A mediados de Noviembre de 1987, se estaban disputando en nuestro colegio las Olimpiadas Octubrinas, las cuales se realizaban después de dos años (¿Qué pasó en 1986?). Los deportes que se autorizaron aquel año fueron, principalmente, Basketbol (masculino y femenino), Voleibol Femenino... y Futbol Masculino. Este último tuvo una historia que quizás ya nadie recuerda, y que tal vez a más de uno sorprendería... Estábamos en la primera etapa del campeonato, en la cual jugabamos los tres quintos todos contra todos, y a una sola rueda. El primer partido, entre el A y el C, había quedado 3-1 a favor de los segundos. A la semana siguiente se disputó el segundo partido, entre el A y el B, que terminó suspendido a la mitad del segundo tiempo por falta de garantías (el Teacher Tan vio el conato de bronca que se armó cuando el partido nos lo empató el A, y nos mandó a cambiarnos). El marcador quedó 3-3, y nuestras posibilidades de clasificar a la siguiente ronda eran remotísimas... Por fin, llegó el siguiente sábado, y con él la disputa del último partido del grupo. Si ganábamos, seríamos campeones, y disputábamos la final con el mejor equipo de cuarto de secundaria. Si perdiamos, quedabamos eliminados. Y si éramos segundos, luchábamos por el tercer lugar contra el segundo mejor de Cuarto. ¿Cómo llegábamos a esta última instancia?; facil, si empatábamos, o si perdíamos este último partido por un gol de diferencia... Era casi mediodía, y el camerín estaba prácticamente reventando de gente. Todos los que íbamos a jugar estábamos allí reunidos, entre zapatillas, medias, shorts, y todo aquello necesario para el partido crucial. Contra lo que me esperaba, el ambiente era de bastante camaradería, y las bromas de una y otra parte no se hacían esperar. Es así como, de pronto, Percy Rivas se dirige a Aldo Chinén, y le dice: Ya pues, ¿como és?.... Todos seguíamos cambiándonos, sin entender lo que se decían entre ellos. ¡Gánennos sólo por un gol pués, no se pasen!. Aldo sonrió levemente, y miró a Luis Morales, quien se encontraba a su lado. Luego de esto, la gente salió a la cancha, y lo ocurrido en el camerín parecía quedar en el olvido... Comienza el partido... y gol del C. 1-0. Mal presagio, me dije yo, más aún cuando años antes había sido parte del C, y sabía muy bien como jugaban (nunca habían perdido un partido durante los 5 años de nuestra secundaria). Tres minutos después, Aldo Chinén anota el segundo. 2-0. La masacre parecía inminente. De pronto, mientras nos pasaban la pelota para reiniciar el juego, Aldo regresa a su cancha, y muy suelto de huesos nos dijo ¡Bueno, ahora depende de ustedes hacernos un gol!. Yo no lo podía creer. ¡Estábamos arreglando el partido!. Aunque no totalmente, pués de nosotros dependía anotar aquel bendito gol. Se reinicia el juego, y luego de muchos minutos de lucha intensa, se da el milagro... ¡goooooool!. 2-1. Estábamos clasificando a la siguiente ronda. Y así, el primer tiempo concluyó... En el intermedio casi no se dijo nada. Todo nuestro equipo, integrado por Angel Llap en el arco; Erwin Zarria, Walter Bernabé y David Hayashida en la defensa; Elmer Sam y Antonio Bardales en el mediocampo; y Andrés Ticerán con Percy Rivas en la delantera; estábamos reunidos junto al caño cercano a la cancha, desde el cual regaban el terreno durante la semana. La clásica refrescada con el agua fría no se hacía esperar sobre nuestras cabezas, y mientras esto sucedía, yo me dejaba llevar por cierto entusiasmo que nunca antes había sentido. ¿Saben?, era mi segundo partido oficial en 5 años de secundaria, pues en el C nunca había tenido un lugar en el equipo. Y, valgan verdades, de no ser porqué en nuestro salón éramos solo nueve aficionados al futbol, aquí tampoco hubiera podido jugar. Y noten que digo nueve, pues a pesar de que solo ocho podían jugar por cada equipo, Jaime Pun, el delantero estrella de la escuadra, llegó tarde a aquel partido, e ingresó al campo cuando todos estaban distraidos (menos yo, que no dije nada, para que no me sacaran). Así pués, Dios me daba una mano, y podía intentar cierta esperada revancha... Se reinicia el juego. Casi de inmediato Aldo Chinén se interna en nuestra área y... bueno, ya no recuerdo quien fue el gracioso que metió la manazo dentro de la zona prohibida. Penal. La barra del C estaba feliz, sobre todo porque ahora sabían que Victor Ríos podría cumplir su promesa de hacer un gol. Este se para frente al arco defendido por Angel Llap, mientras yo miro al piso y ruego que el balón no ingrese. Pero es inutil. El pitazo se da, y el grito de gol envuelve nuevamente a la barra acostumbrada a ver solo triunfos de su escuadra. 