Martín y Blanca Varela
No es difícil pero sí problemático diferenciar en la vida qué es mejor si el fondo o la forma de las cosas, como sucede con la tercera edición de Martín, esa revista que tampoco es revista sino un museo gráfico, itinerante, de pinturas al oleo o a la aguada; de cuadros del medioevo o folklóricos por los colores fuertes; y además, una selección de poesía privada aunque de carácter universal, y por eso, hermosa, sustantiva, a la vez que aterradora por las verdades existenciales que sugiere. Resulta que Martín, nuevamente viene a alborotarnos con su estridencia silenciosa de combinaciones restallantes, de figuras de ángeles cuando todavía tenían alas, o como arrancadas al Renacimiento o al espanto, veamos esa Torre de Babel que aparece acribillada, justo cuando están de moda las Torres Gemelas, pues, acaso sin imaginarlo, Jesús Ruiz Durand, sin imaginarlo, digo, en la página 13, consigna una muestra de las vísceras de esas torres después del castigo, una aproximación al desastre, a cómo podrían haber funcionado escaleras que ascendían hasta el piso 100, y los torreones y los puentes y unas cuchillas como dientes de cocodrilo y los metales y el fuego devorándolo todo, y todo lo horrible que puede haber significado el asalto y el festín del desastre. Y caballeros encasquetados como si fueron los que no asistieron al entierro del Conde de Orgaz, enfrentándose a los caballeros de las Cruzadas y, luego del enfrentamiento una cruz espantosa y un cadáver, ay, siguió muriendo, con sus costillas al rojo vivo, chorreando fuego, pobre, yo jamás había visto un cuadro semejante. Y el rostro de Blanca Varela multiplicándose, desvaiéndose, asustada pero serena, y entre el exordio y el final páginas donde personas en ejercicio de su voluntad intentan presentarla como se supone que es. Ella misma mira asombrada de no saber quién es, aunque a veces se quita olimpicamente y arma su propio desorden, lo cual parece martirizarla en vivo. Blanca Varela, como si hubiera inventado su propio cielo y su propio infierno, su propio caos, aunque luego cree en el orden porque entiende que si los astros no se ordenan el cosmos podría convertirse en un mercado de pulgas. "Yo he tratado incluso de ordenar mi dolor" se confiesa Blanca Varela. La breve biografía de la poeta insigne, como la mencionan los que saben que así se les debe nombrar a, quienes crean bellleza poética, tiene de confesión religiosa, de asombro, hasta de humor negro, de chiste. Es una declaración de principios y una revelación de lo que le gusta y de lo que no. De cómo vive y muere surrealistamente, que es muy diferente a como vivimos y morimos los que no lo somos, pobres de nosotros. Blanca Varela se festeja, se riñe, babea, puja, pugna, se enaltece, recuerda a su infancia en prosa y en verso bajo el cielo tan alto/ junto a las vacas ciegas/, al mar de todos los días, donde destruyó con brillantes piedras la casa de sus padres. Aderezo de recuerdos, por supuesto que entre ellos fulgura Sebastián que, como lo afirma ella misma, en San Marcos él "fue mi mejor amigo", quien le alumbró el camino de la poesía, le deslumbró el tránsito. Marco Martos la ensalza y rasga sus velámenes. "Sus confesiones deliberadamente falsas son sumamente intensas, pero al mismo tiempo, por su parquedad, por su cultivada sequedad, producen en poesía ese efecto de distanciamiento que anhelaba para la escena Bertold Brecht". José Rosas Ribeyro consigue que declare su temor a la muerte. "Mucha gente piensa que mi poesía es negativa. Yo no lo creo. Hay mucho valor positivo en vivir aun a sabiendas de que se va a morir". Que, atroz, Blanca Varela. ¿Cómo entonces, puedes pretender convencernos de que tú sabes no hacerte a un lado cada vez que sientes a la muerte. "Hay que vivir de una manera vital con la muerte", dices. Si lo crees así, deberías dictar un curso en 20 lecciones poéticas de cómo esperar a la muerte, igual que los árabes esperan a sus enemigos. En mi caso, yo sigo aferrado a la receta del sabio aquel que dijo: "Yo no le tengo miedo a la muerte, lo único que quiero es que cuando venga no me encuentre". Doris Morimasato te recuerda como