El 5 de abril del 1992, 10 años después

 

Demócratas y "demócratas" recordaron, cada cual a su modo, la fecha en que el ex presidente Alberto Fujimori auspició un golpe de Estado que por entonces fue aprobado por más de dos tercios de la ciudadanía peruana y rechazado por menos de un tercio de la misma. Hay quien afirma que el 90 por ciento estuvo a favor.

De acuerdo a las matemáticas se debería colegir que una mayoría aplastante estuvo a favor y sólo una minoría en contra del anticonsitucional golpe o autogolpe, como se le quiera llamar.

Visto un poco a la distancia, y después de los sucesos politicos de los años subsiguientes del gobierno fujimorista teñidos de corrupción repugante, aquel golpe debería ser rechazado ahora mayoritariamente y sólo aceptado por una minoría; eso habría sido lo ideal.

Sin embargo, una encuesta realizada el mismo 5 de abril reciente por un medio radial de prestigio, arrojó cifras sorprendentes: Una mayoría sigue aprobando el golpe y sólo una minoría lo desaprueba.

Una fujimorista preguntada sobre esta rareza declaró, tratando de justificar el resultado: "Es que el pueblo no es tonto".

En rigor, se tendrá que esperar unas décadas más para que la historia dictamine un fallo más preciso. Diez años son muy poco tiempo para una apreciación definitiva porque los actores activos o pasivos que participaron en ese incruento suceso, todavía están vivos, todavía subsisten intereses políticos de amor o de odio que afectan el veredicto histórico.

Todos sabemos que el Perú ha sido un país adicto a los golpes de Estado, como sucede o ha venido sucediendo en casi todos los países tercermundistas, al que sólo Bolivia podría haberle ganado el campeonato. Pero, eso fue ayer. El mundo, el Perú, ha cambiado mucho en estos últimos años sin que los actores de ahora se crean que son quienes están haciendo cambiar la conciencia política del país. Es la inconducta de la vieja clase politica lo que continúa abriéndoles los ojos a los demás, en especial, a las nuevas generaciones de peruanos.

Por ejemplo, a Fujimori no lo tumbó ningún político en particular, ningún demócrata sincero ni demócrata a sueldo o sea, aquellos que actuan por intereses personales; no lo derribó ninguna marcha de los tres o los cuatro Suyos, sino un golpe de karate mortal ordenado por la diosa Fortuna, de pronto cansada de la hipocresía o el cinismo de los dirigentes políticos: fue la exhibición del video de compra-venta Montesinos-Kourí.

Eso puso al descubierto un acto ruín, una transacción realizada en un mercado abyecto donde el producto más preciado lo constituía la misería humana. A partir de entonces, el mundo de la política en el Perú cambió de raíz. Hasta ese día, desde comienzos de la historia republicana, sólo se presumían los actos de vendimía, se sabía del transfuguismo aunque nunca a cambio de monedas. Se sabía de todo eso, pero no se tenían pruebas. Ahora, las pruebas son más que evidentes.

Los tránsfugas, que el diccionario de la Lengua Castellana señala como a toda persona que se pasa de un partido a otro, en nuestro medio resultan hasta ocupando ahora, altos cargos en el Congreso de la República y otros organismos públicos. Son tránsfugas legítimos así no hubieran recibido dinero, como lo hiceron indignamente otros. Sin embargo, a aquellos tránsfugas nadie les enrostra nada.

A partir de entonces se empezó a tomar conciencia de la suciedad que envuelven las charadas politicas. Todo esto es un asunto de vieja data y no es que Fujimori sea el primer corrupto, el primero que dio un golpe de estado, ni el primer dictador ni miserable de la historia, como se le señala ahora.

Todos sabemos, por ejemplo, que el comandante Luis M. Sánchez Cerro dio un golpe de estado para derrocar a Augusto B. Leguía. Sánchez Cerró fue golpista, un militar que violó la Constitución y a quien no se le debió perdonar nunca, sino meterlo preso. Sin embargo, aquel golpe fue aprobado por todo el mundo, incluyendo al doctor José Luis Bustamante y Rivero. Bustamante era secretario de Sánchez Cerro y después, hasta su Ministro.

Manuel A. Odria golpeó a Bustamente y cuando alcanzó la presidencia de la República ¿cuántos demócartas protestaron contra el golpe y cuantos "demócratas" se subieron al carro de la victoria golpista?.

