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MAMITA BERTA:
LA TIA ABUELA QUE PERDI


Estaba yo en el aereopuerto de Isla Verde esperando la avioneta para Culebra cuando me llegó la llamada: Mamita acababa de morir. Era la una y diez de la tarde y el vuelo era a las "y media", por lo cual decidí continuar con mi regreso a la islita parroquia para buscar lo necesario: un libro de exequias para el reponso, ropa y algún libro para leer durante la larga noche que me esperaba. En menos de una semana estaría celebrando Semana Santa pero era aún el diez de abril del 1984 y esa misma mañana había llegado a San Juan en una avioneta, desde Culebra, para ver a mi abuela. Si, se que ahora dije "abuela" y que en el título dije "tía abuela". Y es que este es un cuento inverosímil....

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Era el 1937 y mi abuela, Ana OLIVERAS CLAS, a pesar de que decaía en su condición, vivía enamorada de mi abuelo, Angel PABON OTERO. Por varios años había sufrido de un tumor cerebral y ya no podía consigo mismo, no, y ni si quiera la silla de rueda, compañera de tanto tiempo en su convalescencia, la animaba a salir de su cama para cuidar y atender a su familia. Había sido una mujer relativamente alta y bella, con ojos claros, amada locamente por mi abuelo, Angel, hombre de pequeña estatura, un "taponsito" como yo. Ana había perdido un hijo, Luis Angel, nacido en Ciales el 14 de septiembre 1925, a la tuberculosis en algún momento antes de mudarse la familia a Vega Baja, pues al pueblo de algunos de los antepasados de ambos llegó la pareja con otro niño, Angel Antonio, nacido en el 1927, destinado a morir también de infante a los cinco años el 29 de marzo del 1933. Allí en Vega Baja le nacerían dos hijas, Rosa María y Alicia, y allí se enfermaría de tal forma que nunca pudo disfrutar de su familia como quiso. Ana, presintiendo en aquellas navidades del 37-38, en plena depresión mundial, la cercanía de la muerte, habló con su cuñada y amiga, Alberta PABON OTERO, y le encomendó la crianza de sus dos hijas, pero sobreviviendo ese tiempo familiar no fue hasta fines de enero que se hizo obvio el lento desgaste final de la joven madre y esposa.

Por su parte, Angel estaba como loco, no podía consigo mismo y como, por una de esas cosas de la vida, nunca se había casado con Ana, fue a donde el párroco de Vega Baja y le habló de Ana, de su cercana muerte, de casarse con ella antes de que muriera.... El sacerdote fue sin demora alguna y el 29 de enero del 1938, casó a Angel y a Ana, "in articulos mortis", consumando religiosamente lo que hasta ese momento no se había realizado civilmente, dándole a la familia una gran alegría. Sin embargo. la alegría de Ana fue apaciguándose lentamente y menos de una semana después, el 5 de febrero del 1938, moriría, el espectro de la mujer que había sido. Angel enloquecía lentamente, había perdido a Luis Angel, luego a Angel Antonio y ahora a su único amor, quedando solamente las niñas, y él sólo sencillamente no podía con ellas, no podía. Así en plena depresión continuaron las cosas por poco mas de un año.

Alberta tenía cuatro hijas, prima hermanas de Rosín y de Ali, y ahora tenía el encargo y la carga de terminar de criar a las seis con la ayuda de otro hermano, Manuel de Jesús, conocido por todos como Tana, el cual era estricto y hasta duro, feróz en su celo y amor por sus seis hijas de crianza, ¿quién no lo sería con aquellas seis? Pero ese es otro cuento. No fue fácil la tarea de Berta, no: ¿De dónde sacar comida para tantos en plena depresión? ¿Qué hacer con Angel, el cual se descuidaba de todo má y más? Esta preocupación por alimentar a sus hijas y por la situación de su hermano, mi abuelo, la trastornaban. Lo sé bien. Como yo soy sacerdote, Mamita confiaba muchas cosas de su vida a mi silencio. Puedo dar un ejemplo sin romper la confidencialidad. Durante esa época tan difícil, las líneas para recibir comida del gobierno se hacían cada vez mas largas y cada vez daban menos. Mamita, sentada en su mesedora, me preguntó un día después de largo tiempo en silencio si el hecho de que muchas veces le daba a la mayor, Isabel, lo que le habían otorgado y se montaba en fila de nuevo para recibir otro paquete era pecado. "¿No le preguntaban nada?" respondí, esperando entender mejor. Y me dijo que cuando le preguntaban si ya había recibido algo respondía "Seré yo loca." o "¿Qué les pasa a ustedes?" asustadísima, pues algo tenía que hacer para alimentarlas....

Por su parte, abuelo Angel dejó de ser él mismo y casi catorce meses después de su más grande perdida fue llamándo uno a uno, a sus hijas y familiares, y comenzó lo que solamente puede llamarse una despedida. Al terminar, el 26 de marzo del 1939, se fue a solas para cumplir con sus planes: se tomó verde de paris y cuando lo llevaron al hospital para vaciarle el estomago le rogó al doctor que lo dejara morir, que no podía vivir, que no tenía el porqué vivir. No tengo que decirlo, el doctor lo dejó morir. Su amor por Ana no se movía de corazón al recuerdo, lo que lo habría ayudado mantener su cordura y sanidad mental y por ello, la herida que había causado la muerte de su esposa nunca sanó.

