PLATAFORMA:
treinta años después.
Hacia la identidad del PSICOANÁLISIS ARGENTINO
JUAN CARLOS VOLNOVICH
A la memoria de Fany Baremblitt de Salzberg
José Bleger
Manuel Braslavsky
Diego Gracia Reinoso
Marie Langer
Rosa Mitnik
Alberto Pargeament
Hace más de treinta años un grupo pequeño de analistas
aceptamos el desafío de hacer camino, al andar por un espacio no transitado y
con rumbo incierto. Las huellas que dejamos, cambiaron de manera definitiva el
rumbo del psicoanálisis argentino.
Hace casi treinta años, Plataforma[1]
hizo pública su separación de la Asociación Psicoanalítica Internacional y
de la APA, su filial Argentina.
Nos disponíamos, entonces “a ser y hacer otros psicoanalistas”. Mas “verdaderos”. “Desde aquí en más
(decíamos entonces) el psicoanálisis no es
la Institución Psicoanalítica
Oficial. El psicoanálisis es donde los psicoanalistas sean, entendiendo el ‘ser’ como una definición
clara que no pasa por el campo de una
ciencia aislada y aislante, sino por el de
una ciencia comprometida con las múltiples realidades que
pretende estudiar y transformar”[2].
Cumplimos con nuestro
destino y, hoy en día, como era inevitable, somos
“otros” analistas.
Pero, ¿cómo somos? ¿Realmente somos
tan “otros”? Mas aún: ¿seguimos todos siendo
psicoanalistas? ¿Podemos hablar de “nosotros” como de una totalidad, aludir a
una identidad que nos agrupe?
En un artículo publicado después de su
muerte (y de dudosa
fidelidad al texto original), José Bleger nos condenaba:
“Eligen la política. Abandonan el psicoanálisis”[3],
frase que me persiguió como un anatema. Estaba claro:
la Asociación Psicoanalítica era EL psicoanálisis, todo el psicoanálisis.
Separarse de la Asociación era,
entonces, sinónimo de romper con el psicoanálisis.
No. No lo hicimos. Seguimos siendo psicoanalistas.
Nos quedamos fuera de la
organización, pero dentro de la institución[4].
Y empezamos a recorrer el camino de la historia para
llegar, ahora, a
conmemorar los treinta años de aquella gesta que nos
invita a reflexionar -a
pensarla desde nuestra acuciante actualidad con toda nuestra
potencialidad crítica. Pensar sobre las
contradicciones productivas que tuvo, sobre sus logros
y sus pérdidas, sobre sus promesas y sus perversiones.
Pero “conmemorar” no necesariamente
significa hacerle concesiones al recuerdo que nos pretende “excombatientes que
añoran sus épocas de gloria”[5]:
tentación de quedar cautivados, aferrados a un “narcisismo nostálgico”[6].
Para disponernos a ”conmemorar” es necesario empezar por
reconocer que tanto el olvido
como la memoria nos son necesarios pero que el horror a
quedarnos fijados en el pasado no tiene porqué obligarnos a renegar de nuestra Historia. No es
deseable alimentar el silencio -quedarnos callados para hacerle el
juego al olvido, a esa
consagración neoliberal que todo lo destiñe- cuando el ocultamiento se
apodera del ayer y nos despoja de nuestro patrimonio.
No podemos -o no deberíamos renegar de nuestra
Historia. No deberíamos aceptar que Plataforma quede inscripto apenas
como un "sí, ya lo sé...pero aún así". Renegación donde a
los que protagonizamos esa aventura se nos presente como momias de un museo
coagulado en el tiempo. Tal parece ser que “conmemorar” nos da la
posibilidad de recuperar algo de la memoria colectiva. Aún, la memoria de
las derrotas.
Entonces: ¿cómo “conmemorar”?
Alejado del narcisismo
nostálgico, distante del cínico jubileo posmoderno, sólo me queda
construir un abordaje
que refleje algo de la infinita complejidad en la que me
encuentro, psicoanalista, a treinta años de Plataforma.
“Conmemorar”, subordinado a ciertos imperativos que me llevan a ser consecuente con los principios básicos
enunciados en la plataforma de Plataforma, pero sin eludir el conflicto
entre fidelidades y traiciones cruzadas, que puede llevar a imponerme el triste
papel de seguir cuestionando[7]
lo mismo desde entonces.
Tal vez, todo se reduzca a descubrir cuál es la ruptura
que me permita afirmar una posición inclaudicable. O, dicho de otra
manera: en el contexto actual ¿tiene
sentido seguir cuestionando?[8]
Y si ese “cuestionar” ya no es vigente ¿en qué se ha transformado?
Si hace treinta años cuestionábamos el
psicoanálisis de la institución oficial (y la abandonábamos),
hoy, consecuentes, ¿deberíamos cuestionar el psicoanálisis de la institución
imaginaria y, lisa y
llanamente, abandonar la practica del psicoanálisis como
profesión liberal?[9].
Sí entonces cuestionábamos al psicoanálisis
disciplinario, ¿hoy deberíamos marcar el "acontecimiento"[10]
con el anuncio de nuestra
adhesión a un psicoanálisis indisciplinado; psicoanálisis
ampliado, fecundado por
otros saberes, corrido del inconsciente freudiano al
inconsciente maquínico, esquizoanalítico, como lo sugieren Deleuze
y Guattari? ¿O seguiremos -inquietos, pero
convencionales reclamando
para nosotros el psicoanálisis de la clínica. El de
la clínica ampliada al
psicodrama, a los grupos; el de la clínica del traumatismo para
los Derechos Humanos, el psicoanálisis en las
instituciones asistenciales para los pobres y en la Universidad
para todo el mundo?
Para
empezar puedo afirmar que no se
trata de seguir
cuestionando, ni de contraponer “nuestro”
psicoanálisis al
psicoanálisis de “ellos”, los de la A.P.A. Los múltiples
entrecruzamientos dejaron atrás, hace tiempo, esas antinomias. Tengo la
convicción que, hoy en día, el problema ya no consiste en descubrir como
“nosotros”, los psicoanalistas que al irnos elegimos un camino alternativo al
de la institución oficial[11],
hemos cumplido –bien, mal, tarde, a medias nuestro proyecto. Proyecto de
construir un paradigma alternativo capaz de ser confrontado, contrastado,
con el modelo de la A.P.A. La
historia de estos treinta años ha querido que los múltiples
entrecruzamientos, infinidad de atravesamientos que caracterizaron la expansión caótica de
nuestra disciplina, tornen imposible y vuelvan
innecesaria la tarea de interrogarnos sobre las diferencias
y/o las semejanzas que
existen entre un psicoanalista de Plataforma y un psicoanalista de
la A.P.A.[12] Esto sería,
caer en una simplificación insostenible.
Decía que “conmemorar” los treinta años de Plataforma
nos invita a reflexionar –a pensar la
historia desde nuestra acuciante actualidad con toda nuestra
potencialidad crítica. Este ensayo incluye algunas ideas, no sistematizadas, acerca
de la pertinencia -y de la impertinencia
de proponer a Plataforma como aporte
significativo a la identidad del psicoanálisis argentino y su relación con
el psicoanálisis global. Tratará, por lo tanto,
sobre la dialéctica del fragmento y la totalidad.
POSMODERNIDAD Y PSICOANALISIS
A quién se acerque hoy en día al psicoanálisis de
Buenos Aires le será difícil disimular el asombro ante tamaño
despliegue: un psicoanálisis plural domina el
cuadro. Psicoanálisis multifacético, atomizado, multiplicado
hasta atravesar toda la trama de la cultura; difundido a lo largo y ancho
de la escala social, irreverente ante los límites de clase. Un análisis ampliado, expandido, elemento
esencial en la estrategia particular de numerosos profesionales de la salud,
infiltrando la psicología de la educación y de las relaciones familiares,
desbordando en la psicología toda que se basa en él para ratificarlo,
para criticarlo, para contradecirlo. Para todo, menos para hacer
caso omiso de él. Si algún autoritarismo padece es un autoritarismo
liberal que permite desarrollar las más diversas orientaciones para imponer una
misma condición del orden: infinidad de parroquias para una misma iglesia. La
jerga psicoanalítica se ha convertido en lenguaje coloquial, en código
privilegiado para reflexionar sobre la propia existencia. El psicoanálisis
-que antes era de consulta es ahora consumido a
domicilio, presencia insoslayable en los medios de comunicación de masas.
