Tras el XLII Concurso de Marinera

Por la pureza del concurso

 

Manuel Jesús Orbegozo

Hacía varios años que por razones personales no asitía a presenciar los Concursos de Marinera, en Trujillo. Los añoraba y recordaba lo bueno y lo malo de lo que acarrean las competencia de cualquier índole que se dan en el mundo, como en el caso trujillano.

Nunca olvidaré las Olimpiadas de Seul, la mañana en que se definiría cuál era el hombre más veloz del mundo. Un día antes, Carl Lewis ofreció una conferencia de prensa un tanto inútil pero propia del sistemas norteamericano de marketing personal. Nada nuevo, hasta que llegó la hora, y como todos lo recuerdan, Ben Johnson, un negro canadiense mucho más corpulento que Lewis y más impresionante, lo apabulló aunque sólo fuera por décimas de segundo.

Jamás había visto una estadio con más de 50 mil almas esperando ver un espectáculo que no iba a durar ni siquiera un minuto.

La carrera se realizó en menos de lo que canta un gallo y todavía nadie salía de su asombro. El norteamericano favorito fue derrotado miserablemente por un canadiense segundón.

Con mi teleobjetivo de terecermundista tomé muchas fotografías de la carrera y en una de ellas se ve a Lewis llorando sobre la pista de carrera apenas mojada por su sudor y por su llanto.

El resto del caso tuvo resonancia mundial, porque horas después –como se recordará- se comprobó que Johnson había corrido dopado. Entonces, todo el gozo al pozo, todo el castillo de naipes del triunfo del canadiense se fue por los suelos evidencia que la trampa jamás ha de triunfar en ninguna competencia.

O sea, pues, Johson apeló al engaño, a la droga; no confió en sus piernas ni en su conciencia, manchó con su comportamiento la limpieza de la competencia. Y perdió medalla y prestigio para toda su vida.

La anecdota no viene al caso, aunque claro tiene la semejanza de lo lícito y lo ilícito, de lo que debe ser tomado en toda competencia, como un hecho deportivo donde la ética es fundamental. Tampoco es para rasgase las vestiduras, porque en todo sitio se cuecen habas, pero, considero imporante escribirlo cueste lo que me costare porque como todo lo que he hecho en mi vida, lo hago de buena fe; considero que mis críticas son positivas.

Digo, pues, ahora que regresé a Trujillo a particupar en el XLII Concurso de Marinera que veo aún en los concursos correr como ríos subterrráneos unos díceres o hechos incómodos, por decir lo menos, que a pesar del tiempo transcurido no han encontrado la debida solución y que yo considero debe hacerse todo lo posible por desterrrarlos.

Se trata de lo siguiente: ¿Por qué muchos de los que van a participar en el concurso saben quiénes van a a ser los ganadores horas, semanas y hasta meses antes del Concurso?. ¿Son adivinos, acaso?. ¿Piden embrujos a los chamanas o consutlan previamente con los oráculos de las Huaringas?.

Al siguiente día de mi llegada al hotel, encontré en la recepción un mensaje donde me decían algo así como, " para qué se va a preocupar usted si la pareja ganadora es la número tal".

Claro que no le hice caso, aunque dos días después, la pareja señalada en el mensaje resultó la ganadora.

Por supuesto que, tal como lo hice en las numerosas veces en que me tocó ser jurado, realicé un seguimiento aunque con menos herramientas que el desprestigiado Servicio de Inteligencia Nacional. De varias decenas de parejas concursantes fueron eliminadas todas, menos 25. De las 25, todas fueron eliminadas menos 8, y de las 8 todas fueron eliminidas menos 3 y en todas estas eliminaciones, la única que prevalecía era la que se me señalaba como la ganadora en el mensaje de marras. Sin saber ni remotamente quién era la tal pareja, yo no voté por ella, porque de las tres, no me parecía la mejor. Le di, el segundo lugar, atenido a su rendimiento y a mi conciencia como juez. Sin embargo, esa fue la pareja que ganó.

Esto es lo objetivo. Es lo mismo que me pasó años atrás en más de una oportunidad lo que me costó hasta una enconada discusión con uno de los directivos del club trujillano.

El caso es que, justamente, el Club Libertad debe tomar cartas en el asunto para que su prestigio no se melle. Creo que nadie puede pensar que los directivos de esta institución anden ni lejanamente metidos en estos menesteres, pero, son los responsable de los resultados del concurso. Ya César le dijo a su mujer que no sólo no sea mujer pública sino que debe parecerlo. En general, nadie le echa la culpa a Perico de los Palotes, sino al Club. Y esto, el Club tiene que cuidar para mantener su prestigio.

No he tenido el tiempo suficiente para averiguar, para intentar destejer la madeja y no sé si podré hacerlo, pero, una idea vieja es que los "lobbies" o los "amarrres" se hacen a espaldas de los directivos. Se dice que podrían hacerlo quienes computan los resultados parciales o tres o cuatro miembros del jurado; se ponen de acuerdo para hacer inclinar la balanza a favor de una pareja.

Se dice muy a menudo que muchos miembros del jurado son honorables damas que saben de marinera pero no lo suficiente como para garantizar los resultados, eso dicen.

Yo hubiera querido pasar inadvertido este detalle, pero no tengo por qué pues, yo jamás pensé que perdía nada cuando me era más importante expresar mi opinión. Para seguir manteniendo su prestigio, el Club debe buscar la manera de neutralizar este raro caso de saber con meses de anticipación quien va a ganar en tal o cual categoría.

En los tiempos, todavía, de Guillermo Ganoza, en Lima, intercambiamos ideas para propiciar reuniones de personas escogidas como miembros del Jurado calificador quienes deberían cambiar ideas para aguzar sus calificativos, normativizar su intervenciòn en el concurso. Pero, Guillermo murió y la idea quedó trunca.

En fin, nada cuesta esforzarse por ir mejorando cada vez más todos los pormenores que conforma un concurso para que, finalmente, no sólo los aficionados, sino las Academias y los bailarines puedan dormir tranquilos, sin nada que los atormente que es cuando se procede con absoluta transparencia.

En marinera, como en atletismo, hay que portarse como Carl Lewis y de ninguna manera, como el pobre Ben Johnson.

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