POR FERNANDO CÁRCAMO
Corría el año 1998 cuando leía un reportaje de la revista "Grandes espacios" sobre el GR-33 o sendero de la Luna Llena; y como un grupo de chiflados acometían una marcha de 63 kilómetros, un desnivel acumulado de 2.500 metros en subida y 1.000 en bajada, y un tiempo tope de 15 horas. La prueba se llamaba "Pujada a Penyagolosa" y, en ese momento, todavía no tenía claro lo que realmente querían decir con "Pujada". Poco a poco me iba entrando el gusanillo y a pensar en participar en la edición de 1.999. Con unos meses de antelación, comencé a andar y trotar por los alrededores de Zaragoza (además de las excursiones clásicas por la montaña); cuando conseguí caminar de forma habitual unos 40 kilómetros a 6 Km./hora consideré que estaba suficientemente preparado y me inscribí en la edición de 1999. La noche anterior a la marcha me preguntaba qué problemas podría tener un montañero como yo (de toda la vida) para hacer una marcha por los montes de Castellón. La respuesta era obvia: "ningún problema"; los montes en Castellón no pueden ser muy altos, hay más mar que montes, estoy en forma, etc. En el momento de la verdad, el desconocimiento real de la prueba, una mala alimentación/hidratación, un día muy caluroso, etc me hacían abandonar hacia el kilómetro 48. Cómo diría Almodovar: ¿qué había hecho yo para merecer eso?. Pero la simiente estaba echada y ese mismo año terminaba mis dos primeros maratones de montaña (de esos que nos dejan apuntarnos a los andarines). El año 2000 tenía un primer reto para mí y era llegar a Penyagolosa por mis propios medios. En el intermedio, problemas con los clubes organizadores habían hecho que la "Pujada" se transformase en una marcha exclusivamente montañera, y que surgiese la llamada "Marató i Mitja". Con una preparación física similar al año anterior, llegaba a Castellón. La noche anterior a la prueba cenaba pasta; en la mochila llevaba un surtido de glucosa y barritas energéticas; y a las 5 de la mañana estaba desayunado unas laminerías. En los aledaños del Estadio de Castalia, a las 6,00 horas se ponía en marcha un "pequeño" grupo de más de 1.000 personas. ¡La suerte estaba echada!. Después de todo lo dicho, comienza el relato de la prueba. Todavía es de noche cuando comenzamos a abandonar las calles de Castellón; algunos noctámbulos nos miran con cara de incrédulos y quizás se pregunten quién ha bebido más. Amanece cuando atravesamos una urbanización de las afueras y cuando llega la primera cuesta de la jornada; es pequeña y nos deja en una inmensa cantera. La atravesamos al trote y pasamos por los límites del campo de golf. Todavía estamos en la Plana y nos rodea el olor de los naranjos. En el kilómetro 9 nos topamos con la primera dificultad sería de la jornada: la subida a la Pedra Borriol; como el día todavía está fresco y nosotros también, alcanzamos el primer control sin grandes sobresaltos (pero ya hay gente con problemas en los pies o sudando la gota). Hablando de controles (y su correspondiente avituallamiento), no tengo por menos que agradecer y alabar el impresionante trabajo (cortando naranjas, o dando agua, o preparando unas bebidas isotónicas…) del personal de la organización. La atención es excelente y siempre hay una palabra amable que se agradece más cuanto más recorrido llevamos efectuado. Está claro que demos ponerles un sobresaliente. Entre el control 1 y el control 2 (en la Basa de les Oronetes) comenzamos a conocer de qué va la marcha: consiste en atravesar una serie de sierras paralelas a la costa hasta llegar al pico de más altura de la provincia: Penyagolosa. Y la forma de atravesarlas consiste en subir por un lado y bajar por el otro: así una y otra vez, una hora tras otra. Ha comenzado a transformarse el paisaje y aparece un accidentado terreno de almendros y algarrobos que nos va a acompañar durante muchos kilómetros; también aparecen manchas de pinares. Se me olvidaba: a los pocos metros de bandonar el primer control podremos ver en la lejanía ( pero que mucha lejanía… ) la silueta inconfundible de Penyagolosa. Al control 2 ( Km.24 ) se llega como a todos los controles: habiendo subido una larga cuesta. Y se sale de él como de casi todos los controles: cuesta abajo. El sendero se encamina hacia la Rambla de la Viuda: el ancho cauce seco y lleno de grava de un río que existió hace muchos años ( o cuando llega la temible 'gota fría' ); desde arriba se ve como una serpiente blanca. Lo cruzamos en diagonal y una suave pendiente nos va llevando durante unos cuantos kilómetros hasta llegar al tercer control y primer punto habitado: Les Useres ( Km.33 ). El control se encuentra en un pequeño parquecillo, con zonas de sombra, grifos con agua,… a estas alturas es un pequeño oasis. Comienzan los abandonos. |