Esta “inteligencia psicoanalítica de masas”[13]
muestra una de las caras de la paradoja: la pérdida de especificidad, la
masificación, la banalización. La otra, un cuerpo teórico riguroso,
sofisticado, difícil.
Desacralizado, divulgado, vulgarizado, algo ha cambiado.
Un reconocimiento social de tal magnitud no puede darse sin una profunda
transformación en la naturaleza de su objeto.
Esta diseminación ¿posmoderna? de nuestra disciplina, el
respeto por las diferencias, la descentralización democratizadora, coexiste
junto a las formas más concentradas de acumulación de poder y centralización
transnacional. Así es: somos testigos de un proceso por el cual los sectores
hegemónicos controlan el psicoanálisis y monopolizan los bienes simbólicos como
nunca antes lo habían podido hacer. La homogeneización de la
cultura psicoanalítica aportada por los medios coexiste con la diversificación
extrema de pequeños universos simbólicos. Diversidad que está al servicio
de la fragmentación; nueva forma de segmentación de públicos que implica toda
una reorganización del mercado simbólico con entrecruzamientos muy complejos.
Esta segmentación de públicos -paradójicamente uniformados por un discurso homogéneo va fomentando, también, una atomización
indetenible del conjunto de la
comunidad científica; comunidad científica que cada vez encuentra más obstáculos para
identificarse, para solidarizarse, para
recuperar la conciencia de totalidad y reorganizarse en consecuencia.
La coexistencia plural deviene, así, en un
peligro. Tiende a ignorar lo que nos une o puede
unirnos. El relativismo fomenta el aislamiento cuando nos disuade de hacer el esfuerzo
para aproximarnos al “otro” y aprender de él (aún, de lo que no nos
gusta de él). Cada
parroquia lacaniana, por ejemplo, ignora lo que ocurre
en la otra vecina, pero no lo que pasa en París.[14]
LA HISTORIA
Fue en “El
Porvenir de una Ilusión”[15]
donde Freud pronosticó que llegaría el momento (este, el
nuestro, es “el momento”) en que la humanidad iba a ser testigo de como la racionalidad
occidental -las ciencias
ocuparían el lugar de las ilusiones religiosas: las irían desplazando. En pocas
palabras, como la verdad y la razón irían pertrechando
al ser humano de un saber que -al liberarlo de la naturaleza le permitirían
resignar su dependencia de las ilusiones místicas.
Freud opuso a la
religión, la ciencia y, de esa manera, enfrentó la razón a la irracionalidad, la verdad al error y a las
mentiras. Freud, que en “El
Porvenir de una Ilusión” temía que el psicoanálisis acabe vencido por la
religión, mal podría haber sospechado que sería como una religión que el
psicoanálisis alcanzaría el éxito, y que su triunfo -tal vez no por casualidad
tendría su sede en la Argentina.
El psicoanálisis, así, comenzó siendo “la gesta
de un singular pionero”[16]
y continuó siendo una secta. Es con el advenimiento de la modernidad tardía[17]
que se transformó en iglesia[18].
En efecto, nada se opone a caracterizar a la
institución psicoanalítica como sectaria en el largo período que va desde
su gestación, hasta el momento de expansión ampliada, cuando se transformó en
iglesia. A pesar de las pocas coincidencias que había entre Freud
y el pequeño grupo de discípulos que lo rodeaba -a pesar de las
diferencias que hubo en el origen de
“nuestro” psicoanálisis entre una Marie Langer y un Angel Garma o
un Enrique Pichon Riviere, por ejemplo lo que todos tenían en común era su
posición estructural de sectarios, es decir la sorprendente similitud con
que reaccionaban ante la oposición externa y la herejía interna. En
virtud de su estructura exclusiva, la secta
psicoanalítica sustentó un código moral y ético opuesto al que afirmaba
el resto de la sociedad. Como en toda secta, para defenderse de los ataques
reales o imaginarios del “afuera”, los psicoanalistas organizados
centripetamente en la Asociación Psicoanalítica Internacional y en su filial
argentina, necesitaban vigilar y controlar de manera integral la
personalidad de sus miembros. La obligatoriedad del
análisis individual por
el que tenían -y aún tienen que atravesar los candidatos a
miembros de la secta; la obligación de analizarse con Miembros Didactas
-esto es, psicoanalistas que pertenecen a la cúpula de la pirámide
jerárquica garantizaba, así, la pureza e incondicionalidad de sus miembros.
Pero el fundamento de la secta psicoanalítica fue la adhesión y la lealtad inclaudicable a la doctrina, a los
principios teóricos del grupo y a los intereses de la institución.
Así creció y así se desarrolló el psicoanálisis como secta, con un cuerpo
teórico original y sofisticado, capaz de subvertir a los saberes consagrados y
amenazando estallar los propios límites de lo que hasta el momento
se consideraba "ciencia". El psicoanálisis creció y se desarrolló hasta
convertirse en iglesia, alternando un modelo organizativo que reforzaba, a
veces, su carácter religioso, salvacionista y
redentor; otras, su carácter cientificista y casi siempre, una vocación aristocratizante.
En la Argentina, el Grupo Plataforma -que se
separó en 1971 de la Asociación Psicoanalítica oficial jugó un papel fundamental en la ruptura
del sectarismo, en el inicio del expansionismo psicoanalítico y en la
enunciación de una nueva ética[19].
Decía que Freud pronosticó, a principios del siglo, que
llegaría el momento en que la racionalidad occidental -las
ciencias ocuparían el lugar de las
ilusiones religiosas[20].
Pues bien, Freud se equivocó en su profecía. Se equivocó porqué en la sociedad
cambió lo que se entendía por modernidad. Abandonamos el evolucionismo que
esperaba la solución de los problemas sociales por la simple
secularización de las prácticas. Hoy concebimos -por lo menos
en América Latina una
articulación mucho más compleja entre las tradiciones religiosas y las
modernidades. El espacio de la cultura actual alberga un pastiche[21]
heterogéneo donde se superponen múltiples lógicas del desarrollo, donde
coexisten varios modelos de modernidad,
desiguales y, a veces, contradictorios.
Plataforma operó la transformación de la secta en iglesia. Dio inicio a la etapa
final del monopolio de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Abrió el campo a un proyecto de expansión disciplinario. Inauguró el reino de
la diversidad. En última instancia, anunció el auge lacaniano.
La obra de Lacan, formidable relectura de la obra de
Freud se convirtió,
en parte, en la recuperación de un espacio protegido, refugio inmejorable para el ejercicio de
esa noble profesión de librepensador; logró postularse como una micro
cultura de resistencia, opuesta
a la devastación intelectual y ética del despotismo
y el terrorismo de Estado.
El discurso lacaniano se expandió en la
Argentina como misión jesuítica pero mal haríamos, esta vez, en reducirlo al
claro ejemplo de un barroco transplantado. Este discurso furioso, impugnador y
nuevo, ha prendido en las márgenes críticas y
violentas de una gran superficie, espacio excéntrico, borde para un neobarroco
sudamericano de origen ya que el discurso lacaniano subvierte el orden
instituido como la elipsis de Kepler rompe y descentra el perfecto círculo de Galileo. De
ahí su éxito en la creación de un espacio
para la superabundancia y el desperdicio. Porque el discurso lacaniano, ese
exceso neobarroco, amenaza, juzga, parodia la economía
burguesa basada en la administración tacaña o, como suele
decirse, racional de bienes. Contrariamente al lenguaje comunicativo,
económico, austero, reducido a su funcionalidad (lenguaje destinado a
servir de vehículo a una
información), la jerga lacaniana se complace en el suplemento y en la
desmesura. Es justo allí donde confluye
con la identidad de la cultura latinoamericana a la que, generosamente, se
suma.
