Juegos de envite
Muchos recordarán el reglamento disciplinario que nuestras aulas tenían pegadas en una pequeña pizarra al lado de la entrada. En ella podíamos leer "menos 5 puntos por faltar el respeto", "menos 3 puntos por no haberse cortado el cabello", "mas 5 puntos por ser delegado del salón", y muchas cosas más. Pero había un punto muy curioso que decía "menos 10 puntos por participar en Juegos de Envite". ¿Que diablos significará "envite"?, nos preguntábamos todos. Y nadie nos dió nunca una respuesta satisfactoria. Tiempo después, ya casi a finales de año, la gente andaba relajada luego de haber superado los tediosos exámenes del cuarto bimestre. Los profesores casi no acudían al aula por terminar con sus registros, y esto era muy bien aprovechado por nosotros para hacer cualquier cosa con tal de pasar el tiempo. Por allí un día una de las chicas trajo un juego de naipes, y se formó un ambiente "timbero" realmente impresionante. La lucha por ganar alguno de los juegos era realmente a muerte. Tal era el entusiasmo que olvidamos por completo la vigilancia de la entrada, lo cual era vital para que no nos "ampayaran" en pleno relajo. De pronto, alguien creyó ver por una de las ventanas una sombra sospechosa que bajaba por las escaleras de la Sala de Profesores (que por entonces se encontraba al frente de la cancha de futbol, sobre lo que luego fue el primer salón de cómputo). Al ver que nada pasaba, la gente siguió entregada a su distracción... Segundos después la puerta del aula se abrió bruscamente, y una silueta temida y muy bien conocida por todos nosotros ingresó al salón presurosamente y diciendo "¡a-jaaaaaa!". ¡Era Don Juan!. Con una sonrisa de oreja a oreja comenzó a juntar todos los naipes que iban apareciendo de uno en uno por todos lados (la mayoría había tratado de esconderlos apresuradamente, inclusive lanzándolos por el primer lugar que se les ocurría), mientras decía "creyeron que me la iban a hacer, ¿eh?". Luego de anotar en el parte disciplinario a casi la mitad del salón, y de agregar el correspondiente código del reglamento de disciplina, dejó el salón. La gente corrió presurosa a ver quienes habían sido los "premiados" con la anotación en el parte, y de inmediato identificaron el recordado código "E5". Aquel día, por fin, supimos que diablos significaba "participar en juegos de envite"...
Cierta mañana de 1986, durante el habitual primer recreo, alguien recordó por allí que minutos después tendríamos un complicado examen de Biología. Para variar, mucha gente se puso las pilas a última hora, y empezo a "prepararse" para la evaluación (se entiende, ¿verdad?). Por esa época yo me había vuelto un poco más responsable en materia de estudios, así que no acostumbraba "prepararme" a las finales. Sin embargo, recuerdo bien que aquel examen involucraba términos como "metatarso" y cosas por el estilo, los cuales no eran muy fáciles de recordar. El nerviosismo se apoderó de mí, y me uní a la cantidad de gente que sacrificaba su recreo de diez minutos para llenar la carpeta de cuantos datos fuera posible. Cabe resaltar que yo era muy malo copiando, tanto así que ni sabía cómo y qué escribir en los diversos recovecos del pupitre. De pronto sonó el timbre, y cuando aún andaba por la mitad de mi "preparación", la profesora de Biología llegó al aula. La sangre fría de muchos permitía no darle mayor importancia al asunto, así que yo también me contagié de ese espíritu desenfadado. De pronto, la profesora se me acerca (estaba sentado en la primera carpeta delante del aula), y cuando empezaba a pensar en mil y un excusas me dice: "Zarria... ¿podrías por favor traerme la cartera que olvidé en la Secretaría?"... ¡Ufff!. Salí casi de inmediato, con la adrenalina fluyendo por mi cuerpo a raudales. Un minuto después ya estaba en la recordada Secretaría, donde sin mayores inconvenientes pude recoger el bendito bolso. Para esto yo andaba rezando mentalmente "que no revise mi carpeta... ¡que no revise mi carpeta!". El camino de regreso fue aún más raudo, facilitado por la poca cantidad de gente que había en el patio (la mayoría ya estaba nuevamente en clase). Me encontraba a pocos metros de mi aula (ubicada en el centro del primer piso del Pabellón Confucio) cuando de pronto escucho un fuerte silbato y a alguien que grita desesperadamente "¡Hey, ¿qué hace?!... ¡¡¡Deténgase!!!". Por si acaso me animo a mirar hacia atrás, y sorprendido me doy cuenta que... ¡era a mí al que llamaban!. Con el corazón en la mano (siempre por el asunto de la carpeta) me acerco hacia quien me llamaba, quien no era otro que el Sr. Cam (la mano derecha del profesor Tenorio por aquellos días). Por fin, cara a cara, me dice: "Y usted... ¿¿¿qué hace con esa cartera???". Ya se imaginaran todo lo que le estaba diciendo mentalmente en ese momento... "La profesora de Biología me pidió que se la lleve", alcancé a balbucear. Tres veces tuve que repetírselo para que al fin me dejara ir. Al llegar al salón todo el mundo se me acercó para preguntarme por el incidente, el cual fue un buen motivo de charla por algunos minutos. En ese instante de desorden pude preguntarle a Gisselle Siu (mi compañera de carpeta) si la profe había revisado mi pupitre, y me dijo que no. Trate de completar la "preparación", pero mis manos no paraban de temblar (recuerden lo de la adrenalina). Finalmente, luego de limpiar todo lo que había "preparado", tuve que dar el examen sin ayuda... aprobándolo sin contratiempos. Al parecer, por increible que parezca, me aprendí todo debido a la tensión originada por Mister Cam, quien demostró ser muy ingenuo con aquel asunto de la cartera. Porque, si yo o cualquier otro hubiera querido "robarse" la cartera, ¿creen que lo hubiera hecho a plena luz del día y, más aún, con una buena formación disciplinaria de casi diez años a cuestas?. Aaaaaa-yaaa-yay... En fin, de todas formas quiera Dios que sigan existiendo personas como él. Así, tal vez, muchos aprobarán exámenes más seguido...
