura más de cuatro horas. O sea, que llegaremos entrada ya la noche.
A la alucinante velocidad de 30 kms por hora iniciaremos nuestro último viaje en taxi-
brousse. Juro por lo más sagrado que mis pies no volverán a pisar uno de ellos. Evidentemen-
te estos vehículos solo repostan cuando han recaudado suficiente dinero. O sea, cuando han
vendido todas las plazas. Y lo harán apurando al máximo el cálculo del consumo de gasolina.
Vamos, que es muy probable que se quede al final del viaje sin ella. Una parada en la gaso-
linera ameniza la tarde, no es una parada cualquiera, siempre y sin saber el porque tardan
más de quince minutos. El taxi no puede con las cuestas. Si en recta y bajada consigue
llegar a los sesenta, en las subidas apenas llegamos a los veinte por hora. Cuarenta minutos
de parada en un villorrio, para comprar sacos de carbón, hacen que empiece a imaginar que no
estaremos a las siete en Antsirabe. ¡Que más podía pasar!
Un enorme árbol cruza la carretera. Una larga cola en ambos sentidos llena el asfalto. Los
ocupantes de todos los vehículos se agolpan al lado del árbol viendo como dos malgaches se
afanan en cada extremo, con precarias hachas, en trocearlo. Por suerte hace rato que han
empezado. Media hora después ya está el paso libre. Reemprendemos el viaje a la velocidad de
la luz... hasta llegar, a eso de las ocho de la tarde, a un restaurante de carretera. Des-
cendemos del vehículo y, mientras el resto del pasaje pide mesa y silla, empezamos a comer-
nos un paquete de galletas que nos ofrece más confianza. Una ojeada al interior de la vacía
furgoneta nos muestra, donde estábamos sentados antes, multitud de pequeñas cucarachas deam-
bulando por los asientos intentando devorar las migajas que encuentran.
20:45 Arrancamos de nuevo. Faltan aun sesenta kilómetros. ¡Dios, como me jode saber calcu-
lar! A treinta por hora salen aun... El conductor ha acelerado algo, sobre las 22 horas ya
estamos en la ciudad. Solo queda llevar al pasaje a su destino. Una parada aquí, otra allá,
hasta que, cuando ya solo quedamos cinco, nos pregunta a nosotros a donde queremos ir. No
viajes en taxi-brousse de noche, nos han dicho unos; reserva los hoteles con anticipación,
dicen otros; no cojas pusse-pousse por la noche, los de más allá, no pasees de noche por las
ciudades dicen todos juntos. Le indicamos al taxista el hotel Kabary donde, evidentemente,
no hemos reservado plaza. El buen hombre casi no sabe francés, pero nos entiende. Unos minu-
tos después estamos ante la puerta de ese hotel. Noche cerrada, bajamos del vehículo y
bajamos nuestro equipaje mientras un "pouuse-pousse" de los cinco que se han acercado, le
informa al taxista que el Kabary está cerrado... momentos de incertidumbre. Mientras le
indicamos otro hotel, sin que llegue a entendernos, los cinco pousse-pousse comienzan a
ofrecernos sus servicios. Yo les contesto que ni locos cogemos uno de noche... risas genera-
les. Otros se han acercado, buscadores o encontradores de cualquier cosa. Uno llega a ofre-
cerme que me espere en la acera mientras él busca un taxi "normal". El taxista sigue inde-
ciso. Unos visillos se corren en la puerta del edificio de al lado del hotel. Una cara ange-
lical se muestra extrañada por el ruido que se produce a esas horas. Una avispada usuaria
del taxi-brousse desciende y pica en los cristales, la cara angelical abre la puerta, la
avispada nos señala... el hotel está cerrado pero no la pensión que se encuentra al lado. La
angelical nos deja pasar y cierra precipitadamente la puerta. El ruido, las ofertas, el taxi
todo queda atrás. Sabe inglés, sabe francés y, evidentemente, nos pregunta si somos italia-
nos. Doce mil ariaris la noche (4,52 eur) es el precio por la habitación doble. La puerta no
cierra bien, el lavabo está en pésimas condiciones y en el pasillo; la ducha, al lado del
lavabo, ni la tocamos. ¡Pero que más da! Todo lo demás ha quedado fuera.
