LOS MUISCAS
UNA RESEÑA ETNOHISTÓRICA CON BASE EN LAS PRIMERAS DESCRIPCIONES
INTRODUCCION
¡Pirú! ¡Pirú! ¡Pirú! buen Licenciado, que ¡voto a tal! que es otro Caxamalca!
Estas exclamaciones de alegría puso don Juan de Castellanos en boca de los europeos que, en 1537, saquearon los templos prehispánicos de Tunja.
Habían salido de la empobrecida Santa Marta para explorar las riquezas de la tierra, confiando en que el río Magdalena era un canal interoceánico que los llevaría al Perú, ese país cuyos tesoros veían pasar con envidia frente a sus costas, desde 1527, cubriendo la ruta entre Panamá y España (Friede, 1979). Tantas vidas se perdieron al remontar durante once meses el río Magdalena y luego el selvático Opón, que desde su entrada al altiplano por la parte de Vélez las tropas al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada tenían razón en maravillarse con los muiscas.
Con ellos dejaban de temer los asaltos y emboscadas de tribus dispersas en el Magdalena Medio; en su lugar hallaban un pueblo acogedor de agricultores con cultivos estables y despensas bien surtidas de maíz y bastimentos. Unas sociedades con profunda vocación religiosa, que a pesar de hablar dialectos Chibchas como los aguerridos taironas que ya conocían en Santa Marta -quienes durante cien años habrían de resistir militarmente la conquista-, preferían recibirlos como dioses, con sahumerios, sacrificios y regalos. "Son gente que quieren paz y no guerra, porque aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas", concluían en su informe al rey los capitanes Lebrija y San Martín ([1539]:73).
Los muiscas eran además "gente vestida", según escribió Castellanos poniendo de relieve su grado de civilización. Jiménez de Quesada describe sus trajes y tocados:
La disposición desta gente es la mejor que se ha visto en Indias. Especialmente las mujeres tienen buena hechura de rostros y bien figurados... Sus vestidos, dellos y dellas, son mantas blancas y negras y de diversas colores, ceñidas al cuerpo, que las cubren dende los pechos hasta los pies, y otras encima de los hombros en lugar de capas y mantos, y ansí andan cubiertos todos. En las cabezas traen comúnmente unas guirnaldas hechas de algodón, con unas rosas de diferentes colores de lo mesmo, que les viene a dar en derecho de la frente. Algunos caciques principales traen algunas veces bonetes hechos allá de su algodón, que no tienen otra cosa de qué vestirse; y algunas mujeres de las principales traen unas cofias de red, algunas veces. (Epítome, [1547]: 294)
Una selección de las primeras descripciones españolas nos va a permitir introducir a los muiscas tal como eran a la llegada de los conquistadores. Para obtener una opinión de primera mano daremos primacía al Epítome de la conquista del Nuevo Reino de Granada y a la Historia general de Gonzalo Fernández de Oviedo, que con la Hispania victrix de Francisco López de Gómara son versiones de una obra perdida del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada que se conoce como el "Gran cuaderno". Aunque la visión que pudieron tener los europeos del siglo XVI era subjetiva y con frecuencia contradictoria, la escogencia que hacemos se basa en lo que la antropología actual ha establecido como más probable entre las múltiples opiniones de los cronistas.