El general Juan Velasco Alvarado tumbó a Fernando Belaúnde Terry. Y, ¿qué pasó, luego?. Todo el mundo se aupó a los hombros del golpista. Hubo protestas de los principistas que, luego se convirtieron en "principistas" y se subieron también al carro de la victoria. El general Morales Bermúdez "golpeó" a Velasco Alvarado y los "principistas" de cartel aplaudieron el golpe dado contra el dictador y aceptaron a otro dictador. Porque el régimen del segundo fue tan inconstitucional y tan rudo como el primero. Por más que nos quieran dorar la píldora, ambos generales fueron golpistas y dictadores.

Los jóvenes de las últimas generaciones enjuician a los viejos politicos a quienes acusan de ineptos y únicos culpables del desbarajuste parlamentario y judicial que permitió el golpe fujimorista. Jóvenes ensayistas, en el libro "La Politica ya no es lo que fue", afirman que el auto golpe de Fujimori se debió a la crisis ocasionada pòr los partidos políticos, a los cuales se les califica de sostenedores de todo sistema democrático. Pero, en el Perú, ¿cuáles partidos politicos merecerían esta denominación?.

Uno es el APRA, lúcido y masivo partido político, el único que intentó tomar el poder después de la revolución popular de Trujillo, 1932. Luego, se pervirtió cuando el gobierno del presidente Alan García dejó al país sumido en la más grave crisis económica de su historia. "El Perú cayó en una abismal hiperinflación que originó que los precios subieran en 3 años a 2 millones 179 mil 360 por ciento, colocando al Perú en una de las mayores experiencias mundiales en hiperinflación, como sólo ocurrió en Alemania durante la guerra mundial", según un texto que tengo a a la mano.

No hay partidos políticos en el Perú, con la vitalidad popular que necesitan para ser perdurables y eficaces. La política peruana, por desgracia, lleva aún, ostentosamente, nombre propio, como dice el estudioso Hugo Neira. Surgen los partidos como los astros y como los astros vuelven a caer, según la poesía brechtiana.

No obstante, algunos miembros del partido aprista se rasgan las vestiduras y condenan al golpe fujimorista y sus consecuencias desastrozas olvidando lo que ellos le deben al país. Ojalá, el Apra vuelva por sus fueros, como parece que lo intenta ahora.

Hasta el 5 de abril de 1992, entonces, todo en el país era un relajo. El terrorismo estaba a punto de ganar su guerra de sangre y Fujimori alegó que para doblegarlo, precisaba de acabar, primero, con instituciones mediocres como el Parlamento y el Poder Judicial que no cooperaban para nada en la lucha, según su discurso.

Lamentablemente, ahora se sabe que no sólo se pretendía acabar con el terrorismo y otras lacras; correspondía también a una estrategia que consideraba extender el fujimorismo por algunas décadas más. Pero, hasta eso habría sido soportable si no hubiera habido un Caín en el aparato de gobierno que pretendía el poder sólo para llenarse los bolsillos. ¿Cómo?. Fácil. Empleando al Perú como su cuartel de operaciones para ejercer de cabecilla del narcotráfico y el tráfico de armas. Lo cual no sólo deber ser considerado un delito sino una mezquindad humana despreciable.

Los principistas y los "principistas", debemos recordar esta fecha fatal para nuestra historia y evitar que tal desvarío se repita. Pero, ¿se podrá ahora, durante el presente gobierno?. Esa es la pregunta y "ojalá" es la respuesta.

Porque, lamentablemente, las cosas entre ayer y hoy no han cambiado mucho. Según denuncias periodísticas, sigue habiendo negociados, como la venta de los "tucanos" en la oscuridad: los prevaricatos, el nepotismo, el fariseísmo, la carencia de idoneidad pública, las mentiras populacheras, la sed de venganza, la falta de humildad de muchas autoridades como el presidente Toledo que se auto señaló un sueldo de 18 mil dólares mensuales que ningún profesor universitario lo gana ni siquiera en un año.

Se ha condenado el golpe del 5 de abril de 1992, pero no faltó una exclamación que parangoneaba una vieja frase desesperante: "Democracia, democracia, cuántos crímenes se cometen en tu nombre".

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