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Alguna vez, conocí Paris, con su famoso Museo de Louvre, sus
Campos Eliseos, su Arco del Triunfo y sus Tullerías; subí
a la Torre Eiffel y me asomé en los puentes a ver cómo
el río Sena se llevaba sobre sus aguas el reflejo de las torres
inconclusas de Notre Dame y episodios históricos de la Revoluciòn
Francesa. Pero eso no significaba conocer el mundo, porque ahí
no había nacido César Vallejo.
Luego, conocí Amsterdam, Oslo, Copenhague y Praga en Checoslovaquia,
con sus viejas casas oxidadas y la casa donde vivió Franz Kafka.
Si cerrabas los ojos era fácil encontrar al hombre sufriendo
la metamorfosis kafkianaa hasta convertirse en el insecto despreciable
que él imaginó. Y también, adoré al Niño
Jesús de Praga, imagen original de la copia que los niños
adoramos en los perdidos días de nuestra infancia; pero eso
no significaba conocer el mundo, porque ahi no había nacido
Vallejo.
Y conocí Nairobi y Dakar, la capital negra del Senegal, donde
vi al poeta Sedat Seghnor, el día en que recibió a S.
M, la reina Isabel de Inglaterra, y vi a las negras senegalesas pasear
por las calles de la ciudad con sus mouchoirs enrollados en sus cabezas
erguidas y dignas; pero eso no quería decir que habia conocido
el mundo, porque en Dakar no había nacido Vallejo.
Y viajé a conocer Pekín y Shanghay y Xián; y
conocí la milenaria Muralla China y la Tumba de los Reyes donde
se enterraron los emperadores creyendo que todo ese esplendor les
iba a durar en la otra vida, y fue falso; y conocí la Ciudad
Prohibida donde antes sólo vivía el Emperdor y sus concubinas
y sus eunucos: y entonces, pensé que ya había conocido
el mundo y, sin embargo, no era cierto, porque allí no había
nacido Vallejo.
Y conocí Estambul partida en dos por el estratégido
Estrecho del Bósforo, y vi sobre el mar los reflejos de las
esplendorosas luces de neón como que intentaban resucitar a
la legendaria Constantinopla y pensé que con eso ya conocía
el mundo: pero ahí no había nacido Vallejo.
Y fui entonces, a Egipto a conocer las Pirámides y la Esfinge
y conocí Luxor donde el esplendor de la piedra te deja estático
al atardecer cuando se entabla la lucha a muerte entre la luz que
quiere supervivir y la sombra que quiere aniquilarla. Lucha que te
hace pensar en la dialéctica de la vida y la muerte, que viene
a ser lo mismo: y pensé que eso era todo el mundo, pero anduve
equivocado porque ahí no había nacido César Vallejo.
Y entonces, viajé a conocer la Acrópolis y me ensimismé
observando la perfección de las columnas de mármol del
Partenón, su perspectiva y su diseño y la genialidad
de los arquitectos atenienses y aunque no estaba Pericles, se respiraba
la grandeza del siglo que vivieron los griegos; y entonces, pensé
que ya había conocido el mundo; pero en Atenas no había
nacido Vallejo.
Y viajé a Agra, la primera capital de la India de hace 600
siglos y me extasié observando las cúpulas y tocando
con mis propias manos la suavidad del mármol del Taj Mahal,
cenotafio mandado construir por un soberano triste a nombre de su
esposa irrescatablemente muerta de amor. Y pensé que ese era
el mundo que pretendía conocer, pero allí no había
nacido Vallejo.
Y conocí Bogota, la llamada la Roma de América, por
su cultura ahora hecha trizas por las FARC, y también conocí
la capital del Uruguay, y estuve en los carnavales de Rio de Janeiro,
ex capital de Brasil, con su peñón de Urca en cuya cúspide
se eleva un Cristo que abre los brazos para recibir a todos los forasteros
del mundo, y pensé que eso justamente, conocer el mundo, pero
me di cuenta de que allí no había nacido César
Vallejo.
Y conocí Gdansk, a orillas del mar Báltico, a 30 grados
bajo cero, por donde pasean orondos pelícanos curados de frío,
y conocí Varsovia y vi la altivez política de sus ciudadanos
y ví a Chopin en mármol y observé la alegría
de las hermosas polacas de piernas torneadas metidas en botas con
un diseño de su exclusividad. Pero, eso no era todo el mundo
porque allí no había nacido Vallejo.