Los mayores cacicazgos de Colombia
En realidad -por ejemplo- Tunja no podía tener el tamaño y magnificencia de Cajamarca, la capital Inca conquistada en 1532. A diferencia de un estado como el incaico que conquistaba a otras etnias, les imponía gobernadores y tributos, mantenía ejércitos permanentes y podía desplazar por la fuerza a comunidades enteras, la sociedad muisca se componía de cacicazgos. Estas eran entidades políticas más sencillas pero también centralizadas, que agrupaban distintas comunidades locales al mando de un cacique o señor al que se reconocían poderes civiles y religiosos. Los primeros europeos en pisar este territorio se refirieron a las unidades políticas como "valles":
Hase de presuponer queste dicho Nuevo Reino de Granada, que comienza pasadas las dichas sierras de Oppón, es todo tierra rasa, muy poblado en gran manera, y es poblado por valles. Cada valle es su poblazón por sí. (Epítome, [1547]: 287)
Es la tierra toda allí dividida en provincias y valles, y cada señor tiene su valle, y el valle y el señor un mismo nombre; y es señor según su calidad. Hay señor de diez mil vasallos, y tal que tiene veinte mil, y otros de a treinta mil; y tiene cada uno sus poblaciones derramadas por sus valles y territorios, de diez, de veinte, de treinta, de ciento, e más e menos casas cada pueblo, como es la disposición y más fertilidad de la tierra. (Oviedo, [1548]: 3:125)
El territorio de los muiscas abarcaba las cuencas y valles del río Bogotá hasta Tena, el río Negro hasta Quetame, el Guavio hasta Gachalá, el Garagoa hasta Somondoco, el Chicamocha hasta Soatá y el río Suárez hasta Vélez. No existe un acuerdo sobre cifras de población, pero los conquistadores son enfáticos en destacar la multitud de los indígenas. También, aunque conocían las ciudades empedradas de la Sierra Nevada de Santa Marta, les llamó la atención el refinamiento y complejidad de las casas y construcciones:
Llegados a estos pueblos de la sal, ya aquí mostró la tierra lo que en ella había y lo que había adelante, porque era muy gruesa y de muchos indios, y la manera de los edificios de casas, diferentes de los que hasta entonces habíamos hallado; en especial, una jornada más adelante de dicho pueblo de la sal entramos en la tierra del más principal señor que hay en ella, que se dice Bogotá; y bien mostró ser así, porque le hallamos una casa de su aposento que, para ser de paja, se podría tener por una de las mejores que se han visto en Indias. (Lebrija y San Martín, [1539]: 84)
Vista desde lo alto del cerro de Suba, la sabana de Bogotá presentaba una amplia zona pantanosa rodeada por una llanura cubierta de pastos y vegetación baja. En ella se destacaban numerosas aldeas -Suba, Tuna, Tibabuyes, Usaquén, Teusaquillo, Cota, Engativá, Funza, Fontibón, Techo, Bosa, Soacha...- y palacios compuestos por bohíos rodeados por dos o tres empalizadas concéntricas, semejantes a los alcázares árabes del sur de España.
...el cual pueblo era muy hermoso de pocas casas y muy grandes, de paja muy bien labrada; las cuales casas estaban muy bien cercadas de una cerca de haces de cañas, por muy gentil arte obradas. Tenía 10 o 12 puertas con muchas vueltas de muralla en cada puerta. Era cercado el pueblo de dos cercas. Tenía entre cerca y cerca muy gran plaza, y entre las casas tenía otra muy hermosa plaza. Una casa de ellas estaba llena de tasajos de venados, curados sin sal. (Anónimo, [1545]: 235)
Este "Valle de los Alcázares" que con las sierras nevadas de la Cordillera Central en el horizonte dio pie para el nombre de Nuevo Reino de Granada, era en efecto el núcleo del cacicazgo de Bogotá. Las Sierras Nevadas de granada continúan en España la cadena sagrada para los grupos Chibchas!
Con su sede de gobierno en Funza, este era el cacicazgo regional más extenso y poblado, no sólo del territorio muisca sino de todo el norte de Suramérica en aquel siglo. Sus gobernantes, los Zipas, lo habían conformado recientemente anexando los cacicazgos intermedios de Guatavita, Ubaque, Ubaté, Zipaquirá y Fusagasugá (Londoño, 1988).
Sin embargo, y por esa misma razón, Bogotá era a la vez el más inestable de los cuatro cacicazgos regionales en que se dividía en ese entonces el territorio de los muiscas. Así, aunque el cacique de Bogotá opuso resistencia a la conquista, muchos de sus sujetos prefirieron sacudirse su dominio aliándose a los europeos, como sucedió cuando Quesada salió por el valle del Teusacá hacia el norte:
Salieron los españoles de Bogotá en demanda de las esmeraldas de Somondoco; y pasaron por las grandes poblaciones de Engativá, [Techo], Usaquén, Teusacá y Guasca, donde hicieron alto, admirados de ver tanta multitud de naturales, y mucho más de que los recibían de paz, con abundancia de comidas. Pasaron a Guatavita, corte de señores poderosos que en su prosperidad fueron soberanos, hasta que la fortuna del Zipa Tisquesusa los sujetó a su dominio. (Zamora, [1701]: 1: 214)
...Poco se detuvo allí el campo español, pues al día siguiente, habiendo sesteado en Sesquilé, descubrieron a Chocontá, grande por su fábrica de casas y copioso número de vecinos, y aumentada con presidios como frontera de los Reinos del Zipa contra las invasiones del Tunja... (Piedrahita, [1666]: 1: 238-239)
Al norte del país muisca existían otros tres grandes cacicazgos regionales. Tunja, una entidad más antigua que Bogotá aunque territorialmente más reducida, guardaba la venerable tradición de los Zaques que se oponían permanentemente a la expansión de los bogotáes; Sogamoso tenía un carácter sagrado por la presencia de templos y tradiciones de índole solar; Duitama, finalmente, se destacó por su belicosidad ante los invasores.