31-05-06 Hemos dormido apretujados en el centro de la cama. El colchón estaba tan maltrecho
que se hundía por el medio. Tras un buen desayuno (ayer, con el ajetreo solo habíamos comido
un plátano, unas galletas y una mandarina) nos despedimos de la cara angelical, una chica de
unos veintidós años, bonita como ella sola, una verdadera preciosidad. Con la mochila grande
a la espalda y la pequeña en el pecho nos dirigimos al centro de la ciudad. Decenas de
pousse-pousse nos ofrecen sus servicios, taxistas, niños y adultos mendigos, vendedores de
collares... la normalidad a la que tanto nos hemos acostumbrado. Logramos llegar al Hotel
Green Park, una verdadera maravilla, de lo mejor de Madagascar. Jardines y lagunas artifi-
ciales repletas de nenúfares adornan la enorme explanada interior que posee. Pequeños edifi-
cios de dos plantas pueblan esa explanada, en uno de ellos nos instalamos. Una habitación en
la segunda planta con su cama de matrimonio de duro colchón y con su decente ducha y lavabo
en ella. En la recepción se nos acerca tímidamente un malgache para ofrecernos sus servicios
de guía, flipa por un tubo, se llama Robintson Crusoe (también aparece en la guía Lonely
Planet). Nos pide trescientos cincuenta euros por persona por el descenso de tres días por
el río Tsiribihina, la visita al parque de los Tsingy de dos días y la visita a Avenida de
los Baobabs en Morondava. Pide el pago por adelantado. Escamados por percances anteriores le
comentamos que ya le diremos algo.
El día lo gastamos en recorrer los mercados e ir de compras. Algunas estatuillas y objetos
de madera caen en nuestras manos por una miseria. Entrada ya la noche pensamos en ir a
cenar. Le preguntamos al portero del hotel por la seguridad de las calles por la noche "no
se preocupe señor, esta ciudad no es como Tana, se puede salir por la noche"
01-06-06 Hemos quedado a las ocho de la mañana con Robintson Crusoe, nos prestará unas bici-
cletas para pasear por los alrededores de la ciudad. Nos habla de un lago que se encuentra a
unos siete kilómetros y nos acompaña un trecho para dar con la carretera. No deja de tener
sus riesgos, la conducción es bastante suicida y los tubos de escape van por libre.Compramos
plátanos y galletas y nos lanzamos a la carretera, atravesando pueblo tras pueblo con sus
riadas de humanidad por todas partes, perros famélicos y basura. Un pequeño lago nos espera,
sus lados repletos de sábanas tendidas al sol y algunos niños con piragua y pértiga para
desplazarse.
Sobre las once estamos de vuelta. El instinto insaciable de la compra se apodera de nosotros
lanzándonos a la adquisición de figuritas de madera... cocodrilos cenicero, saleros, baobabs
de plástico hábilmente confeccionados. Los vendedores ambulantes nos esperan a las puertas
de los comercios para ofrecernos cualquier cosa, desde piedras semi preciosas a ceniceros y
collares. Poco más que contar de un día de transición. Mañana salimos para Meandrivazo,
donde tomaremos una piragua para descender el río Tsiribihina. Evidentemente hemos contrata-
do los servicios de "Robintson Crusoe" tras un poco de regateo.
02-06-06 Hemos quedado a las 10:30. Ocupamos el tiempo en dar una última vuelta por la ciu-
dad. Una preciosa, diminuta y encantadora niña mendigo (no levanta más de dos palmos senta-
da en el bordillo de la acera) cuenta monedas de 50 y 10 Ariari (dos céntimos de euro y ¿?
cada una). Completamente enfrascada en esta actividad, no se da cuenta que nos hemos acerca-
do y le extendemos un billete de 500 ariari (20 céntimos). Levanta la vista y con una velo-
cidad increíble, me arranca de las manos el billete. Debió de tratarse de una aparición para
ella, no podía demorarse en tomarlo, no fuera que ese sueño desapareciera (maldito planeta).
Robintson nos comenta que espera la llegada de Tana de un francés que nos acompañará en el
descenso del Tsiribihina. La salida se pospone a las 14 h. El francés se llama Yanna, vive
en Marsella. Nos entendemos en Franglish, el chapurrea el inglés, Nati habla inglés y yo
mal chapurreo inglés y francés. La comunicación es perfecta.
Con el 4 x 4 atravesamos multitud de poblados de calles abarrotadas, contemplamos paisajes
desérticos con cielos espectaculares, para detenernos en un poblado para comer algo. Hoy
es día de mercado y multitud de vendedores se agolpan en la carretera. Probamos la exquisita
caña de azúcar y paseamos bajo el sol de un maravilloso atardecer...
Meandrivazo. Hemos llegado sobre la 6:30. El hotel Coin d'Or es de lo peor que hemos visto
hasta ahora. Los lavabos y duchas no están siquiera en el mismo edifico. La mosquitera,
recogida, está llena de insectos tanto por fuera como por dentro, perdiendo así su función.
