Ecos del XLII Concurso de Marinera

La Marinera se degenera

 

Por Manuel Jesús Orbegozo

Las Academias de Marinera realizan un rol de primerísima importancia en el país: mantienen vivo el baile a fin de transmitirlo de mano en mano, de generación en generación. Sin las Academias, la marinera no gozaría del auge actual en cantidad y calidad.

Hay que tomar en cuenta que las Academias no cuidan de un baile común y corriente sino de un baile que ha sido oleado y sacramentado Patrimonio Nacional del Perú. A su cargo está, pues, conservar este bien nacional para larga memoria.

Recientemente participé en el VI Congreso Nacional de Marinera y IV Congreso Internacional de Marinera, realizado en Trujillo y organizado por el Club Libertad y la incansable Claudia Burmester; participé sólo como ponente para rendir homenaje a Abelardo Gamarra "El Tunannte", a quien se le señala haber bautizado a este baile con el nombre de marinera. En el fondo, una nombre tan acertado que será inmortal.

Pero, escuché durante el certamen, por ejemplo, ante la pregunta respectiva, decir a uno de los ponentes que su Academia no preparaba bailarines con la idea de convertirlas en campeones sino solo por insinuarles amor al baile.

Excelente sentido de la humildad, pero en el fondo no disculpable, porque todas las academias deben preparar a sus alumnos para que sean campeones, es decir, para que por su perfección cualesquiera parejas estén en condiciones de campeonar. Claro que, a sabiendas de que en un concurso, sólo una de las parejas será la que alcance el primer lugar.

Lo malo del asunto estaría en que todas las Academias quisieran que sus participantes sean campeones no importa si empleando malas artes. Eso sería criticable. La máxima antigua confirma que hay que aprender a ganar o a perder con la sonrisa en los labios.

También escuché a varios estudiosos de la marinera y de la trujillana en particular, que el baile formalmente se está degerando. Que algunos rasgos que deben mantenerse como intangibles de su personalidad se distorsionan peligrosamente; con el tiempo la marinera podría presentar otra cara y, de repente, otro nombre, lo cual sería lamentable.

En esto anduve de acuerdo. Creo que, efectivamente, la marinera trujillana, -que no lo mismo que la limeña ni la serraana o puneña, como se la conoce-, se está convirtiendo en un espectáculo con mucho de circence, como una sesión de aeróbicos o de acrobacia. En efecto, pareciera que a algunas parejas más les preocupa cuál corre más que la otra, cuál salta más, etc. Es cierto que la marinera es agilidad, contoneo, picardía, gracia, etc., pero todo esto tiene sus límites precisos ya sean técnicos o éticos.

Hay ocasiones en las cuales, el intento del besuqueo, por ejemplo, se convierte en una especie "leit motiv", que lo hace ya insoportable cuando se trata de niños de 5 a 10 años quienes pueden tener noticia pero no conciencia de lo que significa un beso erótico. Cada cosa tiene su tiempo, dice el Eclesiastés y, por eso, tal afan aún en los seniors, podría verse ridículo. En los jóvenes, sin exagerar, es un aditamento exquisito.

No debemos olvidar que la marinera es un hecho folklórico aunque se haya "academizado" por lo que es necesario estar atento a los cambios provocados entre cuatro paredes, atento a que las variaciones que propugnen no desvirtuén los auténticos valores formales de este baile con categoría de nacional. No es que no pueda haber cambios, porque nada es inmutable sobre la tierra y, suceder con el tiempo y el uso, aunque siempre manteniendo algunas formas que marcan su autenticidad.

El mismo Club Libertad, encargado de cuidar este Patrimonio; o Claudia Burmester, en Lima, podría organizar certámenes de discusión para evaluar cómo va la marinera. Antes, como hecho foklórico, era el pueblo mismo, el que determinaba los cambios, ahora, no. Mi abuela no cobraba por enseñar y lo que decía –porque era la voz del pueblo- era lo correcto; jamás, dígase de paso, la recuerdo correteando a mi abuelo .por los rincones de la sala ni tratando a mi abuelo de besuquear a mi abuela, y eso que ya el beso había sido inventado. De ambos, no olvidaré jamás la dignifidad con la que bailaban, como si realmente, lo hicieran como un homenaje a Grau y a sus inmortales.

Urge la discusión de estos temas para llegar a acuerdos comunes. La marinera tiene su personalidad física, su técnica que viene a ser su armazón, su proyecto teórico. Sobre esto pueden haber modificaciones, siempre y cuando no atenten contra su autenticidad. Alguna vez escribí sobre Renato Benavides, Adela Ahon, la sobrina del chino Calderón y otros, sobre sus contribuciones personales al patrimonio del baile, positivas, no al contrario.

Tuve el privilegio de ver bailar a Antonio Ruiz Soler, el genio del flamenco y, 20 años después, a Antonio Gades. Los dos, como decir abuelo y nieto, bailaban una farruca, por ejemplo, y ninguno se iba de un extremo a otro del palco escénico, lo único que cambiaba era la emociòn, el sudor, la personalidad, el genio, que cada cual ponía en su interpretación.

Asi debe ser la marinera; digo, es un decir.

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