La expedición que conquistó estas tierras obtuvo el mejor botín de cuantas exploraron la América al norte de los Incas y al sur de los Aztecas: extensos valles planos de tierras fértiles y clima agradable para el europeo, como no los tenían los taironas de Santa Marta; y sociedades complejas pero pacíficas, limpias de yerba ponzoñosa, que trabajarían para ellos como estaban acostumbradas a hacerlo para sus caciques.
Urna funeraria de adulto. Cultura Muisca. Replica
artificia de una momia enterrada en una |
La encumbrada vida de los caciques
Cada uno de los grandes caciques principales de los muiscas reunía bajo su mando una serie de caciques intermedios, que a su vez gobernaban sobre mandatarios locales, señores a su turno de un conjunto de linajes de parientes. La jerarquía era tan marcada que los españoles mismos -que venían de un sistema feudal- hablaban de la "falta de caridad" de los indios nobles hacia los comunes. De hecho, los caciques principales eran semidioses que no podían ser mirados a la cara:
Es grandísima la reverencia que tienen los súbditos a sus caciques, porque jamás les miran a la cara, aunque estén en conversación familiar, de manera que si entran donde está el cacique han de entrar vueltas las espaldas hacia él, reculándose hacia atrás. Y asentados o en pie han de estar desta manera, de manera que en lugar de honra tienen siempre vueltas las espaldas a sus señores. (Epítome, [1547]: 296)
Y... cuando [el Bogotá] tosía o hacía señal de escopir, luego los caciques y más principales señores indios que cerca dél estaban, alongaban los brazos teniendo presto sobre ellos un muy delgado y rico velo o tohalla blanca, en que escopiese, y ellos postrados de rodillas recibían aquella saliva que el Bogotá despedía o alanzaba, como cosa santa y presciosa. (Oviedo, [1548]: 3:94)
Los caciques eran llevados en andas y la comunidad les hacía ofrendas y regalos, al tiempo que estaba obligada a construir cercados y a cultivar labranzas para ellos. El líder tenía a su vez funciones de coordinación y representación. Hacia el interior de la comunidad, un cacique local organizaba los trabajos comunales en obras públicas, patrocinaba los mercados, dirigía la guerra, mantenía graneros en previsión de épocas de escasez; hacia el exterior, se ocupaba de las relaciones políticas y sagradas con otros mandatarios, dentro de la pirámide de jerarquías. De hecho, el cacique era su comunidad, de tal forma que ésta le brindaba un lujo y una reverencia proporcionales al respeto y admiración que esperaba recibir de los grupos vecinos (Escobar, 1986).
Este sentido de la jerarquía hizo posible la instauración del régimen colonial español, donde un europeo con título de encomendero tomaba el lugar de un jefe nativo y extraía tributo de los indios. Pero los nuevos amos no actuaban dentro del sistema de reciprocidades de los caciques, ni los muiscas estaban acostumbrados a pagar impuestos en especie, sino sólo como prestaciones de trabajo. El cronista real Antonio de Herrera describe para los cuevas, grupo de lengua Chibcha de Panamá, un sistema comparable al de los muiscas:
Los señores de estas provincias no tenían tributo, sino el servicio personal; y por esto les labraban sus casas y sementeras, aunque por regalo les daban [los caciques a su súbditos] de comer y de beber; y así, los señores ni tenían nada de los vasallos ni les faltaba nada y eran amados y temidos. (Herrera, [1600]: 8: 69-70)
Las comunidades locales
Si los caciques ocupaban la cima de la pirámide social, la base de la sociedad eran los grupos de parentesco matrilineal: un tío materno vivía junto con sus sobrinos hijos de hermana y las esposas de éstos, en un territorio determinado que era propiedad de su linaje. Un cabeza de linaje o "capitán" representaba al grupo y coordinaba actividades como, por ejemplo, ir juntos a hacer la labranza del cacique. La tierra, al igual que los cargos de cacique y "capitán", se heredaban entre los muiscas por vía femenina, de tío a sobrino hijo de hermana.
