ENCLAVES Y REFUGIOS AUTISTAS
María Elena Sammartino Rovirosa
Cuando comencé a tratar al pequeño Sergi, hacía ya mucho tiempo que había perdido todo interés por lo humano, sus ojos habían olvidado el deseo de posarse en cualquier objeto viviente y dedicaba sus horas a mirar fijamente la hélice de un avioncito que hacía girar con su mano, a balancearse con fuerza mientras apretaba un coche de juguete. Acurrucado en cualquier rincón, cantaba con voz cristalina bellas áreas de zarzuela que escuchaba en casa de su abuelo, perdida la mirada quién sabe dónde, desconectado del mundo. No dirigía a ningún otro sus palabras, no llamaba ni gritaba de forma comunicativa. Sólo podía repetir las palabras o canciones tal como llegaban a sus oídos o el final de las frases que le eran dirigidas. Sergi, como otros autistas, como la ninfa Eco del mito de Narciso, se había retirado a un lugar solitario y su voz se oía sólo como un eco del decir de otros.
¿Qué secretos desentraña el mito de Narciso sobre estas criaturas sin palabra propia, condenadas a la ecolalia?
Según la versión de Ovidio, Narciso era un joven hermoso que despreciaba el amor y permanecía insensible a la pasión que despertaba en las doncellas. La ninfa Eco, enamorada de él, lo siguió a través del bosque, con deseos de hablarle, pero incapaz de ser la primera en emitir palabras. Narciso la rechaza con rudeza y Eco, desesperada, se retira a un lugar solitario donde se consume de tal manera que hasta sus huesos acaban transformándose en peñascos y no queda de ella más que su voz repitiendo otras voces como un eco lastimero.
La imagen petrificada de la ninfa Eco recuerda insistentemente los relatos poéticos de los niños postautistas que sólo a través de figuras literarias sutiles y altamente metafóricas pueden transmitir los estados evanescentes de disolución en los que habían vivido, ligados a objetos inanimados a los que se equiparaban, transformados en roca dura, condenados a repetir indefinidamente sonidos huecos de sentido y significación.
Narciso rechaza a Eco. El niño autista, como la ninfa Eco, cae del nido sin calor y sin estima, sin fuerza para volar, rechazado por Narciso.
Si pensamos el narcisismo desde su vertiente estructurante: narcisismo de vida, fuente del yo ideal y de la autoestima, cemento con que se construye el yo de las representaciones en la dialéctica generada por el nuevo acto psíquico (Freud, 1914), sustrato de matrices identificatorias, podremos acercarnos a intuir el páramo emocional que esconde la sonrisa fascinante del autista, envuelto en su halo de nada, ajeno a las pasiones de Narciso.
Mucho se ha escrito acerca de la mirada ausente de quien ejerce la función materna con el niño autista: sutiles estados depresivos, situaciones de deprivación emocional, separaciones y migraciones, estructuras caracteropáticas rígidas, poco permeables a la emoción ajena. En palabras de Winnicott (1967) hablaríamos de carencias en la función de espejo del rostro materno, en la capacidad de promover en el bebé la sensación de ser sentido por otro. Podríamos también referirnos a la dificultad para conferir significación a las sensaciones favoreciendo la conciencia de los afectos. Podríamos, asimismo, recordar con Esthela Solano (1987) el pensamiento de Lacan que considera que un significante solo, puede permanecer durante siglos, milenios, en su condición de significante asemántico, inscrito o tallado en una piedra, o en un hueso, en medio del desierto. La significación sólo saldrá a la luz cuando alguien encuentre esa inscripción y suponga que en ella hay algo que se puede significar. Así, podríamos conjeturar un momento en el que el grito del pequeño no fue escuchado y que a fuerza de gritar en el vacío, acabó siendo un ser silencioso, carente de subjetividad, fuera de lo humano.
