Jack Blade Runner Page presenta --


Jack Blade Runner Page

Blade Runner, una historia alternativa

© Javier Travieso [ pu312@hotmail.com ]




Los años pasan y Blade Runner continua siendo una de las películas de ciencia-ficción mas aclamadas de la actualidad, compartiendo podio quizás con 2001 una odisea del espacio. Es posible que el futuro apocalíptico y angustioso plasmado en la novela de Philip K. Dick no esté tan lejos con fenómenos como el cambio climático o el avance de la robótica y ciencias espaciales. Soy uno de los tantos a los que les encandila la obra de sir Ridley Scott y me he negado rotundamente a aceptar que Los Ángeles del año 2019, un continente rico en posibilidades, se limite a la historia de Rick Deckard. Así pues, he decidido crear una “historia alternativa” con diferentes personajes, diferentes escenarios y situaciones pero ambientada en el mismo mundo y que, en ciertas ocasiones, converge con la aventura de Rick Deckard. También aquí aparece un bladerunner y una misión que cumplir. El lector podrá encontrar múltiples referencias a lugares ya conocidos, ya sea en la película o en el videojuego, así como lugares nuevos que creo enriquecen el mundo de esta obra maestra de la ciencia ficción. Así, pues, expresar mis deseos de que os guste y animar a los lectores a crear también sus propias obras que expandan el mundo ideado en su día por el escritor Philip. K. Dick

Javier Travieso.
20 de diciembre de 2006.


Aquel día del año 2019 Los Ángeles presentaba el mismo aspecto de siempre. La negra nube de radiación cubría cientos de edificios luminosos y calles abarrotadas recorridas por diminutas personas de marcadas diferencias raciales (lo que antes de la guerra se llamaba “nacionalidad”). Aquel hombre de pelo castaño alborotado y barba recién afeitada dormía solitario en su apartamento esperando que el despertador señalara la hora de partida hacía el trabajo. La luz procedente de los “spinner” que sobrevolaban el cielo se colaba a través de la persiana de forma intermitente y una muy conocida voz incitaba a emigrar hacia otros planetas acompañándose de tentadoras imágenes en tres dimensiones. Él no podía emigrar. Él era policía, bladerunner.

El despertador sonó. Aquel hombre se levantó a regañadientes. Odiaba levantarse: significaba volver hacia aquel apestoso mundo en el que tenía que vivir. Apenas se arregló, cogió su pistola, se puso una camisa, su gabardina y se fue. Pasaría antes por el barrio chino para comer algo. Suponía que debía ser el desayuno. Debido a la noche continua, hacía tiempo que aquellas jerarquías dietéticas habían quedado anticuadas. Subido en su spinner, contempló la dantesca belleza de la ciudad, dominada por el monumental Edificio Tyrell; se preguntó si alguna vez podría salir de allí, emigrar, dejar la profesión. Quizás las colonias del Off-World también necesitaran policías. Tendrían delincuentes al fin y al cabo. El restaurante del barrio chino era el punto donde gente de toda clase, condición —humanos o replicantes— se detenían a comer algo: sushi que era ni más ni menos que pescado frío, la comida del proletario.

Aparcó aquel armatoste volador y se dirigió al restaurante. La lluvia caía ligera pero a él no le importaba; estaba inmunizado contra el agua desde hacía mucho. Comió tranquilamente el alimento a fin de retardar su llegada a aquel odioso trabajo de asesino que tenía. Asesino de robots, de replicantes, de seres con cuatro años de vida solamente, condenados a esperar su final con los brazos cruzados cuando no a huir de alguien como él. Se preguntó si algún día llegaría a encararse con un Nexus-6. Sus compañeros decían que eran duros de roer. Una piel perfecta, una fuerza endemoniada y una inteligencia superior hacían de ellos lo mejor que el tío Tyrell había creado. La cumbre de la ciencia humana. A pesar de su desagrado se vio de nuevo camino del departamento de policía de Los Ángeles; un inmenso edificio con un enjambre de spinners sobrevolándolo rumbo al aparcamiento. Su trasto volador se posó suavemente en su plaza y se dirigió al ascensor. Allí estaba Bryant.