Entregamos los pasaportes al guía, ha de conseguir en el ayuntamiento los permisos para
bajar por el río. Es de noche y el calor es asfixiante... intentamos dormir pero, entre los
mosquitos (recordad la malaria) y los gallos del lugar, que no cantan al amanecer sino toda
la noche, ayudados por varios perros que se entretienen ladrando y algún que otro animal sin
identificar, hacen imposible coger el sueño.
03-06-06 A las 8 A.M. Colocan todos nuestros bártulos en una carretilla y la dejan deslizar
calle abajo con dos lugareños subidos en ella. En el ayuntamiento firmamos y recogemos los
permisos para, después, dirigirnos al río donde una piragua nos espera... Algunos turistas
se arriesgan a contratar el descenso por el río directamente aquí, encontrándose de todo,
con buena y mala suerte. A nosotros, al tenerlo contratado mediante un buen guía, nos toca
la buena suerte. Parece firme y en buenas condiciones el trasto donde tendremos que convivir
durante tres jornadas. Nuestras mochilas, colocadas a modo de separador de asientos, ya es-
tán en la piragua. El río en la mayoría de lugares no cubre más allá de la cintura, atre-
viéndose los habitantes a cruzarlo, a pesar de que en él habita más de un cocodrilo... Los
preparativos de la piragua a atraído a una multitud que nos mira con curiosidad.
Me enrollo, pero este país y el descenso por este río es para enrollarse... no se si sabré
explicar con palabras lo que he llegado a vivir y sentir en ellos.
Iniciamos la travesía. Yanna se ha colocado detrás mío, Nati delante y el guía el primero.
El remero (que lujo, tenemos remero) está en la "popa" semisentado. El lento, rítmico y
suave murmullo de sus paladas nos acompañará durante tres días, invitándonos durante exten-
sos momentos a dejarnos llevar por este lugar de ensueño, hacia un dulce amodorramiento
acicalado por los saludos de los chiquillos de los poblados y el lejano arrullo de algunos
animales en la selva.
A eso de las 10:30 y después de abrasarnos a fuego lento bajo el sol, "atracamos" al lado de
un poblado donde el guía va a comprar pescado. Al bajar de la piragua nos rodean rapidamen-
te una multitud de curiosos chiquillos que nos miran sorprendidos y nos piden constantemente
que les hagamos fotos para, después de verse en la pantalla, exclamar invariablemente una y
otra vez "io-io". ¡vazáha foto, vazáha foto! vuelven a repetir cuando nos piden otra, obte-
niendo nosotros la misma respuesta. Volvemos a partir dejando el poblado de cabañas y a los
niños saludándonos alegremente desde la orilla.
El calor atiza aun más si cabe. Cuando ya empieza a ser insoportable, llegamos a un nuevo
poblado de chozas, donde nos reciben un grupo de niños a ritmo de "kabosy", la guitarra
tradicional malgache, hecha por ellos con maderas. Nuevos "io-Io" al verse reflejados en las
pantallas. Mientras el remero prepara la comida, se nos acerca un hombre cojeando. Utiliza
una rama a modo de muleta. Una herida infectada en el tobillo le impide caminar correcta-
mente me indica el guía. Le toco el tobillo... un enorme y caliente bulto. No tengo ni idea,
no se si es bueno o malo darle antibióticos. Tengo clamoxil 500. Me cuenta, a través del
guía, que el médico más cercano, en carreta tirada por cebúes, se encuentra a tres días de
camino. Veinticuatro pastillas. Ingenuo de mi le digo que se ha de tomar una cada ocho
horas... no tiene reloj, me informa el guía. Mi mente de blanquito occidental se queda para-
lizada. ¡Una después de cada comida! atino a decirle... No siempre come tres veces al día,
me vuelve a informar el guía. Mi parálisis ya es total. Una al salir el sol, otra al medio
día y otra al anochecer, le dice el guía.
Arroz con pescado. Ahítos nos dejamos media perola. El guía se acerca al corro de niños y se
lo entrega a una madre que está amamantando a uno. Siete u ocho críos se sientan alrededor
de la comida y ella, con una cuchara y para nuestra vergüenza, se lo va dando de comer a
cada uno de ellos. Cuando acaban se levantan y despiden dándonos las gracias. Habían venido
para comer nuestros restos. Mi vergüenza es total y absoluta.
