Israel: La Ley del Talión

 

Si no me equivoco, shalom, el saludo en el idioma de los judios, quiere decir paz. Causa mucho dolor interpretar ahora ese saludo como guerra en vez de paz.

Es posible que una de las Fiesta de Pascua en la historia de esa región bíblica, -que es universal para los cristianos-, esta vez haya estado teñida de sangre y ni siquiera por gotas sino por torrentes a causa de la situación desenfrenada de violencia mortal que viven palestinos e israelitas.

Podríamos pensar que ni Alá ni Jehová, los dioses supremos de ambas religiones, tienen poder suficiente para detener la infraternidad, la destrucción y la muerte.

En uno de los pasajes de la vida de Gandhi, se cuenta que cuando hubo un enfrentamiento entre indúes y musulmanes, mucho antes de la declaración de la Independencia del subcontinente indio, al ver que ambos se habían agredido gravemente por confesiones religiosas, el famoso "Alma Grande" se dolió hasta casi la muerte. Declaró que no era posible aplicar la Ley del Talión ni para la India ni para nadie. Gandhi expresó que no estamos ahora para aplicar la draconiana ley del ojo por ojo porque entonces, todos nos quedaríamos ciegos.

Y eso es lo que esta ocurriendo en la región: Si los palestinos matan uno, los isrealitas matan dos; si matan cien, los otros matan mil. Hay algunas diferencias sutiles, mientras los palestinos causan muertos empleando fusiles terroristas o bombas-humanas, los israelitas emplean misiles y helicópteros de última generación y ya no sólo para castigarlos sino para aniquilarlos.

La situación ha llegado al colmo de la intolerancia cuando en estos días, Israel le puso condiciones a Arafat para viajar a participar en la cumbre de Países Arabes que acaba de terminar en debacle, Beirut 2002.

Es una actitud sin precedentes el que un Estado, como es Israel, determine el comportamiento de la máxima autoridad de otro Estado, pues, en esa situación se encuentra Palestina, vive bajo el control israelita.

Es cierto que los palestinos han actuado en estos últimos tiempos con furia suicida, lo cual es muy condenable, pero, ¿acaso no les asiste un cierto tipo de razón histórica?. Los palestinos necesitan vivir su vida en un estado soberano que sea como todos los estados del mundo, es decir, sin un vecino que les dicte hasta como deben respirar.

Aún más, que los dejen vivir en una tierra que es suya bastante mermada ya por la invasión israelí. Esta es una verdad que la reconocen tirios y troyanos. Está confirmada por las mismas Naciones Unidas, desde casi luego de ser creado el estado israelí.

La situación de descontento que vive el mundo árabe en el Medio Oriente se debe exclusivamente a la situación que reina en Palestina. La guerra, esta guerra de odio implacable entre árabes y judíos podrá amenguarse, se exitinguirá finalmente sólo el día que Israel abandone radicalmente su papel de comisario de los palestinos.

La ONU les ha ordenado una vez más a los israelitas que les devuelvan las tierras invadidas por estos desde después de la guerra de los seis días; ese es el principal quid del asunto. El primer ministro Yisak Rabín comprendió así el problema y aceptó este pedidio lo que permitió estampar su firma junto a la de Arafat con la idea de que estaban sentando así las bases de una paz duradera. Lamentablemente, no todos los que siguieron a Rabín tuvieron esa grandeza y esa fe y, acaso por esa razón, un fanático judio acabó con su vida.

El actual primer ministro es implacable. Ariel Sharon no cree ni en su propio Dios. No entiende que una acciòn crea una reacción y que la causa de la violencia es la actitud del estado que dirige. Su prepotencia es rechada universalmente.

Alguna vez me permití escribir clamando porque el dios de Israel ilumine a los gobernantes de ese Estado para que abandonen su soberbia. El hombre sabe que el mundo da muchas vueltas y que las cosas, no importa que pasen mil años, pueden revertirse y otra vez, los israelitas vuelvan a empezar otro éxodo, a soportar otro holocausto.

Todos los hombres bien nacidos en cualquier rincón del planeta Tierra condenan todo lo que sufrieron los judios a manos de las hordas nazis. Nadie intentaría ni siquiera sus más jurados enemigos desear que vuelva a ocurrir lo que ocurrió. No es con armas, no es con odio, como se puede evitar semejante desastre; menos, por supuesto, que menos por actos de terror.

En numerosos artículos he expresado mi admiración al pueblo judio, es decir, a quienes han contribuido, con su inteligencia, al desarrollo de la humanidad. Nadie podrá olvidar a Einstein o a Flemming, por ejemplo. A nombre de esos personajes que engrandecen a la especie humana, los gobernantes de hoy deberían ceder en sus pretensiones equívocas y permitir que Palestina funcione como un Estado libre y soberano como todos los estados del mundo. Ellos tienen derechos inalienables que los israelitas no deben negar.

La cumbre de Beirut ha sido un fracaso, según informaciones periodísticas. El presidente Bush - y a propósito, ya es tiempo de que los norteamericanos pongan mano dura sobre sus aliados incondicionales- le pidió a Sharon que permitiera viajar a Arafat a la Cumbre de Beirut sin condiciones. No lo hizo. Al contrario, bombardeó en Ramala, su cuartel general y lo desconectó del mundo. Sharon se río de Bush.

De acuerdo a este comportamiento, todo va a seguir igual, ambos pueblos van a continuar desangrándose, sufriendo destrucción y muerte, pero sobre todo Palestina que, dado su mísera poder de fuego no puede responderle a uno de los ejércitos más poderosos del mundo; así Palestina parece marchar hacia el aniquilamiento.

En manos de la ONU, de la intervención de las grandes potencias, de los pensadores y políticos más ilustres de hoy, depende que se ponga fin a esta guerra que de ninguna manera se puede decir considerar como un orgullo de nuestra civilización.

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