Bryant, viejo capataz de tropas policiales, formado en las calles y con una fobia terrible hacia los “pellejudos”, como llamaba él a los replicantes. Su arisco rostro cambió hacia una expresión risueña cuando lo vio entrar; ya sabía lo que le esperaba. Una sonrisa de Bryant significaba que algo sucio quería encargarle. Era su treta preferida.

La conversación discurrió entre las mujeres, los bocadillos, los pellejudos y el perro artificial de Bryant. Por un momento pensó que solo se trataba de eso, pero, era inevitable, Bryan soltó el sucio encargo: un Nexus-6 peligroso se había cargado a dos de los suyos, Davis y Muller, dos de los mejores de la unidad. Era, pues, su deber retirarlo de circulación. Últimamente los replicantes estaban muy agitados: Holden tuvo problemas en la Tyrell y acabo fiambre; David y Muller, cadáveres; Cristal se escapo por los pelos; Mackoy, desaparecido en combate. Se notaba que algo raro se estaba cociendo en las mentes de aquellos androides. Algo que no era bueno.

La única pista que le proporcionó Bryant acerca del replicante fue una borrosa foto en la que aparecía el androide caminando por lo que parecía ser un mercadillo… ¿el mercadillo animoide, quizás? El lugar donde la estafa es un arte y la mercancía barata un pincel. Ya había tenido algunas experiencias no muy agradables en aquel sitio, particularmente con un vendedor de serpientes al que la policía le tenía ojeriza. Entrar allí era arriesgarse a que alguien intentara embaucarle.

La lluvia radiactiva golpeaba los tenderetes de la animada calle principal del mercadillo. La habitual masa mestiza de gente caminaba por la calle entre fuegos, animales falsos, maniquíes y divertimentos varios. Para su sorpresa, un hombre salía con aire interesado de la tienda del vendedor de serpientes. Sin duda era Deckard, un compañero del departamento. Apenas si se hablaban de vez en cuando. Era un hombre muy serio y solitario y daba la impresión de que guardaba un secreto inconfesable; se saludaron amistosamente. Deckard le informó de la cantidad de “pellejudos” que andaban por esta zona. Él mismo andaba tras la búsqueda de una tal Zhora. Al poco tiempo, se marcho con aire ensimismado.

Siguiendo con el procedimiento habitual, comenzó a interrogar a la población civil acerca de aquel hombre. Nadie le conocía o respondían de forma evasiva. Siempre pasaba igual. Volvió a salir a la lluvia: de nada había servido ir hasta allí salvo para saludar a Deckard y calarse de agua. ¿Qué más pistas podía seguir? ¿una identificación por ordenador, quizás? Imposible: la foto estaba demasiado borrosa como para reconocer algo. Un fugaz pensamiento recorrió su mente antes de recibir un puñetazo en la cara que lo impulso hacia el suelo. Abrió los ojos: sólo veía sangre.

Un hombre enorme se alzaba ante él. El poco pelo que le quedaba se veía compensado por unos estridentes anteojos del tamaño de lupas y una gabardina de cuero negro; su mirada le delataba como a un replicante. Nexus-6, seguramente. El androide le dijo algo que no llegó a entender, el dolor de la nariz era demasiado intenso. Le agarró por la camisa y lo tiró hacia un tenderete de pescado. La gente paseaba alrededor de ellos, indiferente a lo que sucedía. Se levantó dispuesto a devolver el golpe pero solo notó un fuerte dolor en la cabeza y después, oscuridad.

La calle que se veía por la ventana estaba sucia y vacía, una bicicleta la cruzaba ocasionalmente. El apartamento era tétrico y parecía vacío. El hombre, el bladerunner, estaba atado a una silla, inmovilizado. Era vergonzoso. Esperaba que no lo viesen sus compañeros policías; se sentía humillado y furioso. Todo atisbo de compasión había desaparecido de su mente; sólo pensaba en atrapar a los pellejudos que le habían hecho aquello y retirarlos con una sonrisa de oreja a oreja. Pero antes debía librarse de aquellas ataduras.

