Beu Ribé

Ahora, le pido a Su Ilustrísima permiso para irme y dejar a los reverendos escribanos y este cuarto que una vez fue de la Casa de Canto. No es porque esté cansado de hablar o porque haya dicho todo lo que tenía que decir, o porque creo que estén cansados de escucharme hablar. Le pido permiso para irme, porque anoche cuando llegué a mi choza y me senté junto al catre de mi esposa, sucedió algo increíble. ¡Luna que Espera me dijo que me amaba! Ella me dijo que me quería, que siempre lo había hecho y que aun me amaba. Como Beu jamás ha dicho tal cosa en su vida, creo que tal vez se está acercando el final de su larga agonía y que debo estar con ella cuando llegue. Por muy desunidos que hayamos estado ahora sólo nos tenemos a nosotros... Anoche Beu me dijo que me amó desde el momento en que nos conocimos, hace mucho en Tecuantépec, en los días de nuestra adorada juventud. Pero que me había perdido la primera vez y me perdió para siempre, me dijo, cuando decidí ir a buscar el colorante púrpura, cuando ella y su hermana Zyanya escogieron las pajitas para ver cual de las dos me acompañaría. Fue entonces, me dijo, cuando me perdió, pero nunca dejó de quererme y nunca encontró a otro hombre que pudiera amar.

Cuando anoche hizo esa sorprendente revelación, un mal pensamiento cruzó por mi mente. Pensé: "Si hubieras sido tu Beu, quien hubiera ido conmigo, quien se hubiera casado conmigo después, entonces hubiera sido Zyanya la que ahora estaría conmigo". Pero ese pensamiento fue borrado por otro: "¿Hubiera deseado que Zyanya sufriera como has sufrido tu, Beu?" Y me compadecí de esos pobres restos que yacían allí, diciéndome que me amaba y me lo decía tan triste que traté de que la situación fuera un poco más ligera, así es que le comenté que ella siempre había escogido una forma muy extraña de manifestarme su cariño y le conté como la había visto entretenida con el arte de la magia, haciendo una imagen mía del lodo como lo hacen las brujas cuando quieren hacerle daño a algún hombre. Beu me dijo, y parecía más triste todavía, que la había hecho sin intención de dañarme, que había esperado durante mucho tiempo y en vano a que compartiéramos el mismo lecho; que había hecho esa imagen para dormir con ella y así encantarme para que llegara a amarla.

Entonces me senté junto a su catre, silencioso y reflexioné sobre muchas cosas pasadas y me di cuenta de lo poco observador y distraído que había sido, durante los años que Beu y yo llevábamos compartiendo; he sido más inválido y más ciego de lo que está Beu en este momento, en su total ceguera. No es la mujer quien debe decir al hombre que lo ama y Beu siempre había respetado esa inhibición tradicional; jamás lo dijo y escondió sus sentimientos bajo una actitud impertinente que yo obstinadamente había considerado burlona y con gazmoñería.

Sólo unas pocas veces había hecho a un lado su restricción de gran señora; ahora recuerdo una ocasión en que me dijo anhelante: "Siempre me he preguntado por qué se me habrá llamado Luna que Espera", y ni siquiera en esos momentos pude reconocer lo que pasaba por ella o me rehusé a ello, cuando todo lo que hubiera tenido que hacer era haberla tomado entre mis brazos… Es cierto, yo amaba a Zyanya y hubiera seguido amándola y siempre lo seguiré haciendo, pero eso no hubiera disminuido aunque hubiera amado también a Beu.

¡Ayya, los años que he desperdiciado! De los que yo mismo me he privado, pues no puedo culpar a nadie más. Y lo que más lacera mi corazón es la forma tan desagradable en que también privé de esos años a Luna que Espera, quien había esperado durante tanto tiempo, hasta ahora que ya es demasiado tarde para salvar todavía el último momento de todos esos años perdidos. Si pudiera se los repondría de alguna forma, pero no puedo.

Anoche la hubiera tomado entre mis brazos, yacido junto a ella y le hubiera hecho el acto del amor. Quizás yo lo hubiera podido hacer, per lo que queda de Beu no puede ya hacerlo. Así que hice la única cosa posible, que fue hablar y lo hice honestamente diciendo: "Beu, mi querida esposa, yo también te amo".

Ella no pudo contestar, porque se le salieron las lágrimas y ahogaron la poca voz que le quedaba, pero puso su mano sobre la mía. La apreté tiernamente y permanecí allí sentado sosteniéndosela y hubiera entrelazado mis dedos con los suyos, pero no puede ni siquiera hacer eso, pues ya no tiene dedos. Como ya habrán adivinado, mis señores, la causa de su larga agonía ha sido El Ser Comido Por Los Dioses y como ya les he descrito los efectos de esa enfermedad, preferiría no decirles lo que no se han comido los dioses de esa mujer, que en un tiempo fue tan bella como Zyanya. Sólo me senté a su lado y así permanecimos en silencio.

No sé que estaría pensando ella, pero yo recordaba los años que habíamos vivido juntos, sin estar juntos nunca y todo lo que había desperdiciado en esos años; nos habíamos desperdiciado el uno al otro y habíamos desperdiciado el amor, que es el desperdicio más imperdonable. Amor y tiempo son las únicas cosas en el mundo que no se pueden comprar, sólo gastar. Anoche, Beu y yo por fin nos declaramos nuestro amor… pero tan tarde, demasiado tarde. 1