Berta quedo ensimismada y casi loca se preguntaba, ahora ¿que hago? Y con dolor en el alma hizo lo único que pudo hacer: llevó a las dos huérfanas a Santurce a un orfanatorio cerca del Sagrado Corozón pero total, se levantaba todos los viernes antes de la madrugada para ir en busca de sus dos hijas: dejaba a las que tenía en casa con su hermano, abuelito Tana, mientras tomaba carro público de Vega Baja a Vega Alta, de allí a Bayamón, otro desde allí a Río Piedras y un cuarto desde allí hasta Santurce para luego tomar la misma ruta de retorno. El lunes hacía igual para primero llevarlas y después regresar, rendida, a las cuatro que había dejado en su hogar con el "Viejo" como le decían, taciturno por las que se le escapaban a ver novios... Cuando un joven se enamoró de Ali, aunque era la menor, Doña Berta la empaquetó a los nuevayores con Luz María, la cual en esa época trabajaba allá y vivía en Brooklyn Heights, y a Rosín la vió casarse eclesiásticamente poco antes de cumplir los viente.

Aunque nuestra madre siempre la llamaba "Tía Berta", nos enseñó que esa era nuestra abuela. Y quizá de los seis nietos que tuvo de Rosín y de Ali, yo fuí el que más tiempo pasé con ella en mi niñez y mi primera adultez pues los otros vivian en los nuevayores. Mi Madrina, Luz María, fue la única de sus hijas que no se casó y siempre cuidó de su madre en su vejez y como yo iba todos los años por amor al terruño, me quedaba "en casa" con ellas. Con Mamita hablaba mucho sobre el matrimonio, el dejar el derecho de tener hijos, el servir, el darme. ¡Y cuanto gozabamos juntos! Un día cuando tenía unos diez años fui a la pequeña porqueriza que Mamita tenía detras de la casa. Con solo un tremenda cerda yo veía aquello inútil hasta que, tirándose contra la pared mas cerca de donde yo la ligaba, mostro que tenía cría, como unos diez. Comencé a tirarle con unas toronjas enormes para que me dejara ver bien cuando la vecina, Doña Lupe, le advirtió a Berta de mis andanzas. Pero se asombró al escuchar a Mamita Berta reírse y verla tomándome de la mano para despegarme de la tremenda barraca aquella diciendo "Jay, jijo, si no bamo' a comel puelco ja'ta la navida'". Otro día, haciendo que la sacaba a bailar le toqué la nalguita, flaca y gastada, y le dije "Ay, Mamita, si no te queda na'" a lo cual respondió, tocando la mía": "Eso no' e' ná', tú tiene' pa' lo' do'." Con que risas recuerdo la vez que le quitaron el fumar los cigarros que ella misma enrollaba con deleite para hacer sus "tabacos", e hizo que entró al baño a orinar. Velando a Luz María hasta que Madrina fue a su propio baño y abriendo la puerta del baño de par en par, me hizo ademán para que fuera a donde ella, encerrándome en el baño e hizo que le encendiera uno de mis cigarillos, fumándoselo hasta la colilla mientras se alzaba la falda y hacía que usaba el toilet. Cuando le dije "¡Que afrentá, Mamita!" sus carcajadas sacaron a Madrina del baño y la trajo a donde nos dieron el regaño más grande de mi vida....

A principios de abril se habían llevado a Mamita al hospital porque tenía insuficiencia mitral y había ya caído en coma. Pero como todos los que la visitaban la acariciaban y le tomaban las manos y rehusaban despegarse de ella, le hice claro a todos que tenían que dejarla ir, que no valía para nada tenerla allí como un vegetal, una sombra de la mujer que había sido. Algunos me refufuñaban cuando al salir de su letargo quizo hablar conmigo a solos pero logré quedarme solo con ella y mientras yo oraba la oración del Señor, abrió los ojos y lo rezó conmigo. Una vez más le dí la absolución y le pregunté si quería algo, su respuesta fue casi inapercibida pero acercándome la escuché: "que me dejen descansar". Le comuniqué esto a mi prima Ilsa y como ya eran las 12:30 todos se habían ido a almorzar. Le rogué a Ilsa que no dejara que la tocaran, que ella quería descansar. Fui honesto, le aseguré que yo entendía por eso que se quería morir y como tenía vuelo para Culebra me fuí a Isla Verde y como ya dije allí me llegó la llamada de que Mamita moría a los ochentisiete años de edad.

Aquella tarde perdí a Mamita Berta, güeli para casi todos los nietos menos para mi, una mujer extraordinaria que sobrevivió la depresión mundial y la depresión familiar horrible de aquellos años con la frente en alto, mujer que se hizo amor aun cuando no podía, mujer que se deshizo para levantar a sus hijas y para ayudar al projimo. Perdimos ese día a una mujer puertorriqueña que es ciertamente el calibre de mujer que necesita mi patria, mi país, mi terruño. Ahora Mamita Berta esta en Muertito Heaven y con ella se llevó un trozo de mi corazón pues por alguna de esas otras cosas de la vida, aunque yo era realmente sobrino nieto, siempre fuí uno de los nietos favoritos de Mamita... pero ese, ese también es otro cuento....

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©1998-2000 por la Dra. Ana Cristina y el Padre José Antonio Oquendo Pabón (por esta página. Todos los Derechos Reservados.)

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