José Ramón Ayllón
( Edelvives )
Muestra del libro de texto
1. Un programa secreto
2. Algo más que mecanicismo
3. Consideraciones filosóficas
4. Extraterrestres
5. P. Grassé: Información en el ADN
______________________________________________________________________________________
1. Un programa secreto
La realidad está viva. Al menos, gran parte de ella. Y esa parte se presenta ante nuestros ojos tan atractiva como difícil de explicar. No deja de sorprendernos que millones de seres, compuestos por los mismos elementos que encontramos en la corteza terrestre, sean capaces de moverse por cuenta propia, convertir en su misma sustancia lo que comen, y reproducirse en individuos semejantes sin perder un ápice de su integridad. Se trata de características tan radicales que hacen de la vida un modo de ser. Por eso se ha podido afirmar que, para los vivientes, vivir es ser.
Nos gustaría explicar cómo es eso posible; saber por qué está viva esta suma de uñas, carne, sudor, vísceras, dientes; y descubrir también cómo empezó todo. Ya se ve que preguntar por el origen de la vida es formular dos preguntas en una: cúando surgió el primer ser vivo, y cúal es el secreto programa que da la vida a este pájaro, a aquella ardilla. Dos preguntas, como vamos a ver a continuación, que sobrepasan los ámbitos de la Biología y la Filosofía.
Sabemos que si un terremoto echara abajo el acueducto de Segovia, el montón de escombros estaría formado por las mismas piedras que vemos hoy airosamente levantadas. Pero sólo serían piedras, no acueducto. De ahí deducimos que no sólo está en la piedra la causa del monumento, sino también en el arquitecto romano. ¿Qué añade el arquitecto a la piedra para que ésta se sostenga en el arco? Es preciso afirmar que añade un orden particular, algo tan evidente como inmaterial: sin orden, las piedras no se sostendrían sobre nuestras cabezas, ni las palabras formarían el poema, ni los colores el cuadro.
¿Se podría decir lo mismo respecto a la diferencia entre lo vivo y lo inerte? Parece que sí. Porque todos los elementos que forman un ser vivo pueden ser reunidos en un laboratorio guardando la misma proporción. Sin embargo, en el laboratorio, esos elementos seguirán formando una mezcla inerte. ¿Qué le falta a esa mezcla?
Uno de los científicos más prestigiosos del siglo XX, el astrofísico Fred Hoyle, se plantea el problema en estos mismos términos. "¿Qué distingue nuestro yo animado de los objetos inanimados? Por descontado no son los átomos individuales de los que estamos formados. No existe ninguna diferencia entre los átomos de carbono de un acantilado y los átomos de carbono de nuestros cuerpos; ninguna diferencia entre el hierro de nuestra sangre y el de una sartén. ¿Qué provoca, entonces, esa diferencia? Evidentemente debe tratarse de la ordenación de los átomos".
En la misma línea, todos podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué diferencia habrá entre yo y mi cadáver un segundo antes y un segundo después de mi muerte? ¿Qué pieza clave es la que provoca, con su desaparición, el desmoronamiento de toda una complejísima arquitectura biológica? Puesto que la materialidad de mi cuerpo puede permanecer invariable en esos segundos que marcan el tránsito de la vida a la muerte, sólo cabe pensar en la desaparición del programa inmaterial que mantenía ensamblados entre sí a los componentes materiales. Llegar a dicho programa es una conclusión sumamente interesante. Quiere decir, entre otras cosas, que la materia queda descartada como causa de la vida pues, si lo fuera, muchos cuerpos inertes deberían estar vivos.
Hoyle, después de constatar la diferencia de orden entre la materia inerte y la viva, se pregunta "¿qué elemento de las ordenaciones provoca esa diferencia crucial?". Pero el término elemento es impropio: ningún elemento puede provocar esa diferencia, puesto que todos los elementos de la materia viva y de la inerte son comunes. Si la diferencia entre un edificio y el montón de ladrillos que lo originó está en el orden, ese orden no lo introduce ninguno de los ladrillos, sino un factor diferente. Un factor que denota inteligencia, y que se nos escapa desde hace más de veinticinco siglos, convirtiendo en profética la intuición que llevó a Heráclito a asegurar que por ningún camino encontraríamos la solución al enigma de la vida, aunque los recorriéramos todos.
Galileo decía que la naturaleza habla el idioma de las matemáticas, y ello es verdad en cuanto que el hombre de ciencia puede traducir el orden del cosmos al lenguaje numérico: la naturaleza está sujeta a leyes, y esas leyes se pueden expresar por relaciones aritméticas. De hecho, la ciencia ha conseguido expresar matemáticamente muchas de las leyes de la materia. Y la mejor prueba de la verdad de tales conocimientos son las aplicaciones tecnológicas, pues la técnica no es más que el aprovechamiento humano de esas leyes. En la técnica copiamos a la naturaleza sus programas de acción para beneficiarnos de sus virtualidades. En este sentido, la técnica es la primera manifestación de pirateo informático.
Sin embargo, hay una ley que la ciencia no consigue atrapar entre fórmulas, un programa que no se deja copiar: el programa de la vida. Ningún doctorado honoris causa, ningún Premio Nobel sería suficiente para premiar su descubrimiento. Aristóteles lo intentó, y llegó quizá hasta el fondo, pero sólo para comprobar que en el fondo reinaba la oscuridad. Por su condición de preceptor de Alejandro Magno consiguió que éste le trajera de sus campañas en Asia todas las especies animales y vegetales desconocidas en Grecia. Sobre esta materia prima estudió, reflexionó y escribió De anima: un tratado sistemático que fue calificado por Hegel como "la mejor obra y la única de interés especulativo sobre este tema".
Con todo, lo que Aristóteles concluyó, después de su buceo exhaustivo por las profundidades del problema, fue lo siguiente: de la causa de la vida sólo conocemos sus efectos: por ella "vivimos, sentimos, nos movemos y entendemos los hombres". ¿De dónde viene esa causa?: no de la materia, sino "de fuera". Eso es todo. En los umbrales del año 2000 seguimos pensando lo mismo, a pesar de los intentos constantes por salir del atasco. Pasan los años y la naturaleza sigue guardando celosamente el secreto del programa con el que hace vivir a sus criaturas. Nosotros sólo hemos sido capaces de darle un nombre poético: alma.
Actividades sugeridas
1. En un pequeño debate, Pablo preguntó a la clase si no sería cada ser vivo una compleja coincidencia de elementos. Marta respondió que sí, pero que la coincidencia no es un elemento. ¿Qué dirías tú?
2. Después, Marta preguntó a Pablo si la causa de la palabra Pablo son sus letras. "¿Es la palabra un mero conjunto de letras o, por el contrario, algo exterior a las letras ha causado la palabra?".
3. Mario afirmó que "si la vida procede de la materia, toda la materia estaría vida".
4. ¿Es razonable seguir pensando que la vida viene "de fuera"?
5. Con el descubrimiento de los genes ¿no se puede considerar que ya hemos descubierto el programa que da la vida?
6. "¡Quién, quién, naturaleza, / levantando tu gran cuerpo desnudo, / como las piedras, cuando niños, / se encontrara debajo / tu secreto pequeño e infinito!".
¿Crees, como Juan Ramón Jiménez., que la vida esconde un "secreto pequeño e infinito"?
7. Fray Luis de León escribió: Cuándo será que pueda / libre de esta prisión volar al cielo; y Francisco de Quevedo: Menos me hospeda el cuerpo que me entierra. ¿Qué concepción del alma encierran estos versos?