Seguimos en la piragua. Beta, el piragüero-cocinero, rema constantemente, durante horas. Nos
dejamos arrullar por su sonido y por la calma del río. Relájate, déjate llevar. Una sensa-
ción de paz que se rompe, ahora, por la visión de un enorme camaleón de más de 40 cms de la
cabeza a la cola; o por los hermosos pájaros rojos cantores; o por los otros, verdes y acro-
báticos, que se lanzan en picado para realizar vuelos rasantes sobre el agua, en busca de
insectos.
Son las 4 P.M. Nos paramos en una isla plana, arenosa, de unos 400 metros por 200. En medio
de ella montamos las tiendas, pasaremos la noche aquí. Oscurece. Beta nos ha preparado una
perola repleta de guacamol, aguacate con tomates, cebolla, etc. Comemos todos de ella.
Recorremos la isla; es preciosa, con pequeñas lagunas en su interior... la noche, lentamente
se nos acerca ¡Dios! no creo en ti, pero que bonito lo has hecho.
04-06-06 Una densa bruma cubre parte del río mientras el sol se eleva a nuestra espalda,
poco a poco, majestuoso. Son las 6:30 y Robintson nos detalla el día. Gargantas, cascadas,
piscinas naturales. Maravillado no se si lo voy a poder soportar. Tomamos "Le petit dejener"
a base de te, café, zumo de naranja, leche condensada, pan y quesitos "la vache que rich"
Sus paladas... el murmullo de nuevo al hender el agua. Cuando acaben estos tres días de
descenso Beta habrá de volver. No podrá remar contra corriente y habrá de utilizar la pér-
tiga. Tardará de cinco a siete días, dependiendo de sus fuerzas, en regresar a Meandrivazo.
Cobrará por ello de 500.000 a 700.000 ariari, de 190 a 265 euros.
Nos adentramos poco a poco en la neblina. El paisaje se va transformando en una densa selva.
Podemos ver algún que otro Martín Pescador mientras nos acercamos a una pequeña cadena mon-
tañosa. Se palpa la presencia de la garganta que hemos de atravesar. Fotos, fotos, en mi
vida había hecho tantas fotos, llevo más de 1000 en estos 15 días.
El río se ensancha transformándose en un amplio lago, para volverse a estrechar nuevamente.
Nos acercamos a una de sus riberas. EL guía dice que en esas selvas habitan lemures, pero la
sorpresa nos la da nuestro primer y único avistamiento de un cocodrilo. Se sumerge rapida-
mente para esconderse de nuestra presencia... dejo de acariciar el agua. De los lemures ni
rastro. No me da tiempo de hacerle una foto. Robintson nos indica que es una cría, de más de
un metro de largo. Su madre debe de estar debajo del agua. Llegan a medir hasta cuatro
metros de largo.
Los primeros lemures Ifaka, blancos con cara negra, nos miran desde la espesura, a nuestra
izquierda. Nos prestan un poco de atención, para seguir después comiendo. Uno de ellos, al
fin, salta de rama en rama.
Mediodía. Paramos en una pequeña playa. Un riachuelo desemboca en ella. Es el riachuelo de
Anosie'Ampela, un paraje maravilloso con una cascada de unos 20 metros, que nos sirve de
ducha. El agua se acumula en un par de piscinas naturales, de un azul turquesa que nos
embelesa. El chapuzón que nos damos en ellas nos despierta el hambre. Mientras nos bañába-
mos nos han preparado espaguetis con verduras y de postre papaya.
Volvemos a la piragua. Desde hace horas que solo vemos selva. Los poblados o cabañas, que
de vez en cuando aparecían en los márgenes, han desaparecido. Estamos solos. Beta nos sigue
arrullando.
Las 3:30 de la tarde. Hemos llegado a Be-Gidru, nuevo poblado de chozas. Robintson compra
tabaco y un pato para comer. Un grupo de personas lava la ropa en el río. En el poblado,
tres mujeres rodeadas de niños nos piden unas fotos... la más lista reclama algo a cambio.
Nuevo círculo de críos para repartirse el paquete de galletas de limón que les hemos dado.
Beta se ha llevado la piragua un kilómetro río abajo. Atravesamos el pueblo y caminamos por
la orilla arenosa con el pato colgando de la mano de Robintson.
Ha atado el animal a una estaca clavada en la arena pero se ha soltado. El guía lo vuelve a
atrapar y se lo lleva a la orilla... Extiende las alas del pato en el suelo y las sujeta con
las rodillas, deposita un pequeño cuenco bajo el cuello del pobre bicho, le dobla el cuello
y con un rápido tajo con el cuchillo... Nati y yo nos vamos a pasear por el extenso arenal
del río. A la vuelta el pato está servido.
