La hidalguía no es un mito

 

La hidalguía es un término eminentemente castellano que, en su acepción figurada, se refiere a un individuo que goza de generosidad y nobleza de ánimo. Y, Luis Castañeda Lossio, se acaba de referir al presidente Alejandro Toledo como a un individuo al que le falta hidalguía, es decir, que no tiene grandeza ni nobleza de ánimo para reconocer haber cometido un nuevo exabrupto, indignante, como todos a los que nos tiene acostumbrados.

Castañeda Lossio ha sido, lógicamente, un caballero al emplear un término artistocrático para pintar de una pincelada al presidente Toledo. El pueblo, como no sabe de pinceladas sino que pinta con brocha gorda, ya le habría dicho (¿o ya le dice?) que es un sinvergueza, es decir, que no tiene verguenza de lo que dice o hace, y que le importan un pepino los calificativos que le endilguen los hidalgos o los sanchopanzas.

El aspirante a ganarse un Récord Guiness de despropósitos sin rival alguno, dijo recientemente que quien tiene la culpa de que el país esté caminando casi al garete, son los partidos de la oposicion y no él y la fanfarria gobiernista; es la oposición la que no los dejan trabajar, dice el presidente.

Y todavía, con un aderezo más grave: nos lo dejan trabajar y por lo tanto, lo que la oposición pretende es desestabilizar la democracia, pobrecita la democracia, lo que quieren es tumbarla, patearla en el suelo y, finalmente, violarla y hacerle un hijo a quien después se negarán a reconocer.

El líder de Solidaridad Nacional le ha dicho claramente, según consta en las páginas de Liberación (29.4.02) que "Desestabilizar la democracia es decirle una cosa al pueblo, generándoles espectativas y después incumpliéndolas, esa es la causa, esa es la razón de la desestabilización, de allí cargarles el muerto a la oposición me parece totalmente absurdo y lejano de la realidad".

Es el comportamiento falaz del presidente Toledo lo que está conduciendo al país a una especie de anomia total. Pareciera que todo el país está andando de su cuenta. Las huelgas erupcionan y saltan en las tres regiones, como en los tiempos de Gonzáles Parda: donde pones el dedo salta la pus. Una materia gris, inasible pero dolorosa y desesperante, que no es sino el descontento de una mayoría de peruanos que ven tiradas por los suelos sus esperanzas más caras puestas en un hombre que pareció ser una especie de redentor "cholo" (entre comillas para no ofender a tanto cholo auténtico e hidalgo, como Tello, Vallejo, Arguedas, Humareda y tantos más.).

Para no ir muy lejos, Castañeda Lossio le señaló a Toledo un punto crítico en su agenda de despropósitos: lo de Arequipa. Castañeda fue duro. Dijo más o menos que lo que debe hacer el presidente Toledo es ir a enfrentarse a los arequipeños y decirles sin ambages, como hombre, (según terminología de uno de los payasitos del regimen) "es cierto, discùlpenme, yo le mentí. Les mentí cuando les dije que no iba a privatizar los servicios públicos cuando, en realidad, yo los iba a privatizar porque asi lo tenía pensado".

Los arequipeños por muy bravos que aparecen no lo van a hacer tortilla al presidente. Este puede apelar al "errare human est" y los que lo escuchan tendrán que admitir que cualquiera pueda equivocarse. Pero, estamos viendo, que lo que, además, le faltaría a Alejandro Toledo es aquello que mencionó en una reunión protocolar hace algún tiempo, en un país vecino.

Castañeda Lossio no es el primero en reclamarle más hidalguía al lpresidente ni será el último. Todos los dïas, los pobres muertos de hambre se lo reclaman en calles y plazas, y no es que quieran desestabilizar al país. No son los partidos de la oposiciòn ni es la prensa no adscrita al regimen los que quieren desastabilizarlo. Son los actos fallidos, las mentiras, las vanidades, el malgasto público, el sueldazo de los 18 mil dólares, el nepotismo, el no dar en el blanco de la economía, las juergas, y hasta la hora Cabana, lo que ha desacreditado al regimen, de raíz.

El presidente Toledo tiene todavía un largo plazo para sincerarse puesto que nadie quisiera que por su intemperancia, su mandato se acorte indebidamente. No hay nadie que piense en serrucharle el piso, por lo tanto, a trabajar de verdad, sin ínfulas. A encerrarse en palacio a estudiar las fórmulas, no mágicas ni químicas sino realistas, para reavivar al país. De lo contrario, sus propias fallas, como si fueran pirañas se lo pueden devorar en menos de lo que canta un gallo.

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