VIRREYNATO DEL PERÚ
Culturación y Resistencia Indígena
El proceso de transformación de la sociedad andina a partir del asentamiento de los españoles y el establecimiento del virreinato del Perú, se interpreta como una adaptación a las formas impuestas por el modelo colonial, como medio de supervivencia, sin abandonar los elementos fundamentales de la cultura indígena. Es la fórmula que la moderna historiografía peruana denomina ‘aculturación y resistencia’. Entre las primeras noticias que recibió Pizarro sobre la existencia del Estado inca estaban las relacionadas con la muerte del emperador Huayna Cápac, y la lucha que por la sucesión mantenían sus hijos Atahualpa y Huáscar, apoyados cada uno de ellos por los diferentes grupos de poder que reflejaban el complejo sistema de relaciones de parentesco por el que se regía aquella sociedad. Los partidarios de Atahualpa habían conseguido apoderarse de la capital del Imperio, Cuzco, y apresar a Huáscar, muerto por orden de su hermano, antes de ser ejecutado él mismo por los españoles en julio de 1533. A partir de ese momento se sucedieron los nombramientos de nuevos incas por parte de los españoles, quienes intentaron con ello utilizar el prestigio de su autoridad ante los indígenas. Pero el primero, Túpac Hualpa, fue envenenado antes de entrar en Cuzco, y el segundo, Manco Inca (Manco Cápac II), acabó levantándose contra los españoles estableciendo en Vilcabamba un reducto de enfrentamiento permanente, hasta que fue asesinado en 1544 por los seguidores de Almagro. La resistencia indígena se mantuvo viva tanto en la elite cuzqueña de Vilcabamba (hasta 1572) como en las numerosas acciones que se produjeron a lo largo de todo el periodo colonial, en las que está presente la idea mesiánica del inca, que cristalizó de forma especial en los levantamientos del siglo XVIII, protagonizados por Juan Santos (Atahualpa), en 1742, y, en 1780, por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru). Al mismo tiempo, la incorporación de la nobleza inca a la colonia era utilizada como una fórmula de legitimación, que se expresó incluso con la publicación de grabados en los que aparecían los reyes de España como continuadores de la dinastía inca. Las reclamaciones para que se reconociesen los derechos nobiliarios de los curacas (destacadas figuras de la estructura social inca) fueron muy numerosas y entre ellas no faltaron las falsificaciones de quienes se fabricaban a la medida una ascendencia inca, que les aseguraba una posición de prestigio ante las autoridades coloniales. Cuando los nombramientos de autoridades indígenas coincidían con los esquemas andinos, la relación entre la comunidad y el curaca era fluida, ya que respondía a una idea muy precisa de la procedencia de las fuentes de poder. En el caso contrario, se producían numerosos problemas derivados de la presencia de una autoridad no aceptada por la tradición indígena. En el terreno religioso, el sincretismo facilitó el mantenimiento de una actitud de aceptación del cristianismo junto a la pervivencia del culto a las divinidades andinas. La persecución de la idolatría, en la que destacaron jesuitas como el padre Pablo José de Arriaga, no impidió que otros miembros de esta misma orden favorecieran la identificación de la Virgen María con la Pachamama inca y la superposición de símbolos cristianos a las divinidades andinas.
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