Veronica
Que era invierno, un cruel y frío invierno es lo que recuerdo con ansias y con stupor de aquel momento insólito de mi vida en el cual había hielo en todos los pasillos del seminario y de los claustros que circundaban la capilla del seminario mayor donde era estudiante. Yo me pasaba diciendo que las paredes lloraban por mi, y soñaba de y en Puerto Rico, la tierra que me vió nacer, pues tanto el frío como la crueldad del clima reflejaban perfectamente la infelicidad bajo la cual yo vivía en el seminario.
Eran como las diez de la noche cuando mi compañero se levantó de su asiento, maravillado de los peces de la mar, en mi pecera, que se escondían en las anemonas de diversos colores. "Me voy a ver las noticias", me dijo y sin más despedida salió. Eramos, nosotros dos, medio amigos (a veces) pues aunque habíamos convivido por tres años en el mismo dormitorio en la universidad seminario, el prejuicio y la ignorancia que él tenía eran para mi pan nuestro de cada día. Por ello, porque esa situación me hizo tan sensible, yo había obtado en el último año de la universidad vivir sin compañero. Pero, como codependientes de una relación marcada por amor-odio, cuando no me buscaba para hacerle alguna maldad a otro compañero yo procuraba a Billy para ver porque me había hecho una u otra fechoría.
Esa noche yo estudiaba pues teníamos un exámen el próximo día, pero no me podía concentrar con él jorobando con los peces y con mis deseos de irme del seminario. Para mi enojo, de repente Billy regresó, pálido, y con asombro me preguntó si yo tenía un hermano que se llamaba José Antonio. Como este es mi nombre de pila, quiza usted también se sorprenderá pero sí, yo tenía un hermano con mi nombre, su apodo era Chantó y era hermano por parte de padre a pesar de que en casa no se conocía eso de medio hermanos...
Le seguí a la sala de televisión y allí ante el asombro mío ví la cara de mi hermano mayor llenando la pantalla del televisor. Estaba llorando, explicando como la noche anterior su bebe de tres meses había muerto entre su cuerpo y el de su esposa, donde la habían colocado para mantenerla caliente ya que el crudo invierno no fue suficiente obstaculo para que el "lanlor" desistiera de apagar la calefacción y el gas de las estufas. Me quedé sobrecogido, congelado, sin fuerzas ni palabra. Quería llorar, pero no podía, quería gritar pero estaba mudo. Que muerte, fue lo único que podía pensar, que maldita muerte.
Yo amaba muchísimo a la niña pues por poco no se logró al nacer por nacer antes de tiempo, seismesina, y recuerdo que cuando la ví por primera vez mi reacción fue, "Miren que porquería, que trapo de muchacha..." y la amé como no había amado a los otros. Ahora la niña, cuyo nombre quiere decir verdadero icono, verdadero retrato, estaba muerta.
Loco, me fui corriendo al teléfono para llamar a casa y hablar con mis padres. Cuando mi madre me dijo que había llamado al seminario por la mañana recordé que alguien había dicho que una mujer había llamado, nerviosa, hablando en español. Con coraje realicé que no habían entendido el inglés de mi madre. Le aseguré que de alguna forma llegaría por la mañana y colgué, corriendo al cuarto de mi director espiritual para dejarle saber que me tenía que ir, que me familia me necesitaba. El don, a regañadientes me dió el permiso pero no el pésame a pesar de mi sufrimiento.
Esa noche no dormí, solamente veía la cara de Chantó, llorando, explicando lo de la nena. Veronica murió a los tres meses, víctima del "ghetto", de una sociedad que no sabía cuidar a los suyos. Esta niña, que por poco no se logra, era pequeña, con pelo negro, blanquita a pesar de ser su madre morena y su padre trigueño. No se quejaba, sino que se pasaba durmiendo y sonriendo todo el tiempo. Mi cuñada me preguntaba frecuentemente si era que soñaba con los ángeles pues se sonreía mucho hasta dormida.
Aquella a mañana, cuando llegué a donde mi hermano y su esposa, mi cuñada se me tiró encima, explicándome lo que ya yo había oído a mi hermano decir. Como la niña tenía catarro la habían llevado al médico. Ella había mejorado algo pero cuando notaron que no había calefacción encendieron la estufa para calentarse solo para darse cuenta que no había gas. Escucharon que otros en el edificio, localizado en unas de las zonas pobres de la ciudad de Brooklyn, también estaban sin calefacción y sin gas, lo cual los llevó a entender que el superintendente, el "lanlor" del mismo había apagado ambos. Habría dos semanas que los habitantes habían dejado de pagar la mensualidad porque el don no arreglaba nada de lo que se rompía y estaban de huelga contra sus injusticias y caprichos negándole pagar el alquiler de los apartamentos.
Decidieron pues ponerla en la cama entre ellos. Y se acostaron a dormir. El frío era tal, sin embargo, que a la madrugada despertaron ambos, y ambos notaron que la niña estaba fría, sin vida, muerta. El resto es historia. Como la niña no estaba bautizada me preguntaban a mí, el teólogo de la familia, si estaba en el cielo. ¡Que consuelo! Si no la teníamos, al menos estaría con Dios. Para mi no era consuelo sino desperación tener que hablarle a mi familia sobre la salvacin eterna de criaturas como esta.
Aquellos próximos días fueron un infierno para mi. Un canal de televisión le sacó el jugo a la situación e incluso mandaron un equipo a entrevistar a mis familiares, tomando película de la reportera que se aprovechó de la situación para sacar noticias hasta que yo le pregunté si estaba satisfecha con su trabajo. En la funeraría tuve palabras de coraje con mi cuñada pues le había prohibido sacarme un retrato cuando me acercaba a orar al lado del pequeño ataúd pero no me hizo caso. La niña parecía una muñeca y no el cadaver frío y sin vida de mi sobrinita. Parecía un angelito que alguien había dejado por equivocación y se había dormido...
Han pasado muchos años desde aquel momento en febrero del 1975, casi vienticuatro años, pero yo todavía recuerdo a mi sobrina Veronica, como recuerdo como si fuera hoy el horror en la cara de mi hermano, la pena en la cara de mi desdichada cuñada y el llanto de mis sobrinos en el momento en que hice el duelo y la despedida religiosa. Sí, ya sé, no fue la primera ni será la última criatura que moriría en un invierno cruel a causa de la estupidez de un "lanlor". Pero eso no quita, no quita el furor en mi corazón contra el desprecio de un ser humano por otros, de la injusta sociedad que le permite a un hombre controlar el bienestar de tantos, ni la violencia de perder a una criatura, prestada por Dios por unos meses, cuando debería haber muerto en el momento de nacer.
Mis parroquianos me conocen como amante de los y las bebés que traen a la Iglesia y he presentado a más de uno o una diciendo "Miren que porquería me han traído" o "Miren que trapo de muchacha..." Pero nadie sabe porqué, nadie sabe que el viejo célibe que no ha tenido prole propio aún añora a la niña Veronica que tendría casi vienticuatro años si viviese. Nadie sabe que cada uno de esos niños y de esas niñas es capaz y culpable de robar otro pedacito del corazón que quedó destrozado hace tanto tiempo. Nadie lo sabe, y quizá a nadie le importe, pero precisamente por eso es que amo a esos pequeños tanto, precisamente porque tantos de ellos no tienen quién los ame de veras es que quiero ser siempre, para ellos, el verdadero retrato de Quien tanto los amo que murió por amor a ellos...
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