A Nati le picaron unos insectos hace cuatro días. Las picaduras se han transformado en unas
pequeñas y resistentes bolsas transparentes repletas de líquido.
Esta noche hemos logrado localizar la Cruz del Sur, la agrupación de estrellas con las que
tanto había soñado ver alguna vez cuando, de niño, leía los maravillosos libros de aventuras
de Julio Verne. Un sueño al fin realizado. Se trata de cuatro estrellas que, formando una
cruz, señalan el Polo Sur. Yanna me indica como confirmación que las caravanas de camellos
que atraviesan el Sahara, en Burkina Faso, venden unas que así las denominan y son de una
forma similar a las estrellas que estamos viendo.
05-06-06 Amanece un día interesante. Robintson (Crusoe, recordad) nos ilusiona con la visi-
ta a los Baobabs, a los murciélagos gigantes y a la zona donde más abundan los cocodrilos.
El lento y rítmico sonido del remo de Beta al romper el agua, la suave brisa matinal y los
primeros rayos de sol nos acompañan de nuevo. El río debe de medir, en el lugar más ancho,
unos 150 metros. En otros tramos las orillas nos han parecido mucho más distantes. Los
críos, en piraguas, se acercan a saludarnos: "salama".
Sobre las 10:30 paramos a comer. Nati ha hablado de la tortilla de patatas... Yanna, que ha
estado varias veces en España, se apunta a la idea. Les hacemos, además, "pa amb tomaquet".
Los recipientes no son los adecuados y la tortilla se rompe; pero es igual, está de rechu-
pete.
Otra vez en el río. Beta nos avisa de un cocodrilo en el agua, el rema de rodillas y tiene
más campo de visión. Nati ve un bulto como se hunde al acercarnos nosotros. Desgraciadamente
no volvemos a tener otro encuentro con uno de ellos.
Navegamos por un lugar bastante angosto. A nuestra izquierda se elevan enormes paredes lle-
nas de recovecos. El guía nos señala unos grandes agujeros... habían pasado desapercibidos
para nosotros. Un enorme grupo de murciélagos, como palomas de grandes, cuelgan de las patas
en ellos.
La lectura de este diario se puede volver aburrida de tanto intentar describir el suave
navegar, el rítmico arrullo del palear de Beta, acompañado por el cálido sol que nos adorme-
ce... bonitos momentos rotos de vez en cuando por el avistamiento de lemures Sifaka, en los
espesos bosques de nuestra izquierda.
Nuevamente el sol del atardecer nos acompaña, coloreando las nubes de un granate precioso.
Una piragua cruza el río; La llevan una mujer y unos niños. Hacen una maniobra brusca y se
van al agua entre risas de los que les esperan en la orilla. Un par de piraguas salen a
ayudarles de cada lado. Recordemos que casi no cubre. Los "náufragos" se agarran a la canoa
de ayuda y los arrastran hasta la otra orilla. Se ríen de los accidentados porque el agua
está fría, se ríen de nuevo cuando nos ven hacerles fotografías.
Paramos en una inmensa lengua de tierra que se encuentra a nuestra derecha. Después de
montar las tiendas Robintson nos invita a bañarnos. Nos hundimos hasta los hombros debido a
que nuestras piernas se adentran hasta las rodillas en el espeso lodo de la ribera. Empieza
a anochecer y un crío, a lo lejos, cruza el río asido a la cola de un cebú que lo arrastra
nadando apaciblemente. Un grupo de pájaros blancos remonta el curso rozando el agua mientras
el sol se esconde detrás de uno juncos. La cena ya está preparada, Beta es muy eficiente.
Confidencia de Robintson a la luz de la luna. El descenso del río Manambolo, unos 60 kms.
al norte del Tsiribihina, es peligroso; la tribu de los Bekopaca ataca a los turistas... Por
mucho que le miro intentando adivinar sus intenciones, no se descubrir si es cierto o es
solo una forma de eliminar competencia por medio del miedo, ya que son otros los que llevan
esa ruta turística.
06-06-06 Nuevo amanecer de fábula. Entramos en la canoa para un trayecto de media hora. El
descenso por el río llega a su fin y un 4 x 4 nos espera. Nos despedimos de Beta con agrade-
cimiento... Ha de volver a Meandrivazo río arriba, ayudándose de una pértiga; son unos cinco
días de esfuerzo. En el poblado, como siempre, nos miran los mayores y nos saludan los críos
entre risas.