Juzgando por los términos del parentesco que registraron los frailes españoles en diccionarios donde la palabra sahaoa significa a la vez esposo y primo, se ha sugerido que el matrimonio preferido era entre primos. Las leyes de la exogamia imponían a éstos la condición de ser hijos de hermanos de distinto sexo, ya que de otra forma los novios se considerarían "hermanos" pertenecientes a la misma capitanía matrilineal. También la poligamia parece haber sido una práctica común, principalmente para caciques que mediante uniones con esposas de distintas capitanías o cacicazgos vecinos fortalecían las alianzas políticas. Los primeros conquistadores insisten por ejemplo en que el Bogotá tenía más de cuatrocientas esposas, lo que puede dar fé del volumen enorme de sus compromisos:
Cásanse todas las veces que pueden y todas las mujeres que pueden mantener. Y ansí uno tiene diez mujeres y otro veinte, según la calidad del indio. Y Bogotá, que era rey de todos los caciques, tenía más de cuatrocientas. (Epítome, [1547]: 296)
Cásanse los indios cuantas veces quieren y tienen juntas cuantas mujeres toman y pueden mantener; y hay cacique que tiene veinte mujeres, y tal que tiene treinta y cincuenta, y háse visto cacique de cient mujeres. Y los otros indios que no son tan principales tienen a seis y a diez, y el que menos tiene es dos o tres mujeres; pero por muchas que sean, nunca riñen una con otra, sino en conformidad y bien avenidas, cada una se contenta y conforma con la voluntad de su marido. (Oviedo, [1548]: 3: 111, 126)
La relación entre jefes considerados semidioses cargados de tabú y sus mundanos sujetos se daba mediante el oficio de "pregoneros o mandaderos, que en la lengua se dice costive" (Pesca, 1675; ANC. CaIn: 19:427v). Lo mismo debía ocurrir en otras regiones americanas, pues un texto anónimo de 1573 registra para Quito la actividad de otro funcionario que los europeos asimilaron a quienes pregonaban sus bandos y ordenanzas:
Los caciques tienen sus capitanes, a los cuales obedecían los de su parcialidad, y los capitanes y indios obedecían a su cacique, el cual, cuando quería que se hiciese alguna labranza o traer alguna madera del monte o hacer alguna casa, mandaba a un pregonero que tenía, que con voz alta declarase su voluntad; y entendido por sus capitanes, que de ordinario tenían casas cerca de la del cacique, donde residían o tenían personas que les avisasen de lo que se ofreciese, enviaban luego sus cachas, que acá quiere decir mensajeros, y luego se juntaban la gente para cumplir la voluntad del señor. (en Salomon, 1980: 195)
Entre los muiscas parece haber existido dos niveles de "capitanías"; una mayor, o sybyn, y otra menor, denominada uta. Esta última sería el linaje matrilineal en tanto que la sybyn debió representar un paso más en la cadena de dominaciones sucesivas de unos caciques por otros de mayor rango (Londoño, 1985). Como en un conjunto de muñecas rusas, las utas se agrupaban en sybyn, estas en cacicazgos locales, y estos en cacicazgos subregionales y regionales. En 1594, un documento de Tibabuyes mencionaba las utas como parcialidades o conjuntos de personas subordinados a otros grupos:
...antiguamente habían dos capitanías... y obedecían al cacique de Bogotá, y había dos parcialidades sujetas a las dichas dos capitanías, que llaman utas... (ANC. VisBoy: 17: 232v, en Villamarín y Villamarín, /1975/: 92)
En Boyacá, en 1571, el cacique tenía un capitán llamado Auria cuyos indios están "poblados apartados del cacique de Boyacá como una legua". A la vez, había un respetable viejo llamado Nibamocha que debió ser capitán de uta. Un testigo declara:
Al dicho indio nombrado Nibamocha le conoce por indio grande y que tiene sus parientes poblados de por sí junto al dicho Auria, y es indio viejo e conocido y a él entienden sus parientes y le tienen como a capitán, mas es sujeto al dicho Auria él y sus parientes, y le entienden. (ANC.CaIn: 22: 445v-446r)
Poblamiento y recursos
Al ser las capitanías unidades territoriales que se asentaban en la gran mayoría de los casos "pobladas de por sí", es decir, unas separadas de las otras, el poblamiento muisca tomaba una forma veredal similar a la que conserva el campesinado cundiboyacense de nuestros días. Un conquistador daba en el siglo XVI testimonio de cómo conoció la región de Villa de Leiva la primera vez que por ella pasó, en términos similares a los que reporta Herrera para las provincias panameñas.
