En el día del periodista

 


Muy pocas veces se ha de celebrar el Día del Periodista –- el próximo Primero de Octubre de 2003- en un marco de tanta controversia. Nunca, que yo recuerde, el periodismo estuvo tan en el ojo de la tormenta.
Primero, por culpa de nosotros mismos y, luego, por culpa de los demás, por ejemplo, de algunas autoridades venales.
Por culpa de nosotros, puesto que la confraternidad tradicional está rota en mil pedazos; para ser menos eufemistas, no existe. Por más que se hable del Colegio de Periodistas y de la Federaciòn de Periodistas del Perú, estos no funcionan plenamente. Y, creo que no funcionan no tanto por culpa de quienes las dirigen, sino por la desbandada de todos nosotros los demás; el gremio está atomizado.
Hace 50 años, la Federación de Periodistas del Perú era una institución, no diré temible, sino respetable. Sus autoridades y sus asociados hacíamos valer nuestros derechos, teníamos presencia pública. Ahora, no: los periodistas, institucionalmente, no tenemos representatividad.
Estoy hablando de los periodistas, no de las empresas periodísticas que son otra cosa. Estas sí, funcionan, la mayoría defendiendo sus intereses económicos mezquinos y luego, políticos. Muy pocas son las empresas que consideran que el periodismo, antes que nada, debe ser considerada una función pública

Los periodistas, profesionalmente, nos hemos dividido en grupos a los que podríamos llamarlos, por ejemplo: el grupo de los soberbios, el de los antiperiodistas y el de los inocuos.

Los primeros somos pocos, pero nos creemos la última pomada, presumimos de poderosos, creemos que de nosotros depende la vida del planeta. Creemos que el país se mueve a nuestro criterio. Casi nunca informamos, solo denunciamos, si no denunciamos no somos nada. Pensamos que el periodismo se ha hecho sólo para denunciar: "denuncia que algo queda". Le buscamos cinco pies al gato. Entrevistamos con la intención de sacarles el alma a nuestros entrevistados. Si maliciamos que uno es ladrón, de todos modos es ladrón o por lo menos queda como ladrón; ante la vindicta pública nadie va a poder quitarle de encima el estigma. Somos pocos hombres y pocas mujeres, dos o tres, pero funcionamos; somos los soberbios, los creídos, los mesiánicos, las vacas sagradas, los perdona vidas; más que fiscales somos acusadores, somos lo máximo.

Habemos los antiperiodistas, es decir, aquellos que hacemos lo que no se debe hacer en periodismo, por ejemplo, denigrar, violar la intimidad, vivir del chisme. El chisme está proscrito del código ético y moral de la profesión, pero a nosotros, qué diablos. Lo que nos importa es desacreditar a como dé lugar no importa que nuestra fuente sea un rumor. Si te “ampayan” –un verbo ridículo- acompañando a una muchacha, ya le estás sacando la vuelta a tu mujer; si te “ampayan” tomando una cerveza en una picantería, eres un borracho miserable, un perdido. . Somos los reyes del "ampay". Estamos al servicio del oleteo, asistimos a las conferencias de prensa o a las reuniones sociales solo para ver cómo armamos historias ridículas, cómo inventamos romances, y hasta delitos Y por eso somos los que tenemos más raiting tenemos en la televisión, los que levantamos más las tiradas de los diarios, somos los non plus ultra del periodismo, cuando en realidad, ética y técnicamente, somos antiperiodistas; además, nos denunciamos entre nosotros mismos sacándonos los trapos al sol, somos los campeones del periodismo "amarillo", del color de la bilis, de la inmundicia.

Claro que hay otras divisiones, pero, finalmente, podríamos decir que habemos los inocuos, aquellos que no estamos en onda, que no rajamos de nadie, que no nos metemos con nadie, que nunca empleamos palabras soeces; somos los quedados, los anticuados, los cavernarios. Como no estamos al día, caminamos como parias pegados a las paredes para que no nos vean, paramos escondidos. Estamos buscando dónde hay inválidos para ayudarlos a cruzar las pistas, esos son nuestro material informativo, pero por eso nos dicen cojinovas.. Nunca salimos en los periódicos. Estamos fuera de circulación
Una vez motejé a un joven que escribió lo que le contestó un actor argentino al que le preguntó por qué se había quedado a vivir en el Perú. Este le contestó: porque aquí como bien y cago bien. Yo le increpé, por qué había reproducido grosería tan estúpida. Indirectamente, el joven periodista me respondió que yo estaba fuera de foco, que había perdido la brújula, que era un dinosaurio.
Por eso digo, que habemos periodistas, que por estar fuera de foco estamos demás.