Atravesamos por una tortuosa pista forestal. Multitud de cabañas de paja y cañas, tachona-
das de majestuosos baobabs, nos acompañan aquí y allá... Las sonrisas y saludos de los críos
son constantes. Paramos a almorzar en un pequeño mercado donde los campesinos exponen sus
productos en mantas tiradas en el suelo. Un enorme baobab llena la plaza central. El lugar
donde almorzamos no es más grande que un chamizo para guardar los aperos de labranza.
Arrancamos de nuevo por la tortuosa pista, nuevamente acompañados de los saludos de los
críos. Una hora después de infernal camino, llegamos a lo que Robintson denomina "ferry". No
es más que tres herrumbrosas y enormes barcazas unidas por hierros y tablas de madera, que
forman una plataforma donde caben dos 4 x 4. Los motores lanzan un pestilente humo negro.
Río abajo, media hora después, llegamos a Belo Tsiribihina, en la desembocadura del río,
Robintson nos lleva al mercado, necesitamos provisiones. Es mucho más grande que cualquiera
de los que hemos visto hasta ahora. Multitud de olores y colores nos inundan. Frutas de
cualquier clase, conocidas y desconocidas, están en exposición. El carnicero vende una carne
que, algún día, debió de ser cebú. Se esmera en el despiece con una mano y con la otra
aparta las moscas. la carne gotea hasta suelo.
Salimos Yanna, Nati y yo a una soleada calle repleta de chamizos donde se vende cualquier
cosa; Robintson sigue comprando en el mercado. Lo más granado del lugar se nos acerca. Uno
me pide, en francés, 5.000 francos malgaches (1.000 ariaris). Le respondo en inglés que no
le entiendo. Se nos une otro con lo que parece un porro en la mano, nos pregunta que espera-
mos aquí. Le contamos que vamos camino de Bekopaca. Nos contesta que le sigamos. El de los
5.000 francos sigue pidiéndonos dinero, Yanna le dice que no tenemos. Le devuelve el malga-
che una mirada entre escéptica y mosqueada. Le contamos al otro que ya tenemos guía y coche.
Se despide dándonos la mano a todos. Una mujer, de edad indefinida, lo observa todo desde
una de las tiendas. Me acerco a ella y le pido si me deja hacerle una foto... se sonroja
mientras sonríe tímidamente. Una amiga suya se acerca curiosa y le estrecha la mano mien-
tras me mira preguntándose que quiere este loco. Al final les hago la foto a las dos. Llega
Robintson, volvemos al 4 x 4, volvemos a la tortuosa pista.
Atravesamos por un lugar repleto de enormes baobabs... o al menos eso creemos nosotros, son
los más grandes que hemos visto hasta ahora. Fotos, fotos, nos volvemos locos.
Al final de la pista, unas cinco horas después, llegamos de nuevo al río. Lo hemos de atra-
vesar con una nueva barcaza; sus motores no funciona por falta de gasolina, nos dice nuestro
guía. Al otro lado del río está el parque de los Tsingy, un magnífico lugar que recomiendo
visitar. En sus puertas se encuentra un camping donde nos instalamos. Mosquitos, insectos,
serpientes... no es una crítica, solo una realidad. Las duchas son unos chiringuitos con
bidón de agua incluido, para que te la tires por encima gracias a unos cazos. Yanna se
acerca a la recepción, la batería de su cámara se ha agotado. Busca un enchufe... lo encuen-
tra, le cobran 5.000 ariaris. Para cenar tenemos, como no, una fuente repleta de arroz. Pero
esta vez Robintson nos sorprende con una bandeja en la que hay doce centollos aderezados con
una deliciosa salsa marrón. Al acabar la cena aun queda la mitad del arroz. Unos malgaches,
los empleados del camping, viven en cabañas de cañas al lado del comedor. Están haciendo
fuego en su interior. Robintson se acerca a ellos con la fuente y la bandeja, se sienta
entre ellos y les invita a comer. Supongo que en un país donde no todo el mundo come cada
día, es una bendición un Robintson con una fuente de arroz y salsa de centollo. Me siento
culpable de estar ahíto.
07-06-06 Hemos dormido como siempre, mal. Los gallos también "adelantan" en este lugar. Los
lavabos son letrinas y el papel, una vez "usado", lo has de depositar en un cubo que, un
laborioso malgache, cambia de vez en cuando. A las 6:30 ya esperan al otro lado del río
unos enormes camiones para embarcar en el "ferry". No se como lo harán sin gasolina.
A las 8 salimos hacia el Tsingy... según nos comenta el guía del parque (solo se puede
acceder a ellos con uno contratado allí) Tsingy quiere decir "no montañas". Taussaint, el
nuevo guía, nos cuenta de nuevo el "fady" de siempre.. no se puede señalar con el dedo, como
mucho con el puño cerrado. Los Tsingy están repletos de cuevas donde la tribu de los
Sakalaba enterraban a sus muertos. Tampoco se pueden coger rocas, plantas o animales.