Contra el imperativo del homo faber que nos pretende ser-para-el-trabajo, el
discurso lacaniano más que trabajo es juego, pérdida,
desperdicio, placer, transgresión de lo utilitario; transgresión de
ese nivel denotativo,
directo y “natural” del lenguaje que está, siempre, en cumplimiento
de su función de consumo y acumulación. Allí donde se trate
de malgastar, dilapidar,
derrochar lenguaje en función del placer -en esa erótica retórica del erotismo triunfa el discurso
elidente del psicoanálisis lacaniano.
Fue así como una multitud de jóvenes analistas
fascinados por el estilo barroco de
Lacan se lanzaron -cual ejército de templarios a invadir los espacios
públicos.
¿Qué mandato cumplen?
¿Cuál es su misión?
Tal parece ser que asumen el trabajo de
sostener un escenario simbólico donde llevar a cabo las
transgresiones al discurso autoritario, siempre dentro
de las instituciones que neutralizan su acción y anulan su eficacia para que no
perturben el orden general de la sociedad.
¿Cuál sería, entonces, el límite de estas innovaciones psicoanalíticas en el seno de un sistema de salud reaccionario y represor? ¿Hasta que punto no son incorporadas y cooptadas estas irreverencias, estas herejías, fundadas en sacrilegios rituales? ¿Cómo hacer para que no queden reducidas a la condición de desacralizaciones sacralizantes, prácticas que sólo escandalizan a los creyentes?
HACIA LA IDENTIDAD DE "NUESTRO" PSICOANÁLISIS
En los comienzos de la década del 70 Plataforma partió de la A.P.A. con un discurso psicoanalítico que no
excluía el marxismo y que -en algunos casos (solo algunos)- unido
al peronismo triunfante, denunciaba el neocolonialismo cultural
pretendiendo un psicoanálisis “nacional y popular”. Hoy en día me sería
imposible sostener esa propuesta. No es que ignore los
efectos del colonialismo y del neocolonialismo cultural –que,
por supuesto, incluye al psicoanálisis sino porque la universalidad de
la ciencia y la fragmentación de la realidad proponen un cuadro de situación
mucho más complejo.
No obstante, creo que sigue teniendo
sentido oponer un frente a la dispersión y a la fragmentación que nos
debilita, la que nos impide reconocernos en nuestra producción original; la que hace obstáculo para
que podamos registrar nuestra
identidad. En definitiva, tiene sentido resignarnos, “ser” -estar-
psicoanalistas argentinos.
La crisis de los metarrelatos, de los discursos totalizadores,
no tiene porqué impedirnos pensar en proyectos que permitan
reunir experiencias dispersas, trabajos diseminados. No tiene porqué
impedir el encuentro -“el buen
encuentro” que nos ayude a
descubrirnos en nuestras diferencias.
El posmodernismo como norma cultural hegemónica
del capitalismo tardío[22]
introdujo la idea de la sociedad fragmentada, desagregada, individualista
y parcializada. Pero una cosa es la descripción de nuestra
segmentada realidad y otra, muy distinta, la celebración cínica
de esa situación y la descalificación de todo intento
por pensar de nuevo la totalidad. La totalidad sigue existiendo, solo que de
una manera diferente a la
que pudimos pensar hace treinta años. Tanto existe la
totalidad, como existen las transnacionales y los medios que ejercen su influencia de manera global.
Solo que ahora, parecería, la totalidad existe unicamente para ellos.
Repensar los grandes
discursos totalizadores
significa
despojarnos de la ingenuidad de entonces, resignar una concepción
de la Historia que
nos veía a los psicoanalistas luchando contra el Imperialismo,
comprometidos con el proletariado triunfante[23].
Significa abandonar la utopía de una Patria
Grande Bolivariana que nos convocaba a todos para la unidad
latinoamericana detrás de
un solo objetivo y con una misma lengua. Hoy en día
-justamente por la razones que impone la democratización de
nuestras sociedades y no porque
así lo quiere una cultura
posmoderna pienso que es bueno agudizar esas diferencias, aceptar la
descentralización, reconocer la diversidad. Pero, al mismo tiempo, es necesario
juntarnos y darnos la posibilidad de volver a pensar la unidad. No soldarnos,
pero sí solidarizarnos. Hacer estallar las cápsulas que nos impiden reonocernos. Desactivar el dogmatismo que nos
aisla. Recuperar o gestar, en definitiva, nuestra identidad. Identidad de
psicoanalistas argentinos, latinoamericanos. Lugar desde donde
volver a pensar la realidad integralmente, con posmodernismo incluído.
La identidad
posmoderna de un psicoanalista argentino se construye con fragmentos, con
ideales libertarios como los de Plataforma,
con influencias transnacionales como las de la
I.P.A. , de la E.O.L. o Convergencia, con restos de la represión que
dejaron los años de plomo. Es, en
todo caso, el resultado de un proceso mucho más complejo y
contradictorio que el que pudiera pensarse para un psicoanalista que se formó
en un lugar, en un tiempo histórico determinados. Complejísimo proceso
del que emerge un cuerpo desdibujado que poco tiene que ver
con la afirmación tradicional de
valores basados en su carácter localista. Poco tiene de “autóctono”
y mucho menos de ser todos iguales al modelo.
La
búsqueda de una identidad
para los psicoanalistas argentinos elude la intención de
postular un modelo exótico, extravagante,
digno de ser visitado o mostrado como fenómeno típico “venido de
Indias”. Lo escencial de un psicoanalista argentino, por ejemplo, no está
dado por haber transitado por un período histórico determinado, en
un lugar determinado. Menos aún por la aceptación -como modelo de
identificación de ciertas figuras carismáticas que aún nos quedan de las
“épocas de gloria”[24]
y que vendrían a llenar el vacío de poder que se generó por la propia
fragmentación y multiplicación de las
pirámides institucionales que la posmodernidad impuso.
El proyecto de Plataforma, las viejas utopías, se
inscriben en la memoria colectiva y su recuperación se torna ineludible
para garantizar el presente y el futuro. Sin embargo no propongo,
aquí, rescatar los relatos paradigmáticos de los 70 para completar lo interrumpido
o ponerlos nuevamente en vigencia. Sí, reelaborar las viejas
utopías y garantizar la continuidad
real en este presente que es otro, muy distinto de aquel en cuyo seno aparecieron.
La tradición verdadera es la que ha ido
cambiando. No la que permanece inalterable, ligada a la nostalgia. Ser
consecuente con los viejos ideales -apostar a la
identidad de los psicoanalistas argentinos supone reconocer en los
titubeos y contradicciones de las nuevas generaciones de
psicoanalistas informales, el lugar posible de esa producción original. Tal vez es allí
donde se encuentre el gérmen de la verdadera identidad, en
la producción asistemática, desprolija, “ilegal” de los psicoanalistas
informales[25]. Y no
solo allí. Debemos, también, perseguir la originalidad
de la cultura psicoanalítica en el proceso de apropiación masiva, en el
consumo y la refuncionalización del psicoanálisis que les llega a
las masas. ¿Qué psicoanálisis consumen los “sectores populares” y cómo se
apropian de él? ¿Cómo asumen, incorporan y elaboran los
“sectores populares”, los “consejos” psicoanalíticos que inundan
los medios? ¿Cuál es la recepción, en última instancia, del discurso psicoanalítico?
Entender este proceso puede aclarar algo sobre la pertinencia o
impertinencia de los proyectos psicoanalíticos asistenciales, de
las políticas de
formación y reproducción de agentes, de las estrategias universitarias y del futuro de las teorías
implicadas[26].