En La Interpretación de los Sueños (1900) Freud encara ese punto nodular en que el infante queda atrapado y anudado en las redes humanizantes de su contacto con otro. Interrogándose acerca del deseo, Freud registra una experiencia efectiva de satisfacción en el origen de la actividad psíquica deseante, la vivencia de satisfacción, tejida en el encuentro con un sujeto que asiste empáticamente al infante, interpreta y calma su necesidad, frenando la descarga incontinente de un cuerpo desbordado por las sensaciones. Motor que imprime energía y direccionalidad al deseo vital, la vivencia es marca, huella, matriz que se inscribe en el cuerpo y lo anuda a las redes humanizantes de otro que se encuentra en función maternante. La vivencia de satisfacción es humanizante. "La experiencia de la vivencia -dice R.Rodulfo (1991)- es el medio, el puente, para abrochar el psiquismo a un objeto humano"
Autores como Stoloff asignan ese papel organizador de la experiencia humana a la identificación primaria con los padres portadores de formas simbólicas fundamentales. También cabe mencionar aquí, por su importancia para la comprensión metapsicológica del autismo, la teoría representacional de Piera Aulagnier (1977) que da cuenta de las primeras inscripciones provenientes del encuentro del lactante con el mundo.
¿Qué sucede si fracasa la inscripción plena de esa experiencia placentera que conjuga en un mismo espacio el cuerpo del bebé y la psiquis materna?
La clínica nos enfrenta cotidianamente con los efectos devastadores a veces, siempre patológicos, del desencuentro con lo humano. En lugar de la apelación a la intersubjetividad, de la búsqueda de un otro viviente como fuente de protección y placer, se levantarán las dos columnas de la arquitectura autista: el repliegue sobre las sensaciones del propio cuerpo y la utilización de objetos inanimados como garantes de la continuidad existencial. A partir de la obra impresionante de Francis Tustin (1981, 1989, 1992) conocemos la textura de las fibras con que el niño autista teje la caparazón que lo separa del mundo y de los horrendos peligros que entraña el existir en él: se trata de una envoltura sensual protectora formada por objetos y formas de sensación autista que son apaciguantes y tranquilizadores. ¿Qué son los objetos autistas? Son objetos que, como el cochecito de Sergi, suelen ser duros y utilizados para conferir dureza, no para jugar. Firmemente apretados, se los siente como una parte del propio cuerpo que los vuelve duros e impenetrables. No interesa su función, sólo la sensación que transmiten. El niño les dedica una intensa atención que excluye todo lo demás. El objeto no es reconocido por su significado o función sino por las sensaciones que produce o, a veces, por su forma. Dos objetos de forma similar son el mismo objeto, o dos palabras con semejanzas sonoras pueden funcionar como una misma. Y aún más, las palabras escritas, objetos, imágenes y sonidos que se parecen, son sentidos como iguales, su naturaleza es concreta. También los sentidos están equiparados y con frecuencia el niño autista no busca tocar el objeto, sino que posee vista y audición táctiles, de tal forma que, con sólo mirarlo, se siente tocado o tocando el objeto. Así, el pequeño Sergi se tapaba los oídos, aterrado, cuando su vista detectaba cualquier señal de autonomía por parte de los objetos considerados parte de sí; en esos casos, él percibía un sonido insoportable o un golpe en sus oídos.
Más allá del objeto apaciguador, nada concita la atención del autista. Los diversos sentidos vagan pasivamente adhiriéndose al estímulo más atractivo del momento, sin concentrar la atención de forma multisensorial. Meltzer (1979) ha denominado "desmantelamiento" a este funcionamiento que conlleva la no integración o el desmoronamiento del aparato psíquico, la descomplejización estructural, la tendencia al cero. La consensualidad, es decir, el funcionamiento conjunto de los sentidos, se desarrolla apuntalada en el vínculo intersubjetivo con la madre. Es la base de la atención y permite aprehender los objetos en la forma multifacética que es esencial para la existencia de actos mentales. Suspensión de la vida mental, entonces, por ausencia de atención.
El otro mecanismo que teje la caparazón autosensual protectora, que sustituye al contacto humano y detiene los intercambios con el mundo, es la producción de formas o figuras de sensación autista. Consisten en torbellinos de sensaciones autogeneradas que anulan la conciencia produciendo un efecto autohipnótico. Las sensaciones derivan de actividades vertiginosas tales como mecerse, aplaudir, girar, agitar repetidamente los dedos cerca de los ojos, etc.