Pero, el mundo sigue su marcha y ojalá en los próximos años se reflexione y el gremio periodístico se vuelva a unir para su bien. Ahora, no hay ética ni hay unión. Los carniceros, los albañiles, todos tiene sus gremios respetables, los periodistas, no o que funcionen como aquellos. Por eso, se nos quieren venir encima, no digo algún almirante respetable, sino pseudo-periodistas que nos digitan desde el Congreso o el Palacio de Gobierno.
Por ejemplo, si el Colegio funcionara y la Federación funcionara ya habrían logrado que nadie osara "chuponearnos" ni "reglarnos", ni ningún nefasto "hombre de prensa" palaciego o no, resultara ganando sueldos de ministro, aunque no sirven sino para lavar platos.
En fin, digo, ojalá las cosas cambien y las nuevas generaciones gocen plenamente de la satisfacción de ser periodista al servicio de la sociedad, de todos los niveles de la sociedad y no solo de quienes como las vacas, tienen valor sólo porque dan leche”.


Señor congresista Manuel Olaechea García
Dignos señores de esta mesa de honor.
Dignas señoras y señores:

Agradezco la invitación cursada por el señor congresista Olaechea García, para participar en esta reunión que forma parte del programa preparado por el Congreso para enaltecer el Día del Periodista que, como ustedes acaban de escuchar, -a mi juicio- no se presta mucho para alabar su diafanidad sino más bien para revelar sus turbiedades.
Sobre este tema de la crisis del periodismo voy a tener la osadía de referirme en seguida, aunque no in extenso, sino sucintamente.

"Durante las últimas décadas han proliferado los estudios y quejas sobre la crisis que afecta a la cultura y sociedad occidentales. Si la crisis se extiende como situación difícil y peligrosa, como superación de un estado de cosas y punto de transición a otro nuevo, parece que el mundo occidental atraviesa momentos realmente críticos.
"A través de su historia, la humanidad ha sobrevivido a numerosas crisis avanzando a medida que las superaba. Hasta ahora, las crisis han sido siempre acompañadas de una gran actividad informativa y comunicativa. Actualmente, en cambio, la crisis no sólo afecta a la economía, las instituciones, los valores, etc., sino también a la misma comunicación social y a sus medios, especialmente a la prensa, tanto periódica como no periódica.
"Cada día se confirma la reducción de tiradas, menores índices de lectura, cierra de periódicos y revistas, etc. algunos agoreros predicen incluso la desaparición de la prensa y su sustitución por la pantalla de TV, el vídeo o el cassette. La nueva tecnología y la industria de la cultura, en su afán por economizar señales y, al mismo tiempo, aumentar los beneficios, tiende a empobrecer en vez de enriquecer los conocimientos de las masas populares. Y las mismas masas parecen aplaudir su propia depauperación espiritual comprando y consumiendo los órganos de la prensa amarilla y del corazón".

Estos conceptos que acaban de escuchar –señoras y señores- no son míos sino del eminente profesor español Vicente Romano y no corresponde a una apreciación reciente. El periodista Romano los publicó en Madrid en su libro INTRODUCCIÓN AL PERIODISMO, hace exactamente 20 años.
Pero, eso no es todo, en 1957, es decir, casi 50 años atrás, el profesor alemán Walter Hagemann también dijo: "El lector efectuaba cambios, el periódico se convertía en una gran empresa, el editor pasaba a ser el señor de la casa, el periodista se convertía en un asalariado más, lo banal desplazaba a lo importante, la imagen suplantaba al texto, la revista ilustraba a los diarios, el anuncio publicitario se enseñoreaba de los mejores espacios e imponía su ley, el periódico perdía la dirección de la opinión y la libertad de prensa empezaba a esgrimirse como un slogan reivindicativo".