Entender este proceso puede, también, ayudarnos a
derrumbar mitos sobre las necesidades de los “sectores populares” y las
características de “aplicación” del psicoanálisis. .
Entonces, ¿tiene sentido buscar un perfil
particular, una contribución específica, del psicoanálisis
argentino?[27]
Para empezar a responder debería poner en
duda la imágen que
tiende a mostrar “nuestro” psicoanálisis como un eco
diferido y deficiente del psicoanálisis europeo. Después, tener en
cuenta la dificultad
que surge al descubrir la multiplicidad de
paradigmas psicoanalíticos que circulan en nuestro medio y la mutación
permanente de los mismos. Más aún: ¿Cómo definir el perfil de una práctica, justamente
(des)dibujada por la intensa interacción con la metrópoli?
No voy a caer en el feroz provincianismo de tomar
a Europa como parámetro -referencia única para marcar
las semejanzas o las diferencias que nos constituyen, pero no estaría de
más tener en cuenta como perciben los protagonistas del psicoanálisis
metropolitano nuestras relaciones entre el psicoanálisis que propongo,
por ahora, llamar tradicional y el psicoanálisis actual.
Víctima de lo que algunos autores han definido como un
modernismo exuberante con una modernización deficiente, América
Latina se ha visto presionada
por los países centrales (sobre todo en la economía y en la política),
para que se integre al desarrollo moderno. Siempre, por supuesto, en posición
de subordinación. No obstante, en la cultura -y pienso que también en psicoanálisis
prefieren -sino aquel mimético, ecolálico,
que niega la diferencia nuestro rostro más tradicional. Esto se advierte
en la mayoría de las publicaciones realizadas durante
estos años en Estados Unidos y en Europa. Los argentinos
hemos logrado entrar en el mercado editorial del Primer Mundo pero no tanto por
nuestra creatividad reciente sino por las obras consagradas,
representativas de nuestra “pasada” época
de gloria.
Tal parece ser que los europeos y los norteamericanos
nos vuelven a descubrir. Así, en la obra de Enrique Pichon Riviere,
en Simbiosis y Ambiguedad que José Bleger escribió en
1968, en Maternidad y Sexo que
Marie Langer publicó en 1951, encuentran la ocasión para sorprenderse por
nuestras producciones específicas, por nuestras
creaciones originales
y por nuestras contradicciones históricas. El interés que sucita Plataforma
-parte de cuya epopeya se plasmó en los Cuestionamos entra dentro de esa
curiosidad. No cabe duda que esto responde a la intención sincera de los
psicoanalistas metropolitanos de salir al encuentro de producciones
distintas, guiados por motivos
que no solo tienen que ver, ahora, con el afan de conquistar
nuevos mercados, o con las ansias de
dominio colonizador. Pero esta iniciativa que admite prácticas
diversas a las que habría que rescatar para estudiar y revalorizar, corre
el riesgo de reparar solo en lo
aleatorio de las mismas. Reparar solo en un
pintoresquismo exterior que describe características intercambiables para
convalidar diferencias insalvables. Cuando el centro descubre que hay varios psicoanálisis,
y no uno solo, parecería que ha llegado el momento de
reconocer el fin de un ferreo
monopolio, sea este imaginario o real. De súbito resulta posible que haya
otros; que en el propio centro haya
otros centros.
En realidad ese reconocimiento no descarta la
permanencia de un poder hegemónico sostenido, también,
por las producciones alternativas pero, sí así fuera -sí la hegemonía cultural se
hubiera perdido, sí la
soberbia y la insolencia hubieran dejado paso a la humildad, a una creciente
sensibilidad hacia las diferencias y a una tolerancia a los
“otros” esto no hace otra cosa que anticipar el advenimiento del eclecticismo
-por no mencionar el tan pregonado pluralismo en el que se diluyen
las identidades.
Sin embargo, de lo que aquí se trata es de reflexionar sobre los
límites de ese reconocimiento respetuoso a (nos)otros. Se trata aquí de
reflexionar sobre cómo, de un eurocentrismo implacable que nos ignoraba o
nos conquistaba (pero que no nos reconocía) se está pasando a esta democracia
del contacto, a las maravillas de la proximidad, a la
aceptación de una producción periférica en una
suerte de coexistencia pacífica y uniforme. “Vale todo” en el que un humanismo
democrático se despliega para reverenciarse ante las
iniciativas locales, las identidades regionales, las
particularidades convalidadas. En una
palabra, lo singular como anónimo.
Se trata aquí de reflexionar, al fin, sobre cuál es el
momento en el que, por un desliz, la aceptación de las diferencias se
reduce a la indiferencia.
Decía que hemos logrado entrar en el mercado editorial
del Primer Mundo fundamentalmente por las obras
representativas de nuestra “pasada” época de gloria. Todo
haría pensar que la ubicación del psicoanálisis argentino en el campo ampliado
de la cultura mundial está avalado por la fuerza de su historia, más que por el torrente irrefrenable de su
creatividad actual.
¿Sirve el reconocimiento de esa
Historia para fortalecer
nuestra presencia, para disputar un lugar y una legítima
reflexión dentro de las teorías contemporáneas?
¿Es que nuestra fortaleza reside solo en lo viejo, en lo
tradicional, en la salvaguarda del pasado?
PSICOANALISIS DEL CENTRO Y DE LA PERIFERIA
El psicoanálisis argentino es
un producto traducido y transculturado. La “traducción” es el
sistema de mediaciones[28]
por vía de la cual
América Latina buscó resolver, frecuentemente, la distancia
entre el centro y la perifería[29],
entre el texto (la modernidad europeo-dominante) y la
lectura (la refuncionalización crítica de sus signos importados
según códigos locales).
Para cualquier
periferia dependiente de los circuitos de organización, distribución y
circulación del psicoanálisis metropolitano, el desafío teórico es saber
cómo interpretar la complejísima vía de la transferencia de conocimientos.
Sí se pretende seguir empleando la metáfora de la
traducción, como imagen de
la operación intelectual típica de las elites psicoanalíticas de
nuestra periferia respecto del centro, es necesario reconocer que suele ser
todo el campo el que opera como matriz de traducción[30].
Por precaria que sea la existencia de ese campo, de ese contexto particular, es
innegable que funciona como escena de reelaboración; como estructura reordenadora
de los modelos traducidos. Por eso no sería arriesgado suponer que la
importación de un discurso moderno como el psicoanálisis, antes que
desnacionalizador, haya sido el responsable de aportar un
impulso definitivo para nutrir el repertorio simbólico necesario para la construcción de la
identidad nacional de “nuestra” cultura. Así, podríamos afirmar que -aún
los psicoanalistas locales adictos o ecolálicos del psicoanálisis
francés están lejos de ser meros imitadores de textos importados y, mucho menos, pueden ser
acusados de colonizar nuestra cultura[31].
No obstante, nada nos autoriza a pensar esta importación
como sencilla e inocente. Una de sus complejidades se
expresa en la dificultad por apropiarse de la teoría
universal a sabiendas que forma sistema con la normativa del centro. ¿Cómo evitar, entonces, una
rendición incondicional a las gramáticas de autoridad del
centro? ¿Cómo adueñarse de las categorías teóricas puestas en circulación
por las metrópolis sin que eso signifique plegarse a las jerarquías
del poder central?
En las últimas décadas, el poder psicoanalítico de
la metrópoli ha experimentado múltiples trastrocamientos de su eje y
función bajo el registro
posmoderno del estallido (o des-centramiento) del centro como polaridad fija y
unitaria. De ahí que
el fenómeno de la transferencia de conocimientos se haya visto,
también, afectado por la ambigüedad
surgida ante la crisis de la
centralidad. La heterogeneidad, la fragmentación y la
atomización del discurso central han tenido efectos en la periferia. Mientras el proyecto de la
modernidad dominó en la cultura, el centro -en tanto origen y
fundamento de irradiación psicoanalítica universalizó el paradigma dominante. La metrópoli que irradiaba
su luz de sabiduría y conocimientos hacia una
periferia sombreada reservó, a las elites locales
ilustradas, la tarea de administrar el Modelo traducido y pontificar sobre los atrasos y
avances referidos al mismo.
