Medio Siglo de Periodismo

Por Manuel Jesús Orbegozo

  Todos los que estamos pasando de un siglo a otro, -y ahora, de un milenio a otro-, como si nada, debemos abrir los ojos, así, de sorprendidos. Porque esto ocurre cada cien o mil años, aunque los cambios no son espectaculares, por ejemplo, el sol no sale por el oeste ni a nosotros nos crece otra nariz.

En términos generales, nada de extraordinario tiene una vuelta más de hoja en el calendario salvo el que nos haga sentir lo minúscula que es nuestra vida con relación al tiempo. Lo que sí parece cierto es que el hombre, -mientras más viejo, peor- siente que la vida se le acorta cada vez más.

Aparte de que no hay una edad para morir, todos sabemos que una medida más o menos aceptada es de unos cien años. Alcanzarlos es una buena noticia. En Bucarest, la doctora Ana Ashlan me mostró a un anciano de 127 años, pero tantos años, me pareció ridículo.

Ese es, en el fondo, el significado del término de un milenio y el comienzo de otro o del término de un siglo y el comienzo de otro. En general, los cambios son sólo mentales, porque el hombre no cambia en nada, sigue siendo como fue creado, más malo que bueno, más mezquino que altruista.

Por eso la sabiduría popular afirma que no hay mal que dure cien años. Ninguna dictadura, por ejemplo, a lo largo de la historia, ha durado cien años. No es que no pueda ocurrir eso, sino que los dictadores, cronológicamente, tienen sus días contados. Nadie alcanza 100 años porque, además, nadie los podría resistir.

Para el hombre, estos cambios cíclicos deberían servirle mejor para volver los ojos al pasado a revisar qué ha hecho. Si ha hecho bien, perfecto; puede estar con la conciencia tranquila. Si no, habría que empezar a darse golpes de pecho por el resto de lo poco que le queda de vida y evitar así caer en el olvido que es peor que el infierno.

Desde el punto de vista profesional, debo recordar que el primero de enero de 1951 –hace 50 años exactos- amanecí en Lima, como lo hace cualquier provinciano que llega a buscarse la vida. Se llega sin herramientas apropiadas ni tarjetas de recomendación ni de crédito; llegamos, como se dice en los callejones, con una mano atrás y otra adelante.

Lo que nos pasa a muchos de nosotros es verdaderamente dramático. Todo lo que te pueda contar un provinciano ya afincado en Lima, es tema para una excelente novela. Borges decía: Pará a un compadrito cualquiera y pedíle que te conté su vida y verás que es más trágica que cualquier obra de Shakespeare.

Yo había hecho incipiencias de periodismo en Trujillo, pero Lima era otra cosa. Había escrito poemas desesperados a lo Baudelaire, pero los poetas en Lima estaban en otra onda. Mientras yo caminaba en acémila, ellos, iban en avión. Entonces, dejé la poesía.

Me costó mucho entrar al periodismo, pero cuando se me presentó la ocasión, le entré con toda fe. Comencé a trabajar en el diario La Crónica donde a los pocos años gané el Premio Nacional de Periodismo. Un día me afilié a un partido político. Había firmado el acta de fundación del Movimiento Social Progresista. Cuando los dueños de ese diario se enteraron, me despidieron en menos de lo que canta un gallo.

Otra mala experiencia de este tipo fue cuando trabajé en EXPRESO. Estuve propuesto para ser el jefe de redacción del diario, pero, unos periodistas miserables me acusaron de recibir dinero de Cuba, junto a Carnero Checa, a Barrantes y otros. "Vendidos a Cuba", escribieron. Entonces, adios jefatura.

Pasé a El Comercio donde hubo un gran respeto a mis ideas, que siempre consideré liberales. Aunque nunca he sido marxista, aún creo que no debe haber ricos tan ricos ni pobres tan pobres o como decía Vallejo "pobre ricos". No he abandonado aún esas ideas centrales de mi vida.

Tuve la suerte de ganarme la amistad y la confianza de don Luis Miró Quesada de la Guerra y de Francisco Miró Quesada Cantuarias, entre otros dueños de El Comercio, por eso trabajé allí 32 años.

Un día el doctor Luis me llamó a su oficina. "Mire, Orbegozo -me dijo- le entrego esta revista para su archivo. Usted siga trabajando que nosotros lo respetamos mucho". En la revista editada en París se me acusaba de ser "un comunista infiltrado en ese viejo diario".

Ingresé, finalmente, a trabajar en este Diario Oficial aunque con la idea expresa de que lo hacía a una publicación del Estado Peruano y no de su gobierno, es decir, para apoyar la política general del Estado y no la política particular de su presidente, lo cual he tratado de hacer dentro de mis posibilidades.

Mis condiciones para quitarle el mote de "periódico gobiernista" pluralizando su contenido, deben constar en los archivos de este diario si alguien desea investigarme. Aquí, escribí que había conocido a líderes mundiales como Mao, Gorbachov, Reagan, Walesa, etc., a quienes no habría incienciado jamás, menos a lideres locales, dije en mi nota; que creo estar cumpliendo. De echar incienso, agregué, lo haría pero a la Virgen de la Puerta por ser la Virgen de mi pueblo.