En aquel tiempo que este testigo entró, los hallaron... poblados junto a las vegas del río..., desparramados en una parte seis buhíos y en otra cuatro y en otra ocho o diez, y desta manera estaban poblados en aquel tiempo. (Sasa, 1595; ANC. TiBoy: 10: 465 r-v)
No había en estas provincias pueblos grandes, sino que cada principal tenía en sus tierras tres o cuatro casas juntas, y los otros, cada uno adonde sembraba tenía la suya. (Herrera, [1600]: 8: 69)
Debido a estas prácticas antiguas los arqueólogos contemporáneos tienen dificultad para ubicar rastros de sitios grandes que hayan permanecido habitados por largo tiempo; por su parte, los españoles -venidos de un país con amplias regiones donde se vive en aldeas nucleadas, rodeadas de campos vacíos- vieron entorpecida su labor colonial por la separación física de las gentes que pretendían someter a obediencia y a catequización; pero el pueblo muisca era fundamentalmente agricultor y como tal obtenía ventajas del poblamiento disperso. Cada capitanía debió llevar una vida más tranquila en ese relativo aislamiento, y se dedicó a conocer al máximo las características de su nicho ecológico: qué vertiente es más propensa a las heladas, qué suelo se adapta mejor para algún cultivo, qué variedad de maíz es ventajosa en cada clima.
De acuerdo con algunos documentos, los indígenas poseían casas en distintos niveles altitudinales para aprovechar las diferencias entre los pisos térmicos. Así, cacicazgos de la Sabana como Bogotá y Fontibón controlaban tierras en Tena, que los proveían de cosechas más frecuentes de maíz para paliar las heladas frecuentes en el altiplano (Langebaek, 1987).
Cogen maíz, el cual siembran una vez al año. En la provincia de los indios que llaman Panches hay tres cosechas en el año, porque no se agosta la tierra como en el Nuevo Reino... (Oviedo, [1548]: 3: 125)
...Previénense presto, con sembrar en la tierra caliente que alcanzan, y en el entretanto que se coge se sustentan con papas. (Anónimo, [1559-1560]: 65 en Langebaek, 1987: 67)
De las tierras frías obtenían tubérculos como la papa, hibias, cubios y nabos. Cazaban venados de dos variedades -mazama y odocoileus- y tenían domesticado al curí.
Es su mayor bastimento y de lo que más se sirven, unas turmas que llaman yomas, que las siembran y como es dicho es la mayor provisión que tienen, porque con todo lo que comen, comen esas yomas, y siémbranlas con el maíz. Y asimismo otra simiente que se llama cubia, que cocidos tienen el mesmo sabor que nabos y son cuasi a manera de rábanos en sabor y en todo, estando crudos, y esto es el más verdadero mantenimiento, de que se sirven por pan. Hay muchas fructas y todas las que comúnmente hay en todas las otras partes destas Indias, así como piñas, ajes, batatas, guayabas, caimitos, guanábanas e pitahayas, etc. Tienen muchos venados, y un género de animales que quieren parescer conejos, y en la costa de la mar los llaman guajes y en el Nuevo Reino le llaman fico de que hay infinidad; pero dande mejor los conoscen, se dicen coríes. (Oviedo, [1548]: 3: 110)
Para cultivar en las faldas de las montañas los muiscas construyeron terrazas de cultivo simples, sin muro de contención en piedra. En los fondos de los valles planos e inundables labraron camellones de aproximadamente un metro de ancho, separados por canales, que les permitieron aprovechar la fertilidad del limo, la humedad en tiempos de sequía y el drenaje en época lluviosa. En estos canales, en los pantanos entonces no desecados y en los ríos, se hallaba el pez capitán cuyo sabor alabó Gonzalo Jiménez de Quesada:
Pescado se cría en los ríos y lagunas que hay en aquel Reino y, aunque no es en gran abundancia, es lo mejor que se ha visto jamás, porque es de diferente gusto y sabor de cuantos se han visto. Es sólo un género de pescado y no grande, sino de un palmo o de dos, y de aquí no pasa, pero es admirable cosa de comer. (Epítome, [1547]: 295-296)
La dieta muisca se complementaba con productos de tierra caliente obtenidos por intercambio. Las ferias y mercados fueron famosas por la variedad de bienes que a ellas llegaba cada cuatro o más días, ya fueran productos de la región o algodón y ají de la tierra caliente, o aún cuentas de collar en piedra o caracoles marinos que llegaban -trocadas de mano en mano- desde Santa Marta. A su vez, productos muisca eran apreciados en otras regiones, como la sal que bajaba el río Magdalena más allá de Barrancabermeja o las esmeraldas que se han hallado en la región Calima y el Sinú (Langebaek, 1987). Los españoles no dejaron de notar el ambiente ritual que se vivía en los mercados:
Sus tractos e mercaderías son muy ordinarios, trocando unas cosas por otras, e con mucho silencio e sin voces; e no tienen moneda; e aunque haya gran multitud de tractantes, no se oye ni hay vocinglería ni rencilla, sino extremada quietud, sin contienda. (Oviedo, [1548]: 3: 126)
El mundo visto desde la religión
Como se dijo inicialmente, la religión tenía un lugar de privilegio entre los muiscas; no es de extrañar que en los mercados se encontraran plantas medicinales y plantas dotadas de poderes que intervenían en numerosas ceremonias religiosas y actos adivinatorios: el yopo (Anadenantera peregrina) venido de los Llanos, la coca (Eritroxylon coca) de tierras cálidas como el cañón del Chicamocha, o el borrachero (Datura sp.) oriundo del altiplano.
