Ecos del XLII Concurso de Marinera

Triunfo de una coreografía magistral

  Manuel Jesús Orbegozo

El Taller de Danzas de la Universidad de Lima presentó una coreografía muy compleja montada sobre una metáfora cultural que tocaba ángulos muy variados aunque concominantes. Tenía que ver con la etnología, la historia, la sociología, etc., y acaso, por esta hermosa, como significativa complejidad, es que ganó el primer premio en el reciente evento trujillano. Lo cual, de ninguna manera, significa desmerecer la altísima calidad artística de su competidora, la coreografía presentada por la agrupación trujillana Fina Estampa del Perú que ocupó el segundo lugar.

La coreografia limeña planteó, en primera instancia la alienación cultural que viven amplios sectores de nuestra juventud nacional, cuando un grupo de muchachos y muchachas imitando a sus congéneres norteamericanos, se presenta en escena vistiendo sus atuendos estrafalarios y, lo que es peor, desinteresados o en franca burla a signos específicos de nuestra propia identidad cultural.

Las notas de nostálgica gravedad de un pututo hendió la oquedad del escenario y pronto asomó a paso lento un grupo de mujeres vestidas de negro, como representando al pasado, -un si es no es de teatro griego-, tal vez evocando a sus apus o a los dioses dsel mar. Después de una ceremonia ritual las mujeres abandonaron los atuendos que podían significar el ayer, y luego se juntaron para abrirse como una flor gigantesca, lozana y deslumbrante.

A su encuentro salieron jóvenes galanes que las esperaban luciendo, al estilo norteño, ponchos de hilo y sombreros alones. Bailaron al son de marineras exquisitas que los coreógrafos las han descompuesto para acentuarles ingredientes novedosos, por ejemplo, síncopas más marcados y calderones musicales que detienen los movimientos y así darle otra fisonomía visual al espectáculo, mejorar su ritmo dancístico, acaso, modernizarlo.

Esto consigue lo que podría signficar la idea coreográfica de desalienación o unificación de criterios culturales. Transculturización, si, pero tomando lo mejor y no lo peor de las culturas advenedizas, que es lo que ocurre ahora en el país; olvido de nuestros valores nacionales. La metáfora de la desalienación en esta parte de la coreografía consiguió su fin: volver los ojos a lo nuestro. Los estrafalrios del grupo alienado se unieron a la escena.

No se sabe en qué momento, los bailarines soltaron palomas que partieron vuelo hacia los cuatro puntos cardinales, de inmediato identificadas por los asistentes con la paz. Un recurso coreográfico muy común y corriente pero que, sin embargo, cobró entonces, plena identíficación cuando las noticias que viene del sur nos traen malos presagios.

La coreografia completó su espectáculo cuando del son de la marinera se pasó al son de huaino, o sea, el país unificado telúricamente desde el angulo musical; y, finalmente, se presentó la parodia de una exhibición de caballos peruanos de paso, que resultó excelente. Empleando elementos sumamente simplificados: solo la cabeza y la cola del equino, unos diez chalanes bordearon el escenario luciendo el garbo que los ha hecho únicos y famosos en el mundo. Otro ejemplo, de que nuestro país tiene recursos culturales suficientes para galardonearse y no tener que prestar nada a nadie para exponer su propio rostro. Un fin de fiesta singular que quienes asistieron al Coliseo aplaudieron de pie.

Vimos entre los triunfadores, a Claudia Burmester y Renato Benavides de la Universidad de Lima compartiendo entreverados con los participantes en la coreografía, el sabor del triunfo.

No hay espacio suficiente para alabar la coreografía de Fina Estampa del Perú que no triunfó porque hubo uno de nosotros que inclinó la balanza hacia Lima, aunque con un cierto criterio de justicia y ningún otro criterio mezquino. Fina Estampa, sin embargo, presentó una coreografía muy digna, sutil y muy hermosa, el triunfo del amor en cualquiere paraje de la tierra y una fórmula teatral de gran realidad escénica, el viaje del caballito de totora sobre la olas. En la noche, el pescador bogaba sobre las olas llevados por cuatro dioses marinos casi invisibles que lo conducían sobre sus hombros. La voz de la cantante llenó el inmenso escenario con su ternura y cuando los amantes eran llevadas triunfantes sobre el oleaje al son de la marinera, el público aplaudió entusiasmado de pie.

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