Y conocí Londres y fotografié el Big Beng dando la hora
del crepúsculo, y tambiën a Winston Churchill con su bastón
camino al Parlamento y la gloria; y crucé el Támesis
lleno de aguas pasajeras e historia, y vi el monumento al almirante
Nelson, con pintas infamantes escritas por beatneaks con crayones
irreverentes, hartos de los códigos de la sociedad occidental.
Y, pensé que eso era todo el mndo, pero me equivoqué,
porque allí no había nacido Vallejo.
Y fui a Bankok, la moderna capital del reino de Siam y vi cómo
era una ciudad atravesada por canales que conducían a un río
mayor, el del sexo que lo inundaba todo, porque el mayor ingreso fiscal
de Tailandia provenía de la prostitución. Pero las calles
estaban saturadas de monjes budistas que las santificaban con sus
oraciones y sus hábitos amarillo-epatitis. Pensé que
con eso ya conocía el mundo, pero en Bangkok, no había
nacido Vallejo.
Y esuve en Hong Kong, una ciudad que parecía Nueva York solo
que levantada en una esquina del Asia, ciudad donde los banqueros
compraban y vendían hasta su alma. Y vi los barcos anclados
en la bahía convertidos en casas flotantes para los anglochinos
porque entonces la isla era inglesa hasta cuando le fue devuelta a
China, sólo 150 años después de colonialismo.
Y pensé que entonces ya conocía el mundo, pero allí
no había nacido Vallejo.
Y fui a España, recorrí todos sus rincones: caminé
como sobre el cuero extendido de una res, porque eso parece la península
ibérica, y disfruté de las gitanerías de la Virgen
de la Macarena en Sevilla, y de Córdoba, la nostalgiosa; y
de Bilbao y la ETA; y estuve en Granada donde aun resuena la voz de
García Lorca y, por supuesto, visité 30 veces Madrid
pensando en que con eso ya conocía todo el mundo. Pero resulta
que en España solo escuché –se ha se seguir escuchando-
la admonitiva voz de César Vallejo en "España,
aparte de mi este cáliz", pero el poeta César Vallejo
no había nacido ahí.
Y conocí Nueva York y subí al Empire State y estuve
en Wall Street donde corren todos los ríos de dinero del mundo
tratando de igualar en codicia al dólar norteamericano; y vi
de cerca a las Torres Gemelas un día hechas polvo por el terrorismo,
de lo cual, aparte de la insanía, hemos aprendido la lecciòn
de que nada es eterno en la vida y que las torres más altas
pueden rodar por los suelos porque nada sobre la Tierra es indesctructible,
salvo el amor humano. Y entonces, pensé que eso era todo, que
eso era conocer el mundo, pero no fue así, porque ahi no había
nacido César Vallejo.
Y entonces, conocí Argel y el desierto del Sahara cuando los
marroquies se disputaban a tiros con los saharahuis, un pedazo del
desierto infinito; y vi cómo las sombras de los hombres se
agigantan sobre las arenas cuando el sol se oculta ceremonioamente
en el horizonte. Y dije, ahora sí ya conozco el mundo, pero,
había una carencia: ahi no había nacido César
Vallejo.
Y estuve en Taihtí, en Nueva Zelanda y en Australia y, en Sidney
visité el Opera House, una especie de monumento cultural apoteósico
y también me contacté en el Zoo, con los canguros y
las canguras que son las únicas nodrizas que cargan a sus hijos
fuera del vientre donde los conciben; y pensé que eso era bastante,
que ese era todo el mundo, pero, me di cuenta de que ahi no habia
nacido César Vallejo.
Y entonces, dije, voy a a conocer Sudafrica, y fui en los días
del "apartheid" o la discriminaciòn racial; vi brutalmente
partida en dos a una parte de la sociedad humana: en esta mitad los
negros y en esta mitad los blancos. Los blancos tenían sus
escuelas, sus restaurantes, sus lugares de diversión pública
a los cuales, de ninguna manera podían acceder los negros.
Y sentí una punzada en el corazón. Me dolíó
mucho que los hombres se discriminaran y que, a pesar de tanta tristeza
creí que eso era todo el mundo. Pero ahi, tampoco había
nacido Vallejo.