Para esto tienen dos yerbas que ellos comen, que llaman yop y osca, las cuales acabadas de tomar cada una por sí, desde allí a ciertas horas o espacios dicen ellos que les dice el Sol lo que han de hacer en aquellas cosas que le preguntan... Si ciertas coyunturas se les mueven después de haber comido las yerbas,... es señal que han de acabar bien su deseo e negocio; e si se mueven otras ciertas coyunturas, es señal que no les ha de subceder bien, sino mal; y para este desvarío tienen repartidas las coyunturas, intituladas y conoscidas por buenas las unas, y las otras por malas. (Oviedo, [1548]: 3: 122)
Una hierba que llaman hayo... traen los indios en la boca, e aunque la mascan no la tragan y la echan cuando les paresce; y en unos calabacitos traen una mixtura que paresce cal viva, y así arde como yesca, y con un palillo sacan de ella y dánse por las encías a una parte e a otra. Dicen los indios que el hayo y esa cal los sustenta mucho e los tiene sanos. Holgando o trabajando o caminando, de día e de noche, comen o ejercitan lo que es dicho... (Oviedo, [1548]: 3: 126)
Hay una hierba en aquella tierra, que llaman tectec, que enloquesce, y tanta podría comer un hombre della, que lo matase. Y para hacer que uno enloquezca, echan desa hierba en la olla en que guisan de comer, y comiendo después de la hierba que con la carne se coció, quedan locos los convidados o comedores para tres o cuatro días; e según la cantidad que echaren, así es más o menos la locura. (Oviedo, [1548]: 3: 111)
Aunque por lo general los cronistas evitan registrar aspectos de la religión muisca por considerarla "cosa del diablo", los trabajos de antropólogos contemporáneos entre los grupos sobrevivientes de la familia linguística Chibcha nos brindan una oportunidad de acercarnos a un entendimiento de lo que fueron sus creencias. Estudios como los de Gerardo Reichel-Dolmatoff entre los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta ([1949]) o los de Ann Osborn entre los tunebos de la Sierra Nevada del Cocuy (1982) proveen de contexto a las anotaciones de los primeros conquistadores de los muiscas. Así por ejemplo, fray Pedro Simón describe los elementos de un ritual de yopo en Tota, donde los franciscanos se encargaban de la doctrina, en términos similares a los de los actuales tunebos ([1625]: 6: 118; otro caso en Colmenares, [1970]: 28-29). Estos conjuran los peligros de una cercanía extrema de las deidades cumpliendo en los meses lluviosos que rodean el solsticio del norte (mayo a julio), un período de ayuno y abstinencia donde sólo consumen alimentos del bosque y mantienen el fogón apagado; lo mismo anotaron los primeros conquistadores como una práctica extraña de los muiscas que variaba en duración según las regiones:
Tienen dieta dos meses al año, como cuaresma, en los cuales no pueden tocar a mujer ni comer sal. (Gómara, [1551]: 1: 120)
Reparten los tiempos del año, para sus negocios, muy ordenadamente, y dividen los meses o lunas en tres partes; y los diez días primeros, casi la mayor parte del día y toda la noche comen una hierba que [en la costa de la mar] se dice hayo, mezclada con la que ellos tienen para medicina, para conservar su salud, y en este tiempo no comunican a sus mujeres y duermen en diversos apartamientos. Y los otros diez días segundos se ocupan en sus labranzas y contractaciones y negocios; y los últimos o postreros diez días del mes toman para su recreación e comunicación con sus mujeres, y en algunas partes de aquella tierra abrevian más estos términos... (Oviedo, [1548]: 3: 111, 121; Epítome, [1547]: 297)