Centro y
periferia sellaron, así, su histórica relación de jerarquía y
dependencia en la dupla original-copia que transcribe el dogma de la
colonización cultural: el original como sentido primero y
único depositado en
el centro, y la copia como reproducción mimética en
lengua subordinada. En el imaginario social de la modernidad, el peso del
Modelo como original -su valor como núcleo de la razón, la verdad y el poder
descansa, por supuesto, en la supremacía del origen como jerarquía fundacional.
Pero ocurre que con la pérdida de la fe en los absolutos
de la racionalidad, el desmembramiento del
centro de la modernidad, algo empieza a cambiar en la periferia. Sería demasiado apresurado
afirmar que el derrumbe del fundamento (mono-eurocentrista) de una
universalidad hasta ahora fuera de sospecha, ayudaría a liberar,
finalmente, a la periferia de la
tiranía del Modelo como ejemplaridad de sentido. Pero no es disparatado
preguntarse, ¿Cómo se redefine la
operación de traducir para una lectura periférica, un texto que ya
no es el texto único y fundante de la modernidad del centro, sino que
ahora es el texto plural y diseminado de la posmodernidad
(del descentramiento)?
Es decir: ¿Cómo se trata a un texto que en si mismo
rebate el supuesto de que los textos se rigen monológicamente por una
razón dueña de si misma y legitimadora de certezas?
Sí, pienso que tomar el texto posmoderno en la
positividad de su
discontinuidad, en la precariedad de su sentido, en la debilidad de
su pensamiento, pudo
haber sido útil como recurso antifundamentalista para la periferia. Una buena oportunidad para
desalinearse del Modelo.
El espacio cedido por la discontinuidad, la
fragmentariedad, la transitoriedad de los signos centrales invitaría a que
la periferia los ocupe con
un proyecto poscolonial de descolonización en la medida que permita
liberarse de la sujeción a las totalidades jerárquicas. Sin duda que
la profunda crítica al poder del saber único en algo ayuda ya que la
diseminación del sentido en cuanto multiplicidad y diversidad revoca el mito
originario de una voz canónica que basa su autoridad en la huella fundacional
del texto.
No obstante, hasta el polisémico
discurso lacaniano -descuartizado por
los disidentes en fragmentos que se pretenden a si mismos fracciones
totalizantes (y, porqué no, la teoría derrideana de la deconstrucción)- está
expuesto a reapropiaciones monocéntricas del concepto en la medida que es
fetichizada en la periferia como expresión catedrática de la incontrovertible
superioridad de la cultura francesa. Así, las teorías acerca de la
“muerte del autor” (Lacan, Foucault, Barthes) están expuestas a ser
antologizadas por una tradición de firmas con prestigio local que
consagra la exclusividad de los nombres y, sobre todo, el renombre. El
mismísimo discurso posmoderno que afirma la crisis de los metarrelatos
puede sonar para nosotros como metarrelato de la crisis si no se
abre a la heterogeneidad de lo múltiple-diferente. La exaltación del respeto
por las diferencias, la pasión por la alteridad[32]
que conduce la ética del psicoanálisis, parece no tener la fuerza
suficiente para clausurar la conflictiva complejidad de eso
"múltiple-diferente".
Ni la teoría del
“fragmento”, ni la práctica de la
“fragmentareidad”, ni mucho menos la idealización de lo efímero, son ejercicios
desdeterminados (indeterminados). Productos que puedan manipularse con
independencia de los condicionamientos materiales que regulan los juegos del
lenguaje administrados por el poder central. Estos
condicionamientos metropolitanos garantizan, por ejemplo, que la teoría
posmoderna del “fragmento” se reciba en la periferia con todo el prestigio de su previa consagración
en la metrópoli. Es como si, al final,
las virtudes antiautoritarias y antitotalitarias del discurso
conservaran su carácter despótico.
Hace un tiempo, Jacques Alain Miller[33]
nos daba un buen ejemplo de
esto. Refiriéndose al futuro de la ciencia y aludiendo a la
medicina cuyos días
estaban, para él, contados, decía: “Percibo, así,
la estructura del
porvenir. Puedo anticiparlo, por un lado se desarrollarán los
especialistas de la estructura molecular. Por el otro, los psicoanalistas.
Entre los dos, nada. Este es el paisaje que se está dibujando”.
Y, más adelante, después de afirmar que hay una sola
práctica que podría llamarse verdaderamente atea, y esta es
el psicoanálisis, afirmaba: “No debe pensarse que existe un
imperialismo del psicoanálisis. El psicoanálisis puede asumir sin
problemas su lugar. Su reducido lugar. Pero allí donde está lo suyo, sólo
él reina. Es como el Dios de los judíos, no es el Dios de todos, pero
allí donde reina, reina solo.”
Pues bien, he aquí una disciplina (en
realidad es solo un fragmento, aunque hegemónico, de una
disciplina) que ilustra la autonomía relativa de un dominio
del saber con la metáfora de la hegemonía absoluta de una religión
monoteísta. He aquí un saber que sume
en la “nada” a quién no la profesa; y he aquí un psicoanalista que profetiza el reinado universal de su
deidad.
TRADUCCIONES.
TRANSCODIFICACION DEL DISCURSO PSICOANALÍTICO.
LADINO Y NEOBARROCO
¿Dónde buscar la originalidad del discurso
psicoanalítico argentino?
¿Dónde intentar descubrirlo?
Arriesgo una respuesta: en las operaciones
teórico-discursivas instrumentadas por la periferia no sólo para
construir frases propias con un
vocabulario y una sintaxis recibida sino, también, para subvertir
las interpretaciones codificadas por los pactos de lectura hegemónica, desviándolos
hacia resignificaciones locales tan rebuscadas, barrocas -y hasta
perversas como el propio giro posmoderno.
Desde siempre experto en las transcodificaciones
del bricolage teórico (la construcción de modelos sobre la
base de residuos o deshechos de
otras construcciones) el psicoanálisis local usa la “cita” del
discurso hegemónico para resignificar operaciones locales autodirigidas.
Operaciones que conquistan, a veces, la atención del destinatario metropolitano porqué fingen compartir
su mismo vocabulario (la simulación, la parodia, el reciclaje y la apropiación
mimética) para luego revertir sus términos en una suerte de
contra-mímica. De ahí que su
ser ladino vertebre la identidad
de “nuestro”
psicoanálisis.
La
condición de psicoanálisis ladino[34]
debería hacernos pensar que cuando los locales hablan el lenguaje
de la metrópoli, solo relativamente están sacrificando su
jerga local o traicionando su propia producción para rendirse al culto del
mercado psicoanalítico hegemónico. Más bien
parecería que la lectura periférica
desvía las fórmulas
de origen hacia cruces no programados por la semántica del centro. Cuando
la periferia usa (y abusa de)
la mecánica
posestructuralista de la “cita” para desarticular los
mitos del sentido
indiviso e infinito, no es solo para romper, a la manera de
Derrida, con el artefacto filosófico de la totalidad metafísica. La
“cita” también nos sirve para desactivar la clausura eurocentrista de una
tradición legitimada por autorreferencia y nos sirve para confrontarla a contextos
heterogéneos que desequilibran su patrón monocultural.
Quiero creer que como
periferia, cuando nos prestamos
a “jugar” un discurso de acuerdo a modelos y leyes promulgadas por
el centro, no ignoramos las trampas con
que un poder disciplinante y corporativo nos “explota” al tiempo
que es incapaz de cualquier solidaridad con nosotros[35].
