El presente ensayo apareció publicado por primera vez en la revista Signos de vida.
Reproducido en Jack Blade Runner Page con permiso de los propietarios del © copyright.Leopoldo Cervantes-Ortiz.
20 de enero de 2003.
Para la generación del que escribe estas líneas, cuya experiencia formativa se dio en el corazón de los años setenta, el aprendizaje vital a través del cine cambió cuando comenzó la siguiente década. Películas que no vimos en el cine pero que nos fue dado verlas por primera vez en la televisión, con todos sus riesgos. Blade Runner, realizada en 1982, y considerada por muchos como la obra maestra de Ridley Scott, llegó a nuestra mirada como un depósito de imágenes que pretendía ser más que eso.
Una película así, en la pantalla pequeña, era casi una transgresión: se trataba de la ciencia-ficción desconocida, aquélla que no se conforma con curiosear en las posibilidades del futuro, sino que se pregunta por el hombre, por sus alrededores, por sus mundos posibles y sucedáneos dentro del tiempo. Se trata de toda una escatología irreligiosa, ajena a los dogmas cristianos, pero sensible a las posibilidades del destino humano, no todas amables.
Diez años después, Scott entregó su versión personal, luego de circular comercialmente la primera, la que impusieron los productores. Y dentro de la ambigüedad de sentimientos producidos por esta nueva versión, que poco le agrega a la anterior en densidad dramática, aunque sin dejar de reconocer que la ausencia de la didáctica voz en off le otorga una atmósfera laberíntica que ya se sentía en la primera, además de darle su lugar, como un personaje más, a la música de Vangelis. Los años pasan y, con ellos, la visión, las contradicciones, la forma de problematizar, y, sobre todo, las preferencias, cambian o atraviesan un proceso de alquimia cuyo camino sigue siendo impredecible.
Como en Solaris, otra película de Tarkovski, y en tantos otros casos, buena parte de la búsqueda cinematográfica depende de su antecedente literario. Scott se basó en la novela de Philip K. Dick, Do Androids dream of Electric Sheep? (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), publicada en 1968. Este autor, ya fallecido, veterano de la ciencia-ficción y verdadero innovador del género, supo dotar de peso a sus relatos futuristas a través de una indagación descarnada en los abismos de la humanidad de tiempos venideros. Su obra es una especie de ensayo antropológico-filosófico desde las realidades últimas que ya muy difícilmente pueden ser consideradas humanas.
La posibilidad de construir un discurso teológico alrededor de la cinta se manifiesta como una lucha personal, interior, cuyos resultados provisionales sólo pueden irse atisbando con el paso lento del tiempo.
El tema del deicidio, verdadero clímax que en la película alcanza dimensiones trascendentales, recicla el mito de la criatura desengañada de su creador (como en Frankenstein) y se conecta con un tema de innegables resonancias teológicas: al matar a su creador (Dios), la criatura hecha de pedazos humanos alcanza su humanidad, para ir a dar cara a cara con la muerte.
En esta línea, ha sido Fernando Savater uno de los más lúcidos exégetas de Blade Runner, cuando apunta que "el miedo a la muerte es el filo más estrecho por el que camina la condición humana, el borde donde lo natural se adelgaza al máximo pero a la vez se hace máximamente firme". El androide más excelso, la criatura más refinada de la nueva cepa tecnológica de sustitutos humanos, accede a la humanidad precisamente desde el hilo más delgado: la noción de la muerte. Allí es donde el agregado de la voz explicativa en off rompe con el encanto de la gestualidad que expresa, por sí misma, en el final climático, toda la carga existencial que el androide experimenta.
Más allá del virtuosismo visual de que puede presumir cualquier director apoyado por una buena producción, el trabajo de Scott rebasa los límites de la espectacularidad gratuita y del fatalismo fácil, debido a que, como ha señalado Leonardo García Tsao, el año de Blade Runner es el mismo de E.T., con todo lo que conlleva de contrastes: el buen extraño no-humano contra el alien semi-humano1 (esta oposición tan marcada tiene tal vez sólo un antecedente: la "respuesta" que significó la citada Solaris a 2001: Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick).
Y esta figura, unívoca en E.T., tiene varios rostros en Blade Runner: Rachael, la enigmática androide que se salva y se enamora gracias a los recuerdos que le han implantado; J. F. Sebastian, cuya enfermedad envejecedora lo liga solidariamente con los seres sintéticos obsesionados con la fecha de su muerte; y, por supuesto, el androide mayor, Roy, orgullo de la faraónica y despótica compañía Tyrell, encarnado en los límites de la sobreactuación por el ahora inexpresivo e hipercomercializado Rutger Hauer.
Esta pluralidad de facetas enriquece la exhibición de los que son diferentes pero parecidos a nosotros. La ambigüedad de búsqueda de estos replicantes (réplicas hubiera sonado mejor) los hace, efectivamente, replicar, exigir explicaciones acerca de su lugar en el tiempo y en la vida. Se trata del grito de la peculiaridad, de la rebelión de lo marginal. Entre esto y otra propuesta reciente de Scott, 1492: La conquista del paraíso, no deja de haber estrechas relaciones: la alteridad asumida de modos diferentes. En ésta última cinta se trata del choque con los iguales distintos, en la otra, desde el fondo de la alteridad lo humano busca respuesta a las preguntas primarias, elementales: ¿de dónde vengo?, ¿cuánto tiempo tengo? Y es que, desde Alien (1978), Scott trabaja con un material inflamable.
Dice el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante que "en medio del entretenimiento más sofisticado, pocas películas han mostrado una realidad más espantosa que la muerte".
Tal vez por lo anterior algunos le han contestado al rigor desenmascarador de esta película con versos. Citaremos a dos de ellos.
Antonio Tello:
La vida de los hombres
—y la de aquellos que se les asemejan—,
sucumbe inexorablemente en la ciudad entrevista.
Alguien, huérfano de pasado,
en la infinita reiteración de su destino,
en algún instante de la eternidad,
mata al Creador y convierte la lluvia
en el olvido de todas las visiones,
en el silencio de todas las respuestas que
—no obstante—
jamás fueron ni serán pronunciadas.
Livin' in L.A. 2019Y las palabras que se quedan en el viento: "He visto cosas que ustedes no creerían. He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como el llanto en la lluvia. It's time to die. Es tiempo de morir".
Dulce paralluvias eléctrico, abrázame
en la húmeda noche eterna.
Avanzo por las calles atestadas, bajo una nube de cascajo,
camino entre los que se quedaron
y mis pies se hunden en un fango de plástico.
El ruido de mis pasos queda envuelto por la luz de los faros de niebla.
Noche ámbar que gotea también en mi alma,
como dentro del edificio donde habitan mis íncubos,
los reflejos astillados que me acompañan.2
1 Blade Runner cumple diez años, Dominical, supl. del diario El Nacional, nº 112, julio de 1992, pág. 19.
2 ¿Sueñan en el amor eléctrico los androides? Dominical, supl. del diario El Nacional, nº 81, diciembre de 1991, pág. 17.