3-1. Mientras todos retomamos nuestras ubicaciones, Aldo y compañía nos vuelven a mirar, pero ya no nos dicen nada... Se reinicia el partido, y ellos nuevamente se repliegan, limitándose a sacar las pelotas de su área, y dejar que esta se pierda en nuestro terreno. Pero no nos desesperamos. Sabemos que la posibilidad está allí, frente a nosotros. Así pués, pugnando y pugnando, logramos marcar nuestro segundo gol. 3-2. Casi de inmediato llegó el 4-2. Y luego el 4-3. Nosotros estábamos cada vez más enchufados en el partido, y al C le costaba cada vez más acercarse a nuestra área. Aún así, aquel equipo con Gabriel Ramón en el arco; Victor Ríos, Lucio Yen y Pablo Kohatsu en la defensa; Miguel Cavero y Jorge Salverredy en el mediocampo; y Luis Morales con Aldo Chinén en la delantera, logró conseguir su quinto gol. 5-3. Pero no nos amilanamos. Seguimos porfiando y, por fin, llegó el 5-4. Quedaban poquísimos minutos, y los del C ya estaban aburridos del jueguito. Era eso, o es que se cansaron, pues de ahí en adelante solo hubo un equipo en la cancha... el nuestro. La presión sobre el C se volvió frenética. Sentiamos la sangre que recorría nuestro cuerpo rápidamente, oxigenando nuestro organismo sin cesar, mientras la adrenalina parecía salirse de control. En una de esas, salgo de mi sector defensivo, y logro interceptar un pase que iba hacia Miguel Cavero. ¡Qué haces!, ¡Páralo, oye!, le gritan los de su equipo, y mientras enrrumbo frente al arco, escucho que Miguel les dice No... déjalo. No sé si fue por cortesía por todos aquellos años frustrados, o por desidia, o simplemente por falta de fe en lo que pudiera hacer con la pelota, pero lo cierto es que Miguel Cavero me dejó el camino abierto para enrrumbar al arco de su equipo. Así pués, me acerqué raudamente a la zona crucial, entrando por la derecha. No habían muchos espacios, por el repliegue que el C mantenía, así que levanté la mirada, miré hacia el ángulo superior derecho del arco defendido por Gabriel Ramón, y sin pensarlo dos veces, disparé... El balón siguió el curso establecido, pero a rastrón. No podía creerlo. Estaba molesto. La pelota casi ni se elevó, pero seguía rumbo el arco. Y, no se como, pero nadie logró interceptar ese disparo; pasó entre más de una docena de piernas, y nunca encontró resistencia. La pelota iba sola, ante la desesperación de la gente del C, y el ímpetu de la gente del B, mi equipo. Por fin, la pelota pasa frente a Antonio Bardales, y este no alcanza a tocar la pelota, que se pierde cerca al poste derecho del arco del C. Miro a Toño, y le recrimino cierta falta de decisión para añadir el puntillazo final. El sonríe y me pide disculpas, mientras yo regreso a mi posición aplaudido por mi gente. La revancha, ciertamente, me la había tomado. Pero el partido no había concluido. Otro contraataque por la izquierda culmina con un tiro de Percy Rivas al Horizontal del arco del C, quienes no lo podían creer. Aldo Chinén nos mira una vez más, y nos dice: ¡Ya no se pasen!, ¡Ese no era el trato!. Pero nosotros ya no creiamos en nadie. Aún así, el tiempo no dió para más, y uno de los encuentros más vibrantes que he visto en mi vida, culminó, con el marcador final de 5-4. Así pués, ante la molesta resignación de la gente del A, logramos clasificar a la siguiente ronda y, aunque nosotros perdimos luego aquel horroroso partido con el Cuarto C, por 4-3, lo cierto es que ya nadie nos pudo quitar el gusto de haberle hecho la gran pelea al mejor equipo de nuestra generación... a pesar de que en su partido final-final, el último de su grandiosa historia escolar, fueran catastróficamente goleados 5-1, por el cuarto B de secundaria. Y es que, amigos míos, así es el Futbol...
|