Se trata, más bien, de prestarnos a un diálogo con el centro;
diálogo que viola las fronteras del control metropolitano. Complicidad nuestra
con las voces contra-hegemónicas del centro, las que se interesan -democrática
y sinceramente en los otros de lo Otro,
en las diferencias de la Otredad[36].
Sería ingenuo
quedarse con la evidencia y pensar que cuando la periferia teatraliza la
“copia” -la reproducción, la imitación como herencia colonial, lo hace para mimetizarse con la estética
posmoderna del simulacro. La periferia exagera el travestismo cultural de la
“copia” pero lo hace al mejor estilo de la sátira latinoamericana del
Modelo a imitar (aunque el Modelo a imitar -el original sea la
desacralización de los modelos).
Esa burla[37],
esa sobreactuación del doblaje paródico como estratagema -como respuesta
estratégica al tradicional déficit de originales y originalidad que
nos aqueja (por otra parte, más imaginario que real) permite
afirmar la característica neobarroca[38]
de nuestra identidad psicoanalítica. Identidad que se liga a
una cultura cuya tradición ha reestilizado, siempre, la máscara como retórica
transcultural de la apropiación; artificio para denunciar y ocultar, carnavalescamente, lo propio.
EL
AMPLIO ESPECTRO DEL PSICOANÁLISIS ARGENTINO:
LOS
MEDIOS
LAS
ESCUELAS DE PSICOLOGIA SOCIAL
LAS
ASOCIACIONES "OFICIALES"
LAS ESCUELAS
LACANIANAS
La oposición entre psicoanálisis de “divulgación” y
psicoanálisis “sofisticado”, la
oposición entre “culto” y “popular” ha dominado el cuadro en este proceso
de expansión disciplinaria que caracterizó estas tres últimas décadas
inauguradas por Plataforma.
Mientras el psicoanálisis “culto” conquistaba su lugar a
partir de emitir su discurso casi al
mismo tiempo que en París y casi en la misma longitud de onda[39] -mientras
renegaba de sus orígenes kleinianos y locales el psicoanálisis de
“divulgación” ganaba adeptos recurriendo a simplificaciones y
apoyándose en las propias
tradiciones, Bleger, Pichon Riviere, para el caso. En
los extremos, mientras
unos estudiaban talmúdicamente al último Lacan -acumulando a su lado a
Parménides, a Gödel, a Kojeve, a Hegel, a
Heidegger, a Russel, y así
sacaban su ganancia otros, difundían a “nuestro”
Pichon Riviere y abrían infinidad de escuelas para “manicuras,
plomeros y cadetes de oficina”[40]
cuando no invadían la televisión con versiones
“light”[41] y/o
demagógicas de un psicoanálisis
anacrónico.
Pues bien: defender la identidad de un
psicoanálisis que contemple este amplísimo espectro supone algunas aclaraciones.
La predilección por “nuestras” tradiciones
(Pichon Riviere, por ejemplo) lleva a concebir el desarrollo del
psicoanálisis como la simple preservación y administración de un
patrimonio idealizado, que solo tiene en cuenta los adelantos modernos (Lacan,
para el caso) para ignorarlos, para rapiñarlos, para desvirtuarlos.
Los fundamentalistas, ya se sabe, eligen los bienes
simbólicos -el conjunto de prácticas tradicionales que distinguen a una
comunidad y los absolutizan dogmáticamente. En pocas palabras, tratan de
rememorar el pasado y custodian los bienes que lo evocan.
En el extremo opuesto se hallan quienes absolutizan
el proyecto que nos trajo la modernidad. En un tiempo vieron en el
modelo de una A.P.A. monopólica y kleiniana, su camino y luego, con el
“desarrollismo”, cultivaron un romance productivo en el Servicio de
Psicopatología del Policlínico de Lanús que dirigía M. Goldemberg[42]
Pronto, verdaderas ansias de estar al día con lo mejor
que en el mundo se producía los llevó a París. Allí estaba Lacan. Pero no todos
fueron a París. Meltzer, Bion,
Winnicott, porqué no, fueron otras voces escuchadas y consultadas.
Proponer el rescate de la identidad
del psicoanálisis argentino supone, justamente, cuestionar el divorcio
entre el psicoanálisis de “divulgación” y el psicoanálisis
“sofisticado”. La absolutización unilateral de una u otra de estas líneas
deja de lado la heterogeneidad multitemporal constitutiva de
nuestra sociedad y la consiguiente hibridación cultural que nos determina.
Oculta, además, que la oposición principal no se da tanto entre “culto” y
“popular”, sino que se da entre
diversos circuitos comunicacionales a los que tienen acceso desigual los
diferentes sectores. Circuitos que crean
regímenes de inclusión y de exclusión que acentúan
más que las
diferencias, las desigualdades entre los grupos de diversos recursos.
No es casual, entonces, que en esta tan mentada
posmodernidad coexistan y tengan un alto poder de convocatoria escuelas
tradicionales (las escuelas de Psicología Social) y otras que
representan la modernidad más exaltada (las escuelas lacanianas), dando la
impresión de una fantástica abundancia en la que las viejas jerarquías ya
no existen.
Pues bien, las viejas y las nuevas jerarquías, los
viejos y los nuevos órdenes siguen existiendo. Es
más, siguen dando muestra inequívoca de que todo se resume,
en última instancia, en la manera como las elites agencian y
administran la intersección de diferentes temporalidades históricas y tratan
de elaborar con ellas un proyecto global.
Cuando la transnacionalización de la economía y de la
cultura nos sitúa en el cruce de múltiples influencias, optar en forma
excluyente entre dependencia o nacionalismo, entre modernización europea o
tradicionalismo local, es solo una manera de simplificar la
opaca densidad de nuestra
realidad.
Tal vez, deberíamos conformarnos con
mostrar la complejidad y tratar de explicar el modo como las clases
hegemónicas fundan y sostienen su posición en los mecanismos que
les permiten reproducir la estructura social para garantizar su continuidad. Así, al situar al psicoanálisis en el
conjunto de la formación social, es imposible eludir la certeza de
que, al aceptar las diferencias, se está convalidando una
distribución arbitraria y desigual de los bienes simbólicos.
CONCLUSIONES
Comencé
recordando que hace más de treinta años, un
grupo pequeño de analistas aceptamos el desafío de hacer camino, al andar por
un espacio no transitado y con rumbo incierto. Dije que las huellas que
dejamos, cambiaron de manera definitiva el rumbo del psicoanálisis argentino.
A lo largo de este texto volqué, de manera poco rigurosa
y desordenada, algunas ideas sobre el devenir del psicoanálisis en la Argentina
e insistí en la necesidad de reflexionar de manera crítica acerca de
nuestra acuciante actualidad; necesidad de pensar, en última
instancia, sobre las contradicciones productivas que tuvo,
sobre sus logros y sus pérdidas, sobre sus promesas y sus
perversiones.
Anuncié que, trabajando sobre la dialéctica del
fragmento y la totalidad, iba a sostener a Plataforma como responsable
de un aporte significativo a la identidad del psicoanálisis argentino, ladino y
neobarroco, y a su relación con el psicoanálisis global.
Terminaré, entonces, apelando a continuar el camino
inaugurado y a reconstruir nuestra memoria histórica para poder así, ocupar el
siglo que iniciamos con un psicoanálisis más maduro, que despliegue toda su
potencialidad ante el desafío de las otras disciplinas y que haga valer su
propia capacidad para generar nuevas ideas.
NOTAS
[1] Plataforma produjo dos hechos trascendentes: la renuncia a la A.P.A. de un grupo de miembros que se desplegaban a lo largo de la pirámide jerárquica, y la autodisolución del grupo al año de haber renunciado. No me atrevería a evaluar cuál de las dos “rupturas” ha sido más significativa.
