Perdón a Francisco Bolognesi

 

El 8 de octubre y el 7 de junio constituyen dos de las fechas más excelsas del calendario cívico nacional. Hay pocos ejemplos de inmolación en la historia aún universal, tan grandes como los protagonizados por don Miguel Grau en Angamos, y don Francisco Bolognesi en el Morro de Arica.

La aviación también tiene su héroe máximo: el joven aguilucho don Abelardo Quiñonez, quien se inmoló durante la guerra con el Ecuador. O sea que las tres armas básicas que componen nuestras Fuerzas Armadas tienen en su santoral a tres prohombres, émulos del amor a la patria y la grandeza humana.

Este premio tiene por objeto recordar que estos héroes no sólo son castrenses sino que son recordados en todos los rincones de Patria y de la manera más resaltante por todos los peruanos, tanto como muestra de orgullo cuanto como acción de gratitud. Y de ejemplo. El mundo ha cambiado tanto que en la era moderna, casos así son dificiles de encontrar, ya no hay otro Grau, otro Bolognesi ni otro Quiñónez.

En cualquier ricón de la Patria los homenajes son públicos. En las fechas que recuerdan aquellos hechos heróicos se iza la Bandera y se canta el Himno Nacional con verdadera unción en actuaciones abiertas, nunca celebradas en ámbitos cerrados, no se recuerda a los héroes en actos como si fuera en familia o en fiestas privadas.

Por lo menos en Lima, cada héroe tiene su plaza pública y la ciudadanía espera las fechas señaladas para celebrarlas con verdadero regocijo popular. Se organizan, luego de las ceremonias respectivas, desfiles masivos de cada arma ante miles de peruanos que ven con orgullo pasar a nuestros soldados vistiendo orgullosos el uniforme de la patria.

El 7 de junio es una fecha que los soldados de tierra esperan con desmedida ansiedad para desfilar ante el coronel Francisco Bolognesi en la plaza que lleva su nombre donde se realiza el Juramento a la Bandera que puede tomarse como una actividades castrenses de alto valor emotivo.

En la Plaza Bolognesi, rodeado de los oficiales de la más alta graduación hasta los soldados rasos, en posición de !firmes!, se espera el momento de jurar. Ante la presencia del infaltable Presidente de la República y las más altas autoridades de los Poderes del Estado, el jefe máximo del ejército, pregunta a la tropa con voz de trueno: ¿Jurais por Dios y por la Patria defender nuestra Bandera hasta perder la última gota de sangre?. Y, entonces, el silencio producido mientras se escucha esta invocación fervorosa, es roto por la respuesta de los soldados que henchidos de amor a la patria, contestan estentóreamente y a una voz: !Si, juro!.

Recuerdo haber protagonizado durante varios años esta fiesta cívica desde mi puesto de soldado. En los cuarteles, nos preparábamos con ahinco para el desfile del 7 de junio, que lo considerábamos sagrado. Luego del juramento frente el monumento al Héroe de Arica, desfilabamos ante los miles de ciudadanos que nos aplaudían al pasar con nuestras piezas de artillería, muy orondos, muy llenos de haber cumplido con bautizarnos hijos de la Patria, listos a dar nuestra última gota de sangre para evitar sea mancillada.

Que recuerde, desde que se insituyó esta ceremonia, nunca ha dejado de realizarse en su ámbito natural: la emblemática Plaza Bolognesi.

Resulta que este año de 2002, se ha roto no sólo la costumbre, sino el hechizo, la mística, díríamos mejor. Resulta que este año, el presidente de la República y las más autoridades del ejército incluyendo al Ministro respectivo, convinieron en que la Jura de la Bandera, -ceremonia excelsa en homenaje al coronel Bolognesi-, no se realizara en la Plaza pública sino en el Pentagonito, en un ambito cerrado y acaso, circunstancialmente, devenido cocina de maniobras dolosas antipatrióticas y deslealtades.

¿La razón?. Una única e increible: el temor del presidente de la República a los enrostramientos de la ciudadania por su pésima conduccción de las cosas del gobierno. En el Pentagonito, a espaldas de todos nosotros, se hizo una mini.-ceremonia, con un mini.desfile y una mini elocuencia cívica.

Como se sabe, no hay lugar público, por más que esté rodeado de guardaespaldas donde la cidadania no pifie a Alejandro Toledo, no lo encare, no le arroje no solamente reproches de todo calibre, sino hasta cáscaras de frutas y huevos, como se hace, por lo general, cuando un personaje público es repudiable.

Y al presidente Toledo, hasta este momento, se le pifia, se le prodiga insultos y se le arroja hasta basura. Su gobierno está atravesando, pues, por momentos muy difíciles a causa de su pavoroso comportamiento público.

El presidente debe arar mar y tierra para recomponer su imagen. No son los medios de información periodística ni las encuestas los que lo acosan, son sus hechos. Por ejemplo, la noticia del día es su renuencia a cumplir con someterse a las pruebas del ADN para certificar o no la paternidad de la pequeña Saraí. Según La Razón, Toledo está moviendo cielo y tierra para impedir que la justicia lo conmine. Lógicamente, el final es claro, pero peligroso: si no es el padre biológico, en buena hora. Pero, si lo es, ah, entonces, no le quedaría sino renunciar a la presidencia, eso sería lo más acertado; su hombría alcanzaría las más altas cumbres de la nobleza humana.

Pero, sin embargo, esta es sólo una variante. Hay más que él mismo -y no sus asesores-, es el llamado a escoger, porque su entorno lo sigue llevando al disparadero. Mientras tanto, público perdón al coronel Francisco Bolognesi por esta desfachatez, nunca más ningún 7 de junio se celebrará en el Pentagonito.

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