Son evidentes las consecuencias nocivas de este funcionamiento para el establecimiento del narcisismo. La desconexión, la fragmentación sensorial, el efecto hipnótico de las figuras de sensación, atentan contra la posibilidad de construcción de una representación unificada de sí mismo. A su vez, la adhesividad y equiparación con objetos inanimados, dejan como herencia en el postautismo y en otras patologías con núcleos autistas, una forma particular de ligazón con el objeto, metáfora de la primitiva ecolalia, el vínculo adhesivo. "Son pegajosos, se pegan" decía E. Bick (Meltzer,1997), "se adhieren como ventosas" dice Maldavsky (1994). Pero ese apego no implica investidura atenta sino indiferenciación del mundo sensible. Es un apego desconectado. El vínculo adhesivo se establece en el contexto de una experiencia bidimensional del mundo; adherido a la superficie concreta, el otro es parte del propio cuerpo y, por consiguiente, las pérdidas y separaciones no dejarán como saldo una identificación narcisista sino un cuerpo agujereado. Estamos habituados a describir estilos vinculares narcisistas utilizando expresiones tales como fusión y confusión, simbiosis, ambivalencia, omnipotencia, etcétera, a la vez que la angustia de separación suele ligarse a depresión o agresión, vacío, aniquilación.
La vertiente que aporta el vínculo adhesivo remite a un carácter de posesión concreta, ligada a una concepción externa de la relación, basada en sensaciones y en hechos, no en pensamientos o sentimientos. Naturalmente, la angustia de separación es también concreta, se apoya en la pérdida de masa corporal arrastrada por el otro en su partida y produce sensaciones de disolución, evaporación o licuefacción.
Estos descubrimientos provenientes de la clínica con niños autistas han generado, desde hace años, un basto campo de investigación en muchos ámbitos del psicoanálisis. Nuevos interrogantes se han abierto en relación con el origen de la vida psíquica, a la vez que se han ido detectando formas de funcionamiento autista en otras configuraciones psicopatológicas.
Núcleos autistas se recortan como organizadores de patologías contemporáneas tales como las adicciones, los trastornos psicosomáticos y aquellos cuadros en los que prima la supresión de la vida mental a través de actividades vertiginosas que llevan a la pérdida de conciencia de los afectos: aceleramiento de la motricidad, sensualidad promiscua, velocidad de operaciones económicas, consumo vertiginoso, etc.
Como enclave aislado de los circuitos representacionales o como defensa radical que protege de angustias innombrables, los mecanismos autistas configuran corrientes psíquicas en pacientes neuróticos y narcisistas.
Describiré brevemente el funcionamiento de algunos mecanismos autistas en una mujer de mediana edad que padece trastornos severos en la configuración de su narcisismo.
Se trata de una paciente, Paloma, que desde muy joven ha tenido una sensación de levedad e inconsistencia que se transmite como un halo de irrealidad que la envuelve y esfuma. Las representaciones de sí misma la emparentan con las estrellas, ente solitario habitando un planeta lejano desde donde observa los extraños comportamientos de los humanos. Su discurso es enmarañado y complejo, circula asociativamente a través de metáforas, símbolos, imágenes, referencias científicas o literarias, al amparo de una muy amplia y diversificada cultura humanística. En paralelo, otras corrientes psíquicas le permiten pensar y poner en palabras los resortes de su propia historia, los enigmas de las vivencias primeras, las marcas identificatorias.
Con frecuencia la sesión se inicia con un alud de juegos asociativos donde predomina la equiparación de imágenes, sonidos y palabras. Así, en su discurso, yo misma puedo ser parte del pueblo de Martorell porque en mi nombre figura la sílaba "mar", lo que es idéntico a madre ("mare", en catalán) y por supuesto al mar, el Mediterráneo. Por ese motivo, ella escucha permanentemente en su coche la canción "Mediterráneo" que me contiene. A su vez, palabras y nombres son descompuestos silábicamente y nuevamente reunidos de mil formas caprichosas dando lugar a combinaciones que promueven nuevas asociaciones de palabras. A partir de allí se intenta encontrar respuesta a los propios enigmas y a los enigmas del mundo, recurriendo a teorías de todo orden.