[2] Declaración del Grupo Plataforma. En Langer, Marie: Memoria, Historia y Diálogo Psicoanalítico. Folios Ediciones. México. 1981.
[3] Bleger, José: “La Asociación Psicoanalítica Argentina, el psicoanálisis y los psicoanalistas. En Revista de Psicoanálisis: 1973:2. Buenos Aires.
[4] Institución, en el sentido que le da C. Castoriadis (Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto. Gedisa, Barcelona, 1988). “Magma de significaciones imaginarias”, concepto que trasciende el de organización en la medida que no se agota en los aspectos formales, en los edificios. De límites provisorios y siempre expuestos a ser desplazados, la institución es, al mismo tiempo, contexto que nos incluye y texto que nos constituye.
[5] La imagen es de Marta De Brassi.
[6] Villamor, Carlos: “Angustia y coraje en tiempos de nostalgia y cinismo. En Desbordar. 1992:4. Buenos Aires.
[7] Cuestionamos I yII. Tal el título de la compilación que realizaron Marie Langer y Armando Bauleo.
Cuestionamos. Compilación de Marie Langer. Ed Búsqueda. Bs. As. 1987.
[8] La permanente duda acerca de nuestras certezas, la crítica constante a cualquier consagración del saber, el análisis de la implicación y de la sobreimplicación, es parte inherente de la práctica psicoanalítica. No obstante una posición desvastadoramente crítica impediría transmitir nada a los miembros de la comunidad científica. En definitiva cuestionaría su propia existencia. Remito a Safouan, Moustapha: La palabra o la muerte. De la Flor. Bs As. 1994.
[9] Tal como lo propone Gregorio Baremblitt en la “Carta del Profesor Sigmund Freud para el libro ‘Cuestionamos, veinte años después’”, que nunca fue editado ni publicado.
[10] En el sentido de Deleuze, G: El pliegue. Paidos. Buenos Aires. 1989.
[11] Dudo al afirmar esto. Tal vez, más que elegir un camino alternativo al romper con la A.P.A., nos subordinamos al mandato de extender el psicoanálisis y desarrollar una estrategia expansionista en el campo ampliado de la cultura. En otras palabras: ¿hasta que punto nuestra renuncia no fue más que una expulsión encubierta con un mandato preciso?; mandato que iba en contra de la organización como secta pero a favor de la institución como iglesia.
[12] Ignoro como trabaja un psicoanalista de la A.P.A. si es que el tal psicoanalista existe. Más bien tiendo a pensar en la multiplicidad de individualidades imposibles de ser reducidas a un modelo. Por otra parte, acepto que haber pertenecido al grupo Plataforma nos ha marcado de manera insoslayable, pero nada me autoriza a pensar que los psicoanalistas de Plataforma tengamos alguna característica que nos diferencie en bloque, del resto. Justamente, por haber sido marcados diferentemente. Plataforma no existe más que en el imaginario social.
[13] Castel, Robert: La gestión de los riesgos. Anagrama.Barcelona. 1984. Castel entiende por “inteligencia psicoanalítica de masas” la transmutación de una teoría difícil y exigente en común denominador de todo un medio cultural.
[14] Estamos africanizados. Quién haya viajado por el África sabe que para ir de un país fronterizo a otro, a menudo es más fácil hacerlo vía Europa. Uno de los graves problemas de la pluralidad y el respeto por las diferencias es como esta conspira contra la integración y la comunicación horizontal, contrastando con su conexión vertical -y, subalterna- con París.
[15] Freud, S: El porvenir de una ilusión. Ed Biblioteca Nueva Madrid. 1948.
[16] Baremblitt, Gregorio: La institución del psicoanálisis. Su panorama actual. Su crisis y su futuro. En Lo Grupal. Ed. Búsqueda. Bs. As. 1983.
[17] No voy a introducirme aquí en la oposición valorativa entre modernidad y posmodernidad. Tampoco quiero mantener mi oposición a quienes consideran que el psicoanálisis es el último de los grandes discursos emancipadores que aun no ha sido criticado verdaderamente. Remito, en todo caso, a:
Volnovich, Juan Carlos: Psicoanálisis,
Posmodernidad y Política. David y Goliath. 20 Aniversario de CLACSO. Año XVII. Nro. 52. Septiembre de 1987.
Volnovich,
Juan Carlos: La Psychanalyse en Amerique Latine. En, Societé Francaise.
Número 23. París. 1987.
Volnovich,
Juan Carlos: Psicoanálisis de los 90. Re-vuelta a los 70. En. Revista Casa
de las Américas. No 181. La Habana. Cuba. 1990.
Volnovich,
Juan Carlos: Psicoanálisis Argentino: 20 años sin Plataforma. Nuevo Sur.
Volnovich, Juan Carlos: Psiquiatría Transcultural y Folklórica.
Volnovich,
Juan Carlos: Neutralidad, compromiso, desencanto e implicación de un
psicoanalista en las instituciones públicas. En, Terapias. Bs. As. Año
1:4. 1992.
[18] Cuando digo “secta” lo hago entendiendo por secta a un conjunto de personas que se han discriminado en el cuerpo de la sociedad para formar un grupo limitado y exclusivo –que rechaza las normas inclusivas de la sociedad- y que proclaman la adhesión a un sistema de ideas, de valores y de reglas de conducta.
A diferencia de las “iglesias” que acogen en su rebaño tanto al santo como al pecador, la secta está constituida, solamente por los puros. La secta es exclusiva tanto como la iglesia es inclusiva.
Con todo, con lo dicho no quisiera sumarme a las categorías weberianas que tipifican y contrastan los modelos ideales de secta y de iglesia. Afirmaciones que encuentran una ruptura -más que una continuidad- entre estos dos modos de organización y que, a veces, oponen las características especiales de la secta a las de la iglesia. Si, coincidir con Lewis Coser (Las instituciones voraces. Fondo de Cultura Económico. México. 1974) en la diferencia que establece entre las sectas y las iglesias con las “instituciones totales” que describió Erwing Goffman (Asylum. Anchor Books. Garden City. N.Y. 1961).
[19] Pavlovsky, Eduardo: El porvenir de nuestra ilusión y la práctica ideológico-política. En, Acto psicoterapéutico II. Ático. Bs.As. 1986.
[20] Contra los pronósticos freudianos, comenzamos un siglo y un milenio con una ciencia universal increíblemente desarrollada, y las religiones –antes que desaparecer- van ganando adeptos. Van creciendo las adhesiones irracionales, las sectas, las creencias, el amor a los dioses. Más aun: en el seno de las prácticas científicas convencionales retornan las peores consecuencias de la alienación y el despotismo. Y, en el seno de los movimientos religiosos, junto a una estructura francamente autoritaria, aparecen, también, indicios democráticos, intenciones libertarias, organizaciones autogestivas profundamente críticas. Así, no son pocos los autores que reconocen en algunas iglesias alternativas, ciertas iniciativas de lo que serían nuevas formas de militancia, la inauguración de espacios de poder resistentes a los discursos totalitarios. Espacios que estarían, claro está, siempre acotados por la interacción contradictoria con las iglesias hegemónicas.
[21] “Pastiche” es un concepto que le debemos a Thomas Mann (Doktor Faustus) quién, a su vez, lo tomó de Adorno. Este último lo utilizó para aludir a las dos vías de expresionismo musical de avanzada: la planificación innovadora de Shoenberg con el dodecafonismo, y el eclectisismo irracional de Stravisnky.
[22] Jameson, F: El posmodernismo como norma cultural hegemónica del capitalismo tardío. Revista Casa de las Américas. La Habana. Cuba.
[23]Vezzetti, Hugo: texto para el libro “Cuestionamos, veinte años después” que nunca fue editado ni publicado.
[24] Si bien coincido con M. Saphouan (op.cit) cuando afirma que “no existe sociedad humana que no descanse en la filiación, es decir en la inscripción de sus miembros en un linaje paterno o materno” (pag.105) -y esto no solo es válido para la “sociedad humana” sino también para la sociedad de psicoanalistas, “esa inscripción se hace por la intermediación de un nombre, pero no hay necesidad alguna de que ese nombre sea el del padre”.