Los mitos muiscas que los jeques o sacerdotes cantaban en las ceremonias, hablaban de un ser supremo llamado Chiminigagua que al principio del tiempo hizo la luz y envió unas aves negras a recorrer el mundo iluminando (creando) cada lugar con su aliento. Para poblar la tierra la madre Bachué habría salido de la laguna de Iguaque con un niño, con quien una vez crecido tuvo centenares de hijos a quienes enseñó preceptos y leyes, hasta que al cabo de los años, convertidos ambos en serpientes, se sumergieron en la laguna de donde habían salido. Otra versión propone que el cacique de Sogamoso y su sobrino el de Ramiriquí-Tunja hicieron a los demás hombres de tierra amarilla y a las mujeres de una caña, y luego, en el solsticio de diciembre, se transformaron el de Ramiriquí en Sol y el de Sogamoso en Luna, siendo desde entonces objeto de adoración (Pérez de Barradas, 1938).
Ellos tienen al Sol y a la Luna por criadores de todas las cosas, y creen dellos que se juntan como marido y muger a tener sus ayuntamientos. Sin esto, tienen otra munchedumbre de ídolos, los cuales tienen como nosotros acá a los santos, para que rueguen al Sol y a la Luna por sus cosas. (Epítome, [1547]: 300)
Los mismos relatos se referían a un héroe civilizador de barbas blancas -un apóstol según los españoles- que predicó la inmortalidad del alma y enseñó el arte textil. Podía caminar sobre las aguas y desapareció finalmente en Sogamoso (Pacheco, 1971: 30). Castellanos llama a este personaje Bochica, pero Simón le dice Chimizapagua o mensajero de los dioses. En la crónica de este último Bochica es un dios a quien acuden los muiscas para desanegar la Sabana inundada cuando el enfurecido Chibchachum creó el río Teusacá:
De los ríos que dan más aguas a este grande [de Bunza o Bogotá] son principalmente uno que llaman Sopó, que tomó el nombre de un pueblo de indios por donde pasa, y el otro Tivitó o río de Chocontá...
...Por ciertas cosas que había usado con ellos... el dios Chibchachum, le murmuraban los indios y ofendían en secreto y en público. Con que indignado Chibchachum trató de castigarlos anegándoles las tierras, para lo cual crió o trajo de otras partes los dos ríos dichos de Sopó y Tivitó, con que crecieron tanto las aguas del valle... e iba creciendo cada día tan a varas la inundación, que no tenían ya esperanza del remedio,... por lo cual [la gente] toda se determinó por mejor consejo de ir con la queja y pedir el remedio al dios Bochica, ofreciéndole en su templo clamores, sacrificios y ayunos. (Simón, [1624]: 3: 379-380)
Bochica apareció entonces sobre el arco iris con una vara de oro en la mano y remedió la pesadumbre de los muiscas abriendo como desagüe de la Sabana el salto del Tequendama:
"Me doy por satisfecho de lo bien que me servís... y así, aunque no os quitaré los dos ríos porque algún tiempo de sequedad los habréis menester, abriré una sierra por donde salgan las aguas y queden libres vuestras tierras". Y diciendo y haciendo, arrojó la vara de oro hacia Tequendama y abrió aquellas peñas por donde ahora pasa el río. (Simón, [1624]: 3: 380)
Una diferencia mayor entre los indígenas de hoy y del pasado es el volumen de oro que antaño se encontraba en los muchos templos arrasados por los europeos, ya fuera en las capitanías rasas, en templos con calzadas ceremoniales como los que existieron en Guatavita y entre Chía y Cajicá (Velandia, 1980: 3: 1380) o en los dominios del cacique mayor de Sogamoso.