El anuncio flotante de las colonias del mundo exterior se veía desde allí. En aquel momento deseó mas que nunca estar lejos de aquel sucio mundo, de aquel suplicio de profesión. Deseaba irse. En cuanto se hubiera desatado y acabado con aquellos androides pediría la baja y emigraría hacía un mundo lleno de esperanzas e ilusiones en donde abundan las verdes praderas.

No cabía duda de que le habían atado bien; tenían fuerza, los replicantes. Se revolvió e intento desesperadamente romper aquellas cuerdas pero lo único que consiguió es que se le clavaran más en la carne provocándole un terrible dolor. Gritó. El corpulento androide de gabardina negra entró en la habitación. Volvió a ver aquella escalofriante expresión de locura. Con autoridad, le dijo que iba a soltarse y que iba a meterle seis tiros entre sus cables; su mirada quedó fija.

Un escalofrío le recorrió cuando vio al androide sacar de debajo de su gabardina un sable. Iba a morir. No había nada que hacer. Las cuerdas se soltaron. El replicante le había liberado. Ante aquel inexplicable hecho el bladerunner sabía qué hacer: sacó su pistola, apuntó y disparó. El androide apenas se inmutó; sin duda, un modelo excelente.

El discurso del replicante abarcó la vida y la muerte, y acabó con una maldición contra los hombres, creadores y asesinos al mismo tiempo. Tres tiros más. El replicante era chatarra.

Aquel viejo edificio había sido en otro tiempo un centro comercial; ahora sólo habitaban en él las sombras. Salió de su encierro. Aquel androide vivía allí. Una cama desecha, una pila de libros raros, una muñeca, un cuadro de “El Bosco” y un vaso de agua eran los únicos elementos que dotaban de gracia a aquella habitación. El resto del edificio no era más que un cementerio de estanterías, televisiones y demás elementos del pasado.

Aún le dolía el corte. Los centros de curación de policías eran un buen sitio. El más cercano de ellos era atendido por una enfermera rubia, simpática, sobre los treinta años, humana o replicante, no lo quería saber.

El corte escocía. La luz le cegaba los ojos. Había sido una jornada dura. Fiel a su promesa iba a dejar la profesión. Quería emigrar, irse, conocer a alguien y procrear en un mundo feliz. “Mary” se llamaba la chica. Bonito nombre. El aburrimiento que le producía curar a policías heridos sólo era comparable a sus ansias de salir de allí. La oscuridad desentonaba con su rubio pelo; no ensalzaba sus facciones. Quería irse a las colonias donde hay sol.

Se conocieron mientras el corte se cerraba. Hablaron y hablaron sobre la profesión, los pellejudos, la guerra, los animales, Tyrell, la lanzadera asaltada, el atraco a la tienda de Runciter. Era la primera vez que hablaba con una mujer sin tono despectivo, marca de identidad de todo buen policía. Definitivamente, aquella profesión no era suya.

Los padres de Mary habían combatido en la guerra terráquea. Por entonces, no era mas que una niña. Aprendió el oficio de enfermera y por ello había sido privada de emigrar. Quería irse a toda costa a las colonias: había oído maravillas de aquellos lugares. La promesa de huir que el hombre soltó se desvaneció en el aire: su pasado como bladerunner era un estigma. No querían trabajadores oficiales en el programa de colonización. Ni siquiera los que lo habían dejado. No se lo dijo a Mary; no soportaría que se pusiese a llorar.

La dulce sonrisa de Bryant desapareció de su cara cuando la dimisión del hombre llegó a su despacho. Entre discursos de valentía, patriotismo y seguridad Bryan intercalaba un trago de licor barato importado de las colonias. La tajante decisión del policía le había irritado. No podía creer que un bladerunner —los trabajadores más privilegiados en toda la ciudad— que había obtenido la máxima puntuación en el campo de entrenamiento se quisiera ir, ni siquiera a las colonias. Bryant le ofreció una copa. No la aceptó: conociendo al jefe bien podía ser que intentara engatusarlo con alcohol. No pasó mucho tiempo hasta que el hombre cerró la puerta del despacho bruscamente y se perdió en la algarabía de la azulada planta baja.