Breves ejemplos que no permiten deducir que hablar sobre la crisis del periodismo no es una novedad ni tampoco nosotros somos los inventores. Solo que en algunos países el fenómeno se agudiza más que en otros.
En nuestro país, la crisis se agrava por dos causas fundamentales: una de orden ético y empresarial; y otra, de falta de institucionalidad.
Sobre lo primero ya he señalado que muchos de nosotros hacemos caso omiso a elementales normas deontológicas, nos hemos olvidado de que les debemos un gran respeto a quienes consumen nuestros productos, hemos echado al tacho el considerarnos –de alguna forma- orientadores sociales, forjadores de conciencias, conductores colectivos, vigilantes de la moral y de la cultura de los pueblos.
Hemos echado por la borda las más elementales normas de cortesía en el uso del lenguaje que, - como es conocido -, constituye la herramienta capital que nos sirve a todos los hombres y en especial a los periodistas, para comunicarnos, para intercambiar - pasiva o activamente- ideas sobre la marcha política, económica o cultural, de nuestra sociedad, de nuestro país o del mundo en general.
Hemos cambiado el periodismo escrito, hablado o televisado - con más o menos ciertos matices de seriedad- por un periodismo ramplón, mediocre y procaz. Cuando aumentan los cambios tecnológicos, nosotros disminuimos la ética informativa; atrás dejamos la sensacionalidad por el sensacionalismo; en vez de ponerle cotos al periodismo amarillo tan nefasto, le damos luz verde y celebramos sus groserías bebiendo champán. Creemos estar haciendo la mejor obra del mundo cuando lo que estamos haciendo es solo contribuir a engordar más el mejor negocio del mundo.
El periodismo occidental, el actual, el nuestro, "tiende a empobrecer en vez de enriquecer los conocimientos de las masas populares. Y las mismas masas parecen aplaudir su propia depauperación espiritual comprando y consumiendo los órganos de la prensa amarilla y del corazón", piensa el señalado profesor Romano; basofia en los periódicos y en la televisión donde por ganar dinero ejercen de conductores de programas mujeres de la más baja estofa moral y hasta homosexuales sin ascos.
Por supuesto que este pecado capital –bueno es ponerlo entre comillas, lo cometemos los periodistas o los pseudoperiodistas, pero empujados por los empresarios.
El periodista peruano César Falcón, escribía desde Londres, que "la industria periodística se ha convertido en el negocio más rentable después de la guerra. Solo en Inglaterra –decía Falcón, hace más de 70 años- la industria periodística cuesta 66 millones de libras al año y sólo en los Estados Unidos, las entradas periodísticas por concepto de anuncios asciende a 150 millones de libras. La capacidad económica de la industria se ve mejor en el número de periódicos. En Estados Unidos se editan 2 mil 400 diarios y 14 mil 800 semanarios. En Alemania hay 3 mil 912 periódicos y 4 mil 309 semanarios. Japón tien 3 mil 812 periódicos y Polonia 5 mil. De los 2 mil periódicos checoslovacos, 710 se publican en Praga".
Este informe de Falcón fue hecho y publicado hace más de 70 años.

Entonces, yo no estoy descubriendo el mundo ni denunciando nada. Lo que estoy haciendo es desvelar una situación atrabiliaria por la que pasamos los periodistas de todo el mundo con el agravante de que en los países eufemìsticamente llamados del Tercer Mundo, como el Perú, andamos peor.

El pensador argentino Carlos Cossio decía: "Afectando funcionalmente por la vida moderna, la calidad humana de los periodistas que buscan en ello de ganar su pan y nada más, condicionada su acción por el horizonte que les impone la empresa como negocio, apartado el impacto creador de las vocaciones, no podía menos que resultar muy disminuido el prestigio de la letra impresa periódica de su pretencioso auge".
La empresa periodística, -continúa Cossio-, se define cada vez más netamente como una empresa comercial que debe redituar un minino de ganancia al capital invertido so pena de caer en bancarrota. Con ello va a aparecer el escritor mercenario que por el sueldo que recibe escribe indistintamente en pro de una causa que en pro de otra, en reemplazo de aquel que se entregaba a su vocación, que corría su aventura personal lleno de fe y que defendía una causa con la que estaba identificado"
Y esto, Cossio lo escribió, en 1958.

Las empresas, - por supuesto que hay algunas absolutamente incólumes-, nos hacen pecar mortalmente.
Pero nosotros, también pecamos por nuestra cuenta, como dije al principio, cuando hacemos caso omiso a nuestras mínimas normas éticas y como se ha visto, nos sacamos el alma ente nosotros por rencillas mediocres, peligrosa y muy antitéticamente, porque en Pancho Fierro, el viejo llanero afirma: "Si se pelean entre hermanos, se los comen los de ajuera".
Además, muchos de nosotros empleamos el lenguaje más soez del mundo sin avergonzarnos, sino, al contrario, nos envanecemos de nuestra boca de basura, humillantemente porque sabemos que eso significa aumentar la tirada o, en televisión, aumentar el rating.
El año pasado envié un artículo a un diario local donde hacía una dura críitica al equívoco comportamiento del presidente Toledo a quien le auguraba un nefasto provenir. Mi articulo fue publicado bajo este título: SE ACERCA EL FIN DEL SATRAPA. Lógicamente, me vi obligado a enviar una carta de rectificación al diario, porque yo nunca empleo términos de ese jaez ni contra el presidente de la república ni contra ningún carretillero.
Ayer compré un diario "chicha" de colección donde critican al presidente de la República por sus excesivos gastos en su reciente viaje a los Estados Unidos. Refiriéndose a esa dilapidación, el diario decía en primera página y entre signos de admiraciòn: Que tal concha.
Acaso el comportamiento del presidente pueda merecer una frase de esa naturaleza, pero, un periódico no lo puede publicar. Repudio este titular vergonzoso, como repudio todo aquello que significa desacato a las autoridades cualesquiera que sean, máxime si se trata del presidente de la República, como en este caso. Lo considero una ofensa para los lectores y una humillaciòn para los profesionales.

