Sarai: That is the question

 

Un diario tituló de modo muy breve la reciente noticia sobre la supuesta hija del presidente Alejandro Toledo: "OTRA VEZ, SARAI". Título que causa una cierta sensación de insistencia inútil, de necia persitencia, de pertinacia abusiva, en fin, como decir, !qué vaina, nuevamente el caso Saraí!.

Y no se trata de algo que debe ser tomado así nomás como una noticia cualquiera. Otros diarios le dieron otra cobertura y todos tomándolo con mayor seriedad, con la debida seriedad que precisa este tipo de noticias así se tratase de un caso de barriadas.

Entrado de lleno en el asunto, según consideraciones mayoritarias, uno de los desaciertos más criticables en la vida personal del presidente Toledo es el de negar la paternidad de Saraí. O el de haberse sometido voluntariamente a la prueba más contundente, la del ADN, para demostrar que, en realidad, el no es el padre de Saraí. Eso era suficiente.

Porque se le podría perdonar todo lo demás, eso de que bebe mucho y cotidinamente y sólo whisky, acompañado de; de que miente hasta la saciedad y la suciedad; de que llega tarde a sus citas aun las protocolares; que es vanidoso hasta creerse el heredero político de Pachcutec; de que es terco como una mula, según sus propias palabras; todo eso podría perdonársele, pero jugar con los sentimientos de una niña, eso en el fondo de su conciencia, no se lo perdona ni el más patán.

Nunca se sabrá por qué razón, el señor Toledo se empecinó en desconocer la partenidad de Saraí, una niña concebida extramatrimonialmente, es cierto, pero de lo cual ella nada tiene qué hacer. En qué momento, cuándo, cómo, bajo qué circunstancias, no son óbice para que se le niegue el derecho a tener un apellido. Por lo menos ese es el alegato, primero, de la madre, y luego, de la misma niña Saraí.

En los días preeleccionarios se hizo público el asunto y se pretendió decir que era un golpe bajo para su campaña. Posiblemente, tuvo esa connotación, porque los enemigos políticos echan mano a cualesquiera aspectos negativos que pudieran desprestigiar la imagen de sus contendores. De alguna manera, aquéllos lo lograron aunque no tanto, porque ese no era el quid del asunto, sino de quién ofrecía un mejor programa de gobierno para llegar a la presidencia de la República. Toledo no ofreció lo mejor, pero ganó debido al "golpe de karate" propinado por unos cuantos metros de cinta del video Kouri-Montesinos, suficiente para abatir como a un monstruo antediluviano, al regimen del ex presidente Fujimori.

Pero, volviendo a lo de Saraí, la Sala Civil respectiva que tiene el caso en sus manos, ha ordenado reiniciar el trámite para que Toledo se someta a la prueba del ADN y se sepa, finalmente, si él es el padre de Saraí o no lo es. Si no lo es, el presidente habrá obtenido uno de los más espectaculares logros, no como gobernante del Perú sino como gobernante de su vida privada. En caso contrario, Toledo caerá como esos meteoritos que luego de haber vivido millones de años alumbrando la oscuridad eterna del firmamento, cae en el abismo insondable para no volver a aparecer nunca más en la vida.

La esposa del presidente, señora Elliane Karp, que debió jugar un papel decisivo en este caso tan sonado, no lo hizo en su oportunidad, acaso, por prejuicios sociales que ella debió remontar dada su cultura. Se trata de la vida de dos mujeres peruanas y así no lo fueran: la madre y la hija, que claman un derecho justo y que, para evitar un escándalo público mayor, hasta aceptan una soluciòn pacífica. A la señor Karp, aunque sigue sin ser peruana, debe rectificarse y apoyar ahora la paternidad de Toledo o el sometimiento a la prueba del ADN.

La alterntiva alcanza otra vez los ribetes filosóficos hamleteanos planteados por aquel desesperado rey inglés: to be or not to be, (que el presidente debe ordenar traducir sin dilaciòn alguna).

Ser o no el padre de Saraí: that is the question.

 

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