La aceptación de mi propuesta, me permitió desarrollar una política editorial lo más amplia y liberal posible. Debo agradecer que trabajé sin interferencias ni presiones írritas. Así fue que hasta la fecha, ni con el ex presidente Fujimori ni con el presidente Paniagua, he recibido órdenes para hacer tal o cual cosa. Nunca ninguna autoridad política sea ministro, congresista, prefecto, general o funcionario alguno, trato de inmiscuirse en mi trabajo. Lo cual no quiere decir que de haber sido correctas o de acuerdo con la ética periodística hubiera rechazado esas órdenes.

Un dato insólito: En estos años de trabajo, no he conocido personalmente a ninguna autoridad política, salvo al ministro Daniel Hokama y a los congresistas Martha Hildebrandt y José Flores Araoz.

Mi presencia en El Peruano, obedece aún a mi deseo de hacer periodismo profesional, de contribuir con mi trabajo y el de quienes, -jefes, editores y redactores, sin excepción-, me acompañan en esta tarea promocionando el desarrollo social, económico y cultural del país.

Las ocurrencias de estos últimos días, como la del video de la compra de Kouri por Montesinos, -esta es la primera en mi vida que escribo estos nombres- cambiaron, sin embargo, totalmente la situación del país. No obstante, en El Peruano, seguimos publicando los hechos tal como se presentan, pues, los periodistas sabemos que los acontecimientos no tienen olor, color ni sabor, salvo el que uno les quiera dar.

Como ciudadano, no sólo en esos días sino en los posteriores hasta hoy, siento como muchos peruanos, tanta náusea como indignación por los sucesos, según lo declaré públicamente al presentar mi último libro sobre periodismo, en la Casona de San Marcos.

Y así, mientras siga en este Diario, que puede ser hasta mañana, trataré de cumplir profesionalmente con mi tarea que la realizo con la misma modestia con que he trabajado a lo largo de toda mi vida.

Por otro lado, me considero un periodista que no nació para buscar fama, ni creer que de él depende el destino del mundo, ni considerar -como lo hacen algunos- que son jueces implacables y que de sus artículos depende que el sol no se salga de su órbita.

Me precio de no de haber hecho nada excepcional salvo en el terreno del reporterismo. En eso si nadie negará -acaso porque para otros no existió la posibilidad- que hice lo que ningún periodista peruano, o sea, ir detrás de los acontecimientos por todos los caminos de la Tierra. Desde las tundras a 32 grados bajo cero, hasta los desiertos a 52 grados sobre cero. Desde las ciudades de los rascacielos en Occidentes hasta las cuevas de Chou Qutien, en China, o las sabanas o selvas intrincadas del Africa. Desde entrevistar a príncipes en sus palacios hasta entrevistar a brujos en Accra o fabricantes de "zombis" en Puerto Príncipe.

He entrevistado a 14 Premios Nóbel, desde Gabriela Mistral hasta William Faulkner pasando por Hemingway o Neruda, desde Gabriel García Márquez hasta Arafat, desde Camilo José de Zela hasta la Madre Teresa de Calcuta.

Nunca puse un "pero" para cumplir comisiones. Asistí a casi todas las guerras que ha habido en estas últimas décadas, desde la guerra de Biafra hasta la Guerra de las Malvinas, estuve en Belfast como en el Medio Oriente para ver cómo se odian los árabes con los israelitas; fui al Tchad como a La Guerra del Golfo. Según recuerda el doctor Francisco Miró Quesada, hoy me dio la orden y al siguiente día partí a El Cairo. Ese día era mi cumpleaños.

De eso, me precio y de nada más. De haber cumplido con mi tarea sin un ápice de vanidad no obstante haber conseguido noticias excepcionales como entrevistar a Lech Walesa en Gdansk, asistir al juicio a Bokassa en Bangui, Centroáfrica. Fui el último periodista que entrevistó al genocida Pol Pot en Phom Penh, y dos años después lo fui a buscar a su escondite en las fronteras de Kampuchea con Tailandia, alrededores de Kao-I-dang. Ese día almorcé culebras en el único mercadito local y horas más tarde fui a parar a un hospital de Bangkok, víctima de un cólico hepático mortal.

Cincuenta años de periodismo los cumplo satisfecho de mi tarea, por no haber transigido jamás con nada. Jamás me vendí por oro ni por plata. Jamás me humillé ante nada. Es una pena que Alfonso Barrantes Lingán haya muerto, anteayer, porque hoy, él sería uno de mis más preclaros testigos de cargo.

Cuando escucho alguna acusación miserable contra mi comportamiento, prefiero sonreír antes que proferir una blasfemia.

Tengo limpia mi conciencia antes que llenos mis bolsillos, porque ese es el mejor ejemplo que les puedo dar a mis alumnos de periodismo de San Marcos y la mejor herencia que puedo dejarles a mis hijos y a mis nietos. Ellos lo saben bien.

También les dejo de herencia miles de fotos para que se diviertan recorriendo conmigo el mundo y sus alrededores; el rosario de la Madre Teresa que me salvó de la muerte, y miles de palitos de fósforo con los que pueden avivar una pira donde quemar vivos a los que tanto daño moral le hacen siempre al Perú.

 

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