Quanto a la religión destos indios, digo que en su manera de error son religiosísimos, porque allende de tener en cada pueblo sus templos, que los españoles llaman allá santuarios, tienen fuera del lugar, así mesmo, munchos con grandes carreras y andenes que tienen hechos dende los mesmos pueblos hasta los mesmos templos. Tienen, sin esto, infinidad de hermitas en montes, en caminos y en diversas partes. En todas estas casas de adoración tienen puesto muncho oro y esmeraldas... Y a cada cosa destas tienen apropiadas sus oraciones, las cuales dizen cantadas. (Epítome, [1547]: 298)
Viendo los cristianos esto, fueron en demanda de otro cacique que estaba de allí a 8 o 9 leguas, que decían Sagamoso, diciendo que tenía muy gran cantidad de oro; ...Hallaron en sus santuarios hasta 30 y tantos mil pesos de oro en joyas hechas y ofrecidas a sus tunjos o dioses. Eran águilas, coronas y otras joyas de otras maneras, tejuelos de oro, pan de oro de diez marcos de peso. Halláronse algunas esmeraldas, buenas mantas y cuentas. (Anónimo, [1545]: 240-241)
Los muiscas, como hasta hoy los koguis, hacían pagamentos u ofrendas en lugares sagrados, como bosques, rocas, montañas y lagunas. Se trata de una suerte de trueque con las deidades, en el que a cambio de una petición o para favorecer su buena disposición hacia los mortales, se les deja un tributo de reconocimiento: cuentas de collar, algodones embebidos de semen o piezas de oro (Londoño, 1989). Este fin cumplían los conocidos tunjos muiscas, representaciones en oro o tumbaga -aleación con cobre- de hombres, mujeres o animales votivos. También el oro, en forma de adornos, acompañaba a los caciques y personajes en sus tumbas.
Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no tocan a cortar un árbol ni tomarán una poca de agua por todo el mundo. En estos bosques van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos... Lo mesmo es en lo de las lagunas, las que tienen dedicadas para sus sacrificios: que van allí y echan muncho oro y piedras preciosas, que quedan perdidas para siempre. (Epítome, [1547]: 300)
En los enterramientos tienen diferentes costumbres, porque en Bogotá se entierran debajo de tierra, excepto el cacique principal y señor de todos, que lo echan en una laguna grande, con un ataúd de oro en que va metido. En la tierra de Tunja, las personas principales e otros capitanes que entre ellos tienen preeminencia, no se entierran, sino así como agora diré. Ponen sus cuerpos, con todo el oro que tienen, en sus santuarios y casas de oración, en ciertas camas que los españoles allá las llaman barbacoas, que son lechos levantados sobre la tierra en puntales; e allí se los dejan con todas sus riquezas pegadas o junto al cuerpo muerto. (Oviedo, [1548]: 3: 118)
En esta última cita, adaptada por Gonzalo Fernández de Oviedo a partir de su lectura del "Gran cuaderno" redactado por Jiménez de Quesada, tenemos la primera versión del mito del Dorado entre los muiscas. Un gran cacique de la provincia de Bogotá que al morir es arrojado a una laguna, dentro de un ataúd de oro. Más tarde el Dorado habría de identificarse con una tradición del cacicazgo de Guatavita, donde cada nuevo cacique debía, según lo narra Juan Rodríguez Freyle, entrar a la laguna navegando en una balsa cargada de ofrendas, desnudo y recubierto de polvo de oro, para arrojar los tesoros a las aguas:
Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo... coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chagualas y coronas de oro, con infinitos fuegos a la redonda, y luego que en la balsa comenzaba el sahumerio lo encendían en tierra, en tal manera, que el humo impedía ver la luz del día.
...Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en medio de la laguna, y los cuatro caciques que iban con él y le acompañaban hacían lo propio; ...y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo, con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe.
De esta ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado de El Dorado... (Freyle, [1636]: 65-66)
Con Guatavita, este autor menciona "cinco altares o puestos de devoción" de los muiscas: la laguna de Guasca, la de Siecha y la de Teusacá, "que también tiene gran tesoro, según fama, porque se decía tenía dos caimanes de oro, amén de otras joyas y santillos, y hubo muchos golosos que le dieron tiento, pero es hondable y de muchas peñas" (Freyle, [1636]: 83). Por lo que nos ha llegado de estos mitos, narraciones y consejas, los colombianos que nos acercamos hoy a las aguas tranquilas de las lagunas del altiplano sentimos todavía viva la sombra furtiva y dorada de los muiscas, "gente que quieren paz y no guerra, porque aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas".
Créditos: Eduardo Londoño y CGG
Para conocer algunos datos mas sobre esta cultura precolombina visite el web de Vicente Duque.