De todos es conocida la inagotable imaginería visual del gran Brian De Palma. Él hizo posible, como si de un mago sacando conejos de su chistera, el milagro de convertir pura hi-tech en un espéctaculo apto para todos los públicos, añadiendo escenas sólo al alcance de directores cómo él, como la ya mítica escena en el cuartel de la CIA en Langley con Tom Cruise colgado de una cuerda. Lo de John Woo es diferente en cuanto a la forma, aunque el fondo sea lo mismo: es decir, su opción estética, diametralmente opuesta a la del diretcor de "Impacto", no esconde las intenciones del director de origen chino, que no es otra que ofrecer puro espectáculo, que da sopas con hondas a la serie Bond; además de estar unidos ambos por la primacía del estilo por encima de lo que nos explican -de ahí que tanto el guión de la primera como de la continuación sean de lo más simplón-. Y eso que sin duda, ésta es la película de John Woo, que menos se parece a una película de John Woo, que ya es decir, sobre todo en la primera hora y media de la cinta. Pero si exceptuamos la ausencia de la clásica secuencia en la que los dos antagonistas se encuentran cara a cara apuntándose mutuamente con sus respectivas pistolas, encontramos todos los elementos que definen el cine de Woo: cámara lenta, escenas filmadas con diversas cámaras, chispas por doquier, referencias mitológicas, un impresionante clímax final -los últimos tres cuartos de hora son inmensos, ya que ahí se concentra la acción de la película- y palomas, muchas palomas, que no palomitas de las que se comen en la sala, aquí más justificadamente que nunca, en la secuencia más fallera del filme -atención al plano en que Ethan Hunt se presenta ante los malos: un momento inenarrable-. Aunque para Fallas, las sevillanas con que nos deleitan. Y es que sólo los americanos son capaces de mezclar la fiesta típica valenciana con la Semana Santa sevillana. ¿De qué sirven tantos asesores si éstos confunden la velocidad con el tocino? Claro que para fallero, chino es este caso, nadie mejor que Woo.