LA  SEÑORA




"¿Anita?  !Mira a Chiqui!"  le dije.  Anita era mi hermana, un poco más de un año mayor que yo y, ya la gallinita con polluelos que sería con sus propios hijos, estaba encargada miserablemente del pequeño terror, por no decir demonio, que era mi hermano menor, Chiquitín.  Este elemento, que todavía se desliza por las insospechas calles de los nuevayores, comenzó desde que salió del vientre a dejar sus huellas en el mundo pues sencillamente asustó tanto al doctor que el pobre operó a mami para que no diera a luz otro engendro semejante que perturbara al mundo como ahora estaba perturbando la paciencia de su niñera, Ana Cristina.  Era el cinco de abril del 1959, poco antes de mi séptimo cumpleaños, y yo estaba en mi gloria.  La maestra del primer grado, que usualmente se frustraba conmigo, pues si mi hermano se las inventaba para hacerle la vida imposible a todos con sus actos, hechos, intentos y travesuras, yo hacía preguntas sobre la pregunta de la pregunta, había hablado ese día sobre lo que era un monaguillo. Esto me fascinaba y venía yo hablándole a mi hermana de lo mismo, indicándole que yo iba a ser "ulter boi" pues todavía no dominaba yo el inglés.  De la escuela a casa eran tres cuadras y desde que salí estaba hablando yo de lo mismo cuando de repente Chiqui trató de tirarse a la calle.  Por eso mi grito.

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La reacción de Ani fue agarrar al contrallao muchacho de la mano y cruzamos cerca de nuestra cuadra, la calle Schemerhorn, al son de mi prédica sobre los monaguillos y la misa (a la cual había asistido bien poco pues mis padres aún no hablaban inglés), cuando el engendro aquel de repente se safó de la mano de Anita y corrió a la vía cuando una Señora lo agarro y lo tomó en sus brazos sonriéndose con nosotros.  Para mi era anciana, aunque ahora se que tenía sólo 54 años. ¿Cómo describirla?  Pues, era trigueña, obviamente descendiente de sus antepasados esclavos, bajita, gordita, un verdadero tipo o aspecto de abuela tenía ella, incluso al hablar.  Sus facciones y piel negroides estaban envueltos en un traje floral azul marino pero no llevaba ni cartera ni sombrilla ni sombrero.  Sus ojos eran penetrantes, brillando como luceros que reían y amaban y calentaban mis adentros con un cariño indescriptible.  Su pelo era largo, alambra'o, pero no de "pasas" como decimos en mi país al pelo negroide: sino rizo.

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La Señora agarró a la causa de nuestras penas y sustos y caminó con él en sus brazos hacia nosotros diciendo "Este debe ser el chiquitín." y acompañándonos en la cera lo besó y lo soltó.  El niño más que travieso, se escondió detrás de Anita mientras la Señora nos besó y me abrazó con las lágrimas que comenzaban a deslizarse de sus ojos, mojando mi carita.  Anita y yo nos mirabamos como si nos preguntáramos ¿quién sería la doña?, mientras la Señora comenzó a decirnos que nos amaba, que nos portáramos bien, que le dijéramos a Che que ella lo quería. En ese momento, otra Doña, un poco despegada de nosotros hacía la otra esquina de la cuadra, hizo señas a la Señora, la cual nos miró de nuevo echándonos la bendición y pausando por sólo un instante antes de decir "Y díganle a Rosín que dije 'Dios te bendiga' a ella también, no se les olvide, que Dios la bendiga", comenzó a caminar hacia la otra Doña, llorando sin sollozos, con los ojos brillando.

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Anita y yo nos miramos y luego a Chiqui que estaba aterrorizado y tomamos nuestros bultos del suelo y miramos hacia la otra esquina de la cuadra.  La Señora no estaba.  Ni se veía a la otra Doña.  Era una cuadra bastante larguita, no se había oído abrir ningún portón, ningún carro había pasado, ninguna puerta había cerrado, sin embargo, la Señora no estaba.  Los vellos de mi cuello se erizaron y, con Ani y Chiqui comencé a correr y no paramos hasta llegar al 25 donde vivíamos en el apartamento del primer piso, gritando y llamando a mami.  De repente, mami nos regaño con su voz suave para que nos calláramos pues allí estaba papi sentado en una silla (¡Papi no estaba trabajando!) y ¡Llorando!  Nos callamos enseguida y mientras fui a poner mi bultito en su lugar escuché a mami decirle a Ani que papi tenía que ir a Puerto Rico, que su mamá había muerto.  En su mano papi tenía algo y lo puso en su falda para soplarse la nariz cuando note que era una fotografía.  Sí, era la fotografía de su madre...  la fotografía de la misma Señora que pocos minutos antes me había besado y hablado...  la de la abuela que había muerto ese mismo día en Puerto Rico pero que había venido a los nuevayores paseándose por las calles de Brúclin para ver a sus nietos y para echarle la bendición a su yerna...

Waveline


Ani y yo, aún en ese entonces conspiradores en todo, nos miramos obviamente pensando lo mismo.  Chíqui no recuerda aquella experiencia aunque tenía ya seis años, pero yo sí.  Anita sí.  Es interesante, recuerdo el sol de aquel día, el deleite de la brisa primaveral, recuerdo a Ani peinando una muñeca que casi no tenía pelo, recuerdo a la Señora, a Güeli, la cual quería asegurarle a mi madre que ella le echaba su bendición.

Waveline


¿Has oído de Santo Tomás, verdad?  Pues así soy yo, ni en los clavos de la cruz creo si no veo, si no palpo, si no lo vivo yo.  Sin embargo, yo, que le temo hasta a mi propia sombra y que se ha sabido que una cucarachita me reduce a un inútil, berriando como una parturenta, tengo que admitir que Ani y Chíqui y yo experimentamos algo aquel día que desconocemos aunque güeli nos conoció, aunque güeli nos besó, aunque güeli nos bendijo antes de caminar por aquella calle y desaparecer diciendo: "Y díganle a Rosín que dije 'Dios te bendiga' a ella también, no se les olvide, que Dios la bendiga"...

Waveline


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