La tragedia del Jockey

 

Cuando una persona muere, todos el mundo se acongoja. Cuando, quien muere es un joven, la congoja todavía es mayor. Cómo será pensar que en la tragedia del sábado 20, en el Jockey Club, han muerto 28 jóvenes entre hombres y mujeres, cuando todos estaban todavía tomándole el pleno sabor a la primavera de la vida.

No hay ni habrá consuelo para los deudos y entonces, uno piensa en los designios de Dios o del destino.

Sin embargo, en un hecho, como el acontecido en la Discoteca Utopia del citado Jockey Club, no es ni Dios ni el destino tan culpables como parecen. Allí hubo mucho descuido humano, mucha improvisación, mucha desidia, mucho desorden; en suma, falta total de autoridad.

Ahora tendrán que realizarse las investigaciones necesarias para encontrar las causas y a los responsables, porque de primera intenciòn se barajan hasta tres hipótesis. Pero, todas con un detalle común; falta de autoridad.

En principio, la discoteca funcionaba sin autorizaciòn Municipal. Esto es inaudito. Según declaraciones del alcalde de Surco, Carlos Dargent, dicho local público funcionaba sin la licencia respectiva. Funcionaba provisionalamente debido a que ante el requerimiento municipal respectivo, los propietarios presentaron un recurso de Habeas Corpus, esa ñanga de la que ahora abusa todo el mundo para salirse con las suyas. Dargant declaró que hace años, pidió la clausura del local justamente porque no disponía de las seguridades de ley.

Sin embargo, el Poder Judicial aceptó el recurso y ordenó que siguiera funcionando, que la trampa de la muerte continuara funcionando a la espera del momento oportuno para convertirse en inevitable. Ojalá ahora, este Poder tan cuestionado aún donde, como se dice, no todos son corrompidos ni injustos, interprete mejor la ley y sólo ampare esos habeas cuando sea de imperiosa necesidad, sólo cuando realmente se trate de amparar abusos flagrantes contra los derechos humanos u otros derechos universales y no por ejemplo, cuando a las combis se les ocurre ir por donde quieren los choferes; o a los de Utopia abrir su local para hacer fiestas con músicas locas, licor y hasta animales.

Claro, ahora, cada empresario trata de buscar la coartada que le permita salir limpio de polvo y paja y luego volver a las andadas porque total, todo pasará como sucede con este tipo de tragedias. Así pasó con la tragedia del Mercado Central. Pasto noticioso para los medios de comunicaciòn, gran pesar, gran indignaciòn, lágrimas y ayes, pero 48 horas después todo vuelve a la calma y queda como si nada hubiera sucedido.

Estamos en los días en los que cada cual ve cómo va a salir del paso, éste le echa la culpa a aquel, aquel le echa la culpa a éste y asi juegan para ver quien es más ducho en evadir responsabilidades.

Ojalá, la muerte violenta de estos 28 jóvenes ocurrida trágicamente en solo uno cuántos minutos de fuego, humo y pánico, sirva para que las autoridades pertinentes: alcaldes, jueces, policía, bomberos, empresarios, de una vez por todas, tomen cartas en el asunto, como se dice, y terminen por obligar a que los locales públicos ofrezcan todo tipo de seguridad a quienes por a o por b concurren a divertirse o presenciar espectáculos.

Mientras tanto, que Dios ayude a soporar el inmenso dolor a quienes han perdido a sus hijos o hijas, parientes o amigos, en una noche siniestra de sana fiesta, se entiende.

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