Belaunde, la muerte de un señor

  En cualquier círculo de amigos sobrios y bien nacidos, siempre que se hacía alguna referencia al ex presidente de la República, Fernando Belaúnde Terry, se decía de él: es un señor.

Ser un señor, en el lenguaje de los hombres antiguos aunque no fueran académicamente polítizados, significaba ser un hombre lleno de las más notables cualidades humanas. Se trataba de un hombre prudente, honesto, desprendido de traumas psíquicas o sociales; de un demócrata, un caballero; en fin, un señor.

Conocí a Beluande en la década del 50 y de una manera casual en los días en que se gestaba su candidatura a la presidencia de la República. Entonces, asistía a las reuniones que Javier Alva Orlandini organizaba en su estudio de abogado del Paseo de la República con los cuatro o cinco jóvenes, sus amigos, que trabajaban con él.
Recuerdo que en una de esas reuniones, Alva Orlandini propuso formar un movimiento político para apoyar a Belaúnde que todavía no había decidido lanzarse porque aún no disponía de partido político alguno. Entonces, nació el Frente de Juventudes Democráticas que en realidad, no disponía de mucho cuerpo, pero sí de mucho espíritu.

El FJD sólo estaba en la mente de Alva Orlandini y su puñado de amigos abogados. No creo que dispusiera de miles de partidarios ni de programa de gobierno alguno aunque dadas sus cualidades personales, tenía fe en Belúnde como para mandar el país.
Belaúnde desconocía los movimientos de este grupo de jóvenes aún inexpertos en política, pero decididos a cumplir una tarea de bien nacional; se habían decidido a apoyarlo, a lanzarlo, sería mejor, aunque tal vez medio inexacto. Alva Orlandini logró hablar con el ex presidente para informarle sobre sus pretensiones; él aceptó. En una de esas posteriores reuniones fue que lo conocí.

Belaunde venía ya de haber participado en contiendas políticas anteriores como cuando en 1945 cooperó a fundar el Frente Democrático Nacional con la participaciòn directa del APRA encabezada por su fundador, el líder Victor Raul Haya de la Torre. Belaúnde, ese año, salió elegido diputado.
Como se recordará, un incruento golpe de estado propinado por el general Manuel A Odría, desestabilizó el sistema democrático en ciernes y José Luis Bustamente y Rivero, que regía al país como presidente, y los miembros del Parlamento, fueron clamorosamente destituídos.
Esta historia podría contarla con mayores detalles y menos fallas de la memoria, el incansable correligionario e inseparable amigo de Belaúnde, el ex.congresista y ex ministro de Estado, Javier Alva Orlandini, porque luego el Frente se uniría a Acción Popular. Este partido nació entonces muy enriquecido con las experiencias del arquitecto Belaúnde recogidas durante sus largos viajes realizadas por casi todo el Perú, justamente, inspirador de uno de sus libros más importantes: El Perú: Pueblo por Pueblo.
La vida política de Fernando Belaúnde Terry esta escrita en capítulos esenciales y anecdóticos de la más alta calidad humana y politica. Sufrió muchos vejámenes, como cuando fue destituído de su alta investidura por el general Juan Velasco Alvarado, uno de sus edecanes, con quien aparece en una fotografía, tomada un día anterior al golpe.
En otra oportunidad, Belaúnde fue apresado y llevado al Frontón, esa isla del diablo donde eran confinados sólo los hombres calificados como de la mas alta peligrosidad social. Pero, Belaúnde había nacido para ser libre. Uno de esos días grises de prisión se lanzó al mar en busca de la libertad, aunque fuera a nado. Claro que no pudo culminar su audacia, pero dejó escrita una página de hasta qué es capaz de hacer el hombre por obtener su libertad.

Acompañé al presidente Belaúnde en muchos de sus viajes a la selva, porque en esos días, sus preocupaciones estaban en el interior del país, no tenía los ojos puestos ni remotamente en el extranjero, no era afin a los viajes ostentosos ni faranduleros. Con Belaúnde comimos fuanes en la naciente Tocache y muchas veces, fiambre en las lanchas que surcaban los interminables ríos de la selva.
Tal vez por abandonar su puesto de comando en busca de solucionar los problemas que afrontaban -que afrontan aún-, los pueblos del Perú Profundo, descuidó la administraciòn pública lo que le ocasionó desbalances y maltratos a su probidad como gobernante.
Como lo hacíamos todos los pocos periodistas que éramos entonces, fui con el presidente Belaúnde a estudiar in situ por donde se abriría paso la Carretera Marginal de la Selva. Tenía pasión por unir los pueblos de esta legendaria región del país con Lima y otros pueblos hermanos de la sierra y la costa. Hoy, esta estrategia está tan descuidada que ha ocasionado recientes graves erosiones en la fe de la ciudadanía selvática, -diremos mejor,de los loretanos- en la Patria.
Violeta Correa trabajaba en la secretaría de Palacio y no se daba aires áulicos ni ganaba lo que hoy, los secretarios y otros funcionarios de Estado actual. Cuando nos invitaba a almorzar, nos servían una ensaladita criolla y un pollo con arroz y alguna vez, mazamorra morada, como postre. Nunca hubo whiskey. Después, Violeta se convirtió en la esposa del presidente y su muerte debió haberle quitado a Belaúnde la mitad de su vida.
Estuve presente la noche de El manguerazo, ocurrido en el Jiròn de la Unión, que ha pasado a la anecdótica historia política como un episodio de altos quilates cívicos: obligó al gobierno de entonces del general Odría a aceptar a Belaúnde, como postulante a la presidencia.

También estuve cuando se batió a duelo en una jornada mosqueteril de dos políticos que pretendían lavar con sangre sus discrepancias u ofensas personales. Hasta entonces, nadie se echaba nada a la espalda. Había conciencia y vergueza políticas, no importa que para limpiar tales manchas se tuviera que recurrir a Cabriñana.

El duelo se debería realizar al amanecer en algún lugar de Lima. Luego confirmamos que sería en la Universidad de Ingeniería, sólo que ningún periodista sabía en qué lugar del edificio. No había una sola puerta abierta y la UNI, a las 5 de la madrugada, sólo parecía una mole siniestra.
Deambulábamos los reporteros, como sombras al amanecer, hasta que con el fotógrafo que me acompañaba decidimos romper los cristales de una ventana y por allí ingresamos al edificio. Intuitivamente subimos corriendo a la terraza y ahi estaban los espadachines. Por desgracia, llegamos al final de la contienda. En esos momentos, los padrinos le vendaban el brazo al presidente. Mi fotografo me tomó la foto junto a él, quien se mostraba victorioso.
Días después, me autografió la fotografía, Para Manuel Jesús Orbegozo, un abrazo cordial. F. Belaunde Terry. Confundí la fotografía en mala hora, pero no he perdido en mi memoria el recuerdo de aquel amanecer ni menos las tantas veces que me sentí honrado de haber estado junto a uno de los más importantes líderes de la vida política contemporánea del Perú (como Doctrina).

 

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