El 4 x 4 circula por una difícil pista, a veces solo con la reductora. La música malgache, a
todo meter, ameniza la travesía. Tardamos justo una hora hasta las primeras rocas del Tsingy
que son, ni más ni menos, que el producto de la erosión del suelo por las lluvias torren-
ciales que aquí se producen. Nos espera una ruta por un lugar repleto de rocas afiladas como
cuchillos. Circulamos por la base de estrechas y profundas gargantas donde, a veces, la luz
está a más de 70 metros por encima nuestro; a menudo hemos de encender, por ese motivo, los
frontales. Otras muchas necesitamos quitarnos las mochilas para poder pasar de lado por una
estrecha garganta de más de 10 metros de largo. Sin el guía del parque nos hubiéramos per-
dido entre tanta roca gris y pasillos laberínticos.
Sorpresa mayúscula, el guía lleva cuatro arneses con unos disipadores artesanales hechos de
cuerda ¡vamos a hacer una corta vía ferrata! jamás pensé que en Madagascar encontraría algo
igual. Al poco iniciamos una pequeña ruta equipada con algunos cables de seguridad, escale-
ras de madera, plataformas elevadas en el aire también de madera y peldaños de piedra clava-
dos en la roca para facilitar el acceso a lo más elevado y vertical del Tsingy... para nada
comparable a cualquier ferrata de España, pero fue un gusto realizarla. Algunas veces las
verticales grietas van pasando bajo nuestros pies, otras casi nos hemos de arrastrar por
largas y oscuras cuevas, para llegar, al poco, a un par de oteros desde donde divisamos,
casi al completo, estas extrañas formaciones rocosas. La guinda nos la da un pequeño puente
colgante (Yanna no las tiene todas al cruzar por él) y la parte final, tras dejar las forma-
ciones rocosas, la forma una pequeña sabana que nos deja junto al 4 x 4. En total unas tres
horas a un ritmo muy, pero que muy relajado.
Hemos visitado los grandes Tsingys, con precipicios de hasta 70 metros. Por la tarde nos
llevan a visitar los pequeños, con paredes de tan solo unos 15. El recorrido dura una hora,
pero es igualmente divertido y especial. Gargantas también estrechas aderezadas, esta vez,
por una clase de curiosos, preciosos y enanos baobabs.
El recorrido es circular y empieza y acaba a unos 200 metros del camping. El guía del
camping nos enseña restos de un animal, en concreto los huesos del cráneo. Es de un cocodri-
lo. Durante los meses de lluvias estos saurios del lago se introducen en los pequeños
Tsingy. El río se encuentra a cinco metros del camping y el lago a unos 200.
En un pequeño receso Robintson nos contó el porque de la inexistencia de baobabs jóvenes.
Cuando aun abundaban las tortugas, se acercaban a la base de los baobabs para devorar los
frutos maduros que caían al suelo. Luego defecaban en otros lugares depositando por doquier
sus semillas. Ahora ya no hay tortugas, los malgaches se las han comido ¿pero quien es capaz
de recriminar nada a alguien que mata a un animal para comer?
Ha sido un día completo y divertido; para cenar macarrones... mientras lo hacemos, suena mú-
sica en la parte posterior de la recepción del camping. Allí, con un enorme radiocaset, se
han montado al aire libre una pequeña fiesta los empleados del parque y sus familiares. Una
treintena de niños y jóvenes bailan unas rítmicas danzas mientras sus mayores los miran.
Somos los únicos blancos. Es un baile sencillo, se unen en hilera y todos siguen el ritmo
del primero... se agacha, los siguientes se agachan, mueve un brazo, los mismo los demás...
Al poco el primero pasa al último lugar y así sucesivamente. La danza se realiza con
contoneo de caderas y arrastrando un poco los pies. Nati y yo bailamos un rato con el corro
de las niñas, nos dan palmadas en las manos... saltan, saltamos, bailan, bailamos, ríen y
reímos.
Nos lo hemos pasado en grande; son las 9 p.m. y hace media hora que han enviado a los niños
a dormir. En las tiendas hace calor y las cigarras destrozan el silencio. Llega un camión
repleto de jóvenes, más de una docena. Van cantando de una forma rítmica y pausada. Descien-
den del camión y cruzan el camping hasta llegar a la orilla donde se lanzan al agua y atra-
viesan, siguiendo con sus cánticos, el río a nado. No puedo evitar pensar en los cocodrilos.