Y fui a México, el país de los charros sombrerones y
los corridos de "si Adelita se fuera con otro", y también
visité Buenos Aires,. justamente cuando los ingleses les ganaron
a los argentinos la Guerra de las Malvinas y los vi llorar a mares
por las calles Corrientes o Chacaritas, y entonces, pensé que
no obstante semejante atropello de lesa humanidad, ese era el mundo.
Pero no fue así, porque ahí tampoco había nacido
Vallejo.
Y conocí Roma, -porque todos los caminos conducen a Roma-,
y ahi estaba la Ciudad Eterna y las ruinas de las obras monumentales
que mandaron construir los emperadores; y ahí estaba el Coliseo
donde Nerón y sus pretores se deleitaban viendo cómo
los leones destrozaban a los gladiadores y Nerón tocaba la
lira mientras ardía la ciudad. Y de paso, conocí el
Vaticano donde encontré a Juan Pablo II el día en que
abrazó a Lech Walesa, el lider del Movimiento polaco de "Solidaridad";
y pensé que con esa epopeya cerraba mi conocimiento del mundo.
Pero, en Roma ni en el Vaticano habìa nacido César Vallejo.
Y entonces, fui a Etiopia sin pensar en que iba a darme cara a cara
con la muerte. Cinco mil personas morían diariamente atacadas
por una peste maldita: el hambre. Se habia producido un caso de sequía
natural, como un castigo divino y entonces, vi morir a cientos de
hombres y mujeres, a niños, jovenes y viejos, tirados sobre
las arenas del desierto sahaliano, mientras los médicos lloraban
de impotencia ante la muerte y los dromedarios también lloraban
las insólitas muertes de sus pastores Y, con este drama, pensé
haber llenado mi alforja de conocimientos del mundo. Pero, en Etiopia
no había nacido Vallejo.
Y conocí Phon Penh, de la ex Indochina francesa, un rincón
ensangrentado del Oriente Lejano. Y conocí el palacio del príncipe
Sihanouk empedrado con plata, y visité las ruinas de Angok
Thom y Angkor Wat, gigantescos templos levantados en homenaje a Buda
sin pensar que alguna vez, se iban a convertir en piedras desbaratadas
sobre las que crecen hierbas lujuriosas y pasean lagartijitas de color
azul. Hablé con Pol Pot, acusado de haber ordenado la muerte
de varios millones de campesinos kampucheanos. Y, estuve triste y
pensé que, de todos modos, ya había conocido el mundo,
pero me di cuenta de que allí, tampoco había nacido
César Vallejo.
Y viajé a conocer Amristar, en el norte de la India, dominada
por una secta de hombres cáusticos y endurecidos por el fanatismo
religioso, los de la secta Sih. Y visité el Templo de Oro o
"Golden Temple", como lo llamaron los ingleses mientras
regentaban el sub continente, como un feudo. Y unos días después,
me enteré de que uno esos sihs, que conformaba la guardia real
de Indira Ganhi, lo había asesinado. Y pensé que ya
conocía el mundo, pero ahí no había nacido César
Vallejo.
Y, conocí Pyongyang y Seul, las capitales de las dos Coreas,
creadas por inconducta del hombre y de las Naciones Unidas que dividieron
a un país en dos a instancias de los Estados Unidos de Norteamerica.
Querían que el agua del comunismo no se mezclara con el aceite
del no-comunismo. Y entonces, fui hasta Panmum jum, en el Paralelo
38, lugar donde se había firmado el armisticio, hace más
de 50 años. Y pensé que ahora sí conocía
el mundo, pero ahi, no había nacido Vallejo.
Y conocí Filipinas y vi de cerca al presidente Marcos, y más
cerca aún a Cory Aquino, la mujer que le ganó por KO
las elecciones presidenciales lo que significó la caida del
dictador y su huída hacia el destierro y la muerte; y pensé
que eso era todo el mundo; pero ahi tampoco había nacido Vallejo.
Y fui a Reijiavik, la capital de Isalandia, muy cerca al Polo Norte
y estuve presente cuando se reunieron allí George Bush y Mihail
Gorbachov para ver cómo acababan con sus miedos de desencadenar,
cualquiera de los dos, una guerra nuclear que acabara con el mundo;
y, además, conocí de cerca la luz polar y dije ahora
si conozco todo el mundo; pero no era cierto porque ahí tampoco
había nacido César Vallejo.