a una mujer silenciosa o, por lo menos, productora de silencios: "Suave violencia del sueño/palabra escrita palabra borrada/palabra desterrada/voz arrojada del paraíso/catástrofe en el cielo de la página/hinchada de silencios". Cada cual te descubre un ángulo del prisma social que eres, Blanca Varela. Ima Salazar escarba en un hoyo con afán que parecería irreverente pero que no lo es: "El lenguaje se convierte en Varela en algo sospechoso, tanto más cuánto que no puede librarse de las implicaciones ideológicas propias al espacio social y cutural al que pertenece y al que se inscribe". Por supuesto que se esta refiriendo a los "Valses y otras falsas confesiones". Nada más humanamente desgarrador que el "Vals del Angelus" al que se refiere en un aparte, Marco Martos: "Ve lo que has hecho de mi, la santa más pobre del/ museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la/de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo/. Ve lo que has hecho de mi, la madre que devora a sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda/ la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los/días del año". Que fragmento tan atroz. Olga Muñoz Carrasco aborda el tema del orden de las cosas que Blanca Varela ironiza desde cuando Dios dijo: hágase la luz y la luz fue hecha hasta nuestros días cuando el Dios del Mal dijo: derrúmbese a las Torres Gemelas y éstas fueran derrumbadas por la ira y el fuego. Descripción ajustada dice Olga- en principio a la práctica poética aunque gracias al modo en que se presenta la actividad creadora, podría resultar igualmente válida para cualquier otro campo artístico". Ilustrada por rostros de la pulcra, joven silenciosa, Blanca Varela de ayer y de hoy, convertidos en micras, Modesta Suárez recuerda que en "Clarooscuro", más allá de la importancia de la temporalidad vuelve la especializaciòn de una vida que está como socavada por la vitalidad de la muerte y acorralada por ella. La imagen se repetirá en "Escena final", reza: "Soy la isla que avanza sostenida por la muerte/ o una ciudad ferozmente cercada por la vida", donde el adverbio cobra mucho más ferocidad que si fuera el adjetivo para el que fue creado. Bethsabé Humán Andía hace bien en traer al texto el rostro amable de Octavio Paz, amigo indefinible de Blanca Varela. "La calidad de su poesía dice refiriéndose a la poeta- es la principal razón indiscutible de su reconocmiento; sin embargo, existe también otro elemento que nos parece decisivo, el prólogo que escribiera (yo prefiero escribió) Octavio Paz a su primer libro. Las palabras de Paz dieron luces sobre la poesía de Varela resaltando tempranamente sus cualidades". Entonces, Octavio Paz además de escritor, de filósofo, de humanista, fue un experto zahorí, un augur mexicano, un Nostradamus universal. David Sobrevilla irrumpe con un ensayo linguístico, una vivisección de la voz poética de Blanca Varela; hasta dónde es posible juzgar las estructuras de sus frases, el papel que juegan las partes de la oración en esas estructuras: "...del abismo que arroja al aire esta última flor", donde el sujeto parece ser aquí "esta última flor", pero eso es imposible, porque como arrojar es un verbo transitivo, si hiciéramos de esta ultima flor el sujeto, a la frase le faltaria el complemento directo"; excelente disquisición gramatical Total, el tercer número de Martín, revista de arte y letras de la Universidad San Martín de Porres se convierte nuevamente en algo alborotador, incunable para la biblioteca editorial de nuestro pobre país, en donde a esta hora, todos andamos por las patas de los caballos. Excelente homenaje gráfico y textual a Blanca Varela, reconocida como una de las más ilustres poetas de nuestro tiempo ( la forma castellana y el fondo universal). Y en cuanto a la revista, ¿habrá en Latinoamérica, para no ir muy lejos, una revista semejante a Martín?. Pregunta al viento mientras se gesta una nueva edición, otro milagro del santo Martín de Porras, de tanta popularidad entre los perros, los pericotes y los gatos coloniales y ahora entre todos los cristianos del mundo, y, claro, patrón de la Universidad asupiciadora de este milagro. |