Después nuestro guía nos comentó que estos muchachos se juntan a otros grupos en la orilla
opuesta, para practicar el boxeo malgache a la luz de la luna y de las hogueras.
08-06-06 Nos queda un largo trayecto de regreso a Belo. Al otro lado del río nos vuelve a
esperar un "peaje"; así son las pistas forestales de Madagascar... supongo que es una fuente
de financiación para los habitantes del lugar. La pista rojiza nos lleva a través de innume-
rables poblados. De tanto en tanto vemos algunos baobabs, cada vez más grandes... Esperad y
veréis nos dice Robintson. Unas tres horas después llegamos a la zona de los "Baobabs Sagra-
dos". Cuatro gigantescos árboles, quizá de más de 20 metros, rodean una pequeña laguna donde
chapotean algunos malgaches. El más colosal de todos mide 10 metros de "perímetro". Me sien-
to tremendamente enano a su lado. Fotos, fotos y más fotos.
Retomamos la ruta para llegar a una zona maravillosa repleta de lagunas y preñada de enormes
baobabs, aunque no tan grandes como los Sagrados.. La atracción del lugar son los "Lovers
Baobabs". Dos árboles que nacieron juntos y se entregiran enlazados en un abrazo amoroso. Un
anciano sale de detrás de ellos con la típica herramienta malgache de desbrozar los caminos,
un palo con un sinuoso y largo machete enlazado en su punta. Habla largo y tendido con los
guías. Ellos ríen y el gesticula y se enfada. Llega un grupo de jóvenes que vienen de pescar
en las lagunas. Llevan diminutos pescados colgando en racimos de un hilo. Hablan con el
viejo, gesticulan también con él. Robintson nos cuenta que el viejo pretende cobrar por la
visita que hacemos a los Lovers, mientras los jóvenes le dicen que esos baobabs ya estaban
antes de que naciera él (aparenta unos 70 años). Abandonamos el lugar dejando al viejo ges-
ticulando con otros turistas.
Las dos últimas atracciones del día las dejamos para el ocaso. Así lo ha querido Robintson.
La espectacular Avenida de los Baobabs, (mundialmente conocida) y cuatro preciosos y majes-
tuosos especimenes más que fotografiamos a la puesta del sol... imágenes que, si picáis en
los enlaces, os mostrarán el porqué de mi devoción hacia estos árboles.
7:00 Ya estamos en Morondava. Nos instalamos en el hotel L'Arche de Noe. Al fin habitaciones
con duchas de agua caliente. Salimos a cenar con Yanna y Robintson, que nos lleva al Grill
de Jean le Rasta, restaurante muy conocido y que sale en la guía L. Planet. Evidentemente el
rasta luce como tal, con su pelo apergaminado y demás. Cenamos de nuevo a base de centollos,
con una salsa increíblemente buena. Se me hace la boca agua de recordarlo. Después la disco-
teca, donde vuelvo a sentir asco al ver a franceses muy maduros con jovencitas más pequeñas
que mis propias hijas. Unos de ellos, sesentón, barrigudo y seboso, me produce un asco
especial cuando soba a una chica que exagero, si digo que tiene dieciocho años.
09-06-06 Estamos acostumbrados al toque de diana de los gallos. Esta vez no suenan pero nos
despertamos a la misma hora a pesar de haber ido a dormir a las dos de la madrugada. Amanece
y toca visitar la ciudad. Morondava es como cualquier otra de las que hemos visto salvo que
aquí ningún crío nos ha pedido nada. En Air Madagascar nos dan una mala noticia; nuestras
reservas para el vuelo de hoy han sido anuladas. Lloramos, rogamos y suplicamos; el vuelo de
mañana está completo y nuestro avión hacia París sale a las 9:00 p.m. del mismo día. Al
final conseguimos los billetes, para llevarnos una sorpresa... el seboso asqueroso, acompa-
ñado de la jovencita, espera el mismo avión; aunque el flamante reactor que nos habían anun-
ciado, se ha transformado en dos avionetas DHC6-300, de hélice, con capacidad para 20 perso-
nas, incluidos piloto, copiloto y "azafato".
Este diario llega a su fin, lamento que sea tan largo, pero he creído interesante anotar en
él todos los detalles y anécdotas que nos han acontecido en este extraño, diferente e impac-
tante país.
Por cierto, los únicos españoles que hemos encontrado en esto 21 días eran dos parejas, una
de ellas con cinco hijos que, nos contaron, llevaban meses viviendo en Madagascar de misio-
neros.
¡Cielos, como se mueve esta vieja avioneta!
Diario y fotos de Nati y Rafa.
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