Clase de matemática, luego de la hora de almuerzo... ¡Que aburrido!. Nuestra profesora: María Chang. Aquella tarde se le ocurrió resolver un ejercicio en la pizarra y, ¡Oh, maravilla!, la bendita solución no aparecía. La Sra. Chang no lo llegó a pedir, pero Jorge Lam, Manuel Lau y Gabriel Ramón (los "craneos" de la clase) se animaron a acercarse para ayudarla. Las discusiones iban y venían, mientras el salón iba olvidando el asunto y se entregaba a la siempre bien enterada charla. Por fin, luego de casi una hora de "clase", sonó el timbre del último recreo. La Sra. Chang no se rendía, pero la gente igual ya estaba en el patio liberando tensiones. Por fin, la recordada profesora atinó a decir "para la próxima clase traigo la solución" y se retiró hacia su escritorio para recoger sus cosas. En medio de todo el desorden que aún existía frente al salón apareció el siempre ocurrente Omar Núñez, quien se detuvo unos instantes frente al pizarrón lleno de operaciones aritméticas, como analizando el problema. Varios más continuaban en la labor, hasta que de pronto Omar saltó, cogió una tiza, encerró todo entre paréntesis, dibujó un cero en la esquina superior derecha y dijo: "la respuesta es 1"... Las carcajadas no se hicieron esperar, mientras la Sra. Chang salía presurosa sin darle importancia aparente al asunto. Nunca nos trajo la solución real...
Durante las clases de Educación Física los salones solían quedar vacíos. Ni siquiera los enfermos podían quedarse al interior por reglamento. Siempre fue así durante todos nuestros años de estudio. Sin embargo, una tarde llegamos al aula y encontramos a varias chicas recogiendo algunas hojas del tacho de basura. En medio de todas ellas estaba Diana Mejía, quien no entendía nada de lo que pasaba. Su cuaderno había aparecido destrozado sin razón aparente. Dos semanas después pasó lo mismo con otro cuaderno, y entre lágrimas se fue a quejar a las autoridades del Plantel. Dos semanas después ocurrió lo mismo con un nuevo cuaderno, y nadie encontraba una explicación a lo sucedido. Finalmente, Diana dejó el colegio, y nunca supimos quien fue el responsable de tremenda ofensa. El misterio continua hasta nuestros días...
Cierta mañana ingresa a nuestra aula el recordado profesor Santiago Ugarte (popularmente conocido como "gansito", por el logotipo de un chocolate de la época), "colorado" seguramente por alguna molestia mañanera. Nosotros sabiamos perfectamente que cuando él andaba con esos ánimos no podíamos cometer la más mínima falta porque sino... El hombre comenzó con su clase, y la gente estaba recontra perdida o distraida (para variar). El profe Ugarte se daba cuenta de esto perfectamente, y cada que podía aprovechaba para mandarnos un sermón de padre y señor mío. Explicaba las cosas una y otra vez, pero la gente igual estaba en nada. De pronto llegó el momento de hablar sobre el Río Nilo y sus márgenes... y nada. Al parecer todos estábamos "de más" aquella mañana. El profe ya no sabía que hacer, así que se animó a coger una tiza y dijo "¡miren!, esto es el Río Nilo, ¿ok?", y dibujó una línea recta vertical; "y estas son sus márgenes", encerrando entre dos inmensos paréntesis la misma línea recta vertical. De inmediato la gente estalló en carcajadas, y el pobre del Sr. Ugarte no entendía nada. Lita Martell, haciendo una pausa en medio de todo el jolgorio, le hizo ver que su gráfica había resultado en un inmenso TRASERO. El hombre retrocedió ligeramente, miró lo que había dibujado, y no le quedó otra que unirse a las carcajadas...
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