Mary, muchacha temerosa de rubio pelo, débil de cuerpo, llorona, ojos brillantes de gata, algo soñadora, esperaba amarrada a él en la cola de inmigración. Parecía miedosa. Los ojos le brillaban en la oscuridad. El bladerunner sospechó pero no dijo nada. Si Mary era una replicante, no la dejarían pasar. La inspección era severa, y si descubrían que él había sido bladerunner, tampoco. Se apretaron las manos y se infundieron ánimos. La cola avanzaba lentamente; sólo faltaban tres personas para que llegara su turno de embarque en la lanzadera espacial que los llevaría al celestial destino. Pero antes había que pasar la prueba de fuego.

Mary se sentó. El aparato detector de replicantes basado en la empatía y la dilatación involuntaria del iris, como escuchó decir a Endon Tyrell, se desplegó. El bonito ojo de lechuza de color castaño de Mary apareció gigante en la pantalla. El sonido del fuelle y de los complejos mecanismos ponía banda sonora a la serie de preguntas que la chica contestaba con voz temblorosa. Si lograran descubrirla, la retirarían y posiblemente también a él.

La maquina determinó su veredicto con un agudo pitido que el hombre ya conocía: Mary era un androide. De alguna manera u otra había conseguido colarse en el servicio médico policial. La pistola salió rauda de debajo de la gabardina del hombre. Disparó a aquellos ex compañeros de trabajo, formó un revuelo en la zona, agarró a Mary la androide y se coló en la lanzadera. Si consiguiera llegar a la cabina de mandos...

Las alarmas sonaron estridentes. Una patrulla de policía ya debía de estar dirigiendose hacia allí. Podían derribar la lanzadera. Decidió arriesgarse. Llegó hasta la cabina de mandos con Mary agarrada fuertemente ante la mirada asustada de cientos de personas que, como él, aspiraban a un mundo mejor.

La sala de control de la lanzadera abrumaba por la cantidad de controles dispuestos matemáticamente enfrente a una vista panorámica de la ciudad del fuego. Mary y él se sentaron, se desearon suerte. La policía intentaba derribar la gruesa puerta de metal: no podían conseguirlo. Era despegar o morir tiroteados. Buscó entre los controles desesperadamente, la lanzadera se movió pero no se alzó. Mary lloraba, las lagrimas resbalaban por su rostro de cristal. Iba a morir y lo sabía. Él también era consciente de ello.

La policía penetró en el interior de la lanzadera entre estruendosos gritos. Seguía intentando encontrar el modo de despegar pero la esperanza se disolvía como las llamas que salían proyectadas de las inmensas chimeneas de la ciudad. Mary lloraba. Él también empezó a llorar. Ya no había esperanza. La muerte acechaba. Mary se acercó, pegó la boca a su oído y le dijo algo: cuatro años de vida; había nacido en el 2015. Su muerte estaba programada en el orden natural de la tecnología. El Dios de la biomecánica iba a acogerla en su reino. Bajo la mirada bañada en lágrimas de aquel hombre el rostro de Mary fue cayendo y cayendo; su vida se había agotado. Había dejado de luchar. Él, no. Era un asesino, no habría ningún cielo para él mas que aquella negra nube de radiación infernal. La policía entró en la cabina y cuatro balas doradas atravesaron su pecho. La luz se apagaba, el corazón cesaba de latir.

Vio a Mary a su lado. Vio las últimas llamaradas al fondo: imágenes de su vida, de su madre, de su casa... Su cabeza cayó también, mientras al fondo otra lanzadera partía veloz hacia el reino de los cielos.



©  2006, Javier Travieso.


El presente ensayo pertenece al web site Jack Blade Runner Page:
[ http://geocities.datacellar.net/Hollywood/Boulevard/7920 ]
[ http://pagina.de/bladerunner ]

Este ensayo no puede ser reproducido sin permiso previo del autor y del editor.
[ pu312@hotmail.com ]
[ torrejoncity@hotmail.com ]



1