Cuando uno logra rescatarse a sí mismo del agotador esfuerzo de seguir los hilos de su pensamiento y descubrir allí un sentido, se encuentra con una tela de araña perfectamente tejida en la que uno quedó atrapado como una mosca ingenua y que al rehacerse cae de la tela, irremediablemente, sin lugar alguno en ese mundo construido a la medida de la mente de Paloma, donde sólo ella hila y teje cada una de las variables.
Desde que comencé a entender su discurso intelectual y verborreico como una cobertura autosensual que me excluía, algo comenzó a cambiar. Se volvió más activa en sus sesiones, con un objetivo claro: mantener el control absoluto del mundo y de mí. Todo debe permanecer inmóvil, idéntico a sí mismo, encuadrado en las redes que ella teje sin cesar, so pena de caer presa de un cúmulo de angustias sin nombre, que comenzaron a generar imágenes aterrorizadoras de agujereamiento o disolución.
Otro de los recursos discursivos que le permiten mantenerse y mantener su mundo en una inerme mismidad es la repetición constante a lo largo de los años, de ciertos temas de orden ideológico o político (la guerra civil, el comunismo) o de hechos de la historia pasada o reciente (la muerte de Mahatma Gandhi). Este mecanismo obsesivo radical le es útil tanto para mantener lo otro, lo diferente excluido, como para protegerse de cualquier atisbo de sentimiento. Una Semana Santa en que no tenía sesión, evitó cualquier sentimiento de soledad concurriendo doce veces a ver la misma película sobre las circunstancias que rodearon la muerte de M. Gandhi y leyendo varias veces dos voluminosos libros sobre el tema. Las imágenes, el texto y sus múltiples disquisiciones al respecto ocuparon todo su tiempo. El efecto es el mismo que se provocan los niños autistas cuando pasan horas balanceándose o agitando dos dedos frente a sus ojos: se construye una neorrealidad personal que tiene una función hipnótica y que expulsa tanto al mundo exterior como a cualquier afecto perturbador.
Y ¿qué ocurre cuando las palabras de un otro consiguen atravesar las barreras autistas?
Con frecuencia Paloma recurre a otro refugio, el desmantelamiento. Tiempo atrás había conectado en la sesión de primera hora de la mañana con un sentimiento conmovedor ligado a una percepción de existencia propia hasta ese momento desconocida. Al llegar a la sesión de la tarde, parecía un ser perdido y silencioso, como anonadado y fuera del mundo. Al interrogarla, supe que había pasado todo el día recorriendo la costa, embelesada con el brillo del sol en el mar, impregnada de una sensación única, atrapada en el impacto sensorial que le provocaba el sol en el mar; la vida mental parecía suspendida. La experiencia matinal había desaparecido, su único discurso era la sensación y la nada.
En análisis, los enclaves y refugios autistas pueden producir tratamientos interminables y fracasos reiterados si no se detecta, además de su presencia, el nivel insoportable de sufrimiento psíquico que genera la angustia subyacente. Con frecuencia, las ideas que irrumpen cuando la angustia comienza a entrar en el circuito de las palabras, son salvajes y macabras, en tanto que las imágenes que surgen describen la angustiosa sensación de ser disuelto, esparcido o evaporado. Hasta entonces, los pacientes carecen de fantasías o representaciones que den cuenta de aquello tan temido, ya que el núcleo autista permanece cerrado a los intercambios, al despertar de los afectos, a los procesos de simbolización.
Bibliografía
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Stoloff, J.C., Les pathologies de l’identification, París: ed. Dunod
Tustin, F. (1981), Estados autísticos en los niños, Bs. As.: ed. Paidós, 1981
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Winnicott, D.W. (1967), Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del
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Nota: Este artículo ha sido presentado en las III Jornadas de Intercambio en Psicoanálisis organizadas por GRADIVA, Associació d’Estudis Psicoanalítics, el 30 y 31 de octubre de 1998 en Barcelona.
Publicado en el libro EL NARCISISMO A DEBATE, editado por GRADIVA, Barcelona, 2000