Entonces, volé hacia la isla Galápagos de las tortugas
gigantescas y las íguanas que parecían herederas directas
de los dinosaurios prehistóricos, y conocí a los pájaros-
pinzon que le dieron a Charles Darwin la clave para escribir y plantear
su tesis sobre la evolución del hombre y de la vida sobre la
Tierra y, precisamente, por eso crei que ya conocía el mundo.
Pero me di cuenta de que tampoco estaba en lo cierto, porque ahí
no había nacido César Vallejo.
Y conocí Moscú. Fui a conocer Moscú en invierno
y en primavera. Y vi el Kremlin recortar su silueta en los hermosos
atardeceres primaverales asi como ensombrecerse en los atardeceres
de invierno. Y me paseé en la Plaza Roja y fijé bien
en mi mente la restallante figura de la iglesia ortodoxa de San Basilio,
y vi a Lenin tendido como si se acabara de morir. En efecto asistí
a su muerte política luego de que el imperialismo soviético
se derrumbara como un castillo de naipes. Y pensé que con conocer
Moscú conocía ya todo el mndo, pero ahi tampoco había
nacido Vallejo.
Y entonces, visité Nepal; recorrí las modestas calles
de Kahtmandu y observé desde la lejanía las imponentes
cumbres de los montes Himalaya y me dijeron que estaba en el Techo
del Mundo, y yo creí que ya no había nada más
que conocer que el Techo del Mundo. Pero, ahi no había nacido
César Vallejo.
Y, conocí Haití y vi de cerca a los "zombiés"
-mitad hombres y mitad fantasmas-, como también los vi en Accra,
capital de Ghana, en el corazón del Africa, y ví cómo
en los barrios populares, los haitianos pobres se mataban por un pilón
de agua o una letrina: y ya no estaba Papa Doc, el presidente miserable
que hundió a la isla en la mayor pobreza del mundo. Y por extensión
pensé que ya nada me quedaba por conocer. Pero, una vez más,
me di cuenta que ahi no había nacido César Vallejo.
Y conocí, Sri Lanka, Colombo, su capital, al fondo de la India;
una isla como una lágrima desprendida del llanto del subcontinente.
Y conocí Dikwela donde los celaneses han levantado un Buda
que ellos creen que es el Buda más grande del mundo. Después,
conocí Leshan. Ahi, sí, los chinos de una dinastia perdida
en la leyenda, labró un Buda en una montaña. Les tomó
99 años de paciencia labrarla y ese sí es el Buda mas
grande del mundo: diez personas pueden pararse en la uña de
cualquiera de los dedos de sus pies. Entonces, dije, ahora sí,
ya no puede haber más, ahora si conozco todo el mundo. Pero,
ahi no había nacido César Vallejo.
Hasta que un día, hasta que un dia, que es el día de
hoy, conocí Santiago de Chuco, una ciudad que no es como Nueva
York ni como París ni como Roma ni como Hong Kong ni como Varsovia
ni como ninguna ciudad de ningún país del mundo, pero
es más que todas esas ciudades del mundo.
Santiago de Chuco es una ciudad, como siempre la imaginé, porque
tiene parte del cielo y de la tierra donde yo nací. Santiago
es una ciudad andina del Perú, de calles tortuosas y casas
con techos a dos aguas, con tejas rojas, y aroma exultante a eucaliptos
envanecidos y pacharosas modestas, con pájaros salvajes y Ritas
con el sabor andino a cañas del lugar; una ciudad de hombres
imantados de una singular fuerza telúrica, cargados de sabidurías
y éticas religiosas hasta en sus sombreros y sus ponchos.
Entonces, digo a los cuatro vientos que, ahora sí, ahora sí,
conozco todo el mundo, porque aquí, en Santiago de Chuco del
Perù, aquí en una de sus calles, en una de sus casas,
aquí nació uno de los poetas màs grandes del
mundo, de la lengua castellana, de Cervantes y del Mìo Cid;
en este rincòn naciò el Céar Vallejo, sí,
el poeta Cèsar Vallejo, el inmortal.
Santiago de Chuco, La Libertad (Perú), 2002.
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