Finalmente, quiero terminar referiéndome, en pocas palabras, a la labor del Congreso en ayuda del periodismo.
Hay una Ley en ciernes que busca se nos devuelva el uno por ciento de lo que recauda el negocio publicitario, como una cooperación económica de sobrevivencia.
Me tocó alguna vez participar en la operación quirúrgica que debíamos realizarle al Colegio de Periodistas del Perú cuando sus más altas autoridades lo dejaron agónico casi en la vía pública, sufriendo de una falencia moral y económica de muerte. Sus médicos anteriores lo habían postrado luego de robarle o dilapidar sus arcas. Lo que me permite afirmar, que somos nosotros, y nadie más que nuestra incuria, nuestra desunión lo que tiene postrado al periodismo peruano en su institucionalidad.
El éxito de uno o dos periodistas en sus campañas fiscalizadoras -lo que los convierte en míticos y ellos mismos se consideran así- no es totalmente significativo. Es uno de los éxitos personales dignos de resaltar, pero es el éxito del periodismo nacional. Son la excepción de la regla, lo cual no puede convertirse en un consuelo.
Aquí, se tiene que realizar una campaña interna, dentro de la conciencia de los mismos comunicadores sociales, especialmente de los nuevos profesionales para que ellos arreglen nuestras miserias. Aunque nos duela, es hora de poner en vigencia a Gonzàles Prada: "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra".

El Congreso de la República honró con una Ley expresa a los periodistas que murieron en Uchuracay. Algunos políticos han querido tomarlos como pretexto para destapar otro tipo de iniquidades, cuando creo que no debe ser así. Aquellos periodistas que murieron en acción precisan de un homenaje sin máculas, sin especulaciones políticas. En su muerte radica su grandeza. Lo cual tampoco debe servirnos a los periodistas para pensar que todos somos héroes, que todos somos apóstoles, como nos llaman algunos interesados.
Creo que nuestra función social es una de las más importantes y, como profesión, el periodismo es la màs hermosa del mundo, según decir de García Márquez, pero nada más que eso. La muerte no siempre se precisa para que uno se convierta en héroe de su estirpe. Hay periodistas que debido a su honestidad viven como héroes, porque se precisa de heroísmo para sobrevivir en la miseria; ahí en la miseria y el abandono se mantienen erguidos y dignos. A mi juicio, ellos también son héroes. Los muertos ya no escuchan nuestras alabanzas, pues, que nos escuchen los que aún están vivos. O ¿es necesario morirse para convertirse en un tótem?. Si Grau no hubiera muerto destrozado por el enemigo en la proa de su barco, de todos modos habría sido héroe y magnánimo y epónimo. Sus gestos humanos de altruismo sin límites le tenían reservado ya el más alto pedestal de la historia y de la admiración mundial.


El Congreso declaró héroes a los caídos en Uchuracay, aunque para eso presentaron un informe demasiado retórico de 8 páginas. Cuando en una página, cualquiera de nosotros hubiera hecho caber los argumentos suficientes para darles esa categoría. La muerte en acción no precisa de retóricismo.
Sé que está en carpeta, el proyecto de Ley que devuelve al periodismo el que solo deben ejercerlo aquellos que están registrados en el Colegio. Desde que el periodismo se convirtió en una profesión liberal, universitaria, ya los empíricos nada tenemos qué hacer.
No es que un empírico no pueda escribir porque eso sinificaría atentar contra un derecho inalienable señalado en nuestra Constitución para todos los ciudadanos de la República: la libertad de expresión y de pensamiento. De nada serviría estudiar el periodismo cinco años en las universidades.
Finalmente, pues,, mi gratitud a los desvelos del Congreso por los periodistas y que ojalá, los periodistas de las nuevas generaciones, me escuchen y, primero, se armen como las caballeros medioevales con corazas éticas incorruptibles, y que además, se unan.
No olvidar que la unión hace la fuerza y que la fe remueve montañas.

Muchas gracias.


index.gif (10218 bytes)
1