[25] En realidad, no aludo aquí a la producción o a la reproducción de psicoanalistas sino a la producción y a la reproducción de una comunidad científica como sistema social, con las relaciones sociales que establecen, con sus interacciones, y en cuyo seno los individuos desarrollan su existencia no agenos a una masa crítica.
[26] No es muy diferente lo que proponía Guattari: poco importa si las asociaciones, las escuelas psicoanalíticas desaparecen y hasta si la propia profesión de psicoanalista desaparece, siempre y cuando el análisis del inconsciente subsista como práctica y según modalidades novedosas. Pero, en este caso, no se trataría de un inconsciente de especialistas, sino de un campo al cual cada uno pudiera tener acceso sin ncesidad de preparación alguna; territorio abierto por todos lados a las interacciones sociales y económicas, directamente ligado a las grandes corrientes históricas y, por ende, no exclusivamente centrado en los conflictos de familia, en el Edipo. Guattari aspiraba a que el análisis del inconsciente devenga asunto de todos. Pero, para eso, el psicoanálisis tendría que renovar su método, diversificar su abordaje, enriquecerse en el contacto con otros campos de la creación. En resúmen: “hacer excatamente lo contrario de lo que el psicoanálisis oficial hace”.
Es el inconsciente maquínico que corresponde al esquizoanálisis y que participa de los más diversos flujos y materiales. “La designación de los individuos en los puestos de producción no solo depende de los medios de coerción o del sistema de remuneración monetaria. Depende, fundamentalmente, de las técnicas de modelización de los agenciamientos inconscientes operados por los equipamientos sociales, por los medios de comunicación de masas, por los métodos psicológicos de adaptación de cualquier tipo. Solo la recuperación de las máquinas técnicas por las máquinas deseantes, lo que yo denomino una ‘revolución molecular’, permitirán liberar a las masas de reproducir las relaciones de dominación”. (Guattari,F: El inconsciente maquínico y la Revolución Molecular. México. 1981)
[27] Tiene sentido buscar la identidad cultural del psicoanálisis argentino? En otras palabras: Existimos, nosotros? En Calibán, (Revista Casa de las Américas, 1971:68. La Habana, Cuba.) Roberto Fernánez Retamar afirma que “poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia”.
[28] Barbero, Jesús Martín: De los medios a las mediaciones. Editorial G. Gili. Barcelona. 1987.
[29] El concepto de “centro y perifería” fue introducido por Raúl Prebisch en un estudio económico que realizó para la CEPAL , en 1949. Estos términos teóricos -centro, periferia- sugieren que en la economía global existen dos tipos de países y que las relaciones entre ellos se caracterizan por una creciente desigualdad.
Por mi parte, adelanto que “europeo”no es sinónimo de central, tanto como “argentino” no es sinónimo de periférico. Da cuenta de esto el hecho de que en los países pobres hay más ciudades “millonarias” que en los países ricos. (Samuel Chameki: “Un tercio de la humanidad vive en tugurios. El Correo de la UNESCO. Junio de 1976.)
Subscribo, además, lo que afirma Remi Hess (Centro y Perifería. Ed Privat. Toulouse). Me refiero a la manera en que los profesionales, los intelectuales, aceptan por delegación actualizar el centro en la periferia. Esta actualización toma la forma de la gestión de equipamientos del poder central: la ocupación de los territorios del control social. Una casta de privilegiados controla, en nombre del Estado, lo que debe ser enseñado y los que debe ser omitido respecto del saber social.
Así, queda claro que el poder central –que en un principio era localizable en el nivel nacional- se encuentra desplazado cada vez más en el lejano nivel supranacional. El poder central se ha vuelto periférico al encontrar nuevos lugares de concentración de poder. Así, existe la tendencia a organizar bolsones de centralidad en la periferia; bolsones en los que se reedita el poder despótico del centro.
[30] Altamirano, C. Sarlo,B: Literatura/Sociedad. Hachette. Buenos Aires, 1983.
[31] Ricoeur, Paul: Appropiation. Hermeneutics and the Human Sciences Cambridge University Press. 1992.
[32] Roustang, F.:La eficacia del psicoanálisis. Diarios Clínicos. Bs.As. 1990.
[33] Miller, J.A: Recorrido de Lacan. Ed Manantial. Bs.As.
[34] El término “ladino”se usa en América Central -sur de México- para referirse a los indios más aculturados respecto de la sociedad criolla dominante. También se llama así a los mestizos que viven en pueblos de indios. Constituyen un estrato social superior al resto. En Argentina, la expresión adquirió un tono peyorativo que alude a la presunta doblez de intenciones del gaucho (anagrama de “guacho”: hijo sin padre que lo reconozca).
Según la Sapiens, Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana “dícese del que habla con facilidad varios idiomas”. Pero, también, “taimado, sagaz, astuto”.
[35] Sergio Rodríquez denunció esta “explotación”en la Revista Psyché a propósito de la visita de algunos psicoanalistas franceses y las formas organizativas que se daban los locales con respecto a los metropolitanos.
[36] Al hablar de la producción cultural europea, hay que tener en cuenta que lo mejor de Europa se ha hecho en Europa contra Europa. Es decir: contra los sectores más reaccionarios y “establecidos” de la cultura central.
[37] Magistralmente ejemplificada por Baremblitt, Gregorio: Lacantrocas. Hcitec. Sao Paulo. 1991.
[38] El neobarroquismo como identidad del psicoanálisis argentino (y latinoamericano) sería tema de un prolongado ensayo que no me atrevo más que a insinuar, aquí. Remito a:
Lacan, J: Del Barroco El seminario 20. Aún. Paidos. Barcelona. 1975.
Deleuze, G: El pliegue Op.cit.
Lezama Lima, J: La curiosidad barroca. En, Confluencias. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 1988.
Carpentier, A: Lo barroco y lo real maravilloso En, Ensayos. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 1984.
Barroco, más que un estilo, es una suerte de pulsión creadora que, ciclicamente, vuelve a traves de la historia.
Existe en América Latina un espíritu barroco como constante que de ningún modo puede circunscribirse, ni clausurarse, con el movimiento estético nacido en el siglo XVII.
Al Popol Vuh, a José de Churriguera, a la gran hazaña del quecha Kondorí, al prodigio del Aleijadinho, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Rómulo Gallegos, José Martí y Ruben Darío, a Leopoldo Lugones, se le suma, como contribución a la identidad neobarroca de la cultura latinoamericana, el psicoanálisis lacaniano.
Sarduy, Severo: Ensayos generales sobre el barroco. Fondo de Cultura Económico. Bs.As. 1987.
El neobarroquismo, más que un (neo)estilo, es la norma permanente de la cultura latinoamericana. A diferencia del barroco, el neobarroco refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, la desaparición del logos como absoluto, la crisis del concepto de “falta”y de “carencia” como fundamento epistémico.
[39] Más allá de las traducciones simultáneas es necesario recordar que cuando una palabra se transfiere a un contexto ajeno, pierde sentido pero cobra relieve su auténtico significado “original”.
“La página de perfección, la página de la que ninguna palabra puede ser alterada sin daño, es la más precaria de todas.
Inversamente, la página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el fuego de las erratas, de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. El Quijote gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a toda descuidada versión.” Borges, Jorge Luis: La supersticiosa ética del lector. En, Páginas Escogidas. Casa de las Américas. 1988.
[40] Baremblitt, Gregorio: Op.Cit.
[41] Bleichmar, S: Revista Zona Erógena. Bs. As. 1991:8.
[42] Chiarvetti, S: Aportes y deudas de las ciencias sociales en salud. En III y IV Jornadas de Atención Primaria en Salud. Bs. As. 1990.
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